Domingo, 29 de mayo de 2016 | Hoy
COREA DEL NORTE > EL VIAJE MáS BIZARRO DEL MUNDO
La rara experiencia de viajar a un país que proyecta su imagen a partir de una ficción a gran escala. De Pyongyang, la capital, al Monte Paekdu, una gira rigurosamente vigilada por territorio norcoreano, donde comienzan a entreabrirse las puertas para un turismo que sólo puede mirar sin cuestionar.
Por Daniel Wizenberg
Les pregunté qué hacían viniendo en este tour. “Queríamos que la luna de miel fuera original”, me respondieron Britney y John. Se acababan de casar en Londres y decidieron viajar, luego de su noche de bodas, a la República Popular y Democrática de Corea. Más conocida como Corea del Norte, gobernada por un régimen diseñado a imagen y semejanza del soviético de Stalin, un pequeño Estado que fabrica armas nucleares, lanza fallidamente satélites al espacio y amenaza a Estados Unidos con bombardearle la costa oeste.
Tanto Britney como John vienen de familias acomodadas de Inglaterra y trabajan en la empresa del padre de él. Son fanáticos de George Orwell y les pareció más divertido como luna de miel dejar de lado el descanso en una playa de arenas blancas y hacer el único viaje que logra poner en tres dimensiones la novela 1984.
Quien elige un destino así lo hace dispuesto a atravesar días bizarros; de hecho eso es lo atractivo del paseo, lo que lo hace singular. Si uno decide meterse en el país más cerrado del mundo debe aceptar sus reglas y condiciones, pero como nunca se aclaran del todo se estará sujeto a castigos que no son aclarados de antemano. Actuar con sentido común se convierte en la norma.
El tour consiste en entregar una porción importante de libertad y en soportar condiciones adversas, pero permite a cambio adentrarse en uno de los pocos territorios inhóspitos que quedan en el mundo. La experiencia, hasta hace poco imposible, es memorable.
NADA ES LO QUE PARECE Los norcoreanos logran magnificar su imagen porque, entre otros motivos, la apariencia es una política de Estado: la televisión dice que el mundo admira al gran líder Kim Jong Un, tanto como admiraba a su padre Kim Jong Il y a su abuelo Kim Il Sung. Pero si la imagen de alguno de ellos aparece en Occidente, lejos de generar admiración provoca pánico y gracia. La política de la apariencia interna se verifica en que los pocos que tienen acceso a Internet no saben que en realidad acceden a una Intranet (una red cercada en las fronteras del país y controlada por el Estado), o que el Hotel Pyongyang -con forma piramidal de 105 pisos, cinco restaurantes giratorios y revestido con vidrios espejados- en realidad está deshabitado, cerrado y adentro hueco, no tiene ni siquiera paredes divisorias.
Esa dinámica de mostrar una cosa pero ser otra se nota desde el principio cuando uno planea viajar a Corea del Norte: la aerolínea de bandera, Air Koryo, tiene una página activa, se pueden probar fechas, elegir si se quiere sólo ida o round trip, y un slogan: “Vuelos baratos a Pyongyang”, la capital norcoreana. Y hay más: un esquema de promociones que oscilan entre los 631 y los 635 dólares dependiendo del mes, y hasta publicidades para afirmar que el viajero “encontrará siempre vuelos a Pyongyang desde cualquier ciudad del mundo”. La web explica que ante cada búsqueda se analizan 728 aerolíneas de todo el planeta y se ofrece el mejor precio. Pero todo es una fachada: cualquier combinación más tarde o más temprano llevará al mismo lugar, la web de la Korea International Travel Company. La página, aparentemente funcional y moderna, es parte de la única manera de hacer turismo por la RPDC: comprando un tour. Algunas otras agencias también los ofrecen: la más económica se llama Young Pyonners Tours, debe el nombre a la guardia de jóvenes de la URSS y tiene un lema prometedor: “Te llevamos adonde tu madre no quiere que vayas”. La empresa, mitad china y mitad norcoreana, está curiosamente gerenciada por ingleses y también organiza recorridos por Chernobyl, Turkmenistán, Uzbekistán, Afganistán y países autoproclamados independientes pero no reconocidos por la comunidad internacional, como Transnistria, Abjasia, Nagorno-Karabaj y Osetia del Sur.
Los organizadores se encargan de la gestión de la visa de entrada y de absolutamente todo lo demás (comidas, transporte, paseos, visitas, llegada y salida): sólo hay que presentarse en la estación de tren de Dandong (sudeste de China), en el aeropuerto de Beijing o en el de Vladivostok (la ciudad rusa que limita al noreste de la RPDC), encontrarse con el resto del contingente y prepararse para no tomar ninguna decisión más en todo lo que dure el tour.
A LA TIERRA DE KIM La opción tren es la más económica y es la que elijo. Se compra con tarjeta de crédito o a través del sistema de pago en línea PayPal. Pero antes de pagar un correo electrónico llega al instante, advirtiendo: “No le diga a Visa o MasterCard que piensa ir a Corea del Norte, si informa del viaje diga que va a China”. El punto de encuentro que selecciono es Dandong, en la frontera con la RPDC, donde conocería a los otros 19 dispuestos a preocupar por unos días a su madre, con quienes abordamos juntos el tren. Hay gente de Gran Bretaña, España, Indonesia, Colombia, México, Alemania, Rusia, Francia y Canadá. La mitad son periodistas diciendo que son otra cosa, la otra mitad son gente como Britney y John, en plan de vacaciones bizarras.
Apenas subimos al tren nos retienen los pasaportes. Recién lo recuperaría en el mismo tren, pero a la vuelta. Un oficial nos revisa todos los dispositivos, pero sabiendo que eso podía pasar había llevado solamente una pequeña cámara pocket y dejado en un hotel de Dandong, en una mochila, mi teléfono, mi tablet, mi computadora y mi cámara de fotos “grande”. Cruzamos el Puente de la Amistad y entramos en territorio norcoreano. El río está congelado, como todos los ríos que atravesaríamos luego. En algunos de ellos hay gente rompiendo el hielo y pescando igual, agachada por horas.
Al arribar a la capital, Pyongyang, en algunas cuadras hay tránsito vehicular, pero luego nuestro micro es el único que circula por las calles. La ciudad está a oscuras y el hotel al que llegamos vacío y con las luces apagadas. Es de cuatro estrellas y tiene capacidad para 3000 huéspedes, pero enciende sus luces sólo para nosotros veinte. Los cuatro hoteles de la ciudad son así; ostentan bastante lujo pero tienen algunos detalles que tiran abajo toda la pompa: la mayoría de ellos, por ejemplo, no cuentan con calefacción.
Dos guías nos reciben y anuncian: “Vamos a acompañarlos durante todo el viaje”. Y lo harán todo el tiempo, salvo cuando dormimos. Como al llegar a la plaza Kim Il Sung, en cuyo centro hay dos monumentos de bronce gigantes de Kim Jong Il y Kim Il Sung, flanqueados por dos grandes murales que homenajean a los “héroes de la Guerra contra el Imperialismo”, en referencia a la Guerra de Corea. Allí nos ordenan hacer la reverencia a los “grandes líderes” en señal de respeto, pero además nos sugieren comprar flores y dejárselas. La relación del pueblo con sus líderes va más allá de lo político; es religiosa.
CITY TOUR El bus que nos lleva pasa por debajo del Arco del Triunfo (según los norcoreanos más grande que el de París) para atravesar el Puente Okryu sobre el río Taedong y llegar a la Torre de las Ideas Juche. Se destaca el nuevo Museo de Ciencias, dedicado a exhibir los logros en esa materia: tiene cinco niveles, decenas de salas de conferencia y espacios temáticos, con un diseño exterior que emula el movimiento de los átomos. Allí se pueden ver desde láminas que explican cómo el régimen estaría clonando animales hasta maquetas que explican cómo se investiga el desarrollo de una “bomba nuclear para la autodefensa”. Unas 2000 computadoras, presuntamente producidas en la propia Corea del Norte, son usadas casi en su totalidad por niños y jóvenes que miran partidos de fútbol viejos. Algunos son de la participación de Corea del Norte en el Mundial 2010, en el que salieron últimos pero también le convirtieron un gol a Brasil. Los guías que acompañan inseparablemente a los extranjeros afirman que “hay tantos contenidos como en la Internet misma”: sin embargo, el mismo capítulo de Caminando entre Dinosaurios, de la BBC, se ve en la pantalla de casi todas las computadoras. Algunos de los niños beben una versión norcoreana de la Coca-Cola, de similar color y diseño de etiqueta pero con un sabor para nada parecido. En el centro del edificio, bajo un inmenso techo vidriado, está apostada una réplica en tamaño real del Estrella Brillante IV, el ultimo misil que lanzaron al espacio, como si también estuviera a punto de ser lanzada.
La conducta pública de los norcoreanos es muy particular. No es frecuente verlos hablar entre sí, no deambulan por la calle y nadie se detiene en una esquina a conversar ni en ningún espacio común. Incluso en el metro, lo único que se oye es una especie de emisora de radio mal sintonizada, una música nacional plagada de violines y cantos de lealtad invadidos por interferencias. El metro es también un refugio antibombas atómicas al que se accede bajando por una única larga escalera mecánica de 90 metros. Son 17 estaciones, pero no hay registro de extranjeros que hayan visitado más de dos. Está complementado por un sistema de trolebús implementado hace poco tiempo y por un sistema de tranvías que, a diferencia del metro, se ve en modo hora pico en todo momento.
En los pocos restaurantes de la ciudad tampoco se ve mucha conversación entre los comensales, que son sobre todo militares (de hecho la mayoría de la población “leal” lo es o es familiar de uno). La luz, generalmente de tubos, es siempre tenue y frecuentemente una parte de la cena transcurre en la más absoluta oscuridad, sin siquiera la luz de las velas. El tipo de gente que va a los restaurantes es el mismo que va a los supermercados. Sobre estos en particular se construyó en muchos medios occidentales el mito de si realmente existen o son sólo una escenografía para el exterior, con el objetivo de disimular un país hambriento. Los cuatro niveles del único supermercado de Pyongyang en los que se consiguen mariscos, ropa, artículos de librería, televisores, lavarropas y hasta se puede almorzar en un extenso y colmado patio de comidas, parecen revelar que al menos una parte de la población tiene acceso a estos bienes, en los que es fácil gastarse el salario único, equivalente a 20 dólares estadounidenses.
EL PASEO Desde la Plaza Kim Il Sung, la más céntrica de Pyongyang, sale una gran alameda que podría descongestionar el tránsito de cualquier ciudad en hora pico. Pero aquí transitan sólo un bus y alguna que otra camioneta. Como los viajes de los tours sólo pueden hacerse en fechas específicas -yo escogí el Año Nuevo Chino, llamado en toda la península coreana Día de la Primavera- es posible ver el momento en que se llena: en algunos días importantes allí se realizan grandes desfiles militares. Un detalle: siempre hay gente barriendo en esa zona, aunque no esté sucia. La rodean varios edificios; uno de los más imponentes es de la Gran Casa de Estudios del Pueblo, que reúne la biblioteca más grande del país y el Centro de Estudio Nacional Juche. Se trata de una de las construcciones más notables de la capital, mezcla de realismo socialista con la arquitectura tradicional de Corea, pero también está deshabitado aunque mantenido en valor. Con, supuestamente, más de 30 millones de libros, encontrar el título deseado es un reto; sin embargo, hay una suerte de sistema de cintas de correr que distribuyen el libro deseado del estante al lobby en cuestión de segundos. Un nivel de automatización brillante para una cantidad de libros que nadie consulta y cuyos autores en su mayoría son tres: los tres líderes supremos.
Entre los otros edificios que rodean la plaza, el del Banco del Taedong ofrece una hermosa vista de la Torre de las Ideas Juche y los grupos son llevados allí a menudo para tomar fotos. La famosa torre Juche (ideología de Kim Il Sung) fue inaugurada en 1982 por el 70° aniversario de la Gran Líder, apila 26550 bloques de granito (uno por cada día de vida de Kim Il Sung) coronados por una llama roja iluminada las 24 horas y tiene 170 metros de altura (Kim Il Sung medía 1,70 metros…). Los pabellones alrededor de la torre representan la hoz, el martillo y la llama de Pyongyang (que simboliza la adaptación de la ideología comunista a Corea). Con el río enfrente, dos chorros de agua brotan más de 150 metros y en la imagen que dan parece representar una idea general del país, la del congelamiento.
FRONTERA Y MONTAÑAS El límite entre Corea del Norte y Corea del Sur sigue prolijamente el paralelo 38 del mapa y está cerrado; sólo hay un paso habilitado –pero por el que casi nadie cruza– llamado “zona desmilitarizada”, aunque sea la zona más militarizada del mundo. Es el lugar donde la Guerra de Corea terminó en una tregua inestable desde hace más de 50 años. La vista desde la cara norte de las tropas estadounidenses, en Corea del Sur, es una oportunidad única de ver la situación desde otra perspectiva. El viaje hasta ahí no es un buen augurio del camino hacia la reunificación: son seis carriles desiertos y salpicados de puntos de control militares. Justo antes de la salida a la zona de distensión, el signo “Seúl 70 kilómetros” recuerda que Corea alguna vez fue una sola.
En la otra punta del país, lejos del paralelo 38 está el Paekdusan (Monte Paekdu), uno de los lugares más fascinantes de la península, cerca de China. El Paekdusan rara vez se incluye en los circuitos de Corea del Norte ya que hay que tomar un vuelo de regreso a Samjiyon luego hacer una hora y media en coche en solitario (bueno, acompañado por dos omnipresentes guías) por el medio de las montañas y en caminos no muy bien delimitados. El área alrededor del monte Chilbo parece inexplorada pero se rumorea que allí funciona una central nuclear. La Organización Mundial del Turismo ha puesto en marcha un programa de vivienda para alojamiento familiar en el lugar. Se trata de una "aldea Potemkin": grandes casas de estilo tradicional (europeo), parte de las cuales están ocupadas por una familia y la otra por los huéspedes. Hace dos años Kim Jong Un suspendió las visitas pero, se dice, dejó que las familias sigan allí.
Estos fueron los últimos pasos del viaje. Pero antes de abandonar el país, en la frontera con China, llegó la hora de tener en cuenta la cuestión de las fotografías: si bien no había tenido restricciones para tomarlas, un oficial revisa las cámaras de todos los turistas antes de que salgan de Corea del Norte. Por eso había tomado la precaución de esconder mi tarjeta de memoria el zapato, colocando en cambio en la cámara otra con fotos intrascendentes, tomadas el último día. Porque Corea del Norte tiene paisajes deslumbrantes, pero por ahora su propuesta turística no consiste en abrir sus puertas, sino en dejar mirar por la mirilla.
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