Dom 08.11.2015
turismo

EUROPA UNA PENíNSULA, TRES NACIONES

Encrucijada mediterránea

Istria es la mayor península del Adriático y queda a sólo una hora en autobús desde Trieste, punto de partida de un viaje que comienza en el norte de Italia para llegar a Eslovenia y Croacia. Piedra, mar, pinares y una historia que incluye a Joyce, Koch y los No Alineados.

› Por Dora Salas

“En un viaje no puede haber geografía sin historia”, sostuvo el escritor italiano Claudio Magris, realidad que en Istria se impone a cada paso al aventurarnos por los caminos de la región, cruce de etnias, dominaciones y conflictos.

Istria, un triángulo de 3160 kilómetros cuadrados, es la mayor de las penínsulas del Adriático, un “corazón” que palpita al ritmo de diferentes culturas y bellezas naturales, ahora divididas entre una mínima parte italiana y los territorios de Eslovenia y Croacia.

Las costas oriental y occidental de este corazón peninsular ya estaban habitadas en la Edad de Piedra y luego acogieron a celtas e ilirios, hasta que entre el 229-50 a.C. Roma impuso su autoridad sobre ellos. Cuando el Imperio Romano se dividió, Istria quedó en Oriente y fue conquistada por Bizancio. Vestigios de dichas culturas sorprenden aún entre los pinares, en las ciudades o frente al mar.

A partir de 1040 Istria se convirtió en un marquesado autónomo pero bajo influencia de los Habsburgo, mientras los venecianos controlaron sus costas. Así el águila bicéfala y el león alado, símbolos de estos dos poderes, aún se encuentran en diferentes ruinas.

IMPRONTA VENECIANA Partir por tierra desde Trieste, en el noreste de Italia, hacia Istria es una posibilidad económica y nada complicada, ya que la terminal internacional de autobuses se encuentra a metros de la estación central de trenes y los horarios para las zonas eslovena y croata de la península son frecuentes. En una hora se alcanza la frontera con Eslovenia, donde se suceden los pueblos a lo largo de sus 47 kilómetros de costa, la única salida al mar de este país.

Koper luce edificios y campaniles de evidente impronta veneciana, pues la ciudad –la mayor del Adriático esloveno– tuvo su período más floreciente durante los siglos XV y XVI, bajo el poder de Venecia. Lo mismo sucede en Izola y Piran. Pero la ciudad más turística es Portoroz, que tiene también un casino y numerosas posibilidades para practicar deportes acuáticos.

Las murallas del viejo castillo, construidas entre los siglos VII y XVI, dominan la ciudad de Piran, cuya plaza Tartini –homenaje al violinista local Giuseppe Tartini, circular y volcada hacia el puerto- está rodeada por hermosos palacios donde perdura el león alado de San Marcos. La iglesia de San Jorge se distingue a su vez por su campanario típicamente veneciano.

En los alrededores de esta zona se encuentran las salinas de Secovlje, cuya explotación tiene siete siglos de historia y fueron fuente del importante comercio con la República de Venecia. Izola, por su parte, ofrece el encanto de un antiguo pueblo pesquero y de algunos edificios del siglo XVI, como la basílica de San Mauro.

La siempre compleja historia de la zona registra, después de la Primera Guerra Mundial, el paso de Istria de los Habsburgo a Italia, en tanto durante la Segunda sufrió la ocupación nazi. Con posterioridad la península se dio a Yugoslavia, Federación que se disolvió en 1991.

Ahora, el entramado de anexiones, resistencias y guerras de diferentes períodos se puede “leer” en Istria y en especial en la zona croata.

Casi toda de piedra, en la costa del Adriático contrasta el color de las rocas, el mar y los pinares.

DEL IMPERIO A LOS NO ALINEADOS En autobús o en automóvil, pasar de Eslovenia a Croacia es tan sencillo en Istria como dejar Italia para seguir por la autopista hacia la zona eslovena, ya que en ambos casos se trata de un vallado y los trámites fronterizos de mostrar el pasaporte y la documentación del vehículo. Los dos países son miembro de la Unión Europea (UE). Eslovenia es parte de la zona Schengen de libre circulación y su moneda es el euro, pero Croacia no integra la primera y se maneja oficialmente con kunas, aunque ni una ni otra cuestión generan problemas para el turismo. Tampoco la comunicación es complicada pues, además de inglés que manejan quienes están vinculados con el turismo, muchos hablan italiano o alemán por pertenecia histórica.

Pula, en el sur de la península y fundada entre el 47 y 44 a.C., enamora a primera vista. A pocas cuadras de la terminal de autobuses y fuera de sus viejas murallas, se alza una joya del siglo I, el anfiteatro romano. De gran capacidad, llegó a alojar 20.000 espectadores durante los combates de gladiadores, en la Edad Media fue escenario de torneos de caballeros y ahora se usa para espectáculos de ópera, conciertos y festivales. Su piedra caliza destella bajo el sol y, a través de varios de sus 72 arcos, esa blancura contrasta con el azul cobalto del Adriático. La planta elíptica, que alcanza en su eje mayor los 130 metros de longitud, surge imponente entre callecitas y edificios antiguos, a metros de un amplio espacio verde. Además del anfiteatro persisten un arco de triunfo, el foro y templo de Augusto (reconstruido después de la Segunda Guerra Mundial pues había sido destruido por los bombardeos), y tramos de la muralla, que tuvo diez puertas. Iglesias medievales y una fortaleza veneciana, ahora sede del Museo Histórico de Istria, suman atractivos a la ciudad, donde residió entre 1904 y 1905, durante el período austrohúngaro, el gran escritor irlandés James Joyce. Su estatua, obra del escultor croata Mate Cvrljak, nos espera en la terraza del café Uliks, junto al Arco de los Sergios, antiguo monumento romano, y la plaza Portarata. Sentado, aguardando un café o un aperitivo, Joyce parece invitarnos desde el bronce a releer su magistral Ulises durante nuestra estadía en Pula.

Siete kilómetros al norte de la ciudad se encuentra el pequeño puerto de Fazana, desde donde se parte hacia el archipiélago de las islas Brijuni, declarado Parque Nacional en 1983. En unos 20 minutos de navegación se llega a la mayor de las 14 islitas, Veliki Brijun, un paraíso colonizado por romanos y bizantinos, pero destruido luego por las numerosas talas de los venecianos, la peste y la malaria. Casi deshabitada hasta mediados del siglo XIX, logró recuperar su esplendor de la mano del industrial Paul Kupelwieser. En 1905, el bacteriólogo alemán Robert Koch la liberó de la malaria y después de la Segunda Guerra Mundial el mariscal Tito construyó en este oasis su residencia estival, donde recibió a los líderes del Movimiento de Países No Alineados, entre ellos Nasser, Nehru, Salvador Allende y Fidel Castro. También pasaron por la residencia de Tito estrellas del espectáculo como Sofia Loren. Ahora dos trencitos recorren la isla para observar el zoológico, cuyos animales provienen de ejemplares donados por políticos amigos de Tito, como los ñandúes que le regalara el socialista Allende. Entre el mar y los bosques se observan ruinas romanas, como el templo de Venus, y bizantinas, como la fortaleza. También es posible alquilar bicicletas y pedalear a gusto, pues la isla ofrece más de 24 kilómetros de senderos, o visitar un museo y una galería fotográfica dedicados a Tito, además del paseo que recuerda a Robert Koch y el jardín botánico. Y como broche de oro, el papagayo Koki, regalo de Tito a su nieta. Este longevo cacatúa blanco con un penacho amarillo suele “dialogar” con los turistas en distintas lenguas y nos dedicó un doble saludo, “ciao” y “bye”, para deleite de niños y adultos.

Las antiguas construcciones de la costa de Rovinj, levantadas al borde mismo del mar.

PLAYAS, SOL, PINARES Zambullirse en el Adriático de Pula es una experiencia agradabilísima por la calidez y calma de sus aguas. Se pueden alquilar unos botecitos a pedal que cuentan con pequeños y coloridos toboganes para lanzarse al mar a metros de la orilla, pero donde la profundidad ya alcanza los 15 o 20 metros. Para los chicos, una experiencia imperdible es dar una vuelta en un diminuto submarino rojo cuyos laterales y fondo transparentes crean la ilusión de convivir con peces de variados tamaños.

La costa, casi toda de piedra, crea contrastes fascinantes entre el blanco de las rocas, el cobalto del Adriático y el verde de los pinares. Pero quienes están acostumbrados a la suavidad de la arena de otras latitudes deben llevar un cómodo y económico calzado plástico, sea para caminar por la playa o para entrar en el mar. Ocho kilómetros al sur de Pula, en el vértice del triángulo peninsular, Medulin atrae con bares, parque de diversiones, negocios de recuerdos, artesanías, licores y dulces, sin olvidar una amplia oferta de atracciones acuáticas, entre ellas las motos y bananas de agua. Y para los que desean “alejarse del mundanal ruido”, hay botes-taxi que en pocos minutos alcanzan islitas casi deshabitadas, donde sólo existe un parador o un lugar de comidas y bebidas.

En algunas playas de la Istria croata se admite el nudismo, y se dice que en 1936, en la isla de Rab, el rey de Inglaterra Eduardo VIII –cuya permanencia en el trono duró pocos meses (de enero a diciembre de ese año)– disfrutó de esa posibilidad acompañado por su amada Wallis Simpsonz

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