PARAGUAY > EL ANTIGUO HOTEL DEL LAGO
Creado en 1888 a 50 kilómetros de Asunción, junto al lago Yparacaí y con aires de castillo feudal, el lugar evoca la historia de Elizabeth Nietzsche y Bernhard Forster, hermana y cuñado del filósofo alemán, fundadores de una colonia cercana que pretendía ser cabeza de un imperio ario en Sudamérica.
› Por Julián Varsavsky
Hace ocho años Osvaldo Codas comenzó la restauración del Hotel del Lago en la ciudad de San Bernardino, y al revisar una cómoda en los sótanos encontró en la madera de un cajón un desgarrador poema manuscrito: “Más allá de la vida / más allá de la muerte / volveré en el tiempo / brotaré en las paredes / a buscarte en los ojos / con que mira el misterio / serás carne… yo fuego”.
Los versos están fechados en 1904 y la caligrafía pertenecería a la periodista y aventurera Ida Backman, dirigidos seguramente a su amada Selma Lagerlöf, sueca como ella y la primera mujer en recibir el premio Nobel de Literatura en 1909. Ida y Selma, al parecer, compartieron un novio con el que formaron un triángulo amoroso, en el que ellas mismas eran amantes: Backman lo hizo público en un escandaloso libro que escribió después de la muerte de la escritora, titulado Mis amores con Selma Lagerlöf.
El cajoncito es ahora la cómoda con mármol blanco en la habitación 24 del segundo piso, la misma que usaba Backman, donde aún se leen claramente esos versos centenarios. Acaso por despecho ante el abandono por parte de Lagerlöf, la escritora se habría desterrado a sí misma en este rincón remoto de Sudamérica frente al lago Ypacaraí. Esta fue su base para recorrer toda Sudamérica, incluyendo las profundidades del Amazonas, en un tiempo en que era una aventura riesgosa para una mujer solitaria. Ida vivía de enviar sus crónicas a un diario sueco.
UNA COLONIA ARIA La historia más fascinante encerrada en las paredes de este hotel es la de Bernhard Forster y Elizabeth Nietzsche, hermana del gran filósofo, quienes se alojaron aquí muchas veces por ser amigos del alemán Guillermo Weiler, creador del hotel (cuyo hijo hizo el servicio militar en Alemania y terminó siendo miembro de las SS).
Forster por su parte había sido docente de la Escuela de Bellas Artes de Berlín, de donde fue expulsado por su militancia antisemita: un manifiesto suyo declaraba que los judíos eran “parásitos en el cuerpo alemán” y proponía separarlos de todo cargo público. Su radicalismo racista habría sido la razón por la cual Frederick Nietzsche no asistió al casamiento de su hermana: el filósofo sentía un profundo desprecio por su cuñado, según se desprende de algunas cartas suyas.
Inspirado en la lectura del ensayo de Richard Wagner Religión y arte, Forster viajó a Paraguay en 1884 buscando dónde fundar una colonia de “pura raza aria”. El texto del compositor planteaba la necesidad de crear colonias alemanas en Sudamérica y su lector, entonces desempleado, asumió ese desafío como la razón de su vida.
Forster recorrió miles de kilómetros a caballo y en canoa hasta que, a orillas del río Aguaray Guazú –a 250 kilómetros de La Asunción- plantó bandera. Allí construiría su utopía racista, en la cual sólo se comerían vegetales. Porque este colono era vegetariano y militante naturalista, ferviente opositor a la disección de animales. En la futura Nueva Germania –huelga decirlo– no habría lugar para judíos ni sospechosos de serlo.
En 1885 Forster volvió a Alemania para reclutar inmigrantes para Nueva Germania: consiguió 14 familias que partieron hacia la “tierra prometida” en 1887. Luego de meses de extenuante viaje, los colonos descubrieron que su promisorio destino era pura selva, desolación y mosquitos; pero era tarde para arrepentimientos.
La que debía ser la célula madre de un gran imperio ario en Sudamérica comenzó con el pie izquierdo. A poco de llegar, algunos enfermaron y murieron; otros enloquecían de a ratos por el acoso de los insectos y todos quedaron al borde de la hambruna porque la tierra arcillosa no era propicia para el cultivo, salvo la mandioca. Algunos se las ingeniaron para regresar a Alemania, adonde también fue Forster a recolectar más fondos y nuevos incautos para su empresa colonial.
De vuelta en Paraguay, el líder ario comenzó a sentir el descontento de sus desilusionados voluntarios, mientras crecía el despotismo de la pareja Forster-Nietzsche, algo que trascendió en Alemania al publicarse un libro crítico sobre ambos escrito por uno de los desilusionados. Esto sumió a Forster en una profunda depresión, que lo llevó a recluirse en el Hotel del Lago. El 3 de junio de 1889 una mucama lo encontró rígido en su cuarto: se había tomado un cóctel mortal de estricnina con morfina.
Al mismo tiempo que enviudaba, Elizabeth Nietzsche recibió la noticia de que su hermano Friedrich había perdido la razón en Turín, abrazado a un caballo. Y después de un tiempo regresó a Alemania, convirtiéndose años más tarde en una celebridad como difusora de la obra del filósofo. En la vejez estrecharía lazos con Hitler, quien envió emisarios al Paraguay a depositar tierra alemana y una placa de bronce en la tumba de Forster. Y después de la guerra –es un hecho casi comprobado– el doctor Menguele estuvo oculto en Nueva Germania.
Lo más curioso es que Nueva Germania –donde se había proyectado un gran teatro para presentar óperas de Wagner– aún perdura en la selva, estancada en el siglo XIX con muchos de sus 4000 pobladores ya mezclados con sangre criolla. Este cruce racial ya se había dado en tiempos de Forster, en contra de su voluntad, porque la mayoría de los colonos eran hombres, mientras que Paraguay luego de la Guerra de la Triple Alianza estaba básicamente poblado por mujeres.
Los descendientes de esos colonos perdieron todo lazo cultural con Alemania y terminaron integrados a la cultura paraguaya: hoy son casi todos campesinos pobres que en un 80 por ciento hablan jopará, una mezcla de castellano con guaraní, en tanto el resto directamente sólo sabe la lengua aborigen. Es decir que algunos de estos rubios de “pura raza aria” –aún los hay- no saben castellano ni alemán y culturalmente están más cerca de los guaraníes que de las ideas supremacistas del Tercer Reich: el peor de los finales que Forster hubiera imaginado para su utopía de pureza germánica.
VIAJE A LA BELLE EPOQUE Al hotel se suele llegar navegando por el lago Ypacaraí. Está en la zona de San Bernardino, con suntuosas casas rodeadas de verde. En verano este lado del lago explota de gente atraída por las playas y la vida nocturna.
Al acercarse al Hotel del Lago se ven camufladas entre las arboledas sus dos torres inspiradas en el castillo feudal Pfauenschoss, cuyas ruinas están en Potsdam. Su ambiente remite al de los famosos balnearios de la riviera francesa, una suntuosa muestra de la Belle Époque paraguaya. En la recepción se respira un aire decimonónico con muebles vieneses, piezas decorativas art-déco y daguerrotipos en las paredes con lo más granado del jet-set rioplatense: las mujeres de alcurnia llegaban en barco ostentado grandes sombreros. Muchos se quedaban hasta tres meses en este hotel de campo, disfrutando de los salones de baile, la piscina y una playa privada.
Aún hoy las frescas habitaciones tienen cómodas con mármol de Carrara, camas de hierro y madera austríaca, piso de madera y grandes bañeras de metal. En las galerías con arcadas y vista al jardín se almuerza observando grandes ejemplares de lapachos rosados, mangos, palmeras y cañaverales entre cultivos de plantas medicinales de la cultura guaraní.
Las figuras históricas que pasaron por el hotel son los presidentes Charles de Gaulle, Teodoro Roosevelt y Julio Roca, y el escritor Saint Exupéry, quien llegó invitado por Hilda Ingenhol, alias La Tigresa, una rica aviadora francoalemana que participó de la Primera Guerra Mundial y era aficionada a la caza mayor. En una de las torres hay una suite llamada como la aviadora, la misma donde solía dormir.
Una singularidad del hotel es que sus roperos conservan los graffitis que iban dejando en la parte de adentro los huéspedes a lo largo de las diferentes décadas. En la actualidad un psiquiatra está haciendo un estudio de las variaciones del discurso amoroso según cada época, ya que la mayoría de las inscripciones tienen fecha. En los roperos se encontraron mensajes de connotación homosexual y otros que remiten a la idea de un ménage à trois. Y si hasta mediados de los ‘60 predominó un lenguaje de amor idílico, a partir de entonces el discurso se volvió más salvaje, como en la frase que sigue fechada en 1973: “Bombón, vos pensabas que venías a comerme a mí, pero fui yo la que te comí”.
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