BUENOS AIRES AVENTURAS Y SABORES DE TANDILIA
Tandil es una bocanada de aire fresco. Por eso, una escapada al corazón de las sierras bonaerenses viene bien para despejarse de la rutina gracias a un viaje cercano que incluye aventuras, religión, patrimonio y sobre todo, suculentas picadas.
› Por Guido Piotrkowski
Tan lindo, tan cerca, pregonan por acá. Y es verdad, porque Tandil –enmarcado en el suave y armónico paisaje que dibujan estas sierras del sistema de Tandilia– queda a cuatro horas de Buenos Aires y a dos de Mar del Plata. Es el término medio, el punto justo, que abarca lo necesario para hacer de una simple escapada un placentero viaje con pinceladas de aventura. Todo matizado con una sabrosa gastronomía, un patrimonio histórico del siglo XIX y comienzos del XX muy bien conservado, y uno de los circuitos religiosos más relevantes del continente.
La ciudad, de 130.000 habitantes y encajonada en un conjunto de macizos erosionados que no superan los 500 metros de altura, es uno de los sitios más visitados durante la Semana Santa, cuando fieles de todo el país peregrinan en masa al Monte Calvario. Según dicen por aquí, es el tercero en importancia a nivel mundial, con sus diecisiete conjuntos de esculturas que ilustran el vía Crucis, y una escalinata de 195 peldaños que culmina en la figura de un Cristo monumental.
EQUILIBRIO Y SABOR También es popular por la mítica Piedra Movediza, que se cayó en 1912. A pesar del paso del tiempo, la fama de Tandil creció en gran medida gracias a esta roca-icono, que en 2007 obtuvo su réplica, emplazada en el mismo lugar donde finalmente perdió su llamativo micropunto de equilibrio. En el pico del complejo turístico donde también están los trozos de la piedra original se puede disfrutar de una buena vista de parte de la ciudad y alrededores.
La localidad es reconocida por su gran producción de chacinados, sobre todo los salames: Tandil es denominación de origen y sinónimo de excelente calidad, con marcas líderes que exportan a todo el mundo y mantienen, sin embargo, una producción artesanal. Todo comenzó con los inmigrantes italianos y españoles que encontraron por aquí características similares al clima de su tierra, y comenzaron a elaborar y conservar chacinados, pasando el saber de generación en generación hasta llegar a alcanzar la excelencia de hoy en dia.
Para comprobarlo, basta darse una vuelta por Época de Quesos, una vieja casona de 1860 que funcionó primero antigua posta y desde 1920 a 1970 como almacén de ramos generales, para cerrar en 1970 y permanecer como una tapera hasta 1990. Ese año finalmente abrió como el local que es hoy: uno de los mejores y más autóctonos lugares para comer no sólo una gran picada, sino también la muzzarella a la milanesa más grande y fresca que el lector pueda imaginar, acompañando un delicioso carré de cerdo en salsa agridulce. Adelante funciona el almacén donde se pueden conseguir la mayoría de los chacinados de la región, para seguir disfrutando en casa del mejor salame del país.
EL PATRIMONIO La plaza principal, que originalmente tenía una sola manzana y hoy cuenta con dos, está rodeada de los edificios más emblemáticos. “Acá no tenés estilo puro en los edificios –señala de arranque Magdalena Conti, coordinadora de Patrimonio Cultural y Archivo Histórico–. El Palacio Municipal es neoclásico, con toda su ornamentación y estructura de gran influencia francesa. La iglesia es ecléctica, tiene algo del Renacimiento pero mucho de la época medieval. No creció como el proyecto original, porque el carrillón –que vino de Alemania en 1930– no entraba, y hubo que alterar el proyecto y romper el techo”, detalla Conti, que oficia de guía en esta mañana primaveral un tanto fresca. La Iglesia también tiene influencia gótica en los pináculos y una Virgen llamativa: “Es una mujer muy joven, tiene los hombros descubiertos y se le ve el cabello, algo que no es habitual”. Cruzando la calle está el Palacio Municipal, un edificio de estilo neoclásico de influencia francesa, que tenía a su lado el antiguo Banco Hipotecario, donde hoy funcionan oficinas municipales. Y al lado de la iglesia está la Escuela Normal, que tiene más de 150 años. “Hay que pensar que la legislación y la economía iban de la mano. En una manzana tenemos lo religioso con lo educativo, que se dan la mano, y en la otra la parte administrativa y el banco. De esta manera vemos la ciudad que Tandil estaba buscando”, explica Conti.
En la plaza, alrededor de la clásica pirámide de la mayoría de las plazas del interior, hay un conjunto de estatuas. Son cuatro esculturas de mujeres, doradas y de pequeño porte, traídas por el ex intendente Ramón Santamarina, quien en 1934 compró para sus estancias estas réplicas de los originales realizadas para la gran exposición universal en Francia. Más tarde las donó a la ciudad. “Es la plaza que tiene el mayor conjunto de esculturas de procedencia francesa en un mismo espacio publico, en todo el país y toda América”, apunta nuestra guía, como dato curioso. En otra esquina de la plaza de Tandil, que tiene más de 230 edificios protegidos, está la Casa Manochi, una de las más antiguas y bellas, hoy transformada en la Casa de la Cultura.
AVENTURAS EN EL CENTINELA “La gente no sólo quiere venir a ver el paisaje, quiere agarrar una bici, subirse a la aerosilla, hacer tirolesa, quiere vivirlo. No pretendemos ser Mar del Plata ni Córdoba, no queremos perder la esencia, y la esencia es el sentido de pueblo. Queremos ser buenos anfitriones”, afirma el director de Turismo, Alejandro Bonadeo. “Antes eran tres o cuatro momentos de estacionalidad –continúa–. Hoy, sea fin de semana largo o normal, siempre tenemos actividades ligadas a lo deportivo y a lo cultural. Era raro que una obra de teatro venga a Tandil, y hoy pusimos en valor el teatro”.
Vamos entonces a vivenciar la propuesta aventurera de Tandil, que tiene matices extremos y familiares tanto en el Valle del Picapedrero como en el complejo del Cerro Centinela. Ambos funcionaron mucho tiempo como canteras, sobre todo a principios del siglo pasado, ya que en esta región se instalaron picapedreros que venían de Europa, Italia principalmente, y es de aquella inmigración que surge la explotación de piedra y granito en toda la zona. Hubo por aquí gran cantidad de canteras con extracción a cielo abierto, pero hoy ya no se puede extraer más en los alrededores. Era un oficio artesanal, que algunos inmigrantes supieron transmitir a las generaciones que los sucedieron.
Hoy en el Valle Picapedrero funciona un ecoparque, un emprendimiento de turismo aventura. Caminando por la sierra todavía se pueden ver las marcas en la piedras de la época en que funcionaba la cantera. En el complejo hay un circuito con paredes de escalada, bajadas en rappel, tirolesas y un puente tibetano. La pared del cerro Aurora es una de las preferidas por los escaladores dada su abrupta caída. Cada una de las vías tienen nombres diferentes y peculiares, ya que quien la escala por primera vez la bautiza. Así, una se llama Voce nao Tein Tubo y la que escalamos nosotros, de diez metros y un nivel para principiantes, Piñón Fijo. Los guías son todos profesores de educación física, especializados en montañismo: como Gastón, quien nos acompaña en esta tarde de sol tibio, mientras subimos y bajamos paredes, volando en tirolesa al compás de un grupo de nubes inquietas.
Otro de los sitios para la aventura es el complejo del Cerro Centinela, un buen plan para pasar el día en familia. En este complejo abierto en 1995 también trabajaron arduamente los picapedreros y está custodiado por una de las piedras icónicas de Tandil: El Centinela. Se pueden hacer cabalagatas y mountain bike; rappel y escalada; hay toboganes de agua y un paintball. El Camino del Aventurero es un circuito en el que hay que atravesar puentes de cuerdas y de troncos, una laguna caminando sobre una red y otros obstáculos que se ubican con brújulas. Además, en el cerro tienen la única aerosilla de la provincia de Buenos Aires. Es un recorrido de diez minutos de un extremo al otro, para finalizar en una confitería y mirador.
Para la pausa del mediodía, el Parador tiene una excelente propuesta gastronómica, dentro de este pintoresco rancho de adobe, donde se puede probar una gran tabla de picadas, pero también una buena oferta en platos regionales, repostería y dulcería serrana, así como suculentos asados.
Luego de un día ajetreado, queda por ver el atardecer en un punto panorámico con vista al lago Fuerte, donde hay un viejo tanque de agua al que le pusieron aspas, como si fuera un molino, y que disparó la idea de construir sendas estatuas de Don Quijote y Sancho Panza, completando el panorama y erigiendo así un monumento a la literatura en la tierra de las piedras que laten.
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