Dom 04.09.2016
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ARGENTINA > LUGARES Y PERSONAJES DE LA HISTORIA

Un país, un libro abierto

Los episodios del pasado argentino cobran vida en los espacios que fueron escenario de acontecimientos clave para la Independencia y el posterior desarrollo de nuestro país. Un recorrido por las ciudades, paisajes y hasta casas donde dejaron huella los forjadores de nuestra identidad y los protagonistas de luchas y logros de una nación naciente.

› Por MarIa Zacco

Alguna vez fueron casas, plazas y paisajes, tal vez de fisonomía corriente o de belleza extrema, como tantos otros del mundo. Pero el curso de los acontecimientos y las personas que albergaron les dieron a esos sitios un sello indeleble: testigos de la infancia de los hombres que forjaron los destinos del país, escenarios de tratos cruciales, intrigas o gestas memorables, son hoy lugares habitados por la historia. Además de haber sido inmortalizados en los libros de texto, figuran ya en los itinerarios turísticos de distintas provincias. Desandar esos caminos es el mejor modo de comprender aquellos hechos trascendentales y a sus protagonistas desde una perspectiva más humana.

Las ruinas de la casa natal de José de San Martín en Yapeyú, actualmente en proceso de restauración. Foto Graciela Cutuli

HUELLAS DEL LIBERTADOR Yapeyú. Sólo pronunciar esa palabra remite inmediatamente a los manuales escolares de la infancia. En esa ciudad, en el este de la actual provincia de Corrientes, nació el 25 de febrero de 1778 José Francisco de San Martín, cuyas futuras campañas militares serían decisivas para la independencia de la Argentina, Chile y Perú. Yapeyú fue un prominente centro ganadero de importancia estratégica para los intereses españoles en América: por ese motivo, fue destinado en 1774 el capitán don Juan de San Martín junto a su esposa, Gregoria Matorras, y sus tres hijos. Cuatro años más tarde nacería José Francisco en la casa ubicada en la intersección de las actuales calles Gregoria Matorras y Sargento Cabral.

Un edificio de líneas coloniales inaugurado en 1938, conocido como El Templete, guarda en su interior lo que aún queda en pie de la vivienda en la que el futuro Libertador pasó los primeros tres años de vida. Se distinguen claramente tres dependencias y la textura de las paredes realizadas con ladrillos de argamasa, que se fabricaban en las misiones jesuíticas. En el recorrido se observa una urna que guarda los restos del padre de San Martín. Y si se visita el 17 de agosto o el 25 de febrero –cuando se conmemoran la muerte y el nacimiento del prócer– se aprecia cómo la casa y toda Yapeyú festejan junto con los Granaderos a Caballo.

En ese regimiento funciona el Museo Sanmartiniano, donde una sala guarda diversos objetos, como una réplica del sable corvo, una maqueta del combate de San Lorenzo y muebles que pertenecieron a la casa de Boulogne Sur-Mer, en Francia. El pueblo, que conserva su arquitectura colonial y restos de la misión jesuítica Nuestra Señora de los Santos Reyes Magos de Yapeyú, tiene por doquier huellas de San Martín. Pero también deben buscarse en otras provincias, como Mendoza, San Juan y La Rioja, donde puso en práctica su estrategia militar para cruzar la Cordillera.

A LOMO DE MULA En la actualidad, cada verano se evoca la histórica epopeya del cruce de los Andes a lomo de mula desde las provincias de Mendoza, San Juan y La Rioja. Turistas de todo el país, y hasta algunos extranjeros, se animan a esa aventura que demanda varios días de cabalgata entre los paisajes cordilleranos, a veces haciendo frente al viento gélido.

Los rumores de aires libertarios en el Río de la Plata habían llegado a oídos del entonces teniente coronel José de San Martín, que había hecho carrera militar en España pero en 1812 decide volver a América. En 1814, nombrado gobernador de Cuyo, San Martín comenzó los preparativos para su ambicioso plan libertario. Su estancia en Mendoza le permitió armar al Ejército de los Andes y pulir su estrategia, que consistió en organizar seis columnas: las dos principales cruzarían por Uspallata (Mendoza) y Los Patos (San Juan), mientras otras dos auxiliares partirían desde Mendoza, una de San Juan y otra de La Rioja.

Desde hace varios años, a inicios de febrero, desde Mendoza y San Juan se organizan expediciones que recorren la misma huella por la que San Martín transitó, junto a 5000 hombres, para sorprender a los realistas. La idea es conmemorar el triunfo de la Batalla de Chacabuco –12 de febrero de 1817– que dio inicio a la independencia de Chile.

El recorrido incluye Potrerillos y el Valle de Uspallata, en Mendoza, la emblemática Pampa del Leoncito y El Barreal, ya en San Juan, hasta la primera posta, Las Hornillas, a 1900 metros sobre el nivel del mar. Allí se alistan los caballos para emprender la travesía de tres días. Se atraviesa el Paso del Espinacito hasta alcanzar el portezuelo, a más de 4500 metros de altura. Por supuesto, se hace noche en distintos campamentos. Cabalgando entre los cerros de Yeso se llega al Valle de Los Patos y luego se abre el imponente Valle Hermoso. Un nuevo día, con rumbo oeste, lleva al Valle del río Volcán, desde donde se avizora el cerro Aconcagua, justo llegando al límite con Chile.

También La Rioja sigue el rastro de San Martín en la cabalgata que llega hasta el Paso Come-Caballos, que une la provincia argentina con la ciudad de Copiapó, en Chile. El itinerario recrea la expedición auxiliar riojana encomendada por el Libertador, en agosto de 1816, a la columna guiada por los coroneles Nicolás Dávila y Francisco Zelada. El punto de partida es la localidad de Villa Unión, a 271 kilómetros de la capital riojana, en un valle que se abre entre el cerro Famatina y la Cordillera. Pero recién en Barrancas Blancas esperan las mulas para iniciar la travesía que deja atrás Vinchina, los cerros rojos de la Quebrada de La Troya y los paisajes escarpados de las quebradas del Peñón y de Santo Domingo. A unos 5300 metros de altura, un refugio de piedra en forma de caracol indica la llegada a Come-Caballos. A sólo cinco kilómetros está el punto panorámico del Hito Histórico, donde jinetes argentinos y chilenos suelen confluir blandiendo sus banderas para renovar un pacto de amistad sellado hace casi dos siglos.

La Casa Histórica de Tucumán en las celebraciones por el Bicentenario de la Independencia. Foto Graciela Cutuli

CASA HISTORICA Bautizada como Casa Histórica de la Independencia, antes de los hechos de 1816 la morada de doña Francisca Bazán de Laguna era una construcción típica de fines del siglo XVIII que no gozaba de fama alguna. Pero el haber albergado las sesiones del Congreso no sólo le otorgó un podio en la Historia sino que borró de un plumazo el nombre anterior de su ubicación: Calle del Rey. El aspecto actual de la casa –declarada Monumento Histórico Nacional en 1941– es en su mayoría una reconstrucción de mediados del siglo XX, basada en los planes originales. Sin embargo, el salón de la jura logró preservarse. Al recorrerlo es inevitable imaginar, tal como fueron representados en varias pinturas, a los diputados presididos por el representante de San Juan, Francisco Narciso de Laprida, blandiendo sus sombreros con los brazos en alto.

Aquellos sucesos históricos se reviven cada anochecer con un espectáculo de luz y sonido mientras los visitantes se desplazan por el interior y el patio de la casa. De noche, la casa tiene otro aspecto. Ya desde lejos, al ver su fachada iluminada es casi natural sentir que se ha viajado al siglo XIX.

Desde la altura, el monumento a Güemes extiende la mirada del caudillo hacia toda Salta.

LOS INFERNALES DE GÜEMES Si hay un emblema de Salta son los “Infernales”, los integrantes de aquel ejército de gauchos al mando de Martín Miguel de Güemes cuyo distintivo era un poncho punzó. El caudillo había participado en la defensa militar de Buenos Aires durante las Invasiones Inglesas y años más tarde, tras la Revolución de Mayo, se incorporó al ejército patriota destinado al Alto Perú. Pero no podía olvidar su provincia natal –había nacido el 8 de febrero de 1785 en Salta– y regresó en 1815. Gracias a su experiencia militar organizó al pueblo y se puso al frente de la resistencia. Tan bravos eran aquellos gauchos armados de machetes y rifles que San Martín los incorporó al Ejército de los Andes y le otorgó a Güemes el título de Comandante General de Avanzadas para que custodie la frontera norte.

Actualmente una división del Ejército, el Regimiento de Caballería Ligero 5, lleva el nombre de Güemes y usa el atuendo de los Infernales en desfiles y celebraciones populares. Una de las más coloridas es la Fiesta del Milagro, que se celebra del 13 al 15 de septiembre, cuando se realiza una procesión alrededor de la Plaza 9 de Julio dedicada a la Virgen María. La Catedral permanece abierta toda la noche del 14 y miles de peregrinos, que también visten el poncho punzó, llegan a pie y a caballo a la capital salteña desde distintos puntos del país para renovar su pacto de fidelidad a los santos patronos, el Señor y la Virgen del Milagro.

Basta llegar a Salta para que sus habitantes recomienden el “recorrido güemesiano”. El itinerario debería iniciar en la calle Balcarce 51 –ex Calle de la Amargura– donde nació Güemes. El edificio ya no existe: sólo se distingue una placa recordatoria entre los locales comerciales que allí funcionan. Afortunadamente, todavía está en pie la Casa de Tejada, en España 730, donde el prócer pasó parte de su infancia. Está en el centro histórico de la capital salteña y su arquitectura es típica de las construcciones con aire español de fines del siglo XVIII: muros de adobe, tejos con tejas y amplios patios alrededor de los cuales se distribuían las habitaciones. Se llevan adelante trabajos de restauración y se convertirá en el Museo del Héroe Nacional de la Gesta Güemesiana.

Al pie del cerro San Bernardo está emplazado el Monumento a Güemes, una construcción de 25 metros de altura inaugurada en 1931. Posee bajorrelieves en los cuatro puntos cardinales y está coronado por la figura ecuestre en del caudillo, que mira al horizonte. Cada 17 de junio, cuando se conmemora su fallecimiento, un desfile de agrupaciones gauchas de toda la provincia culmina frente al monumento.

CAMINOS DE ROSAS La actividad ganadera de Juan Manuel de Rosas permite hallar sus rastros en varias localidades de la provincia de Buenos Aires. En San Miguel del Monte todavía persiste el casco que levantó en la estancia Los Cerillos en 1820, que se convirtió en un importante centro agrícola y ganadero, dotado de sesenta arados, una hazaña para la época. Es una construcción típica de la zona , con paredes de barro y paja y techo realizado con un entramado de bambú con espadaña y atado con tientos de cuero de potro.

A mediados de los años 30, Rosas vivía en la esquina de las calles Bolívar y Moreno, en una propiedad de su esposa, Encarnación Ezcurra. La casa, emplazada frente al actual Colegio Nacional Buenos Aires, tenía torres miradores a las que se accedía por escaleras caracol de caoba para apreciar la vista sobre el río y a ciudad.

La construcción más espectacular, sin duda, es la casona que Rosas se hizo construir en Palermo de San Benito, justo donde hoy se unen la Avenida del Libertador y Sarmiento. La ocupó entre 1839 y 1852. La finca, que se extendía hasta el Río de la Plata, tenía amplios jardines, galerías porticales y terraza y ocupaba 540 manzanas. Tras la derrota de Caseros, a manos de Justo José de Urquiza, un decreto estableció que “todas las propiedades pertenecientes a Don Juan Manuel de Rosas existentes en el territorio de la provincia de Buenos Aires” eran de pertenencia pública y le fueron expropiados. La casa fue demolida en 1899 y en esos predios se encuentra hoy el Parque 3 de Febrero, cuyo nombre hace alusión a la fecha de aquella contienda entre unitarios y federales.

Un dato curioso une al presente con el pasado. Aquella casona poseía una de sus entradas donde hoy está el Zoológico, recientemente devenido en Ecoparque. En ese predio Rosas ya había creado un Jardín Botánico y una reserva de animales a la que bautizó Casa de Fieras: incluía ñandúes, venados, nutrias, avestruces, pumas, zorros y monos que paseaban libremente y deleitaban a los curiosos visitantes del gobernador.

En el Palacio San José, una maqueta muestra el primer pabellón de la gran residencia de Urquiza en Concepción del Uruguay.

EL PALACIO DE URQUIZA Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, vencedor de Rosas, gran impulsor de la organización nacional y primer presidente constitucional de los argentinos, tal vez ni había soñado con tal destino cuando era un joven comerciante en su natal Concepcion del Uruguay. Su prosperidad económica lo colocó en una posición social de prestigio y con el tiempo, ya inclinado por el federalismo, logró el cargo de diputado de la legislatura provincial con apenas 25 años.

Si bien tras derrotar al Restaurador se instaló en la fastuosa casona de Palermo expropiada a aquél, las huellas de Urquiza son hoy más firmes en Concepción del Uruguay, especialmente en otra morada espectacular, el Palacio San José. Casi oculto entre árboles y arbustos, se levanta la lujosa construcción que combina los estilos italianizante y criollo. En la planta principal posee 38 habitaciones amplias, dispuestas alrededor de dos patios. Sin contar las dependencias de servicio, una capilla, cocheras, un almacén de ramos generales, un palomar y un lago artificial donde navegaban veleros ligeros y a la vera del cual se celebraban fiestas suntuosas.

Originalmente, su dueño había bautizado al lugar como Posta San José. Pero el aspecto exquisito de la obra hizo que los visitantes comenzaran a llamarla “Palacio” San José, una confirmación de que el lujo y la fastuosidad parecían ser las debilidades de Urquiza.

Al prócer entrerriano no le gustaba viajar ni alejarse de sus propiedades salvo cuando participaba en campañas militares. Pero los visitantes que recibía lo ponían al tanto de las novedades europeas, como el grifo que hizo instalar en la habitación que ocupó Domingo Faustino Sarmiento, a quien quiso asombrar con la modernidad de su casa en materia tecnológica. Ese grifo conectaba directamente a una cisterna de agua que alimentó el primer cuarto de baño moderno de la provincia litoraleña. El itinerario incluye la visita a la sala donde Urquiza buscó refugio tras haber recibido un primer disparo, aquel 11 de abril de 1870 en que finalmente perdió la vida. En el recinto, más tarde transformado en oratorio por su esposa, todavía se ven los impactos de bala en las paredes y hasta una mancha de sangre.

La casa de Domingo Faustino Sarmiento en San Juan, pionera en la declaración como Monumento Histórico Nacional. Foto San Juan Turismo

RUTAS SARMIENTINAS Cuando San Martín cruzaba por el paso sanjuanino de Los Patos, Domingo Faustino Sarmiento era apenas un niño: había nacido en 1811. Sin embargo, llegaría a convertirse en un emblema de San Juan. Ese territorio no sólo alberga su casa natal sino que tiene la impronta del prócer como educador, escritor y político.

En la calle Sarmiento Sur 21 –no podría llamarse de otro modo– de la capital provincial está la casa natal de quien llegaría a ser presidente de Argentina. Provoca una sensación extraña hallarse por primera vez frente a ese edificio “originalmente construido en adobe”, tal como señalan los libros de historia. Y qué decir del famoso patio de la higuera o la sala del telar en que Paula Albarracín, madre del pequeño Domingo, trabajaba para vender sus tejidos. Muebles, entre los que está el escritorio usado por el prócer mientras se desempeñó como gobernador (1862-1864), enseres de cocina, periódicos, manuscritos y primeras ediciones de sus libros permiten realizar un fugaz recorrido por su vida y obra.

En honor al propulsor de la educación pública existe una Ruta de Escuelas Sarmientinas en la ciudad de San Juan. Inicia en la casa natal del prócer y recorre siete establecimientos donde funcionan o hubo escuelas, la mayoría de ellas fundadas por Sarmiento. El recorrido culmina en la Escuela de Enología, con degustación incluida. Pocos saben que el político fundó este establecimiento y de su vinculación con la actividad vitivinícola, que fomentó en su provincia con la esperanza de superar a los vinos franceses.

Desde el periodismo y la literatura, Sarmiento planteó otra dicotomía tan controvertida como la del “unitarismo vs. federalismo”, que le valió no pocos detractores: “Civilización o barbarie”. Y veía una única solución posible, el trinfo de la “civilización” sobre la “barbarie”. Los sucesivos conflictos políticos y económicos del país -en fin, la Historia- darían cuenta que aquella dicotomía, lejos de encontrar una resolución, no sería la última.

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