CUBA > EL HOTEL LA RUSA EN BARACOA
Un remoto rincón del oriente cubano –en la provincia de Guantánamo– encierra la historia de Magdalena Rovenskaya, hija de un militar zarista fusilado por los bolcheviques, que terminó apoyando a los milicianos de Fidel Castro. Su historia inspiró a Alejo Carpentier en la novela La consagración de la primavera.
› Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
La bellísima Magdalena Rovenskaya era una adolescente de alcurnia que vivía en la famosa avenida Nevsky de San Petersburgo, hija de un encumbrado militar zarista. Con el triunfo de la Revolución Rusa su padre fue fusilado y la joven con su madre emigró al Cáucaso, donde se instaló un tiempo junto con otros exiliados que consideraban a los bolcheviques un fenómeno pasajero, que duraría como mucho dos años antes de ser derrotados por el Ejército Blanco.
Cuando fue evidente que la revolución soviética tendría largo aliento, retomaron viaje a Estambul, donde Rovenskaya formó pareja con un ex diplomático ruso llamado Albert Menassés, quien había quedado estancado en Turquía por ser funcionario del anterior régimen. Luego viajaron a la isla de Java y finalmente terminaron en Europa, donde la joven completó estudios de piano, canto y baile, con tanta virtud que llegó a presentarse como soprano en las óperas de París, Milán y las Islas Canarias.
Instalados en París se casaron y Menassés se dedicó al oficio de joyero. Hasta que heredó los negocios de su padre en Cuba y la pareja decidió instalarse en la isla. Primero estuvieron en La Habana -participando de los círculos intelectuales de la época- y en 1929 fueron a Baracoa, donde el ex diplomático tenía una pequeña plantación. Eran tiempos del “oro verde” en el oriente cubano, desde donde se exportaban cada año hacia Estados Unidos millones de toneladas de racimos de plátano guineo. Menassés fue miembro en Baracoa de una logia masónica.
La pareja instaló además una joyería y después un restaurante. Pero en 1952 vendieron todo para construir una casa de tres plantas frente al mar, en la calle Máximo Gómez 161 junto a un pequeño malecón, donde crearon el Hotel Miramar. El pueblo lo llamó siempre “el hotel de La Rusa” y por allí pasaron incontables viajantes de negocios, turistas mexicanos, militares de la cercana base naval norteamericana de Guantánamo, esbirros de Fulgencio Batista que se iban sin pagar, intelectuales y artistas como el actor Errol Flynn, el poeta Nicolás Guillén y la bailarina Alicia Alonso (todos quedaban fascinados con esa encantadora mujer que hablaba seis idiomas), estudiantes que conspiraban contra la dictadura y rebeldes del Movimiento 26 de Julio con quienes “La Rusa” simpatizó de inmediato.
¿QUIéN ES ESA MUJER? En el pueblo se tejían toda clase de hipótesis acerca de esa mujer de alcurnia que, de manera inexplicable, fue a parar a un enclave aislado del país -a donde se llegaba por mar o por aire- detrás del macizo de Sagua Baracoa. Durante sus primeros años en Baracoa La Rusa andaba por la calle con sombrero y algunas personas, impresionadas por la blancura transparente de su piel, su mirada azul y cabellos de un rubio muy claro –una rareza única en la región– la llamaban “la mujer fantasma”. Félix Contreras, un periodista cubano que la conocía, la definió como “ambivalente, dual, sospechosa... entre el sueño y la vida”.
Algunas intrigas pueblerinas la relacionaron con una célebre prostituta francesa llamada Rachel –acaso por su bíblico nombre de Magdalena– y otros veían en ella a una espía internacional al estilo Mata Hari. Pero con el tiempo quedó claro que la pareja simplemente se había enamorado de la naturaleza verde y exuberante surcada por ríos frente al mar, después de años de vida seminómade por Europa. Cada año la pareja cerraba sus negocios y emprendía un viaje por la isla y también caminatas por esta selvática zona, en las que la mujer se dedicaba a recolectar piedras y unos caracoles multicolor endémicos llamados polimitas. En el cine-teatro Encanto había dos lunetas reservadas para el matrimonio –las dos primeras de la quinta fila– que nadie ocupaba aunque el cine estuviese lleno.
Mima –su nombre artístico– sabía hacerse querer y fue un personaje popular dentro de su excentricidad, en el único lugar de Cuba donde, gracias al aislamiento, aún hoy se ven algunas personas con rasgos casi puros de indio taíno y sobreviven los ritmos nengón y kiribá, que serían la célula madre del son y sus derivados que dieron la vuelta al mundo. En el tiempo de La Rusa el ensimismamiento y los aires pueblerinos de Baracoa serían mucho mayores.
Fue aquí precisamente donde desembarcó Colón por primera vez en Cuba, fascinado por la belleza natural del lugar. En la catedral se conserva la cruz dejada por el almirante genovés, la única de las 29 que plantó en tierras americanas que no se ha perdido. El fundador de Baracoa fue Adelantado Diego Velázquez y su primer alcalde Hernán Cortés. El 15 de agosto de 1511 fue declarada capital de la isla, y a pesar de haber sido vanguardia, por razones geográficas fue quedando casi en el olvido y a destiempo del mundo.
DE BLANCA A ROJA La aristócrata que había huido de la Revolución Rusa comenzó en Cuba una nueva vida casi desde cero, sin mirar atrás. Creó dentro suyo nuevas lógicas, libre de prejuicios, y el contexto de injusticias y represión que vio a su alrededor la hizo “barajar y dar de nuevo”: terminó cosiendo brazaletes rojinegros del Movimiento 26 de Julio y enviándole medicinas a los barbudos en las sierras. Por si fuera poco, al terminar la guerra el nuevo gobierno hizo un llamado a la población a donar joyas y artículos de oro y plata, para reponer las arcas del estado vaciadas por Batista antes de huir. Ella donó dos pistolas y alhajas por un valor de 25.000 dólares, una verdadera fortuna para la época. Más tarde entregó la propiedad de su hotel pero siguió al frente de la gerencia, manteniendo su espíritu bohemio original.
Tiempo después Fidel y Raúl Castro, Celia Sánchez y El Che durmieron en el hotel –sus firmas están en el libro de huéspedes- y desarrollaron una relación entrañable con Rovenskaya. En 1985 Fidel Castro reivindicó durante un discurso público a esa mujer que había huido de la Rusia comunista para terminar enrolada como miliciana en Cuba.
Con nacionalidad cubana desde 1944, y también espíritu caribeño, Magdalena ya era otra persona y Baracoa su lugar en el mundo. La pareja no tuvo hijos pero adoptó un niño de padres campesinos muy pobres, a quien anotaron en el mejor colegio de Baracoa: René Frómeta vivió 49 años al lado de su madre adoptiva.
Según contó Rovenskaya en una entrevista, en sus últimos años Menassés sollozaba al leer las páginas de La guerra y la paz de Tolstoi. El hombre murió de un infarto en 1956 en Santiago de Cuba, mientras le cantaba un aria a su amada en un cuarto de hotel.
En una revista de la época –ya célebre y entrada en años- Rovenskaya declaró: “Yo no sé la edad que llevo porque a mí el tiempo no me importa; lo único que sé es que voy perdiendo la belleza; la vida es ganar y perder, y muchas veces se pierde para ganar. Yo he perdido mucho; el otro día quise decir ‘florero’ en mi idioma y no hallé la palabra rusa, pero gané una Revolución hermosísima”.
La Rusa murió el 5 de septiembre de 1978 y a su funeral asistió el pueblo completo, llenando las calles a su paso, con la banda municipal a la cabeza, dos hileras de coronas de instituciones y organismos estatales, autoridades políticas, estudiantes y gente común.
En 1996 el hotel fue renombrado La Rusa y en 2009 fue renovado para agregarle confort. Hoy sus doce habitaciones con vista al mar siguen alojando viajeros y la foto en blanco y negro de Rovenskaya cuelga en el comedor, desde donde sigue “recibiendo” a todos con su encanto natural.
Alejo Carpentier se inspiró en ella para el personaje de Vera. Cuando el escritor trabajaba en La consagración de la primavera, le preguntaron quién sería la protagonista: “El prototipo de mi personaje es una rusa que vivió en Baracoa… esa mujer le zafó el cuerpo a la revolución durante muchos años. Venía huyendo desde Rusia y carenó en Cuba. Aquí, un 1º de enero, unos hombres tocaron a su puerta y le dijeron: ‘Señora, somos revolucionarios, ha triunfado la Revolución’. ¿A dónde iría de nuevo a parar? Tal vez ese sea el título definitivo. La Rusa de Baracoa. Tal vez no”. En la novela Carpentier describe a Baracoa a su estilo: “Esa Liliput con frangollos, chorotes de cacao y tasajos de tiburón”. Pero La Rusa simplemente puso en marcha los mecanismos de la imaginación de Carpentier, ya que las coincidencias entre Vera y Magdalena no son tantas.
La hermosa Rovenskaya recorrió toda la isla de manera regular durante 49 años, sin el menor interés por salir de la tierra de sus amores por elección. En agradecimiento a su fidelidad, los hermanos Castro le ofrecieron una vez viajar a la tierra de sus orígenes. A lo que ella respondió: «Ìuchas gracias, les estoy muy agradecida, pero para qué viajar a la Unión Soviética si de allá solo tengo malos recuerdos; me siento bien en mi Patria chiquita, en mi Baracoa aplatanada».
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