PORTUGAL. PASEOS CON ENCANTO LISBOETA
La ciudad del fado y de la nostalgia, la que vio partir a los grandes navegantes, la que tiene un Barrio Alto y un Barrio Bajo, la que encanta por la gentileza de su gente y la belleza de sus calles pintorescas. Es Lisboa, que también tienta con la dulzura de sus sabores.
› Por Jimena del Mar González
Contemplar un atardecer sobre el río Tejo saboreando castañas asadas, mientras un músico entona un fado acompañado por su guitarra, es una de las posibilidades con que Lisboa se dispone a hechizar a sus visitantes. Con menos de un millón de habitantes, la ciudad tiene un estilo diferente al resto de las capitales europeas. Pequeña comparada con la monumentalidad arquitectónica que se aprecia en París, Londres o Roma, pero gigante en cuanto a encantos. Los bares y restaurantes del Barrio Alto; la zona tradicional de Baixa; el fado que resuena en Alfama y el aroma a pasteles recién horneados de Belén son sólo algunos de los modos más interesantes de conocer la capital portuguesa.
ESCALERAS ARRIBA El Alto es uno de los barrios más atractivos. Sus calles angostas y adoquinadas pueden agotar con sólo observar qué tan empinadas pueden ser: sin embargo, bien vale “escalarlas” ya que el Barrio Alto es uno de los lugares más bellos para alojarse. De día se pueden recorrer sus galerías de arte a cielo abierto, que nacieron hace alrededor de seis años y lograron posicionar a Lisboa entre las ciudades más reconocidas del mundo en cuanto a graffitis y arte callejero. Se trata de las Galerías de Arte Urbano, que surgieron como una manera de controlar las pintadas sobre edificios históricos y en poco tiempo se convirtieron en lienzos públicos donde dejan su marca los artistas más reconocidos. Vale la pena apreciar estas obras y ser testigos directos de su creación, porque es muy probable ver a los protagonistas trabajar sobre muros y fachadas.
La cantidad de miradores convierten al Barrio Alto en un lugar ideal para contemplar en cualquier momento del día la parte baja de la ciudad, que se pierde a orillas del río Tejo (Tajo en castellano). Además, suelen ser escenario de actuaciones callejeras que compiten a la par con los paisajes. Desde varios de ellos se divisa el Castelo São Jorge, que se encuentra muy cerca y fue la primera fortificación de Lisboa.
El castillo fue construido en el año 138 a.C. y ocupado por fenicios, romanos y musulmanes. Desde sus murallas se pueden apreciar distintos puntos de vista de la ciudad, recorrer sus jardines, subir sus torres y perderse entre sus senderos. Como si no bastara, un restaurante, un museo y la tienda de regalos son la excusa perfecta para intercalar el recorrido al aire libre con el descanso.
El camino hacia la parte baja de la ciudad se puede emprender a pie para admirar los azulejos blancos y azules, con detalles en amarillo o en tonos rojizos, característicos de esta capital. Decoran paredes de casas y edificios, pero también las estaciones del metro con grandes murales que representan hechos históricos de Portugal.
A PIE Y EN TRANVIA Lisboa es bonita para caminar y quizás esa sea la mejor manera de conocer una ciudad, pero mientras el recorrido desde el Barrio Alto a la Baixa es amable, la vuelta puede significar todo un desafío debido a lo empinadas que resultan varias calles. Afortunadamente, entre los encantos de esta capital está el tranvía, que no sólo circula de un rincón a otro sino ofrece al mismo tiempo un momento casi irrepetible. Son pocas las ciudades donde sigue funcionando como un medio de transporte más, y Lisboa es una de ellas: amarillos y rojos, con su interior de madera los tranvías trasladan no sólo de un lugar a otro, sino que también invitan a un viaje en el tiempo que resulta una atracción en sí mismo. El 15 es uno de los más turísticos y a toda hora está lleno de viajeros que dividen su tiempo tomando fotografías por las ventanas y en el interior, sentados en sus asientos de madera o parados mientras se sostienen de las manijas que cuelgan del techo y evidencian su antigüedad.
También hay tranvías más modernos, parecidos a los vagones del subterráneo de Buenos Aires. Aunque se viaja con más cómodamente, porque son más grandes, no tienen la magia de los más antiguos. Justamente es el tranvía 15 el que llega a Belén, famosa por su fábrica de pasteles pero también por la torre del mismo nombre, por el Monasterio de los Jerónimos y por su preciosa costanera que aloja el Monumento a los Descubridores, homenaje a los exploradores que partieron de Portugal y conquistaron tierras en todo el mundo.
La torre de Belén, a orillas del Tejo, fue declarada Patrimonio Histórico de la Humanidad en 1983. Se construyó entre 1515 y 1521 y su estilo refleja las influencias islámicas, sello del estilo manuelino. Un puente de madera conduce a la torre, que se asemeja a un pequeño castillo.
Caminando unos metros por la costanera se encuentra el Monumento a los Descubridores, hermoso homenaje a todos aquellos que participaron de la época dorada de la exploración portuguesa, como Hernando de Magallanes. Fue construido en 1960, al conmemorarse los 500 años de la muerte de Enrique “el Navegante”, impulsor de expediciones.
Alejándose unos metros del río y atravesando un gran parque, se encuentra el imponente Monasterio de los Jerónimos. También declarado Patrimonio Histórico por la Unesco, comenzó a construirse para celebrar el regreso de la India de Vasco da Gama, comandante de los primeros barcos que navegaron directamente desde Europa hacia Asia. Su construcción comenzó en 1501 y demoró casi un siglo.
ECOS LISBOETAS Recorrer los barrios y visitar sus monumentos permite conocer parte de la historia de Lisboa, pero para sentir la ciudad la música puede ser una herramienta más válida. En Portugal hablar de música es hablar de fado, y hablar de fado es hablar de Alfama. Es, quizá, menos turístico en cuanto a obras para ver, pero es el lugar donde los lisboetas sienten el fado, género musical por excelencia del país que hace de la nostalgia y la melancolía su fuente de inspiración. Con casas bajas y calles angostas donde las ropas tendidas adornan muchos balcones, Alfama se presenta como un laberinto que despierta al anochecer cuando en salones y restaurantes comienzan los shows de fado.
Otro plato fuerte de Lisboa es justamente su gastronomía. Los amantes de los pescados y mariscos pueden darse una panzada degustando sardinas, bacalaos –del que se dice que los portugueses tienen una receta para cada día del año–, atún, verdel, caballa, pulpo, langostinos y mucho más.
El Mercado da Ribeira es el sitio ideal para degustar algún plato con pescado. Con una estructura de metal muy moderna y mesas altas de madera, aquí conviven restaurantes con bares, heladerías, chocolaterías y locales de diseño. El Mercado fue construido a fines del siglo XIX como un centro mayorista, pero con los años se fue adaptando y hoy es reconocido como una tienda boutique. Uno de los puestos más interesantes es el de Conserveira Nacional. Vende todo tipo de latas de conserva de pescado a muy buenos precios, entre las que se destacan las sardinas en orégano, los langostinos rellenos y la mousse de atún. Sus vendedores son muy amables, se toman todo el tiempo del mundo para contar qué venden y, además, el empaque es muy bonito. También se puede tomar una copa de “vino verde”, producido únicamente en el norte de Portugal. Los hay tanto blancos como tintos, porque su denominación no se debe al color sino a que se trata de un vino joven, con muy poca maduración.
Una muy buena opción es almorzar en el Mercado Da Ribeira y seguir el recorrido gastronómico en alguna pastelería para probar las delicias dulces. Irse de Lisboa sin probar los famosos pastelitos de Belén, también llamados de nata, es una picardía. El sitio ineludible para degustarlos es la fábrica de ese barrio, abierta desde 1837. Con preparación a la vista, los pasteles llegan tibios a la mesa y son deliciosos. De masa hojaldrada, rellenos con crema pastelera y cubiertos con una capa de azúcar quemada, se deshacen en la boca. Acompañarlos con un té hará que el sabor perdure en el paladar y en la memoria por mucho tiempo.
Alejarse de Lisboa con ese recuerdo dulce confirmará que sus sabores, sus calles pequeñas, sus tranvías, sus galerías de arte al aire libre y sus atardeceres sobre el río Tejohechizan de una vez y para siempre.
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