COSTA ATLANTICA ESTADíA EN OSTENDE
Un balneario que mantiene la armonía entre lo civilizado y lo natural, y un hotel que seduce por su tranquila elegancia, donde se cuida al detalle la atención al huésped.
La lucha contra la arena puede ser el título de una épica ambientada en las costas bonaerenses. En esta batalla singular del hombre contra los médanos, que todo lo arrasan y en los que poca vegetación crece, se fueron construyendo los balnearios más conocidos y los nombres de los vencedores son parte del mapa de la costa argentina. Carlos Gesell es el más famoso, y de su villa y de su sueño poco queda bajo el cemento y la urbanización enloquecida del lugar. Distinto es el caso de Ostende, en donde todavía se respira el aire de la justa victoria sin que ésta sea, necesariamente, transformar el lugar en una ciudad amorfa o en un reducto artificial, caro y snob. ¿Cómo hicieron para salvarse de todo aquello?
EL ORIGEN DEL BALNEARIO
La respuesta, tal vez, esté más en los orígenes que en
el presente, y lo que seduce del lugar es la discreta austeridad, la elegancia
sin ostentaciones, la armonía entre lo civilizado y lo natural. Creado
en 1909 por Ferdinand Robette y Agustín Poli, unos pioneros belgas que
lo bautizaron nostálgicamente en recuerdo al balneario del Mar del Norte,
el pueblo encuentra su apogeo en 1913 con la construcción del Hotel Termas,
que luego se convertiría en el Viejo Hotel Ostende. El mismo, aunque
un poco distinto, que hoy funciona como centro de atractivo del lugar y que
desborda su belleza en el prolijo y bien equipado balneario que forma parte
de sus servicios.
Hace 90 años, llegar a Ostende era toda una odisea. Ese viaje en tren
desde Constitución, por ejemplo, hasta la estación Juancho y luego
en volantas hasta el transbordo a un pequeño tren que cruzaba las dunas,
siguió siendo así hasta mediados del siglo pasado, ya que la arena
no se rindió fácilmente para dejar paso a los eventuales visitantes.
Pero se intuye que algo interesante había detrás de las arenas
para lanzarse a la excursión. Así lo sintieron todos y cada uno
de los ilustres, y otros no tanto, huéspedes del Viejo Hotel. Entre la
nómina de los famosos están Antoine de Saint-Exupéry, Bioy
Casares y Silvina Ocampo que allí mismo escribieron Los que aman,
odian, y Arturo Frondizi, entre otros.
DELEITE POR EL DETALLE
El Viejo Hotel Ostende es lo más parecido a una experiencia aristocrática,
cuando se es plebeyo. Porque equivocadamente se asocia la desmesura y el boato
a este tipo de gustos y disfrutes. Por el contrario, lo que se vive en los días
de descanso en el hotel es el deleite por el detalle. Una copa al lado de la
pileta antes de la cena, un plato de comida casera bien resuelto con la decoración,
el tamaño y el condimento justos, carpa con todo lo necesario para bajar
a la playa, bebidas frías y comidas apropiadas en el parador del balneario,
esparcimiento que entretiene y no molesta a los demás, y cuidadoras para
niños en un espacio bien acondicionado. En la atención se multiplica
esta misma estética: resuelven sin ser cargosos, atienden sin exageraciones
y ofrecen, cuando se necesita.
La arquitectura del hotel, también, es destacable. Un sistema de pasillos
hace que las habitaciones se pierdan unas de otras. Eso redunda
en una tranquilidad notable y sólo se sabe que hay mucha gente en los
horarios de comidas. El gran salón del primer piso reúne a los
pasajeros con sus pisos originales, grandes ventanales, mesas de madera y muebles
de la época. Allí se sirven el desayuno y la cena. La idea de
menú es la incorporación de nuevos sabores sobre la férrea
base de la comida casera. Sencillos y gustosos son los platos de pescado, carnes
y pastas. Los postres sellan el pacto con el buen gusto por las alternativas
simples. Interesante sería que esta misma línea se continuara
en el desayuno, por ejemplo con la incorporación de dulces caseros y
buena pastelería recién salida del horno.
SUTIL ELEGANCIA El
reciclado del Viejo Hotel Ostende se ha resuelto con la misma elegancia que
traía de sus comienzos. Las habitaciones son dobles y triples, y hay
cómodos departamentos que cuentan con una sala, cocina, habitación
y baños. Además, el lugar cuenta con microcine, videoteca ybiblioteca,
sala de Internet y sala de juegos. Esta oferta puede resultar ciertamente intranquilizadora,
si se quiere descansar. Lo notable es que la distribución de los espacios
hace que no perturbe la tranquilidad de alguien para quien las verdaderas vacaciones
son no hacer nada, de nada. Un punto alto de este hotel, muy cercano a Pinamar
pero lo convenientemente lejos de su ruido, es la pileta. Además de la
posibilidad de tener agua sin tanto viento y arena (a veces el mar es un poco
cansador), es un lugar ideal para leer bajo una vegetación muy bien pensada.
La higuera es la que se lleva los aplausos, pero la Santa Rita y otras variedades
florales no se quedan atrás.
En estos lugares costeños, donde la naturaleza se resistió a la
embestida del hombre, hay algunos que inclinaron demasiado la balanza para el
lado de los civilizados y son grandes ciudades, sobre todo con sus
desventajas. En Ostende parece ser que encontraron la manera de encontrar lugar
para todos.
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