NUEVA ZELANDA. NATURALEZA Y TRADICIóN EN ROTORUA
Una visita al principal centro turístico de Nueva Zelanda, donde las tradiciones maoríes pueden descubrirse junto a una verdadera clase de geología a cielo abierto, en medio del complejo geotermal más completo del mundo. Una tierra ideal para probar el “curanto neocelandés”.
Por Graciela Cutuli
La entrada a Te Puia es como la de todos los parques de ocio del planeta: un gran estacionamiento, una entrada con molinetes y justo al lado la hilera vidriada de cajeros. Del otro lado de las barreras, un hombre está esperando y tiende la mano para saludar. Tiene la corpulencia de un rugbier, el pelo largo recogido en colita sobre la nuca y rasgos que denotan su origen polinesio. “Me llamo Sean, pero me pueden llamar Juan. Así me llamaban en Santiago del Estero”.
¿Santiago del Estero? Admitamos que uno pensaría escuchar sobre muchos lugares en la principal atracción maorí de Rotorua, en la remota Nueva Zelanda, pero probablemente no sobre Santiago del Estero. Sin embargo, hay una explicación, y Sean la da en un castellano matizado de palabras en inglés: “Es que allá nadie lograba pronunciar correctamente mi nombre, así que terminaron llamándome Juan. Estuve un año, durante una pasantía, y seguramente fui el único maorí en el norte argentino durante aquellos meses”. ¿Quién podría dudarlo? En todo caso, sus palabras de bienvenida generan una instantánea cercanía entre nuestros dos países, situados casi en las antípodas.
Juan, o mejor dicho Sean, es uno de los encargados de Te Puia, un centro que se ha convertido en una de las principales atracciones de la meca del turismo en Nueva Zelanda, la ciudad de Rotorua y su complejo geotermal. En pocas palabras, este centro es a la vez el lugar donde acercarse a la cultura y la historia de los primeros habitantes de Aotearoa –el nombre maorí del archipiélago– y la plataforma de observación de los famosos géiseres de Pohutu.
CURANTO A LA POLINESIA Por lo general se llega a Auckland en avión y se conoce la cara más cosmopolita, multicultural y moderna de Nueva Zelanda. En las calles y negocios es común ver rostros de rasgos polinesios, pero hay que hablar con la gente para descubrir si son maoríes –es decir locales– o procedentes de la multitud de las pequeñas naciones e islas del Pacífico Sur. Para muchas de ellas Auckland es como su segunda capital, y son numerosos entonces los que llegan desde las islas Fidji, Tonga, Samoa o Rarotonga, entre tantas otras de la región. Rotorua, por el contrario, es un lugar muy significativo para la cultura local y los numerosos iwi, los grupos que forman la base de la organización clánica de la sociedad tradicional maorí.
Vale recordar que la ruta que va de Auckland a Rotorua pasa por Hamilton, donde reside el Rey Tuheitia, coronado en 2006 y reconocido como tal por buena parte de los maoríes. Pero no por todos, porque se trata de una institución bastante reciente que se remonta al año 1858, cuando por primera vez hubo tantos británicos como polinesios en Nueva Zelanda. El jefe de uno de los iwi decidió enfrentar los invasores organizándose de la misma manera que ellos y se nombró rey, buscando unir a todos los clanes. Este monarca es reconocido como tal también por muchos habitantes de las islas polinesias, pero no por todos los maoríes en su propio país.
Esta es una de las tantas historias que Sean y los guías de Te Puia cuentan a lo largo de la visita que está por comenzar, mientras el grupo espera completarse para emprender la visita a las distintas casas. Si paseo se hace de día, se recorrerá el gran predio antes de ir a conocer el valle geotermal. Si es de noche, se asiste al desentierro del “hangi”, algo similar al curanto que practican los mapuches en el sur. Luego de haber cavado un gran pozo en la tierra –donde colocan piedras y brasas al rojo vivo– los maoríes cocinan con el vapor grandes platos de verduras, carne y pollo. Las recetas tradicionales fueron adaptadas al gusto de los turistas, que llegan principalmente de Australia y de China, Japón y los países del sudeste asiático. Tras haber presenciado el “desentierro” del hangi, la visita sigue por una gran casa construida sobre el modelo tradicional, con grandes vigas esculpidas como tótem y figuras que se tornan inquietantes en la penumbra, cuando parecen hacer muecas guerreras a la luz vacilante de velas y faroles.
Sean propone algunas frazadas para ponerse al hombro durante el cruce del predio. Buen consejo: porque aunque a la distancia se pueda asociar a Nueva Zelanda con Australia, en realidad ni están tan cerca –las separan unos 2000 kilómetros– ni se parecen en lo que se refiere al clima. En la isla norte, la más templada, las noches son muy frescas ya a principios del otoño.
“Te aronui a rua”, que se podría traducir como “la casa de las reuniones”, es un gran edificio que puede reunir a 200 personas. La madera tallada es un arte sagrado para los maoríes, y lo es cada viga y cada pilar, como los que sirven de marco a una demostración de cantos y bailes tradicionales que culminan con un haka, el baile belicoso popularizado por los All Blacks antes de cada partido de rugby en los torneos internacionales. Originalmente el haka –rito compartido con la mayoría de los pueblos del Pacífico Sur, como recuerda Sean– es un baile ritual que se interpretaba antes de una ceremonia o de una batalla, mostrando músculos, sacando la lengua y agrandando los ojos. Igual que en los partidos de rugby, dicen las malas lenguas...
ESPERANDO A POHUTU Te Puia es un complejo muy completo y totalmente moderno, que cuenta incluso con vehículos eléctricos para mover a sus visitantes de un lugar a otro. Nuestro guía explica que todo ha sido construido con el consejo del grupo Te Arawa, formado por varios clanes y tribus descendientes de un grupo que llegó en el mismo barco hace siglos. Hoy día este grupo reconoce unos 40.000 miembros, que siguen viviendo en torno a la Bahía de la Abundancia, la región misma de Rotorua.
Sean precisa: “Son nuestros ancestros los que llegaron primero a esta región y descubrieron el valle geotermal. Antes de ellos no había otros humanos. Sólo kiwis, moas y otras aves, y algunos reptiles. Tampoco había mamíferos en estos bosques”. Los kiwis, vale recordar, tienen tres significados: son las aves no voladoras endémicas del archipiélago; por extensión también las frutas oriundas de China pero muy cultivadas en Nueva Zelanda, de cáscara marrón y pulpa verde; y un gentilicio popular de los propios neocelandeses.
Las aves, todo un símbolo nacional, son una de las especies de aves más curiosas del reino animal. En Te Puia hay un sector donde verlos, en la semipenumbra, corriendo a toda velocidad bajo las ramas y revolviendo las hojas del piso con su largo pico, como si estuvieran aspirando los insectos del suelo. Su supervivencia está comprometida, ya que no vuelan y son presas fáciles para toda clase de mamíferos introducidos por los colonos británicos, desde perros hasta hurones. Y en cuanto a los moas... Como los dodos de Mauricio y los lobos marsupiales de Tasmania, fueron totalmente depredados por los hombres, en este caso por los maoríes, que los exterminaron definitivamente hacia el siglo XIII. Sólo quedan esqueletos para darse una idea de sus gigantescas proporciones: tres metros de alto y hasta 250 kilos... los rugbiers de las aves.
Volviendo a las termas, el grupo Te Arawa seguramente quedó intrigado por esas grandes columnas de humo que se podía divisar en el horizonte desde las colinas de la bahía. Cuando llegaron, descubrieron un paisaje digno del fin del mundo distintivo por sus terrazas de carbonato de calcio (hay muy pocos sitios de este tipo en el mundo y los dos más famosos son los de Pamukale, en la antigua Hierápolis en Asia Menor, y las Mammoth Hot Springs en el parque de Yellowstone en California). Las aguas termales depositan lentamente sus sedimentos a lo largo de cientos de años, para formar terrazas blancas. Por encima de ellos, hay tres géiseres activos. El más grande se llama Pohutu y es la mayor atracción del complejo... para los pacientes o los afortunados, ya que no está en actividad continuamente. El gran géiser escupe sus aguas a 30 metros de altura y con intervalos.
Pero como cabe imaginar, el ambiente está lleno del vapor de agua y del humo de azufre que exhala la tierra. Por la parte más baja del valle corre un pequeño río que recupera estas aguas y corre entre rocas y lagunitas de barro burbujeante: son las solfataras, que los maoríes han sabido aprovechar con mucho sentido comercial para fabricar ungüentos, jabones y productos de spa. De hecho, todo lo que está hecho a base de los barros termales de Rotorua figura entre los recuerdos más llevados y apreciados por quienes viajan a Nueva Zelanda.
Con los codos sobre la baranda del camino que bordea el valle geotermal, Sean está esperando que Pohutu entre en actividad. “Sería una pena que vengan de tan lejos y no lo puedan ver. Es un espectáculo inolvidable. Esperen un poco más. Además, hay tanto para contar sobre este lugar, sobre cómo llegaron nuestros ancestros, cómo llegaron los británicos y cómo hemos creado este complejo. Fue luego de las guerras de mediados del siglo XIX cuando se empezaron a promover aquí los baños termales, y hasta se puso en servicio el primer tren del país desde Auckland.” Auckland, esa ciudad que parece distar un mundo de esta tierra tradicional arraigada en la cultura maorí, y que representa la cara vanguardista de Nueva Zelanda: punto de llegada y partida para los viajeros desde la Argentina, es motivo de un viaje en sí misma y el punto de partida de nuevas exploraciones por este archipiélago exótico que tiene todo un mundo por descubrir detrás de su acento inglés.
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