Dom 18.01.2004
turismo

COSTA ATLANTICA ESTADíA EN OSTENDE

El discreto encanto del Viejo Hotel

Un balneario que mantiene la armonía entre lo civilizado y lo natural, y un hotel que seduce por su tranquila elegancia, donde se cuida al detalle la atención al huésped.

Por Laura Isola

La lucha contra la arena puede ser el título de una épica ambientada en las costas bonaerenses. En esta batalla singular del hombre contra los médanos, que todo lo arrasan y en los que poca vegetación crece, se fueron construyendo los balnearios más conocidos y los nombres de los vencedores son parte del mapa de la costa argentina. Carlos Gesell es el más famoso, y de su villa y de su sueño poco queda bajo el cemento y la urbanización enloquecida del lugar. Distinto es el caso de Ostende, en donde todavía se respira el aire de la justa victoria sin que ésta sea, necesariamente, transformar el lugar en una ciudad amorfa o en un reducto artificial, caro y snob. ¿Cómo hicieron para salvarse de todo aquello?

EL ORIGEN DEL BALNEARIO La respuesta, tal vez, esté más en los orígenes que en el presente, y lo que seduce del lugar es la discreta austeridad, la elegancia sin ostentaciones, la armonía entre lo civilizado y lo natural. Creado en 1909 por Ferdinand Robette y Agustín Poli, unos pioneros belgas que lo bautizaron nostálgicamente en recuerdo al balneario del Mar del Norte, el pueblo encuentra su apogeo en 1913 con la construcción del Hotel Termas, que luego se convertiría en el Viejo Hotel Ostende. El mismo, aunque un poco distinto, que hoy funciona como centro de atractivo del lugar y que desborda su belleza en el prolijo y bien equipado balneario que forma parte de sus servicios.
Hace 90 años, llegar a Ostende era toda una odisea. Ese viaje en tren desde Constitución, por ejemplo, hasta la estación Juancho y luego en volantas hasta el transbordo a un pequeño tren que cruzaba las dunas, siguió siendo así hasta mediados del siglo pasado, ya que la arena no se rindió fácilmente para dejar paso a los eventuales visitantes. Pero se intuye que algo interesante había detrás de las arenas para lanzarse a la excursión. Así lo sintieron todos y cada uno de los ilustres, y otros no tanto, huéspedes del Viejo Hotel. Entre la nómina de los famosos están Antoine de Saint-Exupéry, Bioy Casares y Silvina Ocampo –que allí mismo escribieron Los que aman, odian–, y Arturo Frondizi, entre otros.

DELEITE POR EL DETALLE El Viejo Hotel Ostende es lo más parecido a una experiencia aristocrática, cuando se es plebeyo. Porque equivocadamente se asocia la desmesura y el boato a este tipo de gustos y disfrutes. Por el contrario, lo que se vive en los días de descanso en el hotel es el deleite por el detalle. Una copa al lado de la pileta antes de la cena, un plato de comida casera bien resuelto con la decoración, el tamaño y el condimento justos, carpa con todo lo necesario para bajar a la playa, bebidas frías y comidas apropiadas en el parador del balneario, esparcimiento que entretiene y no molesta a los demás, y cuidadoras para niños en un espacio bien acondicionado. En la atención se multiplica esta misma estética: resuelven sin ser cargosos, atienden sin exageraciones y ofrecen, cuando se necesita.
La arquitectura del hotel, también, es destacable. Un sistema de pasillos hace que las habitaciones se “pierdan” unas de otras. Eso redunda en una tranquilidad notable y sólo se sabe que hay mucha gente en los horarios de comidas. El gran salón del primer piso reúne a los pasajeros con sus pisos originales, grandes ventanales, mesas de madera y muebles de la época. Allí se sirven el desayuno y la cena. La idea de menú es la incorporación de nuevos sabores sobre la férrea base de la comida casera. Sencillos y gustosos son los platos de pescado, carnes y pastas. Los postres sellan el pacto con el buen gusto por las alternativas simples. Interesante sería que esta misma línea se continuara en el desayuno, por ejemplo con la incorporación de dulces caseros y buena pastelería recién salida del horno.

SUTIL ELEGANCIA El reciclado del Viejo Hotel Ostende se ha resuelto con la misma elegancia que traía de sus comienzos. Las habitaciones son dobles y triples, y hay cómodos departamentos que cuentan con una sala, cocina, habitación y baños. Además, el lugar cuenta con microcine, videoteca ybiblioteca, sala de Internet y sala de juegos. Esta oferta puede resultar ciertamente intranquilizadora, si se quiere descansar. Lo notable es que la distribución de los espacios hace que no perturbe la tranquilidad de alguien para quien las verdaderas vacaciones son no hacer nada, de nada. Un punto alto de este hotel, muy cercano a Pinamar pero lo convenientemente lejos de su ruido, es la pileta. Además de la posibilidad de tener agua sin tanto viento y arena (a veces el mar es un poco cansador), es un lugar ideal para leer bajo una vegetación muy bien pensada. La higuera es la que se lleva los aplausos, pero la Santa Rita y otras variedades florales no se quedan atrás.
En estos lugares costeños, donde la naturaleza se resistió a la embestida del hombre, hay algunos que inclinaron demasiado la balanza para el lado de “los civilizados” y son grandes ciudades, sobre todo con sus desventajas. En Ostende parece ser que encontraron la manera de encontrar lugar para todos.

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