Domingo, 15 de noviembre de 2015 | Hoy
BRASIL ENTRE SAN PABLO Y RíO DE JANEIRO
Ilha Grande invita a un alto ineludible cuando se viaja entre la capital turística y la capital económica brasileña. Una isla con el encanto de dos villas donde no hay autos pero sí navegaciones, senderos para atravesar la selva, playas tan misteriosas como paradisíacas y una historia de novela.
Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio y María Clara Martínez
Sólo 400 kilómetros separan el dinamismo cautivante de San Pablo de la exuberante Río de Janeiro. En ese tramito apenas, Brasil hace alarde de sus atributos: Santos y su historia futbolera dan paso a la coqueta Ilhabela, los aires coloniales de Paraty conquistan a los enamorados, y Ubatuba y su centenar de balnearios imantan a bañistas y navegantes a vela del país entero. Ese corredor costero atesora además una franja protegida por grandes Parques Estaduales y Nacionales. Entre ellos, una isla fascinante por belleza, historia y posibilidades para el turismo, vuelve posible lo imposible: la experiencia real con un territorio aún virgen.
AL OTRO LADO "¡Uuuh, uuuh… uuuooooh!", se oye desde el Pico do Papagaio en la verde y húmeda sierra de Ilha Grande, justo enfrente de Angra dos Reis. Son los monos aulladores que habitan la cima, y la bruma de hoy le da un halo todavía más misterioso al camino propuesto por Rodrigo, el fotógrafo y guía chileno que -enamorado de una carioca- caminó, corrió y navegó tras ella hasta aquí. Hoy tienen dos hijos y una pousada a la que llamaron Ouro Verde (Oro Verde) por la riqueza que encontraron en este suelo. El lugar, además de un remanso en medio de la selva, es sede de muchos viajeros que buscan algo más que la visita a playas desiertas, y que se han enterado de boca en boca sobre la curiosidad, y por momentos obsesión, con que Rodrigo ha examinado cada rincón, cada pájaro, cada plata nativa. "Mira Pablo, si tú quieres llegar a Dois Rios de la mejor manera, debes tomar un atajo durísimo diría yo, pero que te ahorra hora y media, ¿sabes?", propuso un par de horas antes, acertando tanto en tiempos como en dificultad. Pese a su habla cotidiana en portugués, Rodrigo no ha perdido la perfecta pronunciación de la "ll", y mete un "¿cachái?" cada vez que puede. "Ahorita debo preparar el desayuno así que te dejo. Ve con fe compañero y cuídate de los monos, que por esta época están muy hambrientos", dijo. Eso, por suerte, aún no lo hemos comprobado, aunque en medio de los cañaverales el eco de sus aullidos no nos hace nada de gracia. Hemos visto, sí, ardillas, aves coloridas, mariposas gigantes, un lagarto y una familia de esos monitos pícaros que aseguran pueden desvalijarte en un rato. Pero son apenas un botón de muestra de lo que la Ilha atesora, especialmente en materia de fauna marina, con una playa completamente virgen destinada al desove de tortugas y -dicen- un rincón donde habitan yacarés y carpinchos como en los mismísimos esteros del Iberá. Seguimos caminando en silencio por una galería de inmensas jaboticabas. El sol primaveral se cuela tímidamente de tanto en tanto, hasta que el camino se desvanece nuevamente en las sombras. Subimos y bajamos, y por suerte los poços das trilhas, lagunas que se oyen a la vera camino, hacen más ameno el andar y son la excusa perfecta para el descanso. Algunos incluyen pequeñas cascadas y vertientes de agua potable, lo que provee al caminante del refresco necesario para seguir andando: aún queda un buen tranco. Si desde Rio Grande do Sul hasta Rio Grande do Norte la selva tropical a la que llaman Mata Atlántica es la principal protagonista, las lianas y helechos, el garapuvú y las yacas (delicia de los monos por su sabor símil banana) aquí son dueños de todo. Su espesura insondable deja paso sólo a estas trilhas (senderos) que se inmiscuyen por quebradas y recodos para conectar Abraão con playas desiertas y antiguos poblados de historia sorprendente. Uno de ellos es Dois Rios, donde al fin llegamos.
EN PRIMERA PERSONA El lugar genera cierta zozobra al principio. Un silencio abrazador y la tormenta que se avecina le dan un marco un tanto tenebroso. Adelante, junto a una garita derruida, yace inmóvil una barrera baja, como si hubiese necesidad de detenerse ante la nada misma. Desde aquí se ven algunas casas devoradas por mangos y hiedras que suben de las paredes hasta los techos. Es un pueblo fantasma a primera vista, aunque en su entrada principal se lucen cordones de asfalto marcando prolijamente calles de tierra, y un bellísimo boulevard es cercado por palmeras imperiales altísimas, que hablan de un antiguo esplendor. Ocurre que aquí estuvo la Colônia Correcional, el presidio de máxima seguridad que supo tener Río de Janeiro, refuerzo del viejo Lazareto creado en 1871 para atender enfermos que llegaban a Brasil. Aquella primera casa de campo, que se transformaría luego en una colonia de leprosos, atendió a más de cuatro mil embarcaciones desviadas desde la entonces capital. En 1940 Getulio Vargas transformó el Lazareto en una prisión federal, enviando allí criminales pero también presos políticos, hasta su cierre en el advenimiento de la democracia. Los presos fueron trasladados entonces a la Colônia Correcional, lo que generó un flujo continuo de servicios, y con ellos, el incremento de habitantes de Dois Rios. Una aldea de pescadores transformada en pueblo próspero, en apenas semanas. Estos acontecimientos le valieron a Ilha Grande ser conocida hasta hace muy poco como "Ilha Presídio", mencionada así en muchos libros y películas. A su vez, esa condición la mantuvo aislada del mundo libre hasta 1994, cuando el gobierno del estado decidió cerrar la cárcel y dinamitarla, abrir la isla a las visitas, y otorgarle a la universidad de Río de Janeiro un espacio lateral para un Centro de Ciencia Biológica. Aquellos prisioneros fueron transferidos esta vez a Río de Janeiro, salvo uno… Júlio de Almeida. Si la indicación de Rodrigo es correcta, nos restan sólo dos cuadras hasta la playa donde el último preso teje hoy las redes que le dan de comer. Caminamos ansiosos, dudando un poco de la veracidad del encuentro. Pero sí… efectivamente ahí está el hombre "negro de barba blanca como Papá Noel", según había referenciado el chileno. Nos presentamos, y de inmediato se larga a hablar en un portuñol cuyo mayor atributo es lo gestual. Por las dudas, cada dos frases pregunta: "¿Está comprendendo?", y basta un gesto para que continúe el relato. Desde que la televisión de Brasil y "unos chinos" lo entrevistaron tiempo atrás, ha alcanzado fama de galán de telenovela, y a cambio de un trocadinho cuenta su vida entera, desde esa riña de juventud -"a verdadeira equivocación"- que lo mandó tras las rejas, a sus días como guía-pescador del ex pueblo carcelero. Es el último preso que tuvo la isla, formalmente libre en diciembre de 2014, pero que por acuerdos con el gobierno y buen comportamiento trabajó en las fazendas del presidio y gozó de libertad condicional. Eso le permitió salir y conocer a su mujer, formar una familia en Dois Rios, empezar de nuevo. Él mismo nos lleva a recorrer la cárcel que va camino a ser un gran museo nacional. "O tempo foi meu gran maestro. A ilha, meu grande consuelo", asegura.
REGRESO A LA VILLA La vuelta es más calma, acaso por el reconocimiento del sendero y la contemplación de estos paisajes en retrospectiva. Si descubrir cada rincón era un objetivo implícito al llegar, ahora se torna más alentador después de escuchar algunas historias. El arribo hasta las mejores playas, cascadas y caseríos de pescadores es entonces la razón de ser del movimiento de sus dos bases, Abraão a un lado; Araçatiba al otro. Si bien la segunda invita a la Lagoa Verde y Praia Vermelha, dos lugares imperdibles, es Abraão el centro de la acción. Capital de Ilha Grande, allí se concentra la mayoría de los servicios para visitarla, y una pequeña oficina de turismo en el muelle de entrada brinda a los recién llegados un mapa donde cada circuito está marcado indicando tiempos, dificultades, actividades posibles y medios de llegar (a pie o en barco). También aquí está la mayoría de las posadas, hoteles y casas de familia que aprovechan la temporada, al igual que un reciente camping. Tiendas de ropa y playa, bares y restaurantes se desparraman a lo largo de la costa. Y es notable ver entrar al mar en cada oleaje hasta las sillas donde los visitantes comen mariscos, pizza, el infaltable feijão y dulces de pitaya con los pies mojados por la espuma. Al caer la tarde sobre el mar, músicos cantando hits de Caetano, Vinicius, Tom Jobin, Toquinho y Elis Regina, frente al diminuto puerto donde entran veleros y escunas grupales, envuelven en una magia encantadora. La costanera, contenida por una vereda de piedras, es la única a nivel del mar. Desde allí, todo enfila a la sierra siempre en subida, desde donde Abraão se despliega colorida, desordenada y bella. Sus callejuelas zigzaguean hacia el Pico do Papagaio, colinas cercanas y otros miradores. Y más abajo, la rua Donna Romana divide lo comercial del área ecológica. A un lado hay negocios de ropa y accesorios, paradores de comidas, bares y puestos de turismo; al otro, el destacamento policial, los bomberos, la escuela, casas de militares y de policías, la iglesia, ruinas históricas y la puerta a la naturaleza más pura.
ANDAR Y DESANDAR Las caminatas son el alma de la isla. Pero para quien no quiere o no puede caminar, una red de barcos grupales y privados reemplaza a toda hora a los inexistentes autos. Y es que sólo son tres los vehículos oficiales: un patrullero, un camión de bomberos y una ambulancia del puesto de salud. El resto se maneja por medio de la navegación, cualquiera sea la distancia. Las escunas son las grupales, y parten desde temprano a todos los rincones de Ilha Grande. Se trata de embarcaciones construidas en madera con dos mástiles altos y una gran proa. Las privadas son los taxiboat, que pueden contratarse individualmente o en pequeños grupos. La isla es inmensa y posee reservas interiores como Aventureiro, sólo accesible con permiso, y sitios donde directamente hay prohibición absoluta de tocar la arena, ya que se resguarda para la fauna (el desove de tortugas marinas, por ejemplo) y flora nativa. Muchas visitas combinan buceo, snorkel y distintos safaris por la jungla. Otras caminatas de mediano y largo alcance conectan con bahías y playas paradisíacas como Lopes Mendes (tres horas a pie, o tomando una escuna hasta Pouso, más 30 minutos de caminata), Caxadaço y Santo Antonio, donde las arenas blancas y ramilletes de cocoteros, el agua transparente casi sin olas, y la soledad, nada tienen que envidiar al Caribe. Desde el pueblo, una de las caminatas recomendadas lleva a la pequeña playa de Feiticeira, previo paso por una gran cascada. Algunos dicen que es la caminata de aclimatación para el recién llegado, aunque su sendero no es fácil, pero sí sorprendente: además de la playa y la cascada se pueden ver las ruinas del antiguo acueducto y llegar hasta el Lazareto. Otro camino similar, también hacia el norte de Abraão, conduce a La Ensenada das Estrelas y el Saco do Céu, donde hay una pequeña comunidad. Allí hay energía eléctrica, un pequeño puesto de salud y una escuela municipal primaria. Para ello hay que enfilar hacia Feiticeira, pero seguir costeando el mar por las playas de Camiranga, Perequê y Fora, cruzando el río caudaloso que llega desde la sierra. La ensenada alberga la mayor la población de estrellas de mar de la isla (de allí su nombre), y el "pedazo de cielo" (saco do céu) uno de los mejores lugares para practicar buceo y snorkel. Más lejos aún, la playa de Bananal, la bahía dos Macacos y la Lagoa Azul son otras visitas recomendadas. Antes de la despedida, si se cuenta aún con energía y se soportan horas de navegación hasta el otro lado de la isla, el premio es la Gruta do Acaiá. Se trata de una grieta de piedra costera, unos ocho metros bajo el nivel del mar, cuyo hueco va penetrando la piedra hasta colocarse de forma vertical y entrar en agua. Así el mar logra el acceso a un salón subterráneo, entregando a la oscuridad de la caverna destellos turquesas cada vez que ilumina el sol. Es un espectáculo maravilloso, uno de los tantos de esta isla prodigiosa.
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