Dom 20.03.2016
turismo

FúTBOL ENTRE AMéRICA Y EUROPA

Museos para jugar

El deporte le gana al arte: el Museo del Fútbol Club Barcelona es el más visitado de Cataluña –supera por goleada a los de Picasso y Dalí– y el del Real Madrid le pisa los talones a la colección del Prado. En Sudamérica, los de Boca Juniors, Peñarol y la Conmebol en Paraguay escalan posiciones en “la tabla”.

› Por Julián Varsavsky

Los museos futbolísticos tienen algo de relicario: un balón del primer Mundial de 1930, la número 10 de Maradona o el Botín de Oro de Messi son objetos venerados con devoción en custodiadas vitrinas. También hay arte en esas galerías: no sólo por las estatuas de los cracks sino por los goles que se ven en paredes de plasma,“marco” de genialidades con la pelota en movimiento, llenas de plasticidad, estética y creatividad.

El rasgo común es el culto a los grandes jugadores, esa suerte de gladiadores posmodernos idolatrados por millones a nivel global, subidos a pedestales de mármol aun cuando estén por alcanzar todavía la cumbre de su carrera.

HEROES AZULGRANAS Podría decirse que en Cataluña el “artista” Lionel Messi es más popular que Picasso y Dalí. Porque en 2015 visitaron el Museo del FC Barcelona un millón y medio de personas, muy por encima de los dedicados a aquellos pintores. Y si se proyectan las cifras de crecimiento, no se ve lejano el día en que llegue a ser el más visitado de España (el tercer país que más turistas recibe en el mundo). Desde ya tanta sofisticación museológica no es por mero amor al arte: el sitio recauda en entradas 35 millones de euros por año, sin contar la venta de souvenirs.

Para reforzar la idea de colección “artística” –o acaso subsanar lo que en verdad falta– aquí hay obras plásticas de varios virtuosos, incluyendo a Salvador Dalí y Joan Miró, inspiradas por supuesto en el tema del fútbol. Como es de esperar en un club que en las últimas décadas ha sido pura sofisticación y opulencia, la tecnología audiovisual hace punta en las «galerías». Una pantalla alta definición tipo cine de 35 metros de ancho se llena de goles para todos los gustos; una mesa interactiva de diez metros cuadrados reproduce 200 momentos históricos del club; y se oyen sonorizaciones con el espíritu in situ de un partido, además de excentricidades tan inútiles como el himno azulgrana traducido a 50 idiomas.

En las vitrinas lucen las copas de 23 Ligas de España y cinco de Campeones ganadas por el Barsa. En el Espacio Messi brillan fotos retroiluminadas, se exhiben sus cinco Balones y tres Botines de Oro, y se asiste a la exorbitancia irresistible de una serie de pantallas LCD reproduciendo los 303 goles de Lio en el Barcelona, incluyendo los de la semana anterior.

Este es un museo-paradigma del siglo XXI, una suerte de caja acristalada con paredes pura pantalla donde el mundo se va desmaterializando en la realidad virtual, reducido a impalpables unos y ceros digitales: la gracia parece estar en la ilusión de tocar las cosas en pantallas táctiles: la reproducción técnica hasta el infinito es lo que le agrega valor a la hazaña y a su protagonista.

La contracara física –cargada de átomos– se percibe al cruzar la puerta de salida, que lleva al interior del estadio durante la visita: equivale a la comprobación de que todo lo visto existe en el «mundo real»; ahora se pisa, se toca. Pero la sensación es algo desconcertante porque el monumental anfiteatro está sin un alma, reluce impecable como recién inaugurado, el campo perfecto parece de golf y estamos sumidos en un silencio unánime que potencia la idea de vacío: faltan los hinchas, los jugadores y la mágica esfera en movimiento que es la fuente de energía de esta extraña pasión mundial.

El Barcelona y el Real Madrid se hacen sombra uno al otro y el espacio museístico es parte de ese desafío histórico. Con sumo etnocentrismo –y datos estadísticos– los del “Madrid” dicen ser hinchas del Mejor Club de la Historia, un título otorgado por la FIFA en forma de copa como premio a sus títulos. Diez Copas de Europa, dos UEFA, tres Intercontinentales y 32 Ligas españolas.

El tour por el estadio Santiago Bernabéu comienza de manera muy realista, comprando el ticket en la Taquilla 10 junto a la Puerta 7, sobre el Paseo de la Castellana. En un primer momento se sube a una torre para obtener una panorámica aérea de lo que parece un monstruo dormido. A media altura de la torre se entra a las primeras salas de trofeos –son demasiados para estar en una sola– que recorren 114 años de historia merengue. Y luego ya sí: las salas –donde hay también una estatua del gran Alfredo Di Stéfano– se convierten en un muestrario tecnológico para reproducir sensaciones verosímiles.

A esta “galería” futbolera madrileña asistieron un millón de personas el año pasado, una cifra creciente aún alejada de los 2,6 millones del Museo Reina Sofía.

PASION RIOPLATENSE “Peñarol fue el mejor equipo del siglo XX en Sudamérica”, dice con inmodestia Rodrigo Misa, hincha y editor del portal Padre y Decano, precisando que no lo afirma él sino la Federación de Historia y Estadísticas del Fútbol (IFFHS) con sede en Bonn. Una investigación en 2009 le dio a su equipo el primer lugar como ganador de competencias sudamericanas, por encima de Independiente de Avellaneda y Nacional de Montevideo. El trofeo otorgado al «Club del Siglo de América del Sur» se exhibe en el Museo del Club Atlético Peñarol en el montevideano barrio Cordón, junto con sus cinco Copas Libertadores y tres Intercontinentales.

Allí hay rincones con algo de santuario con sus correspondientes reliquias, dedicados a ídolos como Fernando Morena, quien debutó en 1973. En una venerada vitrina se ve una camiseta suya, un par de botines, trofeos y una foto. Aquí también afloran las tecnologías, con más ingenio que sofisticación: con el teléfono se lee un código QR de Morena para ver el video de las hazañas del mayor goleador de la historia del club (440 tantos). El documental relata lo ocurrido el 16 de julio de 1978 ante Huracán Buceo, cuando aún restaban dos fechas para el fin del campeonato y le faltaban a Morena seis goles para superar su propio record de 34 en un mismo torneo: en ese partido hizo siete y hasta se dio el lujo de errar un penal.

Los hinchas de Peñarol coinciden en que el mayor equipo de su historia fue La Máquina del ’49, que a su vez aportó nueve jugadores a la selección nacional del legendario Maracanazo de 1950, cuando le ganaron la final del Mundial de Fútbol a Brasil. En la vitrina de la gloriosa Máquina hay una camiseta de Obdulio Varela –capitán de Peñarol y de la selección– y una gran foto en blanco y negro de los jugadores. El 2-1 histórico en el Maracaná se revive también en video, siempre con un teléfono inteligente.

Del otro lado del Río de la Plata está el Museo de la Pasión Boquense, justo debajo de las gradas de la Bombonera. Aquí se desarrolla una curiosa predilección por la estatuística: hay reproducciones de mayor y menor calidad de Maradona, Riquelme, Palermo (tres metros de alto y 160 kilos), Barros Schelotto, Ángel Rojas, Silvio Marzolini y Ubaldo Rattín.

En las diferentes salas a lo largo de dos pisos se exhiben, por ejemplo, las Copas Intercontinentales ganadas en 2000 y 2003. Dentro de un balón gigante una pantalla 360 grados cuenta la historia de un futbolista de ficción. Afuera, una foto-mural de diez metros de ancho muestra con la camiseta azul y oro al jugador más grande de la historia del club: Diego Armando Maradona. Y la visita termina con el ingreso a la zona de butacas para observar el campo y las empinadas gradas, con la sensación óptica de que el estadio se viene encima.

GLORIA SUDAMERICANA A 18 kilómetros de Asunción se levanta el Museo del Fútbol Sudamericano, perteneciente a la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol). Se entra por una luminosa caja transparente de cristal para caminar sobre un piso de pantallas con los partidos más famosos de las diez selecciones que integran la CSF. De inmediato se desemboca en la Sala de los Trofeos correspondientes a los torneos organizados desde 1916.

Allí se exhiben reliquias como la Copa Libertadores con las placas de sus campeones, encabezados por Independiente de Avellaneda (tiene siete gracias a que nunca perdió una final). El trofeo de la Copa América ocupa un lugar central. A la hora de contar las placas el primer lugar lo tiene Uruguay con quince campeonatos, el segundo la Argentina con catorce y recién después Brasil con “apenas” ocho. A la salida la pared arroja una frase de Albert Camus: “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres se lo debo al fútbol”.

El paseo concluye dentro de la pelota gigante que es una sala de cine de 360 grados. Se ingresa por un puente cubierto, cual manga para entrar a la cancha, cruzando las aguas que rodean a la número 5 aumentada que parece flotar en un pequeño lago. Al pisar los visitantes activan la película que muestra el desarrollo del deporte más popular de la historia. Allí se explica que el origen del fútbol se atribuye a diferentes civilizaciones, entre ellas la guaraní, que jugaba con una pelota de savia de un árbol, según una crónica jesuita. También chinos, romanos y aztecas jugaron a su manera, al igual que hubo variantes en el Japón imperial y la Florencia del Renacimiento. En concreto, no se sabe quién es el verdadero dueño de la pelota: los ingleses simplemente crearon el primer reglamento.

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