turismo

Domingo, 21 de junio de 2015

BUENOS AIRES. LAS FLORES, DE LA HISTORIA A LAS LETRAS

Con aroma de campo

A 180 kilómetros de Buenos Aires, Las Flores ofrece un circuito para elegir entre actividades al aire libre, historia, museos y variada gastronomía con sello de campo. La región también invita a descubrir el pueblo de Villa Pardo, donde se homenajea a Adolfo Bioy Casares.

 Por Lorena López

Las bicis avanzan fácil sobre el camino de tierra. Es una mañana soleada y fresca y uno tiene la sensación de que todo es dicha en este paisaje de campo, cielo celestísimo y silencio. Estamos yendo a Rosas, un pequeño pueblo ubicado a 18 kilómetros de Las Flores, una localidad que ofrece un circuito turístico con componentes rurales, gastronómicos y artísticos para todo el que tenga ganas de vivir un fin de semana diferente.

En Rosas nos espera Ivana, cuya biografía podría resumirse así: se fue a Buenos Aires para estudiar cocina y lo hizo con tantas ganas que se ganó una beca en Italia y después de andar bien lejos volvió a sus pagos. En su casa armó su restaurante, llamado A casa mia, donde ahora nos aguardan empanadas y pastas a “medio hacer”. Y decimos a medio hacer porque parte de la propuesta es que el turista que tenga ganas de meter las manos en la masa lo haga y sea responsable de su propio almuerzo. “La gente se entusiasma y es una experiencia muy entretenida, sobre todo para quien se pone a amasar por primera vez”, dice Ivana, mientras nos cuenta que después de comer el visitante puede recorrer el campo, andar a caballo o sumarse a una de las guitarreadas que se arman con facilidad, dado que su papá es músico y siempre está muy gustoso de sumarse a los recorridos. El paseo por Rosas se complementa con la visita a la capilla Nuestra Señora de Luján, inaugurada en 1931, un típico almacén de campo donde se puede comer unos pastelitos y quedarse tomando algo; y el predio de la vieja estación convertido hoy en delegación municipal.

La vieja estación de Pardo, donde funciona un museo dedicado a Bioy Casares y Silvina Ocampo.

EL SELLO LITERARIO El siguiente pueblo que nos espera es Villa Pardo, donde la familia del escritor Adolfo Bioy Casares tenía su estancia. En la vieja estación del ferrocarril se ha organizado un museo con la historia del lugar y de la familia, y entre las cosas que pueden verse se destaca una foto de Bioy con Jorge Luis Borges y Silvina Ocampo. Posiblemente es una foto que ya esté en nuestras memorias por haberla visto en documentos e informes: sin embargo encierra algo mágico, quizá porque los tres han pisado fuerte en nuestra literatura y han dejado huellas, cada uno a su estilo. Frente a la estación hoy se levanta el hotel boutique Casa Bioy, con pisos de pinotea, altos techos y una bella sala de estar con –no podía ser de otra manera– una gran biblioteca, disponible para todo el que quiera acercarse a leer.

Muy cerca de allí nos recibe Matías, hijo y nieto de panaderos, que también estudió repostería en la gran ciudad y luego volvió a su casa de la infancia para hacer un mix entre la panificación moderna y tradicional, con un resultado delicioso donde se combinan el antiguo y tan buscando pan hecho al horno a leña con cookies de harina integral, brownies y otras cositas ricas. Visitar esta panadería, que tiene más de cien años, es un viaje en el tiempo, bien a tono con la impronta literaria antes mencionada. Al fin y al cabo, es imposible no recordar fragmentos de cuentos borgeanos donde la pampa y el campo tienen una fuerte presencia en el hombre de ciudad.

Lo último que visitamos en Pardo es Yamay, que en lengua mapuche significa “estar bien”. De eso se trata esta propuesta de permacultura: una construcción basada en la armonía con la naturaleza y realizada con barro, madera de la zona, cañas y vidrio. Es el lugar ideal para aprender acerca de la construcción en barro, techos verdes y cómo aprovechar la luz, el viento y todo lo que da la naturaleza para vivir mejor de forma cotidiana. En Yamay se realizan acampes, talleres sobre ecología y turismo astronómico: el aislamiento y la no contaminación lumínica hacen que sea perfecto para observar el cielo nocturno.

Una tarde de gauchos y cabalgatas, la esencia de campo que promete una visita a Las Flores.

LA CIUDAD La propuesta de turismo de Las Flores también tiene su parte “de ciudad”, un circuito urbano donde es posible conocer en primer lugar el Museo Histórico: su particularidad es haber sido construido en lo que antes era la comisaría, en tanto las “salas” son los calabozos de los detenidos. La visita puede continuar por el Museo de Ciencias Naturales para aprender sobre el pasado natural de la zona y por la emblemática Escuela Normal, un imponente edificio cuya presencia es impactante por fuera y sorprendente por dentro (hay que recorrerlo sí o sí).

El “city tour” finaliza con la visita a la municipalidad, cuyo Salón Rojo está inspirado en uno de los salones del Palacio de Versailles. Los muebles, las alfombras y las arañas de cristal de Baccarat fueron traídos de Francia. Ver para creer.

Luego del recorrido nos esperan en el Hotel Avenida para tomar el té. Una bella mesa con repostería de estilo alemán, tostadas, una tetera humeante y unas delicadas servilletas ha sido puesta para nosotros. “Tienen que probar la miel cremosa”, nos sugiere el mozo mientras nos acerca un pequeño cuenco. La probamos y el paladar lo agradece porque la textura suave y liviana con el sabor de la miel pura es algo nuevo y delicioso, ideal para untar. Así nos enteramos de que la miel es de un joven productor de la zona, en cuyo emprendimiento Ser de Sol tuvo la idea de producir este tipo de miel que resulta práctica y novedosa. Lo salado de la merienda que nos han ofrecido viene después, y es una exquisita conjunción de quesos de oveja y chacinados de tipo casero. Es que en la zona se destacan también otros dos emprendimientos gastronómicos: por un lado, la cabaña Santa Agueda de ovejas frisonas, donde el turista puede ir a comprar quesos (de altísima calidad); acordar para realizar una jornada de cata; o realizar cursos y degustaciones. Por otro lado, en el paraje rural El Trigo (ubicado a pocos kilómetros de Las Flores), una sociedad entre hermanos y primos oriundos del lugar creó Caseritos D’el Trigo, una línea de chacinados con recetas familiares que se distribuyen en la zona y en otros pueblos de la provincia de Buenos Aires. La “vedette” es la longaniza, el producto que más piden sus ya habituales clientes.

Permacultura, construcción basada en la armonía con la naturaleza.

ARTE Y VERDE En Las Flores hay algo más que se suma a los sabores y que le da un toque especial al recorrido: conocer Mapa, espacio de arte. Se trata de una antigua casona convertida en galería/taller/bar, con salas donde se exhiben obras seleccionadas con mucho criterio y de artistas que dan que hablar. Recorrer el lugar es encontrarse con todas esas cosas que moviliza el arte: la admiración, la alegría, la inquietud, los replanteos. Es un lugar donde también se organizan ciclos de cine, talleres, presentaciones de libros y de discos. “Nos hemos propuesto desarrollar un espacio para crear y afilar los sentidos”, resume María, la ideóloga de Mapa, que enfatiza su gran compromiso con el arte. Ese arte que la motiva a generar propuestas y circunstancias para formar nuevos horizontes en relación con lo artístico. La tranquila galería, el jardín y la acertada iluminación hacen de Mapa un lugar para quedarse un rato, disfrutando de ver obras y experimentar sensaciones que enriquecen una propuesta de turismo.

Nuestro recorrido termina con las actividades para realizar en la naturaleza. Es por ello que nos dirigimos al Parque Plaza Montero (ubicado a sólo un kilómetro del centro urbano), cuya laguna posibilita la práctica de deportes náuticos y pesca. Además hay una Reserva Natural donde se puede realizar avistaje de aves, sobre todo al atardecer y bien temprano, así como reconocimiento de flora y fauna autóctona (entre otras especies, se ven carpinchos). “Vayamos a remar un rato”, propone alguien del grupo y así es como al cabo de unos minutos nos encontramos en un par de kayaks navegando por el arroyo El Gualicho, también muy cerca del centro. Remamos suave y sin apuro, disfrutando del silencio, de los árboles y de un paseo distendido donde lo único que importa es el momento. Nada más que eso: el momento. Los celulares han quedado en un bolsillo lejano, en la costa o quizás en este momento no hay señal. No sabemos bien qué pasa, pero no llaman ni hacen sonidos. Una sencilla tranquilidad que nos envuelve, al menos hasta que volvamos al centro urbano.

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En la cabaña Santa Agueda se crían ovejas frisonas y se venden quesos artesanales.
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