Domingo, 3 de enero de 2016 | Hoy
SANTA FE > PUEBLOS ENTRE ROSARIO Y LA CAPITAL
En viaje desde Funes y Roldán, pueblos que en estas fechas son una ventana de alivio para muchas familias urbanas de la provincia, a la capital santafesina, donde los calores se combaten con cerveza artesanal bien helada, la sombra de la reserva ecológica y las aguas del Paraná junto a los Guardianes del Río.
Por Pablo Donadio
Fotos de María Clara Martínez
Las ocasiones extraordinarias, como el fin de año, muchas veces invitan a reunirse y conocer sitios que de otro modo no podrían siquiera imaginarse. ¿Las afueras de Rosario para celebrar las fiestas? Efectivamente Funes y Roldán, antiguos pueblos con cierta independencia urbana, se han integrado al mapa rosarino por el propio crecimiento poblacional, de modo similar a lo ocurrido en Córdoba con Argüello y Villa Allende. Es que la urbanización ganó campos y tramos que oficiaban de barreras naturales, y de las rutas -que antes llegaban apenas a la entrada- hoy se desprenden avenidas que los atraviesan con medios de transporte público y circuitos turísticos que en muchas oportunidades los incluyen. Acompañando el fenómeno crecen cabañas y centros de convenciones, salones de fiestas y predios para pasar largos días cerca -pero lo necesariamente lejos- del caos urbano.
A 20 DEL PARANá Funes tiene entre sus atributos la distancia perfecta para estar por fuera del centro rosarino, pero muy a mano de tentadores programas como los del río. De regreso a Rosario, resta sólo pasar el aeropuerto y la coqueta Fisherton, y tras 17 kilómetros se está en la orilla del Paraná sobre el parque Sunchales, pegadito a las playas del otro lado del puente a Victoria. En ese camino los campos de granos, las estancias y las “casas quinta” siguen siendo un denominador común. No en vano Funes fue conocida durante décadas como “el jardín de la provincia”, cuando su nombre oficial era Villa San José y luego San José de los Sapos, con campos y sembrados que embellecían los suburbios de Rosario. Eso cuenta Romina, propietaria del complejo Tra-Noi, experta en fiestas de 15 y aniversarios pero ante todo una entusiasta de la historia y el presente de su Funes. “Mirá, no dejamos de ser un pueblo, sobre todo en las formas. Nos conocemos todos: para bien y para mal”, aclara. Entre los muchos proyectos que la incluyen está la Fiesta de la Bicicleta, una de las movidas más interesantes de Funes que en su segunda edición incluyó un campamento y varias disciplinas alternativas. “Nos juntamos el sábado a la noche con la familia, amigos del colegio de los chicos y los clubes, esperando con ansias el amanecer. El domingo, a las 10.30, se inició la bicicleteada con cientos de personas de toda la provincia”, cuenta. La salida general dio paso luego al “rural bike”, un trayecto de 30 kilómetros para hacer gala de la topografía del pueblo, así como la bicicleteada para abuelos, el raid de regularidad en pista y la carrera de lentitud, una desopilante travesía en la que el ciclista más lento fue el ganador. Por la tarde, los terrenos aledaños a la estación se transformaron en escenario del gigantesco picnic siguiendo la consigna del encuentro: “Calma, estás en Funes”, lanzada por los organizadores, la ONG Bicicultura Funes y el municipio. Shows musicales y una feria con puestos de alimentos y artesanías completaron un encuentro. Antes de irse del pueblo no hay que dejar de pasar por el Museo Ferroviario Juan Murray, ubicado desde 2007 en la casa del jefe de estación.
Apenas adelante sobre la misma RN9, Roldán espera no con menos historia. Dicen que el pueblo surgió de a poco en estas tierras que trajeron a los jesuitas y sus haciendas debido a su gran riqueza. Si bien más tarde su nombre cambiaría gracias al acaudalado político Felipe de Roldán, durante un lapso se la llamó también Bernstadt (ciudad de Berna), ya que las primeras familias de inmigrantes que utilizaban el tren, cuya estación es uno de sus patrimonios, provenían de Suiza. Roldán conserva ciertos aires sesentosos, viejos bodegones, fachadas del siglo anterior y algunas ferias donde los arquitectos se hacen las delicias en cada remate. Recorrerla a pie invita al relax y a la sonrisa, desde su “plaza de toros” a las permanentes las alusiones al Negro Fontanarrosa, ícono local que revive en pintadas con frases célebres y un evidente fervor canalla.
GUARDIANES Desde Roldán, la RN A012 oficia de segunda circunvalación para la autopista a Santa Fe, donde el calor se hace sentir como un presagio. Todo está brotado en la ciudad, en especial cerca del río, donde los barrios parecen competir en jardinería y los chivatos imponen sus ramilletes naranjas en las avenidas. No hemos pisado aún el colosal puente colgante que cruza la laguna Setúbal, ni dejado las valijas, y Roly ya nos invita un liso, la versión de cerveza tirada, corta y fresca, que a es a los santafesinos lo que el agua al peregrino. Esa férrea tradición cervecera tiene sus años, y es junto al río un componente sustancial del alma que habita la ribera, las islas y la vida en espineles. Junto al hombre de la Subsecretaría de Turismo local llegamos al Polo Cervecero e iniciamos el recorrido que combina los placeres de rubias, rojas y negras con la boga, el pacú, el patí y el surubí, platos frescos y siempre listos en bares, restaurantes y paradores. Dicen aquí que la radicación de fábricas se dio desde principios del siglo XX, lo que sumado al extenuante calor capitalino conjugó un negocio ideal para los inmigrantes suizos y alemanes, para quienes el agua local guardaba similitud con la de Munich y Pilsen. A mediados de los años ’30, la producción de cerveza era un producto instalado socialmente entre los santafesinos, y los recreos -precursores de las actuales choperías- el lugar de reunión. Conocido por el singular cervezoducto que llega desde la fábrica y cruza la calle hasta las mesas, el Patio Cervecero alberga 800 personas y ofrece cerveza fresca y sin pasteurizar para ser bebida “con la pureza ideal”.
Del otro lado del puente colgante nos espera Juan Carlos Sosa, uno de los responsables de las visitas a la Reserva Ecológica, creada en 1998 por la Universidad Nacional del Litoral y la Fundación Hábitat & Desarrollo. “Es una área protegida urbana, hermanada a la Setúbal con 12 hectáreas, reparo para muchas especies, sobre todo aves, que encuentran hogar en estos paisajes del valle aluvial del Paraná”, dice. Allí hay mamíferos, reptiles e invertebrados, aves acuáticas y peces, junto a un espacio para proyectos de investigación y docencia. El paseo, gratuito y abierto al público, se inicia por el Sendero de los Cuises, que lleva su nombre por los simpáticos roedores que aparecen regularmente. Pájaros y en ocasión algún otro animal son parte del atractivo inmediato de la caminata, que se expande por varios senderos y ofrece un fresco valiosísimo para combatir los calores. Al final del trayecto central está el Centro de Interpretación, y un poco más allá una laguna donde Sosa asegura que, si se es paciente y algo afortunado, puede verse una familia de yacarés.
Muy cerca de la reserva iniciamos un paseo final junto a Patricia, Alba, Cristian, Federico y Nicolás, en el Dique II del puerto. Allí se puso en marcha un proyecto de la UNL y la Subsecretaría de Turismo de la Ciudad para que los jóvenes de la Escuela Omar Rupp de Alto Verde, donde las condiciones laborales no son buenas, se instalen como baqueanos de su pago y cambien su condición de “vulnerables” por la de “guardianes del río”. Varios talleres y actividades permiten que los alumnos aprovechen las potencialidades naturales y turísticas de la costa, y quienes eligen la navegación concluyan como guías y comandantes de los turistas. La visita a riachos y arroyos permite a su vez un contacto diferente con pescadores y puesteros de la ribera, compartiendo el mate y mitos de la región. “Al principio acompañamos a los chicos, como en este caso, pero la idea es que vayan independizándose”, agrega Patricia Mines, docente de la UNL. La fauna, la flora, pero sobre todo el reconocimiento y reafirmación de los valores del barrio Alto Verde se anclan también en la relación con el puerto de Santa Fe y la diversidad isleña, uno de los objetivos y a la vez atractivos centrales de la visita. “Esto recién empieza –dice uno de los chicos, ya consagrado como timonel–. Ahora estamos motivados para abrir nuevas salidas hacia Coronda y los riachos de ese tramo”.
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