Domingo, 13 de marzo de 2016 | Hoy
BUENOS AIRES > EN KAYAK CON LUNA LLENA
Una navegación a remo bajo la luna llena, en el medio más versátil para internarse en los vasos capilares del submundo que fluye en el Delta. Historias de isleños, escritores y un fogón rodeados de agua, mientras la embarcación avanza gracias a la pura fuerza de los brazos.
Por Julián Varsavsky
Fotos de Julián Varsavsky
La cita es en la rampa al río del Paseo Victorica, frente al centenario edificio estilo normando del Club Regatas la Marina, en la parte continental de Tigre. Detrás de lacúpula rojade ese edificio con aires de palacio se eleva ya el disco perfecto de la luna llena. El experimentado guía Patricio Redman nos reparte los remos y sin mucho prolegómeno estamos ya en el agua, dentro de kayaks dobles, apartando los miles de camalotes que por estos días avanzan como en manifestación por las principales arterias del entramado isleño.
Las primeras remadas son para cruzar el ancho río Luján, una especie de autopista con grandes reflectores por donde pasan lanchas colectivas, botes y toda clase de otras embarcaciones, a tal punto que siempre hay aquí motos de agua y barcos de Prefectura sin otra función que la de ordenar el tránsito. Un gendarme toca un silbato, detiene el avance de un yate enorme –digno de una serie filmada en Miami- y le da paso a nuestros seis humildes kayaks, que no tendrán mucho lujo pero pueden internarse por donde no lo hace nadie, incluso canales de un metro de ancho. Además podemos girar sobre nuestro propio eje, dar marcha atrás y zigzaguear entre los juncales de los vasos capilares más remotos del laberinto isleño, incluso sin tener experiencia previa en las técnicas de remo.
El oleaje se hace sentir al cruzar el Luján y tenemos que remar fuerte. Pero en tres minutosnos escapamos del caos al desembocar en el arroyo Fulminante, cuyos 10 metros de ancho le dan la tranquilidad de una laguna. Avanzamos entre dos oscuras murallas de árboles que no dejan pasar ni una brisa de viento: el espejo de agua se va fracturando por la mitad a nuestro paso. A la derecha, entre tronco y tronco, veo pasar la luna de manera intermitente por el efecto de nuestro movimiento. En medio de la repentina oscuridad –con las pupilas aun no dilatadas del todo– cada aparición de la luna entre los árboles encandila como un flash.
Hemos penetrado el ámbito isleño sin transición. Además de la oscuridad, el contraste se acentúa por un silencio perfecto que no condice con el ruido de olitas y motores de hace cinco minutos. A lo sumo se oye un ladrido lejano, el croar de las ranas y el canto nocturno de las chicharras porque hace calor.
LA NOCHE CLARA Los kayaks son livianos y muy hidrodinámicos: avanzan con que apenas acariciemos el agua. Los árboles son puro contorno oscuro que, increíblemente, se reflejan en el arroyo al mismo tiempo que se recortan en un cielo negro algo más claro que los troncos: el panorama adquiere una sugerente composición negro claro sobre oscuro, con un contraste radical en el punto remoto donde brilla la luna, reflejada en el agua con un leve temblor. Incluso las nubes se duplican invertidas y las atravesamos con el kayak.
Pero el paisaje es la noche misma, sin agregados: el único que conocieron en común todas las civilizaciones a lo largo de la historia, escrutado con astrolabios que marcaban rumbos. Después de un rato tenemos ya sensación de claridad.
Hasta la cintura el cuerpo está metido en el kayak por debajo de la línea de superficie: al vehículo lo sentimos como una extensión del cuerpo. Los remos son ahora brazos y no nos impulsa un motor sino nuestro propio ímpetu, reforzando la impresión de que el cuerpo es el vehículo, como al caminar. Uno se siente también sobre una alfombra mágica, o como levitando a un centímetro de la superficie gracias a la suavidad con que fluimos, casi una experiencia zen. Le comento a Patricio que me puedo imaginar esto al alba, cortando la bruma del amanecer con la proa. Me responde que él lo ha hecho varias veces con resultado sublime, pero que es complicado conseguir un grupo de personas que lo quiera hacer: “Aunque si alguien lo pide se puede organizar”.
Nos internamos por el arroyo Gambado donde haycasas de fin de semana y viven isleños todo el año. Algunos suelen ser “medio chúcaros” -cuenta Patricio- y andan en lanchitas sin luces pasándole cerca a los kayaks para molestarlos un pococon el oleaje: de alguna manera, demarcan territorio.
En un momento el guía detiene nuestra marcha y pide que dejemos de hablar y remar, para sentir el silencio sonoro de la noche con su calma inconmensurable. Abordar una geografía en el momento que menos se ve, potencia la sugestividadllevando a los remeros a un estado de gracia. Al ratoPatricio rompe el hielo contando historias de este submundo selvático.En el arroyo Gambado habíamos pasamos frente a la casa de Haroldo Conti, el escritor que se inspiraba en el delta para sus relatos y cuya casa es hoy un museo, mantenida tal cual con sus objetos personales al momento de la desaparición del artista durante la última dictadura. No muy lejos están las casas de Rodolfo Walsh y Domingo Sarmiento, dos personas también absorbidas por este mundo de islas que van cambiando de forma todo el tiempo y que les dieron inspiración para su obra periodística. Antes de volver a bogar, Patricio nos cuenta sobre las lanchas ambulancia y almacén: las hay mayoristas y minoristas. Y habla sobre el tiempo en que supo haber una sucursal flotante del Banco Nación, una escuela anclada en la boca del río Sarmiento y hasta una iglesia que se balanceaba sobre las aguas.
Salimos al ancho río Sarmiento, la principal autopista acuática en el Delta. La regla fundamental aquí es conservar siempre la derecha. Y para que nos vean llevamos en la frente un foco blanco y en la espalda otro rojo intermitente. Remamos 45 minutos en contra de la corriente hasta el arroyo Espera, donde damos la vuelta en U para regresar. Patricio explica que el viaje podría ser más corto, pero en total remaremos dos horas y media netas: “Buscamos que las personas vivan de manera real la experiencia del remo y no que hagan un paseíto turístico que les alcance para decir ‘reme’; la idea es que remen de verdad y eso cansa un poco”.
Sobre el Sarmiento está la casa de nuestro guía –y sede de su escuela de kayak- donde desembarcamos. Allí enciende un fogón sobre un tambor donde nos prepara dos suculentas hamburguesas completas para cada uno, la base de una cena a la luz de la luna con música de fondo en plena naturaleza. Somos doce personas y reina un ambiente animado, casi festivo.
Emprendemos el regreso, un último esfuerzo de 45 minutos que no se hace sentir porque uno ya sabe que la meta está cerca. En un descanso Patricio cuenta que esta excursión se hace también con luna nueva, cuando la oscuridad es mayor aún, la preferida para su gusto personal porque se resalta el brillo de las estrellas. Se supone que el guía está trabajando, pero se lo nota que haría esto mismo por placer: “Hace 30 años que remo, desde que mi padre entrerriano emigrado de su provincia me traía al Delta porque le recordaba su Entre Ríos natal”.
Le pregunto a Patricio sobre un posible vuelco. Y son posibles, por supuesto. Pero además de tener chaleco salvavidas, estamos cerca de la costa casi siempre, así que lo usual es ir a tierra firme a reacomodarse: “En general le pasa a los que vienen a eso, se la pasan tirándose agua y jugando; yo siempre sé de antemano quién se va a dar vuelta porque se les nota que es su deseo”.
Llegamos al mismo punto de partida, algo cansados. Pero nadie se queja. Según cuenta nuestro kayakista, a más de uno de sus viajeros esta experiencia iniciática le ha cambiado el futuro de su vida deportiva y viajera.
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