COLOMBIA > EN LAS INMEDIACIONES DE CARTAGENA
Bailes, comidas y ritos ancestrales siguen vivos a una hora de distancia de uno de los destinos caribeños más visitados por el turismo internacional. Un pueblo con una historia de película, que hoy como ayer lucha por su existencia sin dejar de mirar hacia las raíces africanas de sus habitantes, sus tradiciones y sus fiestas populares.
› Por Pablo Donadio
Fotos de Pablo Donadio
En la costa y los alrededores del Caribe colombiano no sólo se baila cumbia. A una hora de Cartagena, entre cerros, lagunas y pantanos, un lugar sigue intacto como hace siglos, guiándose por costumbres, tradiciones y ritos africanos. Sus habitantes prefieren llamar a la comunidad San Basilio de Palenque y no Palenque de San Basilio, argumentando que el pueblo no es del santo sino el santo del pueblo. Hoy hace algo de frío, pese a que aquí siempre está muy cálido, por el trato y por el clima que a estas latitudes todo lo entibia. Llegamos hace un rato, y el silencio matinal contrasta con los bulliciosos y más formales caminos turísticos que Colombia propone por aquí, con playas geniales y ciudades tumultuosas. Apenas la tranquilidad se interrumpe por unos retos de una aparente madre a su aparente niño, que camina lento a la escuela. Pero no más que eso. El pueblo luce un típico lunes de fuera de temporada, cuando no hay visitas por sus fiestas tradicionales, sobre las que tanto contó Rafael Cassiani Cassiani en Buenos Aires, cuando el Festival del FITBA lo recibió en la Argentina por primera vez. “Mi tierra canta y baila. Eso se lleva en la sangre, porque el son ya se acabó en el mundo entero, aunque algunos dicen que queda en algunos sitios de Cuba. Yo creo que el único que toca el son antiguo, con los instrumentos originales, es el Sexteto Tabalá”, aseguraba el líder de la agrupación sobre ese ritmo tan único como sus palenqueras, las mujeres de piel oscura y vestidos multicolores que menean sus caderas balanceando en la cabeza palanganas llenas de frutas, las vendedoras ambulantes más famosas de la costa.
RESISTENCIA En el centro del pueblo, desordenado (u ordenado) al ritmo del arroyo Pellín, está la estatua de un hombre que parece salir de la mismísima tierra. Es Benkos Biohó, el padre de Palenque. “Se le llamó Biohó porque era de esa región del este africano. Fue rey, fue esclavo y fue la inspiración del pueblo”, explica Rumi, que algo había adelantado en el trayecto desde Cartagena. Su historia es para una película. Ocurre que Biohó, que nació en la segunda mitad del siglo XVI en la actual Guinea Bissau (una de las tres Guineas, junto a Guinea Ecuatorial y la República de Guinea) ejerció como rey hasta que un buen día fue convertido en esclavo. “El relato es apasionante, porque cuenta que la embarcación donde viajaban sufrió un naufragio cerca de Cartagena, y entonces aprovecharon para huir. A Benkos lo recapturaron, pero al poco tiempo escapó de nuevo, y caminó varios días hasta por terrenos de ciénagas, donde organizó un ejército que logró ser fuerte en esos montes”, se emociona el guía.
Desde allí, Biohó organizaba fugas de otros esclavos y los llevaba a esa tierra libre denominaba “palenque”, desde entonces un sinónimo de libertad. Tan fuerte fue el poder que construyó Biohó que el entonces gobernador de Cartagena, Suazo Casasola, le ofreció a principios del 1600 un pacto en el que admitía la autonomía de los palenques. Aceptaba, además, que el líder frecuentara la ciudad (armado, pero vestido a la española) en tanto se comprometía a no recibir más esclavos ni estimular nuevas fugas. Y claro, a no usar título de rey. El trato duró unos años, y sin saber con precisión qué ocurrió en el medio, en 1619 se lo encerró por orden del nuevo gobernador, García Girón. Luego de estar preso dos años, por el descontento que generaba en su comunidad, la Corona ordenó ahorcarlo y descuartizado, como señal de poder. Desde entonces, San Basilio de Palenque y el propio Benkos son un emblema de los esclavos libres de la región, una suerte de república independiente de Africa en pleno país cafetero.
UNION Y AFRICA De los numerosos palenques existentes en la Colonia, San Basilio es el único que permaneció librando batallas para conservar su identidad y sus elementos culturales propios. “El primer y último” pueblo africano existente en la actual América, como señala don Cassiani Cassiani. Cuentan que antes de la Guerra de los Mil Días (1899-1902), el pueblo contaba con un mayor número de casas, pero un general ordenó incendiarlo por el apoyo que sus vecinos daban a un tal Robles, jefe de un batallón hostil al entonces gobernante. Hoy Palenque tiene unas 3500 personas, distribuías en 400 familias. La organización social de la comunidad se basa en redes familiares y grupos de edad llamados “ma-kuagro”, que implican un sistema de derechos y deberes hacia los otros miembros, con gran solidaridad interna en el trabajo diario, los festejos y las adversidades. Otra variante es la “junta”, que se constituye a base de un propósito concreto (por ejemplo alguna enfermedad) y desaparece una vez que el objetivo se haya cumplido. La mayoría de las familias vive en casas rectangulares con techo a cuatro aguas, y como buenos descendientes de nativos, el material utilizado para construirlas lo suministra la propia tierra: paredes de barro y arena (ahora también hay ladrillos) y techo de palma montados y atados con fuertes lianas llamadas bejuco malibú. Hacia fines de la década de 1960 el pueblo tenía apenas siete calles (hoy son unas 30 manzanas), pero a raíz del título mundial de boxeo de 1974 obtenido por Antonio Cervantes Reyes, el “Kid Pambelé”, una joya deportiva que aprendió boxeo en estas calles y se perfeccionó en Cartagena, el gobierno instaló el servicio de energía eléctrica. En 1978 se inauguró el servicio de acueducto (de funcionamiento esporádico), que sin embargo no ha cambiado las costumbres de ir al arroyo para lavar la ropa y conversar. La posterior construcción del coliseo de boxeo y otras obras dieron la actual cara al pueblo, que suele ser visitado por multitudes de turistas para las fiestas folklóricas.
FIESTAS La fuerza de la tradición oral se siente a pleno en las calles, en las anécdotas de los más viejos, y abarca hábitos sociales sencillos, prácticas médicas y ceremonias religiosas. En casi todas esas costumbres y creencias vigentes está presente la música como hilo conductor, en la vida y en la muerte. El Lumbalú es un ritual fúnebre se remonta al territorio bantú en el continente africano. Une al colectivo con los recuerdos y reflexiones en un rito de nueve días y nueve noches cuando una persona muere. En medio de llantos, rezos, cantos y bailes, se reconstruye la vida de la persona fallecida. Pero también hay fiestas alegres, en especial cuatro de ellas: la Semana Santa, donde se conmemora la “ancestralidad palenquera” y se realizan honores a Benkos Biohó; las Fiestas Patronales de junio para celebrar al santo; el Festival de Tambores y Expresiones Culturales, celebrado en octubre con muestras de vestimenta y peinados, comidas (un libro sobre la cocina palenquera llamado Kumina ri Palenge pa to paraje, escrito a mano hace tiempo ganó el concurso Gourmand World Cookbook Awards 2014 de Beijing tras competir con más de 15.000 libros de 187 países) y trabajos manuales; y la Integración de Kuagros Palenqueros entre fines de diciembre y comienzos de enero. Allí, escuchar un “bullerengue sentado” (canto femenino que se asociaba a las mujeres embarazadas y hoy es respondido en coro), una “chalupa” (ritmo alegre y festivo) o el mismísimo son palenquero (danza de cortejo y enamoramiento), es sinónimo de unión entre los miembros de la comunidad. Esas fiestas exhiben también la tradicional forma de fabricación de instrumentos, en especial los variados tambores, la marimbula y las maracas. Gracias a todo esto la comunidad palenquera participa cada año en el Festival Cartagena incluyendo cuentos en la lengua palenque, otro de los patrimonios locales. Dicen que la más antigua del Caribe, y por tanto defendida a capa y espada por los mayores, que ven cómo poco a poco se va perdiendo entre los jóvenes. Varios ancianos sostienen que desciende de una lengua hablada por los esclavos que durante finales de siglo XVI y principios del XVII construían fortificaciones en Cartagena de Indias. Estaría basada en palabras provenientes de kikongo y kimbundu, y un portugués reestructurado de São Tomé de Guinea, donde muchos de los esclavos del África continental tuvieron que esperar a ser embarcados hacia América. Constituiría así un primer sistema de defensa ante los europeos. Gracias a este conjunto de tradiciones, San Basilio de Palenque ha sido distinguido en 2005 como Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
El día llega a su fin y el sol se oculta tras la serranía de San Jacinto, tiñendo de naranja las lagunas don Juan Gómez y María La Baja. Pese a la corta visita, nos queda la sensación que San Basilio de Palenque ejerce un fuerte impacto en la región, influencia que sin embargo lucha por su supervivencia, como marca la tradición.
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