NICARAGUA > DE GRANADA A LEóN
Tierra de volcanes y lagos, de playas extensas y ciudades que encantan con su arquitectura, las calles revelan –además del caos cotidiano– una historia de revolución y guerra. De norte a sur, un recorrido en chicken bus para descubrir, a su propio ritmo, este país que empieza a abrirse al mundo.
› Por Paula Mom y Marina Roselló
Chicken bus es el apodo que reciben los autobuses públicos en algunos países de Centroamérica. Son los viejos colectivos amarillos y estadounidenses que transportaban a los chicos hasta el colegio, que al llegar a estas tierras fueron reformados y pintados de varios colores. Algunos conductores les agregaron frases y arabescos, y otros sumaron la figura del Che. El equipaje va al techo y atado con sogas. No son muy cómodos, pero sí pintorescos, y es el único transporte que conecta las distintas ciudades y pueblos nicaragüenses con bastante frecuencia horaria y a un precio bien económico. Y es que, a comparación de otros países de la región, el turismo aquí todavía es incipiente. No se ven agencias de viajes por las calles, la oferta hotelera es algo limitada y no hay muchas opciones de transporte.
Pero los chicken buses no sirven sólo para llegar de un lugar a otro, sino que también son un micromundo de la cultura de Nicaragua. Allí se suben las mujeres de caderas anchas, bandanas en la cabeza y polleras de colores hasta el piso. Ellas venden platanitos, que son plátanos fritos; jugos en bolsitas de plástico; frutas y golosinas locales. En cada parada se baja una y suben otras tres, que venden lo mismo. También suben animales y familias enteras. Todos saludan, la mayoría con una sonrisa, y siempre se esfuerzan por dar indicaciones específicas al viajero para que llegue a destino. Además, las distancias son cortas en Nicaragua, por lo que vale la pena aventurarse en este transporte de caos y color.
DE POETAS Y LOCOS De norte a sur, la primera parada del periplo es la antiquísima León. Una ciudad desordenada, donde abundan los mercados, los graffitis y la gente. Sin duda su riqueza está en las calles, donde la consigna es perderse y descubrir de pronto las catedrales gigantescas, las casas coloniales coloridas pero bien despintadas, las barberías –está lleno- y también esas esquinas que todavía albergan pulperías. No se sorprendan si la gente los saluda a cada paso, les pregunta de dónde son o les piden que les tomen una foto. Los leoneses son amables, curiosos y divertidos, y viven en un lugar con más espíritu de pueblo que de ciudad.
Pero León también tiene otra cara: la de las inquietudes políticas y una historia reciente que se hace palpable en las paredes y en el corazón de sus habitantes. La guerra civil, la dictadura de Somoza y la revolución están presentes en banderas, en murales callejeros, en museos y en conversaciones de todos los días. Sin embargo, para entender la realidad de León hay que conocer su relación con Granada. Estas dos ciudades, que están separadas por 140 kilómetros, fueron nombradas en honor a ciudades españolas y estuvieron entre los primeros asentamientos coloniales en América. Granada creció como uno de los puertos más importantes del continente y fue la que albergó al Partido Conservador de Nicaragua. Paralelamente, en León se firmó el acta de independencia de la monarquía española y se convirtió en sede cultural, religiosa e intelectual del país. Se la conocía como la ciudad de los poetas y los locos (aún se la llama así), y era el centro del Partido Liberal.
Por diferencias políticas, ideológicas y económicas, León y Granada se enfrentaron en una dura Guerra Civil en 1850. La capital se alternó entre una y otra, hasta que acabó trasladándose a Managua. Pese a los años transcurridos, aún permanece una rivalidad entre ambas.
A principios del siglo XX, el ejército estadounidense ocupó Nicaragua, pero gracias a Sandino –quien lideró la resistencia– tuvo que marcharse; no sin antes crear la Guardia Nacional con Anastasio Somoza, posterior líder de la dictadura militar que duró casi 50 años. Hoy es inevitable caminar las calles leonesas sin toparse con la figura de Sandino, con pinturas contra Somoza, con mensajes de revolución, con conversaciones de personas todavía involucradas en la historia.
GRANADA Y SUS CARRUAJES Llegar a Granada implica haber comprado un boleto para viajar en el tiempo a la época de la colonia. Alrededor de la plaza y frente a los hoteles aguardan los taxis en forma de carruajes tirados a caballo. Las iglesias, los edificios con sus arcos de medio punto, las casonas antiguas convertidas en hoteles o restaurantes; todo está pintado en amarillo, verde o bordó, y no hay muros gastados ni basura en la calle. Hay faroles en cada esquina, en la plaza se venden las emblemáticas pupusas (tortillas de maíz con queso fundido) y la calle principal, adoquinada y pseudopeatonal, se llena de mesas en las veredas cuando cae el sol: el escenario perfecto para degustar una cerveza artesanal.
Hasta acá, Granada tiene poco que ver con el resto de las ciudades centroamericanas, mucho más desprolijas y sin ningún plan arquitectónico aparente. Pero basta con acercarse al mercado, a pocas cuadras de la plaza, para reencontrarse con esa otra Nicaragua: la caótica, la despintada, la que silba piropos a las mujeres. La que vende desde bananas hasta ojotas en un mismo puesto, la que grita sus mercancías, la que sonríe y convive con la basura sin problema alguno.
La cara prolija de Granada está bien maquillada y es hermosa. Pero el lado cotidiano de la ciudad reúne a un montón de gente que trabaja en las calles y cuya rutina sucede más en las veredas que puertas adentro. No será raro encontrar, entonces, abuelos leyendo en las puertas de sus casas en una silla mecedora, hombres jugando a las cartas en plena vereda o mujeres separando, ahí mismo, los frijoles de la tierra.
LAGOS Y VOLCANES No todo son ciudades del pasado en Nicaragua. También vale la pena conocer los volcanes activos, las lagunas formadas a partir de cráteres volcánicos y las playas del Pacífico, cuyos mares de pacíficos no tienen nada y allí se realizan campeonatos mundiales de surf.
Desde el León es posible tomar un chicken bus hasta la base del volcán Telica. El ascenso se puede hacer a caballo o a pie. Con guía, la caminata toma unas tres horas. Sin guía, y tras la experiencia de esta cronista, podemos asegurar que las tres horas se pueden volver ocho, las últimas en plena noche y escalando resbaladizas piedras que harían temblar a más de uno. Seguro que no es tan fácil encontrar el rumbo a la cima.
En fin, más tarde o más temprano, la caminata terminará en un cráter de 25 metros, donde de noche y asomándose por el precipicio se podrán ver los hilos de lava naranja y ardiente que iluminan las profundidades. Después de contemplar este fenómeno hipnótico, la consigna será acampar a unos 500 metros del volcán, no sin antes armar una fogata y cocinar unas verduras al fuego. Al día siguiente, el amanecer ofrecerá un espectáculo de colores sobre el valle y el volcán, majestuoso y más amable ahora, apagará su lava hasta el próximo atardecer.
Cerca de Granada hay otra grandeza de la Madre Tierra por visitar: la reserva natural Laguna de Apoyo. Para ello hay que llegar al pueblo vecino de Catarina (a unos 20 minutos en el bus local), caminar entre una alfombra verde y de flores tendida al borde del asfalto en la calle principal –el pueblo es famoso por sus tantísimos viveros coloridos- hasta arribar al mirador. Desde aquí, la vista es imponente: morros verdes como una jungla llovida, volcanes que escupen nubes y un espejo de agua azul profundo de unos 20 kilómetros cuadrados. Se trata de una laguna formada hace unos tres mil años, a partir de la explosión de un volcán vecino que dejó un enorme cráter. Está anclada a 69 metros sobre el nivel del mar y en algunos sectores llega a tener 169 metros de profundidad.
Partiendo desde el mirador, hay varios senderos que descienden hasta la laguna. El recorrido lleva unas dos horas, es en bajada y entre bosques, y el final del trekking será compensado con feliz chapuzón o un memorable paseo en kayak.
Pero no se puede dejar Nicaragua sin testear sus playas. A 100 kilómetros de Granada hacia el sur se encuentra Playa Maderas, una bahía entre morros, bien tranquila y con algunas pocas cabañas frente al mar. Un rincón perfecto para descansar o aventurarse en el deporte oficial: el surf. Cuando empieza a oscurecer, hay cita obligada para ver caer el sol, mientras los locales compiten por dominar con sus tablas las olas más difíciles.
Todavía resta descubrir la isla de Ometepe, con más lagos y volcanes, y también el extenso costado atlántico nicaragüense, que con sus islas caribeñas de miles de peces y agua transparentes terminará por conquistar al viajero más exigente.
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