LA RIOJA > VIAJE A LA ANTIGUA CIUDAD DE HUALCO
A 1200 metros de altura, los cerros riojanos encierran los secretos de los pueblos originarios que dejaron en la piedra el testimonio de su civilización. Vivos en sus descendientes, que hoy se encargan de hacer visitar el lugar, en estos valles y quebradas dejaron las huellas de una historia que se mide en siglos.
› Por Emilia Erbetta
A Flavio Yapura el pelo negro y muy lacio le llega a la cintura. Es invierno en La Rioja, pero no hace frío y Flavio nos espera a la sombra, vestido con camisa, pantalón y borcegos de trabajo, muy cerca de la puerta del centro de interpretación de la Reserva Cultural Natural y Sitio Arqueológico de Hualco-Yacimiento Schaqui. Flavio tiene una boina tejida negra, con una escarapela y un collar ajustado al cuello con piedras turquesas. Cuando se refiere a la cultura Aguada, a los hualcos, a los pueblos indígenas que poblaron América antes de la llegada de los españoles, Flavio dice “nuestros abuelos”. El, que lleva más de 20 años en la zona y va a ser nuestro guía en el recorrido por el pucará incaico de Hualco, tiene sangre inca: “Es un mito que vino una peste y nos acabó a todos: estamos vivos. Lo mismo pasa con aztecas, con los mayas; los científicos hacen inversiones millonarias para saber qué los mató, pero nosotros estamos acá, no estamos como antes, tenemos el derecho a adaptarnos en los nuevos tiempos, pero estamos vivos”.
Entramos al centro de interpretación y el sol del invierno riojano deja de castigarnos. Es una construcción pequeña, hecha conmpletamente de adobe, fresca y oscura, donde hay exhibidas piezas de alfarería, instrumentos ceremoniales y vasijas mortuorias que los investigadores, los guías y la gente de la zona han ido rescatando en las últimas décadas. Flavio explica que, según los estudios de carbono 14, la ciudad emplazada en la quebrada de Hualco tiene unos 1000 años. Aclara que durante 90 siglos distintos pueblos llegaron hasta este lugar, en el norte de la provincia, para aprovechar sus características: un río que, como el Nilo, corre de sur a norte y la posibilidad de tener una vista panorámica de todo el valle. Mirando la exhibición aprendemos que probablemente los hualcos hayan desplegado un sistema de señorío, con varias tribus bajo una misma autoridad. Estaban muy organizados y tenían cierto poderío militar. “Ya no se habla de ‘varias culturas’ sino de cultura andina, del cordón de los Andes –explica Flavio–. Nosotros también somos descendientes de los aztecas, los mayas, porque es una sucesión, no es que se corta y nace otra, sino que son culturas que van evolucionando y hay momentos culturales de evolución y decadencia. Después se cortan los ciclos y se dice ‘estos es cultura Aguada, esto es Schaqui, esto es Hualco’”.
ASCENSO “Recomendamos en la subida no tomar mucho líquido para no generar el efecto contrario. Siempre tratamos de tomar lo suficiente para que no se seque la boca ni la garganta, pero si tomamos mucho nos puede hacer mal”, dice Flavio mientras asciende por una pendiente suave, ya afuera del centro de interpretación. La tropa lo sigue tranquila, la tibieza de julio es perfecta para el ascenso. “En esta primera fase van a notar que al cuerpo le cuesta un poquito. Arriba, y en la parte más alta, van a ver que es totalmente diferente, se van a llenar de energía, hay una esencia que quedó de nuestros antepasados y va a parecer que no han ido a ningún lado, eso es lo fascinante del sitio de Hualco: después de la caminata vamos a estar descansados, relajados”, promete.
Los primeros metros son algo empinados, pero no es terrible: el cuerpo se adapta rápido a esta altura, que tampoco es demasiada. Estamos a 1200 metros sobre el nivel del mar y lo más alto que llegaron los Aguada fue 2500. “En cambio los incas sí estaban acotumbrados a las alturas, para ellos estar acá era como estar en la playa”, dice Flavio y se detiene. El grupo se frena detrás de él, como si fuéramos los vagones y él una locomotora.
“Acá vamos a observar hacia el valle: a medida que subamos vamos a ver cómo se define el río Los Sauces, que es muy especial, porque va de sur a norte”. Flavio señala con la mano y el dedo índice extendidos. Abajo, se despliega el departamento San Blas de los Sauces, uno de los más verdes de La Rioja. A lo lejos divisamos unos viñedos, un hotel que está construyendo la provincia, una plantación de más de 200 hectáreas de pistacho y la Ruta 40, que avanza hacia Chilecito. De fondo, las sierras de Velasco y la silueta nevada del Belgrano, el pico más alto del cordón de Famatina. “Esta es la última parte de la zona de yungas, que viene desde el norte y que abarca Salta, Tucumán, Catamarca, y eso le da su característica especial”, explica nuestro guía-personaje. Cuando queremos descansar o tomar aire giramos y miramos de nuevo hacia el valle. Flavio dice que el oxígeno no entra sólo por la nariz, sino también por los ojos.
MONTAÑA Y ESTRELLAS El camino hacia la ciudad de piedra está lleno de curiosidades. Flavio nos cuenta sobre la jarilla, un arbusto que crece por gran parte del norte argentino, y cómo sirve para descansar los pies e inmunizar el cuerpo en invierno. Después, nos habla sobre la roca cuarcífera por sobre la que caminamos y que en verano convierte a la quebrada de Hualco en un horno microondas a cielo abierto. A medio camino, alguien encuentra un tesoro sorpresa: un fragmento de tinaja, del tamaño de una púa de guitarra, que llevaba quizás mil años mezclado entre la tierra.
La caminata hasta el lugar más alto de la ciudad de Hualco dura entre media hora y 45 minutos. “Para nosotros esto no era un pueblo común, sino una ciudad, con sus estructura: el cacique, la parte religiosa, la parte militar. Era una ciudad muy evolucionada, muy importante”, dice Flavio mientras caminamos en una zona más baja. “El común habitaba toda esta zona: todas esas piedras que vemos ahí, que parecen tiradas, son viviendas”. Para construir, colocaban una piedra sobre otra sin pegamento, hasta llegar al metro ochenta de altura. Con techo de barro y paja, la mayor parte de las casas eran cuadradas o rectangulares, y se distribuían según importancia social. La ciudad quedó abandonada cuando la comunidad debió bajar hacia los márgenes del río para abastecerse de agua. Entre las paredes bajas de piedra crecen cactus y cardones de distintos tamaños, a los que no hay que tocar sino acariciar porque –dicen- pueden adivinar nuestras intenciones si nos acercamos sin amor.
“¿Eso lo hizo la mano del hombre?”, pregunta un señor de gorra y cámara de fotos colgada al cuello cuando nos cruzamos con media docena de orificios tallados en la piedra lisa. “Sí, son morteros, para moler el grano”, explica Flavio. Caminamos hasta lo que los investigadores suponen era un centro astronómico. “Desde acá nuestros abuelos hacían el estudio del espacio. Ellos nunca pensaron que eran los únicos, siempre tuvieron comunicación con el cosmos, siempre creyeron y dejaron asentado que había otras galaxias, otros sistemas de vida”, dice nuestro guía, parado sobre una cornisa. La piedra forma una pared recta y 300 metros abajo se ve pasar un hilo de agua: es el río Hualco que ahora es finito pero en verano se llena de bañistas. Aunque la caída sería mortal (un estudiante de arqueología murió acá mismo hace unos años en pleno trance alucinógeno) Flavio no tiene miedo y hace chistes desde el borde. “El centro astronómico servía para hacer la lectura del cosmos, para saber en que época iban a sembrar, si iba a ser un buen año de siembra. ¿Qué hacían? Aprovechaban cuando llovía para ver si los orificios estaban más cargados de agua del lado norte o del lado sur. En el lado en que el orificio en la roca tenía más agua, de ese lado se sembraba porque es más húmedo, y este sistema se sigue usando en el Perú. Para mirar el espacio, ponían agua en los orificios y en el reflejo hacían la lectura del cosmos, se sentaban y observaban si pasaba un cometa”.
Después de 40 minutos de caminata, llegamos a lo más alto, al área donde se presume vivía el cacique, y desde donde se tiene la mejor vista de lo que se conoce como “el valle vicioso”. Mientras nosotros ya fantaseamos con las empanadas y los vinos riojanos que nos esperan abajo, en la sombra de algún árbol, Flavio mira hacia el valle y remata: “Esto es Hualco, señores”.
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