turismo

Domingo, 14 de junio de 2015

ARGENTINA INTI RAYMI, LA FIESTA DEL SOL

Celebrar la vida

El 21 de junio, el solsticio de invierno marca un hito en el calendario de la cultura andina. Es la celebración del Inti Raymi, imprescindible para sumergirse en las raíces de las civilizaciones americanas, del mismo modo que la fiesta de la Pachamama en el mes de agosto.

 Por Sonia Renison

Fotos: Mintur

La noche más larga del año sugiere, cada 21 de junio, miles de historias y sabidurías que desde tiempo inmemorial renuevan en ese instante el valor de la vida, del tiempo por venir y de los momentos del luz, calor y sol, fuente de energía.

Es el momento del año en que se produce la mayor distancia entre el Sol y la Tierra, cuando la noche se estira y convierte en la más larga hasta que el primer haz de luz que anuncia la salida de Febo marca el cambio. Al trepar a la cima donde está Inti Huatana, en el paraje El Paso –donde se une Catamarca con Tucumán– se ve desde la RN 40 un agujerito como si fuera la cabeza de una aguja: y sin embargo, estando allí se descubre una ventana construida de pircas por donde a las 8.24 en punto pasa el primer rayo del sol. Más de quinientos años han transcurrido. Y la magia sucede cada vez. Hoy sólo familias de comunidades calchaquíes aguardan este instante, pero para los visitantes hay también diferentes modos de vivir la experiencia.

Lo especial de la noche más larga es que marca un cambio en el calendario, porque a partir de allí los días comienzan a estirarse. Pero es mucho más, porque determina que la tierra descansó y se avecinan la primavera, tiempo de cultivar, y más tarde la cosecha veraniega: se trata entonces de un cambio en el calendario agrícola. Tan simple parece la vida desde esta mirada que vivir este homenaje lo convierte en una travesía hacia la esencia de la existencia.

La celebración pertenece a toda la cultura andina. Y en el generoso territorio argentino se suceden celebraciones en todo el mapa: desde Jujuy (en Huacalera, cerca de la Posta de Los Hornillos en la Quebrada de Humahuaca) hasta Tucumán (en Amaicha con la familia Pastrana) o Salta (en Isonza, en el Parque Nacional Los Cardones). Una muestra es la costumbre de “convidar” a la Pachamama cuando uno llega a estas provincias y un guía local, como el salteño Juan Guantay, antes de sofocar su propia sed vuelca sobre la tierra parte de la bebida. Son todas experiencias diferentes. Pero es en el catamarqueño Valle del Yokavil, el más sureño de los Valles Calchaquíes, donde la emoción impregna el alma cuando sale el primer rayo del Sol gracias a una representación donde participan unos 200 chicos de los diferentes pueblos, como los hualfines, acalianes, ingamanas, yokaviles y anguinaos. Ataviados con túnicas que simulan las vestimentas precolombinas, recuerdan el último Inti Raymi antes de la llegada de los europeos.

En la representación aparecen el Sol, la Luna, dioses y sacerdotes que invocan la luz solar.

ALLA EN 1535 Los estudiosos cuentan que fueron los escritos de uno de los primeros cronistas de la historia, el Inca Garcilaso de la Vega, los que permitieron establecer que el último Inti Raymi se celebró en 1535 en Perú. La ceremonia fue suspendida por los españoles, hasta su restablecimiento en 1944.

El peso de la historia se siente en cada piedra del suelo americano. Y en Santa María, la madrugada del 21 de junio convoca a gentes de todas partes, que en silencio se acercan al pie de un cerro y como si se tratara de una procesión avanzan hacia la cima, cuidando el paso por una huella de suelo con rocas y arenas bancas. Un frío seco, el más intenso que hayan sentido jamás, les hiela las narices y no hay guante que alcance.

Pero todo está pensado. Arriba del cerro, una fogata de jarilla presta luz y calor de a ratos. La gente rodea el fuego. Y a medida que se aproxima la salida del Sol que apenas se insinúa con una línea clara en el cielo, una rueda humana gigante recibe al “maestro” Titakin, Enrique Maturano, quien se acerca y “limpia” con una ramita de jarilla a los presentes. Para purificar.

La rama dibuja el contorno de los cuerpos mientras las palmas se elevan al cielo. El frío es intensísimo. Casi es un ruego la espera del sol. Un poco de aguardiente ayuda a soportar la helada cuando, de pronto, en el fondo del paisaje el horizonte dibuja una línea magenta, cada vez más fosforescente, cada vez más ancha. La gente forma un semicírculo y con las manos al sol aguarda esa luz, ese primer calor por fin, tímido pero puntual.

La tibieza del primer sol sobre las manos entibia el alma. La historia está sucediendo en ese instante sugestivo. Hay palabras en quichua y suena el “pututo”, un cuerno grave e infinito, un instrumento ceremonial.

El día avanza y ahora la ceremonia, de día y con calor, lleva al maestro hasta una pirca donde alza –como ofreciéndolo al Sol– un cuenco de cerámica con chicha. Por supuesto, se convida a la Pachamama y se prueba un sorbo. Pero antes hay que desear algo en positivo: todos piensan en paz y salud.

El multitudinario grupo desciende despacio del cerro cuando culmina la celebración del Sol. Los rostros, liberados de los abrigos, se reconocen y comparten emociones. Ya es media mañana. Y el calor puebla la jornada de la nueva etapa.

Máscaras, lanzas, vestimentas. Todo en la Fiesta del Sol alude a la historia de los pueblos andinos.

SOLES ARGENTINOSSi en Perú y en Bolivia son un clásico en el almanaque conocido por visitantes que llegan para compartir la Fiesta del Sol, las provincias andinas argentinas también tienen lo suyo. “Hay vestigios de que en nuestro suelo, donde hoy celebramos el Inti Raymi, se hacían ceremonias antes incluso de la llegada del Inca”, dijo el profesor Gustavo Moya, director del área de Turismo de Santa María, que además es la capital arqueológica de la provincia.

Durante los días previos y siguientes a la fiesta se realizan eventos entre la población, con exposición de artesanías, muestra de productos regionales y presentaciones de artistas. Pero la clave está en la tarde del 21, cuando en el anfiteatro natural de Santa María se realiza la representación del Inti Raymi.

Es un predio especial, con gradas de cemento y vista a los cerros, que puede albergar a unas 5000 personas, como fue en la edición del VII Inti Raymi el año pasado. La cita es a las dos de la tarde. Suena un erke, el cuerno que sostiene una gran caña de casi dos metros con la que dos jóvenes recorren el predio y hacen de preámbulo a lo que viene. Van ataviados con túnicas de lienzo que llevan guardas incaicas. Y lo que empieza a ocurrir en el centro del anfiteatro parece una película de hace quinientos años. El cuello aprieta y se mojan los ojos. Una voz en off relata la organización social del imperio incaico en América mientras se desarrollan escenas de la vida social. Los cerca de 200 chicos que durante todo el año se capacitan en talleres culturales para esta representación están allí y despliegan orgullo y dignidad. Suenan cajas chayeras, más erkes, aparecen las llamas y las “acllas” o mujeres elegidas, que los españoles llamaron Vírgenes del Sol, como cuenta a TurismoI12 el arqueólogo Fernando Morales, miembro de la comisión organizadora junto con Edna Natalia Burgos y el coreógrafo Raúl Chaile. Es una lección de cultura lo que ocurre ante los ojos.

Entran en escena los sacerdotes del Hanan y el Hurin, y los kurakas o jefes regionales. Hay hasta un jefe militar: el sinchi, quien anuncia el comienzo del Inti Raymi.

“La representación dura tres horas –dice Morales–, donde se muestra en una primera parte la vida cotidiana, el hombre agricultor, la mujer hilandera, los niños jugando, la adoración a los ancestros y después el ritual mismo del Inti Raymi, con toda la alegoría de los pueblos andinos ancestrales.” Gustavo Moya, que también es el presidente de esta fiesta, cuenta que cada año se suman chicos de distintas ciudades catamarqueñas y que otros que ya han terminado sus estudios vuelven para tomar parte en la representación. En los años venideros sumarán más pueblos del mismo suelo. Porque, como concluye Moya, “los chicos vuelven cada año aunque estén en la Facultad, porque ya es una fiesta que está en el alma de nuestra cultura”. Es cultura viva. Es Inti Raymi.

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Los celebrantes del Inti Raymi hacen sonar junto a la apacheta el “pututo”, instrumento para convocar a los dioses.
 
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