Sábado, 30 de abril de 2016 | Hoy
ARGENTINA > DINOSAURIOS, FóSILES Y OTRAS HUELLAS
El vasto territorio argentino puede leerse como una clase de paleontología a cielo abierto. Grandes saurios pero también pequeños moluscos, así como hombres primitivos, dejaron huella en ambientes que se fueron transformando a lo largo de millones de años y llegaron hasta el presente. Dónde ver los principales testimonios de esos tiempos remotos.
Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Una placa de sedimentos arcillosos, endurecidos. Y sobre ella, pisadas. Como recién hechas, bien impresas. E imposibles de confundir: son las huellas de seres humanos. El único detalle es que no son de ayer, ni del año pasado, ni siquiera de cientos de años atrás: según las dataciones realizadas con carbono 14, fue hace unos siete mil años que un grupo de hombres, mujeres y niños caminó sobre las playas de Monte Hermoso dejando estas marcas que parecen materializarlos en el presente. El lugar, antiguamente llamado El Pisadero, se conoce como Sitio Arqueológico Monte Hermoso I. Pero si esos miles de años parecen muchos, empalidecen ante la antigüedad de otros restos hallados en muchos otros lugares de la Argentina, muy anteriores a la Prehistoria, restos de seres que se pierden en la noche de los tiempos. Basta pensar en las playas de la vecina Pehuen-Co, por donde alguna vez anduvo Charles Darwin, y donde hace pocos años una tormenta descubrió un asombroso yacimiento de pisadas de megamamíferos ya desaparecidos, como macrauquenias, mastodontes, gliptodontes y megaterios. Datan de tiempos en que el mar estaba muy lejos de la actual playa: allí había lagunas de agua dulce, generalmente temporarias, que servían de hábitat a aquellos animales y otros que todavía forman parte de la fauna visible en la región, desde los antepasados de los guanacos a zorros y ñandúes.
UN MUNDO DE FÓSILES Este lugar le hubiera encantado a Alcide Dessaline d’Orbigny, un naturalista y paleontólogo francés del siglo XIX. Fue uno de los primeros científicos que recorrió las costas y mesetas de la Patagonia, adelantándose varios años a Darwin. En aquellos tiempos Carmen de Patagones era el último puesto de la civilización occidental a orillas del Atlántico Sur, un puerto de paso obligado para todas aquellas expediciones antes de seguir rumbo más al sur. Hacia regiones muy poco conocidas, pero que un siglo más tarde entregarían una extraordinaria diversidad de fósiles de dinosaurios y muchos otros vestigios de eras geológicas pasadas, como los bosques de troncos petrificados.
La particular evolución de la Patagonia y de otras zonas del país -como el norte de Cuyo- a lo largo de millones de años las transformaron en terreno de predilección para los paleontólogos. Lo que fue en otros tiempos una planicie de lujuriosos bosques tropicales se secó cuando los Andes se formaron e impidieron la llegada de lluvias. El desierto mineralizó y protegió por millones de años a aquellos testigos de las eras jurásicas y cretácicas que la erosión hizo aflorar para que los descubramos recién ahora, en nuestras épocas.
Las costas formaron otros ámbitos propicios para los fósiles; el mar cubrió y se retiró varias veces en grandes superficies, dejando cañadones, playas y barrancos llenos de fósiles. D’Orbigny dedicó trece años de su vida a describir y clasificar las muestras que recolectó en su viaje por la Argentina y otros países de la región. Y durante 17 años se consagró a la redacción de una monumental monografía que fundó las bases de la paleontología. Qué shock se hubiese llevado de haber podido estar junto a Rubén Carolini, el explorador neuquino que descubrió los fósiles del Giganotosaurus, el mayor carnívoro conocido en nuestro planeta. Este gigantesco dinosaurio vivió hace poco menos de cien millones de años y es una de las estrellas mundiales de la paleontología, junto con el Argentinosaurus, que se considera como el ser vivo más grande que haya existido (40 metros de largo y 60 toneladas).
Ambos se pueden ver en dos museos neuquinos, que junto con el MEF de Trelew y algunos sitios de la meseta forman el más fascinante circuito de “turismo de dinosaurios” que se puede hacer en el mundo.
LOS DINOMUSEOS Villa El Chocón es un pequeño pueblo a orillas del lago de la represa Ramos Mexia, que Neuquén comparte con Río Negro. Vivió tradicionalmente en el ronroneo de las máquinas de la planta hidroeléctrica que provee trabajo a la mayoría de las familias locales. Esta tranquilidad pueblerina es sólo aparente, porque en sus contadas calles no es raro escuchar hablar varios idiomas a la vez y a diario se cruzan nuevas caras. Es que la villa se ha convertido en una especie de “capital mundial de la paleontología”, gracias a un hallazgo que dio vuelta al mundo en 1993.
Aquí se encuentra uno de los grandes “museos de dinosaurios” del norte de la Patagonia, que podría formar una suerte de Ruta Cretácica entre la costa y los Andes a la altura del Río Negro. El lugar fue construido para recibir la réplica del esqueleto del Giganotosaurus Carolinii, un gigantesco carnívoro que podría relegar a los monstruos de las películas Jurassic Park al rango de queribles mascotas… El descubrimiento fue de paleontólogo amateur, Ruben Carolini, que solía recorrer la meseta en busca de fósiles. En la principal sala del museo se puede ver la reconstitución de los fósiles en su emplazamiento original, tal como fueron conservados por la naturaleza durante millones de años entre capas de sedimentos. Un poco más lejos se colocó un esqueleto de pie y se recreó una cara del “Giganoto” –el apodo que le dan los guías y los vecinos- en 3D. Además de museo, el Ernesto Bachmann (por el nombre de otro aficionado que demostró la gran variedad de fósiles de la región) se convirtió en un importante taller de corporización de dinosaurios. Científicos y artistas trabajan para crear figuras a gran escala que se pueden ver en otros lugares del país y que también venden a museos y exhibiciones en el exterior. Una suerte de El Chocón for export…
Desde la costa del embalse (a cuyas orillas se pueden ver huellas de dinosaurios, en un cañadón que parece no haber cambiado desde tiempos geológicos) el circuito lleva a Plaza Huincul para conocer la otra gloria cretácica del país, un saurópodo que -como dicen los chicos a verlo- es “grande como una casa”. El esqueleto del Argentinosaurus se exhibe en un gran galpón al lado de la calle principal, lo que lleva a pensar que en realidad es “grande como muchas casas”… En varios otros lugares del país, en Trelew y La Plata por ejemplo, se exponen algunos huesos de este monstruoso sujeto. Las piernas tienen las proporciones de un arco romano, el cuello y la cola podrían servir de montaña rusa… Sin embargo, tanto las infraestructuras como la muestra no han sido renovadas ni completadas en mucho tiempo, y por lo tanto el museo se ve en desventaja frente a los otros dos que completan esta ruta, en Trelew y la siguiente parada, General Roca.
El Museo Patagónico de Ciencias Naturales es el más reciente de todos en la región. Los paleoartistas han creado sugestivas maquetas y el sector del museo dedicado a los dinosaurios y fósiles es para muchos el mejor de todos. En su modernidad se parece mucho al Museo Egidio Feruglio, un nombre que para muchos ya es sinónimo de paleontología. El MEF está en Trelew y es la mayor carta de presentación de la Patagonia en cuanto al estudio y la exhibición de fósiles.
VEGETALES PETRIFICADOS No hay sólo fósiles en las mesetas de Patagonia, como lo pudieron comprobar d’Orbigny y Darwin durante sus expediciones por las comarcas costeras. El actual balneario de El Cóndor, al sur de la desembocadura del Río Negro, es un paraíso natural. No sólo porque conviven allí dos especies de delfines, o porque a lo largo de kilómetros de acantilados frente al océano vive la mayor colonia de loros del mundo. Basta bajar la vista un ratito y, con toda probabilidad, se podrá ver algún fósil. De hecho, a lo largo de la costa patagónica abundan los lugares conocidos como “cañadón” o “playa de las ostras”: son en realidad yacimientos de grandes bivalvos. Aquellos lejanos ancestros sobredimensionados de las ostras actuales debían haber encontrado un lugar ideal para prosperar y reproducirse a gran escala hace decenas de millones de años. Hay tales lugares en El Cóndor, en Las Grutas, en Rada Tilly o en Puerto Deseado, por nombrar solamente algunos de los puntos más turísticos de las orillas del Atlántico Sur. La tardía concientización hizo que durante años muchos se llevaran los ejemplares más enteros. El viento y el tiempo no tardarán en poner en evidencia más capas de aquellos fósiles que esperarán mejor suerte, permaneciendo en el mismo lugar donde fueron mineralizados.
Muchas veces aquellas visitas costeras se pueden acoplar con algún paseo por tierra adentro, ya que en toda la Patagonia no sólo abundan los fósiles sino también troncos de árboles petrificados. Carolini dijo alguna vez en una entrevista que la paleontología sirve tanto “para conocer a los animales que vivieron alguna vez sobre la Tierra como para estudiar la evolución del clima y de nuestro planeta”. No hay nada más certero. Aquellos troncos son la prueba. Sus maderas, transformadas en piedra como tocadas por la varita de algún excéntrico mago, nos recuerdan que las áridas estepas patagónicas fueron bosques tropicales llenos de vida. De la misma manera que los animales eran gigantescos en aquellos tiempos, también lo eran las plantas. Los alerces de la región de Esquel podrían ser lejanos parientes de aquellas desmesuradas especies de vegetales, que a pesar del proceso de fosilización han conservado su textura, los detalles de su corteza y a veces hasta los frutos.
En el pueblo-hotel de Bahía Bustamante, una de las opciones de visita es a uno de aquellos bosques, que está escondido en campos privados y por esta razón goza de un notable estado de preservación. Lo mismo ocurre con varios sitios en torno a Valcheta, en plena meseta de Somuncurá, una comarca que se está despertando lentamente al turismo de aventura en el centro de Río Negro. Los bosques petrificados más conocidos son por su parte los de Sarmiento, en el sur de Chubut, y los de Fitz Roy, en la provincia de Santa Cruz.
TRIASSIC PARK La Argentina de los dinosaurios y de los fósiles no se limita exclusivamente a la Patagonia. A lo largo de los Andes, grandes regiones se han transformado en desierto y pudieron conservar bajo capas de sedimentos y rocas restos de vida de hace millones de años. Allí también la erosión nos hace ahora el regalo de entregarnos poco a poco estos valiosísimos testimonios de cómo era nuestro planeta en la Era Terciaria.
Si bien hay muchos yacimientos, las visitas se pueden concentrar en torno a La Rioja y San Juan, más específicamente alrededor del sitio natural que ambas comparten y forma un parque biprovincial: Talampaya del lado riojano, Ischigualasto del sanjuanino. El viaje en el tiempo es aún más grande allá, por encima de aquellas tierras rojizas y ocres: unos 250 millones de años.
En la entrada del parque riojano se construyó un pequeño centro interpretativo con reproducciones de dinosaurios de la región. Por lo general son mucho más chicos que los del sur, principalmente porque fueron hechos sobre la base de fósiles más antiguos, de animales que no habían llegado al nivel de gigantismo del Cretácico. El letrero que invita al paseo anuncia que se trata de un Sendero del Triásico: un pequeño paso para el hombre pero un enorme salto en el tiempo para el visitante… El Triásico es la primera época del Mesozoico, seguido luego por el hollywoodense Jurásico y finalmente por el patagónico Cretácico. La Rioja y San Juan nos llevan así a épocas en las cuales los Andes ni habían empezado a formarse como suaves colinas. Es lo que explican los guías de las visitas que se realizan en ambas provincias para recorrer los dos parques, cada uno distinto y similar a su vez. San Juan se distingue por sus fotogénicas formaciones rocosas; La Rioja por los farallones de rocas rojas.
Para ver más dinosaurios, la visita puede seguir luego hacia el norte, por la Costa Riojana, hasta el pueblito de Sanagasta. La guía María de los Ángeles Meza cuenta que hace unos años “una mancha clara intrigaba a los geólogos que estudiaban imágenes de Google Maps y fotos satelitales de la Sierra de Velazco. Luego de armar una expedición descubrieron un increíble yacimiento paleontológico con muchos fósiles, pero sobre todo nidos con huevos de dinosaurios en gran cantidad”. Para preservar el sitio no se dice claramente dónde queda, pero existe la posibilidad de saciar la curiosidad en el Valle de los Dinosaurios construido al borde de la ruta, fuera del pueblo.
En un vallecito labrado por millones de años de erosión eólica y las lluvias, se han instalado varias réplicas a escala real de los dinosaurios encontrados localmente. Es como pasear en una película: la ilusión es perfecta y las maquetas se funden a la perfección en este paisaje que parece recién creado en los albores de los tiempos. María de los Ángeles y su esposo construyen estas réplicas luego de haberse formado en los museos paleontológicos del sur del país.
A diferencia de los yacimientos y de los museos australes, el paisaje acompaña perfectamente los vibrantes colores de las réplicas de fibra de vidrio, bajo el implacable sol riojano. En cuanto a colores y texturas de pieles, si no hay nada escritos sobre gustos ahora, seguramente lo había en tiempos de los dinosaurios. “Los científicos no tienen datos precisos sobre estos detalles ya que hemos encontrado solamente huesos, pero los pájaros son los lejanísimos descendientes de los dinosaurios. Y podemos suponer que, como ellos tienen un plumaje colorido y contrastado, sus viejos parientes también tenían colores fuertes…”.
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