Dom 01.02.2004
turismo

MAR DEL PLATA MANSIONES Y PALACETES DE LA BELLE EPOQUE

Viejos esplendores

Un recorrido por la historia de Mar del Plata a través de sus casonas y villas veraniegas de principios del siglo XX. Un patrimonio arquitectónico que muchas veces pasa desapercibido frente a los fulgores de la arena y del mar.

› Por Julián Varsavsky

El primer hombre blanco en divisar las costas de Mar del Plata fue Fernando de Magallanes, quien las observó desde una goleta un cálido día de febrero de 1529. Luego llegó una expedición a caballo enviada por Juan de Garay, y más tarde arribaron los jesuitas, quienes a mediados del siglo XVII fundaron la Reducción Nuestra Señora del Pilar, cuyos restos se pueden visitar en la zona de Laguna de los Padres.
A fines del siglo XIX existía en la futura Mar del Plata un saladero de carne alrededor del cual se había levantado un pequeño pueblo. Y fue en ese tiempo cuando aparecieron los primeros hoteles y residencias veraniegas que determinaron el perfil turístico que tendría más tarde la ciudad. Al poco tiempo, el progreso de la villa balnearia era imparable, con las diligencias tiradas a caballo llegando desde Maipú, donde terminaban las vías del Gran Ferrocarril del Sud. En 1886 llega a Mar del Plata el primer tren con turistas, y el destino de aquella incipiente villa cambió para siempre.

UN REDUCTO DE LA OLIGARQUIA. En el verano de 1888 fue inaugurado el esplendoroso Hotel Bristol, cuyas instalaciones incluían un casino, teatro, sala de conciertos y un restaurante de cocina francesa. De inmediato, Mar del Plata se convirtió en el destino veraniego de las clases acomodadas porteñas, ligadas al desarrollo económico del modelo agroexportador. De aquella época todavía quedan en la ciudad alrededor de 300 casas, villas veraniegas, palacetes, chalets y edificios que fueron declarados Bienes de Valor Histórico por el municipio. Pero como consecuencia de los fulgores del mar y la arena, la mayoría de los visitantes de la ciudad no suele reparar en ellos.
La belle époque fue un período comprendido desde finales del siglo XIX hasta alrededor de 1920. Una de sus características locales fue que las clases acomodadas de la Argentina importaron desde Europa un estilo de vida marcado por el lujo y la ostentación. Y Mar del Plata fue un fiel reflejo de aquellas costumbres. Desde su inauguración, el Hotel Bristol fue el centro de la vida social veraniega a través de sus famosas fiestas cuyo esplendor duró hasta la década del ‘20, cuando comienzan a decaer. El problema era que la alta burguesía argentina empieza a preferir sus propios chalets, dejando de lado el hotel. Estas majestuosas residencias de verano cercanas a la playa se erigieron en su mayoría sobre las lomas Stella Maris y Santa Cecilia. Es entonces cuando Mar del Plata alcanza su primer gran esplendor, y es rebautizada como la “Biarritz argentina” por aquellas familias que durante los inviernos podían cruzar el océano para disfrutar del calor de las costas europeas.

LAS CASONAS. Una de las obras arquitectónicas más famosas de Mar del Plata es Villa Silvina, erigida en 1908 con estilo francés, perteneciente a uno de los hijos del general Urquiza, casado con María Luisa Ocampo. En 1940, la casa fue adquirida por Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, y, según se dice, su hermoso jardín poblado de robles, cedros y castaños de laIndia habría inspirado a Borges cuando escribía El jardín de los senderos que se bifurcan. Villa Silvina está ubicada en el cruce de las calles Quintana y Arenales.
En diagonal a Villa Silvina se encuentra –no casualmente– Villa Victoria, perteneciente a la otra de las hermanas Ocampo. En la actualidad, esta casona prefabricada traída desde Inglaterra alberga un centro cultural entre cuyas paredes alguna vez desfilaron Virginia Woolf, Graham Greene, Gabriela Mistral, T.S. Eliot, Rabindranath Tagore e Igor Stravinsky.
El recorrido por las casonas marplatenses continúa por la antigua Villa Leloir, levantada en 1912 sobre la loma Stella Maris para albergar los veranos de la familia del Premio Nobel de Química, Luis Federico Leloir. La villa de estilo inglés abarca media manzana en el cruce de las calles Rawson y Pellegrini, y está rodeada por un jardín con rosales y dos enormes palmeras africanas.

EL ORATORIO DEL UNZUE.
En la costanera norte del Mar del Plata fue inaugurado en 1912 un complejo de cuatro manzanas que albergaba el Hogar Saturnino Unzué, levantado de manera suntuosa sin ahorrar en fustes de columnas, carpintería realizada en Roma y trabajos de orfebrería. El punto culminante de este conjunto arquitectónico es un famoso oratorio al que se ingresa por una puerta de roble de Eslavonia, para enfrentarse a un gran púlpito encabezado por un águila de bronce. Allí hay una representación de La última cena trabajada en bajorrelieve de bronce, un tabernáculo de mármol policromado, esculturas de mármol de Carrara, un órgano y un armonio francés. El oratorio está abierto al público y la entrada es gratuita.
Los más diversos estilos de origen europeo se suceden a todo lo largo de la zona costera marplatense. La Villa Alzaga Unzué sigue la línea Tudor inglesa; la Villa Normandie –donde funciona el Consulado de Italia– reproduce los lineamientos normandos; y la Villa Blaquier –de 1905– es fiel al pintoresquismo inglés. La que probablemente sea la casona más interesante de visitar en la ciudad es la Villa Ortiz Basualdo, que se levanta sobre la loma de la Avenida Colón desde 1909. Su estilo anglo-normando con cuatro plantas está inspirado en los castillos del Loire, y en su interior hay una colección de muebles y boisserie de estilo art-nouveau, que a su vez son el marco del maravilloso Museo de Arte Juan Carlos Castagnino.
El Club House del Mar del Plata Golf Club –frente a Playa Grande– también pertenece a la corriente pintoresquista del Tudor inglés. Sus tres niveles fueron construidos con piedra de la zona trabajada por albañiles búlgaros especializados y artesanos italianos. Tiene un porche con aires feudales y sus lujosos salones están revestidos con roble de Eslavonia y decorados con herrajes de bronce británico y muebles coloniales.
En el cruce de Córdoba y la Peatonal San Martín se erige el llamativo Palacio Arabe, casi un símbolo de Mar del Plata. Su mentor fue Jalil Hassein, un sirio oriundo de la ciudad de Damasco que en un arranque de nostalgia se hizo construir un palacio con estilo morisco español. El palacio, coronado por una media luna musulmana sobre una torre, tiene seis pisos y funciona como residencia familiar. Su arquitectura y decoración se caracterizan por arcos árabes, frisos con intrincadas figuras geométricas, balaustradas con farolas y guardas ajedrezadas que rezan: “No hay más Dios que Alá”.
Ya en el centro de la ciudad, el antiguamente llamado Almacén Buenos Aires, ubicado en el cruce de Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, respeta los dictados del art-nouveau, con el agregado de un cúpula al estilo de una iglesia medieval.

MEJOR NOS VAMOS.
En Mar del Plata, los dorados años ‘20 fueron perdiendo brillo para unos y ganándolo para otros. Cuando en 1934 se inaugura la Ruta Nacional 2, la clase media comienza a tener acceso a la ciudad. A partir de 1950 se inicia la etapa del turismo masivo con la aparición de los hoteles sindicales, que atrajeron un nuevo público a la ciudad. En un primer momento, la estratificación social se reflejó en playas como la Bristol y la Grande, ocupadas por la efervescencia popular que llegó a reflejarse en la aparición de una Unidad Básica peronista que difundía con altoparlantes la marcha que tanto irritaba la piel de los sectores “gorilas” de la sociedad. En consecuencia, las clase media en ascenso y la alta comienzan a desplazarse hacia lugares más solitarios como Punta Mogotes y Miramar. Pero el avance de los nuevos sectores sociales ya era imparable y Mar del Plata dejó de ser el reducto de una aristocracia, que poco a poco fue mudando sus vacaciones hacia balnearios más alejados como Pinamar y más tarde Punta del Este, en su búsqueda por resguardar la exclusividad de sus espacios. Mar del Plata perdió entonces, y de manera definitiva, sus pretensiones de villa europea para dar lugar a una ciudad moderna, vertiginosa y masiva.

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