Domingo, 7 de junio de 2015 | Hoy
BUENOS AIRES. LA CASA CURUTCHET DE LA PLATA
Inaugurada en 1955, es la única obra hogareña diseñada por Le Corbusier en América. Con una genial atmósfera abstracta “llena” de espacios vacíos, rampas, prismas, juegos de volúmenes heterogéneos y multiplicidad de perspectivas, el arquitecto combina un funcionalismo moderno con la estética del arte.
Por Julián Varsavsky
En la premiada película El hombre de al lado –dirigida por Marcelo Cohn y Gastón Duprat– un tosco mecánico que vive, medianera de por medio, con un refinado diseñador, abre un boquete en la pared y se asoma al patio de su vecino diciendo: “Necesito un poquito del sol que vos no usás”. Esa casa radiante como ninguna no es cualquier casa, sino la única diseñada en América por Le Corbusier, el gran arquitecto modernista suizo que define a la arquitectura como “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz”.
En la Casa Curutchet de La Plata, “Corbu” –como le dice cariñosamente la guía y estudiante de arquitectura Natasha Reginato– desarrolló de manera genial sus estudios sobre la luz. Ingresamos al sugestivo edificio a través de una puerta sostenida por un pórtico de concreto que se eleva solitario en una desconcertante fachada, definida por la ausencia de muro. Entonces nos paramos dentro del concepto de “planta libre” concebido por Le Corbusier, un espacio abierto que precede al garage y sigue hasta los fondos, ya que en la vivienda moderna la planta baja se reserva al automóvil: la casa está elevada sobre pilotes blancos de hormigón. Al entrar permanecemos en penumbras y una rampa ascendente nos conduce al vestíbulo, que brilla al fondo con una atrayente luz natural.
Llegamos a un pequeño patio central donde se levanta un álamo plantado para abrazar la casa desde adentro como un pulpo, metiendo el verde del bosque de enfrente adentro mismo para crear una continuidad. Sin darnos cuenta atravesamos la parte baja del primero de los dos volúmenes cúbicos de este conjunto habitacional: el área de consultorio del doctor Curutchet que ocupa el frente.
Con su teorización sobre la promenade architecturale, Le Corbusier propone un novedoso espacio de rampas por donde el individuo se desplaza a través de la obra, disfrutando de los juegos de líneas y luces creados con el criterio estético que define para él la arquitectura, cuyo objetivo incluye el “generar belleza”.
Vamos hacia el fondo de manera ascendente, entrando en el espacio privado –a diferencia del consultorio, que es más público– con los dormitorios, la cocina y el estar-comedor: éste es el segundo volumen de un conjunto compuesto por dos “cajas” sucesivas, comunicadas por la rampa convertida en un elemento arquitectónico esencial, organizando la circulación por toda la casa sobre una misma promenade hasta terminar en el consultorio.
Así recorremos la casa vertical y horizontalmente, disfrutando de un juego dinámico de perspectivas que nos hace comprender la totalidad del diseño. El objetivo es desplazarse y observar a la vez, deteniéndose a gusto en puntos de contemplación con determinadas perspectivas y ángulos, hasta generar una secuencia continua y sin sobresaltos, casi una lectura cinematográfica. Esta idea pretende superar la percepción obtenida desde el tradicional recorrido por una escalera.
EL ARTE DE LA LUZ En el cuarto piso están el dormitorio para el matrimonio Curutchet y otro compartido por las dos hijas. En este caso subimos por una escalera que se va angostando y no “invita” a todo el mundo a subir, ya que este es un espacio muy privado, exclusivo para la familia. Un exquisito juego de espacio-luz subraya la diferencia entre los luminosos ambientes sociales diurnos como el consultorio y la rampa, y el sector privado por excelencia de los cuartos, a través de una luminosidad controlada de contrastes en penumbra. En cada uno de los dos baños hay un lucernario que permite el ingreso de una luz tenue a través del techo, homogeneizando la unidad del conjunto.
“Esto es como caminar por dentro de una obra de arte”, dice nuestra guía, y nadie cree que exagere. Entonces agrega: “Es como entrar a un cuadro de Picasso”, de quien Le Corbusier es considerado equivalente en la arquitectura.
Desde los cuartos vamos hacia la terraza-jardín, otro de los “cinco puntos de la nueva arquitectura” teorizados por el gran creador suizo. La idea era que la superficie “quitada” a la naturaleza por una vivienda debía serle devuelta en forma de jardín sobre la cubierta del edificio: un espacio dedicado al esparcimiento. Esto era posible debido a otro de esos cinco puntos: la fachada libre. Gracias a la novedad técnica de los pilotes de hormigón que sostienen las losas, la fachada quedó liberada de su función de sostén, dando libertad a la composición sin otro criterio que el estético: entonces la estructura de la casa queda bastante detrás de la fachada, permitiendo también la planta libre para el auto.
La terraza-jardín, así como todos los niveles de la casa, está atravesada por el álamo central que se abre como un abanico, ofreciendo generosa sombra. Pero es aquí justamente donde aparece una innovación revolucionaria para la arquitectura de la época: el brise-soleil.
Durante un viaje por Argelia Le Corbusier comenzó a prefigurar este diseño, al ver que los edificios de fachada libre donde el muro se reemplaza por una luminosa “piel de vidrio”, si bien extienden virtualmente el espacio hacia afuera, resultan calurosos por dejar pasar la luz del sol. El artilugio ideado fue el eficaz dispositivo del brise-soleil que, sin volver al tradicional muro con ventanas, incorpora una “pared permeable” conservando todas las visuales al exterior, a través de una red de celdas cuadradas de hormigón alveolar. Esto atenúa el ingreso de los rayos cenitales y permite en cambio el paso de los más oblicuos y suaves del atardecer. A su vez el brise-soleil encuadra la mirada hacia el bosque frente a la casa Curutchet, componiendo un panorama con cuatro fotos de naturaleza para establecer una nueva relación entre el adentro y el afuera: clima y arquitectura se adaptan manteniendo la hiperluminosidad del conjunto.
El enfoque lumínico de la casa no estuvo exento de debate, más allá de la ficción en la que un vecino le “roba” un poco de la luz que le sobra al otro. En su libro El autor y el intérprete, Daniel Merro Johnston cita un reportaje donde el doctor Curutchet opinaba que “la casa a mí me gustó mucho, pero si una crítica se le puede hacer es el exceso de luz: la luz me gobierna... Oscurecer las habitaciones es un trabajo bárbaro... y las cortinas no alcanzan a tener una opacidad que haga lo que hace una pared”. También su hija Leonor declaró a la prensa que no podía dormirse sin antes cubrirse los ojos. De todas formas Le Corbusier –detallista a tal punto que él mismo diseñó los muebles de la cocina y los armarios– había indicado en los planos la instalación de persianas de enrollar, algo que no se hizo.
EL JUEGO DE LAS PROPORCIONES Al entrar al cuarto de los Curutchet nuestra guía nos hace levantar los brazos: la mayoría tocamos el techo con las manos. Esto es resultado de la Teoría del Modulor ideada por Le Corbusier, proponiendo tomar como patrón universal para la arquitectura al hombre moderno medio, que mide 1,8288 metro. Los techos deben estar entonces a la altura de ese modulor con el brazo levantado: 2,26 metros sería lo ideal para tener una sensación de armonía espacial. La idea era crear una nueva arquitectura proporcional al hombre en base a la cual calcular todo, desde los escalones hasta el largo y ancho de las camas.
Uno de los aspectos que atrajo a Le Corbusier al aceptar el proyecto a distancia de esta casa que nunca vio, es que se trataba de un desafío nuevo: una vivienda que era a la vez lugar de trabajo. El doctor Curutchet contempló en su pedido un consultorio con espacio para operar y hasta una sala de internación que usó hasta 1962, cuando se mudó. Allí, tanto botiquines como grifería se diseñaron de forma que sea posible abrirlos con los codos por profilaxis.
¿ADENTRO O AFUERA? En la Casa Curutchet se transita una extraña dimensión perceptiva. Resuelta con maestría dentro de un limitado espacio de 180 metros cuadrados, el concepto de transparencia aplicado diluye simbólicamente los límites del muro protector de la casa tradicional, que literalmente ha desaparecido: Le Corbusier debilita la línea divisoria entre lo público y lo privado. Según Merro Johnston “se puede decir que esta casa no relaciona el adentro con el afuera porque prácticamente se ha anulado la diferencia entre ellos: en ella todo es afuera... pues aquí hay solo espacio transparente y luminoso que fluye por todas partes.... esta luz invade los espacios y expone entre sí la vida de los miembros de la familia. Sin embargo su exposición pública es baja por su alejamiento respecto de la calle y su elevación desde el nivel del suelo”.
La Casa Curutchet ha sido presentada como candidata a integrar el Patrimonio Cultural de la Unesco. Se cree que una de las razones de su existencia fue la búsqueda del famoso arquitecto por hacer en Argentina una suerte de manifiesto concreto de su talento, que sirviera para destrabar el siempre postergado plan urbano que había creado para Buenos Aires. Fue en vano, pero quedó de todas formas una obra maestra de la arquitectura hogareña llena de transparencias, muros curvos y concavidades, cilindros, puertas pivotantes, espacios fragmentados y fluidos a la vez, creando un aura luminosa y onírica pero muy vivible a la vez.
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