ESPAÑA. CIUDADES CON MAGIA DEL SUR
Sevilla, Granada, Córdoba: tres etapas imprescindibles de una gira andaluza para descubrir esta región de luz diáfana y huellas moriscas, donde España se hace poesía y música. Monumentos, iglesias, mezquitas, patios y flores pintan los colores de Andalucía.
› Por Jimena del Mar González
Fotos: Oficina Española de Turismo
Andalucía tiene algo difícil de describir con palabras. Su diversidad cultural, su historia, sus monumentos y paisajes la convierten en un lugar de energía vibrante. Sevilla con sus Alcázares y su Catedral; la Mezquita de Córdoba –única en su estilo– y la impresionante Alhambra de Granada son paradas obligatorias a la hora de recorrer esta región del sur de España, puente entre Europa y Africa y también entre el Atlántico y el Mediterráneo. Una región que deja huella, que en su explosión de emociones es capaz de la máxima alegría y el más profundo de los dolores, que brilla con los colores del sol y contagia con la palabra emotiva de sus poetas y el ritmo de sus guitarras.
SEVILLA FLAMENCA Y ELEGANTE Una canción del popular grupo español Los del Río, responsable de que políticos, deportistas, artistas y simples mortales de todo el mundo bailaran al ritmo de Macarena allá por los ’90, reza que “Sevilla tiene un color especial”, y en eso no se equivoca. Quizá el color que identifica a la capital andaluza sea el anaranjado, por los más de 20.000 naranjos amargos que alfombran la ciudad. Los frutos abundan en las copas de los árboles y en las calles, porque las naranjas maduras que caen forman un manto sobre los jardines. La calidez del anaranjado combina con la temperatura, que apenas comienza la primavera puede superar los 29 grados, llegando con facilidad a 45 en pleno verano. Tomarse unos minutos al pie de estos árboles puede ser una grata experiencia no sólo por la sombra que dibujan sino también por el aroma que desprenden: las flores blancas de azahares perfuman con notas frescas y cítricas todo lo que rodean, es decir toda la ciudad.
Otro color que caracteriza a Sevilla es el azul del río Guadalquivir, el único navegable de España. Aunque con exactitud lo que bordea la ciudad es un canal llamado Alfonso XIII. En 1946, tras repetidas inundaciones se decidió encauzar el curso del río hacia el norte dejando un brazo muerto, más sereno y predecible, pero igual de elegante. El canal está adornado por varios puentes desde donde presenciar la puesta del sol es un espectáculo. Uno de los más bonitos es el Isabel II, también conocido como puente de Triana porque, en apenas unos minutos de caminata, comunica la ciudad con el barrio del mismo nombre, que siempre vivió de cara al río. Allí se formaron los navegantes que partieron hacia América en el siglo XV. De hecho, el primer marinero que divisó América, Rodrigo de Triana, era oriundo de este barrio. Allí también se originó el flamenco, ritmo que se aprecia en toda España pero logra una expresión particular y más genuina en Andalucía. Aún se discute si fue creación de los árabes o de los gitanos: lo cierto es que grandes bailaores y cantores nacieron en las calles sevillanas, por las que hay que perderse para disfrutar un auténtico show de flamenco.
Junto al puente, del lado de Sevilla, se encuentra el mercado Lonja del Barranco, que propone alrededor de una veintena de puestos culinarios ideales para almorzar, merendar y cenar. El edificio, donde antiguamente funcionaba la lonja sevillana (un sitio de reunión comercial), se distingue por una estructura simple y bella. El diseño le fue encargado al taller del ingeniero Gustave Eiffel, que años más tarde haría la famosa Torre de París: el mercado sin embargo se inauguró en 1883, algunos años antes, En el siglo XX fue declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad.
Con sectores cubiertos y al aire libre, el mercado se destaca tanto por su arquitectura como por la calidad de los productos que ofrecen los restaurantes. El lugar es el indicado para pinchos y tapas, y se puede elegir entre un bar de quesos, una marisquería en la que suele haber pulpos gigantes, variedad de croquetas, sopas, tortillas y también bocadillos dulces con crema pastelera y mousse de chocolate.
Luego de pasear por Triana, recorrer la costanera, comer algo rico y perfumarse con los naranjos, queda aún pendiente el recorrido más tradicional por Sevilla: la Catedral Santa María de la Sede de Sevilla, la Plaza España, la Fábrica de Tabacos, El Palacio Real y sus Alcázares.
Santa María de la Sede de Sevilla, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco, es la catedral gótica más grande del mundo. Comenzó a construirse en 1401, tras la demolición de la Mezquita Alijama, de la que aún se conserva el Patio de los Naranjos y la Giralda, la torre con el campanario, símbolo de la ciudad. La Giralda se construyó sobre el alminar de la mezquita y sólo su parte superior –que se edificó para colocar las campanas– corresponde al cristianismo. La torre está coronada por una estatua que se llama Giraldillo y representa el triunfo del cristianismo sobre la fe musulmana. Afortunadamente hay una réplica en la puerta principal de la Catedral, donde se puede apreciar la dama que sostiene un escudo con una lanza en una mano y una palma en la otra.
Sevilla es una ciudad con carácter, como muchas de las mujeres que la habitaron y la habitan. Una de ellas fue la cigarrera que inspiró la ópera Carmen, que relata una historia de amor entre una gitana y un guardia llamado José, con un final trágico: un femicidio para usar las palabras correctas en los tiempos actuales. Los protagonistas se conocen en la Real Fábrica de Tabacos, donde trabaja Carmen. La fábrica fue la primera de este tipo en Europa y comenzó a construirse en piedra durante el siglo XVII. En 1950 se trasladó a otro lugar, pero el edificio puede visitarse porque allí funcionan el rectorado y algunas facultades de la Universidad de Sevilla. El gran patio interno rodeado de arcos invita a imaginar a la cigarrera Carmen trabajando y más allá el cabo José, esperando por ella.
Cerca de la Fábrica se encuentra Plaza España, pegadita al Parque María Luisa, que se construyó para la Exposición Iberoamericana de 1929. Esta plaza semicircular representa a través de su forma el abrazo de España. Es un parque enorme, con canales, puentes, fuentes y referencias a todas las regiones del país, reflejadas en obras de cerámica que retratan momentos especiales o símbolos de cada provincia. Por su belleza es el escenario elegido de recién casados para retratarse y también de varias películas, entre ellas Lawrence de Arabia.
Hablar de parque y belleza en Sevilla es hablar del Real Alcázar, el palacio fortificado de origen musulmán luego conquistado por reyes cristianos. Sus extensos siete jardines están poblados de naranjos, cipreses, cedros, palmeras y otras 150 especies que son un festín para los sentidos. Diferentes aromas y formas seducen a los visitantes, tanto como el interior del Alcázar, alojamiento de la familia Real Española y de sus ilustres visitantes. En el palacio hay que prestar atención a los detalles para apreciar el trabajo artesano presente en muros, arcos, bancos, jarrones y hasta donde menos se espera. Aún conserva reminiscencias de su época musulmana con arcos y muros trabajados en yeso con un nivel de detalle exquisito, pero también hay un gran trabajo en cerámicas de tonalidades amarillas y azules que recubren grandes partes del palacio, en la madera tallada de los techos o en las piedras de sus paredones. El Alcázar es Patrimonio Histórico de la Humanidad y al visitarlo es fácil comprobar por qué, como dice la canción, “Sevilla tiene un color especial, Sevilla me sigue oliendo a azahar...”
GRANADA LA MORA La Alhambra y el Generalife, la villa con jardines habitada por los reyes musulmanes de Granada que era usada para “huir” de la vida oficial del palacio, bien valen una escapada a Granada, pero antes de adentrarse en este mundo de palacios y reyes hay que darse una vuelta por el Albaicín, el antiguo barrio árabe, ubicado frente a la colina de la Alhambra.
En autobús se pueden recorrer las calles sinuosas de este barrio, repleto de cármenes, las típicas casas con jardines árabes. Desde el Mirador de San Nicolás, parada que el conductor del autobús anuncia casi a los gritos sabiendo que prácticamente todos los pasajeros finalizan allí su recorrido, se contemplan en todo su esplendor La Alhambra y sus colores rojizos. Este mirador es “el” lugar para tomar panorámicas. Además, hay una feria de artesanos que venden anillos, collares y recuerdos de la ciudad, y son sumamente amables cuando una y otra vez los viajeros les preguntan cuál es el mejor camino para llegar a La Alhambra, a lo que responderán “siempre bajando”.
Las calles sinuosas recorridas antes en autobús lo parecen menos cuando se trata de bajar, bajar y bajar siempre a la derecha para regresar al centro de la ciudad y de allí emprender el tramo hacia La Alhambra. Lo más importante por tener en cuenta es que las entradas deben ser adquiridas con anticipación y para ingresar a los Palacios Nazaríes se debe pedir turno.
El Conjunto Monumental tiene más de una entrada, pero el acceso más bonito es el de la Cuesta de Gómerez, una calle en subida con muchas tiendas indias que venden telas a muy buenos precios, y otras árabes en las que se pueden conseguir carteras o calzados de cuero tallados muy accesibles.
Al llegar al fin de la Cuesta de Gómerez se encuentra la Puerta de las Granadas y una vez que se la atraviesa se ingresa a un camino acogedor, flanqueado por árboles y acequias en el que se respira paz, preámbulo de la belleza que está por venir.
La Alhambra –que en árabe hace referencia al rojo y según la leyenda se llama así porque se construyó de noche y desde la distancia se veían las antorchas rojas– está dividida en cuatro zonas: Alcazaba, o fortaleza militar; Medina, la ciudad comercial que servía a la corte; el Generalife, es decir los lugares de distracción, y los Palacios Nazaríes. Son tres los palacios de esta ciudad: el Mexuar, de Comares y el de Los Leones. Todos fueron edificados en diferentes épocas, pero todos deslumbran por su belleza. Muchos muros de los palacios están tallados en yeso. Se puede pasar largo tiempo admirando los relieves de esos muros, tan ajenos a nuestra cultura. Sin embargo, esas inscripciones no son al azar: en las paredes de los palacios están tallados poemas, textos del Corán y hasta sentencias. Por eso, hay quienes llaman a la Alhambra el “palacio poema”. Alrededor de 30 se pueden leer aún hoy en sus paredes y fuentes. El color blanco tiza de los muros combina con los vivos colores de los azulejos que adornan los patios de los palacios.
La visita continúa en los jardines repletos de variedades de rosas, lirios, claveles, jazmines y violetas. El arrayán es la especie más significativa de la Alhambra y delimita los márgenes de los espacios abiertos. Y las horas pasan, entre tanto verde combinado con colores vivos que llegan a su esplendor al atardecer, cuando el sol pinta todo de un naranja acogedor.
FASCINANTE CORDOBA Córdoba es la ciudad más pequeña de las tres, tal vez con menos monumentos para recorrer, pero llena de rincones fascinantes. Hablar de ella es hablar de su Catedral y de sus patios.
La Mezquita Catedral es un suspirar por donde se la mire. Es el edificio más importante de cultura islámica de España y tuvo varias adaptaciones desde el comienzo de su construcción a finales del 700 D.C. Como antesala hay un patio enorme con palmeras y naranjos, que actúa como un remanso. En el Interior de la Mezquita sorprenden cientos de columnas de mármol y más de 300 arcos en tonos amarillos y rojos. El éxtasis que produce contemplar esa construcción es difícil de explicar, pero aun superado no opaca la belleza de los detalles de los techos, el coro y cada parte de esta Catedral. La sala de oración y la torre del campanario completan los espacios más impactantes. Sobre el río Guadalquivir y desde el puente romano, también conocido como Puente Viejo, hay una vista encantadora de la Mezquita, especialmente del campanario. Visitarlo de noche puede regalar la mejor postal de Córdoba porque al encanto de la Mezquita se suman el clima que crean los faroles y el reflejo de la luna sobre el río.
La Fiesta de los Patios se celebra en mayo y es cuando los cordobeses abren las puertas de sus casas, adornan sus jardines y se esfuerzan para exhibir variedades de plantas y flores en busca de convertirse en merecedores del premio al Mejor Patio. De todas maneras, no hace falta esperar a la primavera: durante todo el año se pueden visitar los patios para contagiarse de la alegría que implican las macetas pintadas en tonos vivos, donde las flores de colores se llevan todas las miradas. La sensación de estar caminando por allí y de paso “chocarse” con un patio andaluz es inigualable. Una explosión de tonos verdes, rojos, amarillos y azules pueden sorprender en cualquier esquina.
Tal vez Andalucía es difícil de describir: pero sus colores, sus aromas y paisajes hablan por sí mismos con sensaciones que van más allá de las palabras.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux