ESPAÑA > BARCELONA, MáS QUE CAMPEONES
Deslumbrante arquitectura, playas y clima, un equipo de fútbol casi imbatible, gastronomía de vanguardia, intensa actividad cultural e identidad propia. En el siglo XXI, la ciudad de espíritu independentista que lo tiene todo hoy lucha, paradójicamente, para no ser una como todas.
› Por Frank Blumetti
De repente uno se encuentra rodeado de una explosión de luz y color, de enormidades tribuneras, de voces que hablan, gritan y se entusiasman en al menos una docena de idiomas: mi bautismo de fuego en el Camp Nou, escenario usual de las hazañas de Messi, Neymar & Cía, tuvo un marco compuesto por esos detalles y sensaciones.
Atrás quedó la carrera desde el aeropuerto hacia el templo futbolero, camino entorpecido por el intenso tráfico provocado a su vez por una inusual llovizna y por el día de Sant Jordi, el patrón de la ciudad. Esta fiesta popular catalana se celebra el 23 de abril (coincidente con el Día internacional del Libro) y la costumbre requiere un intercambio de regalos: las mujeres reciben una rosa, los hombres un libro. Por todos lados abundan puestos de textos y flores –ambos a precios módicos– y gente que los recorre en masa, ya fuere en busca de un obsequio para el ser amado o los amigos o bien alguna oferta conveniente: lo romántico no quita lo cultural, después de todo... ni lo pichinchero.
Tras un galope extra por la Av. Joan XXIII hasta la puerta 87, una vez esquivados los puestitos de banderas y bufandas y traspuestos los controles, el Camp Nou despliega su magia. En la cancha el espectáculo es más bien un monólogo; el Barcelona, sin despeinarse, vapulea al timorato Sporting Gijón. Pero esta vez lo interesante, para quien –como uno– acaba de llegar, se encuentra alrededor: un panorama impactante de tribunas altísimas, iluminación impecable y una platea donde los hinchas locales no se distinguen, tal el crisol de turistas que la puebla. Todo funciona a la perfección (hasta los baños), sin los desbordes ni el apasionamiento ni el desorden –ni la violencia, por cierto– a los que estamos acostumbrados. Y esta experiencia resulta la mejor introducción, quizá, para el recién llegado a esta Barcelona siglo XXI donde, al igual que en su famoso estadio, convergen todas las miradas del mundo... y a juzgar por lo variopinto del público, todo el mundo también.
BARCELONA DE GAUDí Tras la velocidad, adrenalina y goles del primer día, la segunda jornada luce tan apacible como la ciudad. Es domingo, el caprichoso clima primaveral nos regala un día de sol y Barcelona se presta para caminarla. Aquí todo el encanto de una ciudad mediterránea -con ritmo urbano, sí, pero sin histerias- se une con un clima casi bohemio, como siguiendo las líneas diseñadas por el gran modernista Antoni Gaudí.
Su obra puede recorrerse de distintas, pero para abarcar lo más representativo se puede partir de la Plaza Real en el casco antiguo, donde hay dos farolas de seis brazos que Gaudí diseñó a pedido del Ayuntamiento local, cuando tenía 27 años. Tomando por las Ramblas hasta la Plaza de Catalunya y el comienzo del Passeig De Gracia, en el número 43 sorprende la deslumbrante fachada y la azotea con las chimeneas (con el espinazo del dragón abatido por Sant Jordi) de la Casa Batlló (1906), Patrimonio Mundial de la Unesco y visita obligada cuyas entradas conviene reservar para evitar colas (el tour sale 22,5 euros).
Sólo dos calles más adelante, en el número 92 (ojo: la numeración callejera no va de cien en cien como estamos acostumbrados), asoma otra genialidad: la casa Milá (1910), más conocida como La Pedrera, cuyo diseño de formas ondulantes asombra por dentro y por fuera. Pero el trabajo más fascinante de Gaudí está siguiendo por el vecino Carrer de Provença, unas diez cuadras en dirección nordeste, donde se alza la portentosa Basílica de la Sagrada Familia. La plaza que la precede bulle de actividad, con batallones de visitantes, puestos de souvenirs y en esta ocasión hasta una carrera, la Milla De La Sagrada Familia, que se organiza anualmente desde 1985, cerca del día de Sant Jordi.
Traspuesto todo ese mundo de gente y oblada la entrada (entre 15/29 euros), si desde afuera la construcción –aun en progreso– resulta impactante con las fachadas de La Pasión y Del Nacimiento, adentro quita el aliento: columnas que parecen árboles con ramas y follaje y se extienden hacia el infinito, vitrales coloridos de las más distintas formas, un Cristo suspendido en el aire que atrae todas las miradas, sensación de inmensidad permanente. Es posible también visitar las torres (hay ocho de las 18 previstas), a las cuales se asciende sólo en ascensor, y tener una vista formidable de la ciudad desde 65 metros de altura.
Si luego de tanta maravilla nos quedan fuerzas, tras un buen almuerzo se impone la visita al Parc Güell, unos dos kilómetros al norte del Barrio de Gracia, en el Monte Carmelo. Diecisiete hectáreas de jardines provistos de todo tipo de elementos creados por Gaudí entre 1900 y 1914: figuras de animales fantásticos, vegetales y formas geométricas, ornados con mosaicos realizados con trocitos de cerámica, como si fuera un sueño construido en colores caleidoscópicos.
BARCELONA GÓTICA Y MODERNA La tercera jornada en Barcelona trajo consigo el reencuentro con amigos (la comunidad argentina es grande) y la ineludible charla nos puso al tanto de una realidad: en los últimos años, la capital de Cataluña creció hasta convertirse en un centro turístico de primer orden: sólo en 2015 casi ocho millones de turistas pernoctaron en Barcelona. El contrapeso es una masividad a la cual esta ciudad de espíritu independentista aún no está habituada y cuyos habitantes no quieren ver “convertida en un parque temático”, como muchos aseguran. Abundan las quejas por el turismo “de borrachera”, los desórdenes y la inseguridad, la especulación inmobiliaria, el desplazamiento de vecinos y otros males... mientras la batalla continúa librándose, por fortuna para el turista promedio y bienintencionado la sangre no llega al río ni mucho menos. No obstante, muchos locales optaron por irse de una de las zonas más afectadas por este fenómeno, como el clásico Barrio Gótico, en la Ciutat Vella: calles estrechas de laberíntico trazado medieval se combinan con pequeñas plazas de indecible encanto y austera belleza.
Antes de abordarlo, se impone un desvío necesario. Partiendo de la bonita Plaza de Catalunya, centro neurálgico urbano rodeado por el Corte Inglés y el centro comercial El Triangle, es el momento de caminar las Ramblas (es una, pero se divide en cuatro partes), paseo por excelencia de la ciudad que va desde la mencionada plaza hasta el puerto antiguo. Pero eso es al final; al principio, tras beber agua y lavarse las manos en la fuentecita-farol de Las Canaletas (tradición que asegura el regreso), un mundo de gente nos espera, provisto de bares, kioscos de jugos, helados, artesanías, flores y mil otras cosas, artistas callejeros y turistas exóticos. Hacia mitad de camino está la entrada a La Boquería, el mercado alimentario más espectacular de España (y el más grande de Europa).
Una vez hecha la visita, cruzando la Rambla y yendo por el Carrer del Cardenal Casañas, arribamos a la Iglesia Del Pi frente a la plaza homónima, una de las joyas del Barrio Gótico junto a la imponente Catedral, a la cual se va por la Calle De La Palla hasta la Plaça Nova, siempre mapa en mano. En el camino entre ambas está la melancólica Plaza de Sant Felip Neri, con huellas del terrible bombardeo franquista sufrido durante la Guerra Civil. Rodeando la Catedral, por la Baixada de Santa Clara está la Plaça del Rei, que conserva bajo sus pies los restos de la ciudad romana de Barcino y vestigios de la ciudad medieval en la parte superior.
ENTRE PLAYAS Y BURBUJAS El final de nuestra aventura lo pasamos fuera de los límites urbanos, ya que Barcelona también tiene lugares vecinos perfectos para una escapada breve y para conocer todavía más. La Costa Brava es un atractivo cercano, al igual que las ciudades de Girona o Figueres, sin olvidar la Montaña de Monserrat y su parque natural... Pero uno de los más seductores es Sitges, unos 30 kilómetros al sur, pueblo playero otrora cuna de los intelectuales modernistas, hoy sitio ideal para pasar un día a pleno mar en sus 17 playas y bonitas calles. Entre ellas la Primer de Maig (la Calle del Pecado) es la más famosa por la cantidad de restaurantes, bares y discotecas, sin olvidar el Passeig De La Ribera, pleno de artistas callejeros, vendedores ambulantes y lugares para degustar exquisiteces marinas varias, como el restaurante Picnic, donde sirven un sensacional arroz negro de sepia y gambas que es para chuparse los dedos.
Si el vino figura entre nuestras pasiones, es imperdible tomarse el tren y viajar al alto Penedés para conocer Sant Sadurní d’Anoia, “la capital del cava”, apodo comprensible dado que hay más de ochenta empresas elaboradoras en esa localidad. Entre ellas se destaca la célebre Cavas Freixenet, sita en la heredad Segura Viudas, que recibe visitantes a diario y propone una recorrida inolvidable, ideal para empaparse del tema tanto por fuera como por dentro. El primer contacto es con un patio amplio, de grava gris, con autos antiguos decorados con el logo de la marca (uno de ellos tiene forma de botella); ya en el edificio, la visita guiada (8,50 euros los adultos) comienza con un audiovisual y luego nos conduce hacia la parte más antigua de la bodega, excavada en 1922: nada menos que cuatro pisos hacia abajo por rigurosas escaleras, viendo pasar en cada uno la historia pura del espumante catalán desde sus comienzos hasta la actualidad, donde la tecnología se ha incorporado progresivamente en el método tradicional. Al final, no hace falta subir las largas escaleras: una suerte de trencito (!) nos conduce hacia el primer piso, donde todo se remata con una necesaria degustación del espumoso, delicioso cava. Esta mini aventura dura una hora y media y es posible ir con niños.
Por otro lado, en Sant Adurní hay dos fiestas muy pintorescas relacionadas con el vino (la de la Filoxera en septiembre y la del Cavatast en octubre), donde es posible acudir con toda la familia y pasar una jornada entretenida y burbujeante…
Al momento de irnos, que parece pronto incluso después de una semana de intensa recorrida (el tiempo vuela cuando uno se divierte), la promesa de volver para disfrutar lo conocido y seguir descubriendo secretos se hace más que necesaria, imprescindible. Barcelona es única y universal, una ciudad que tiene de todo para todos y que comparte una cualidad de los clásicos: cada vez que se la recorre, se le encuentra algo nuevo.
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