Dom 09.05.2004
turismo

TUCUMAN UN ITINERARIO POR EL NOROESTE

Tierra calchaquí

Tucumán tiene un aire diáfano, donde relucen todas las estrellas. Y tradiciones ancestrales que hablan de una cultura milenaria aún muy arraigada en las sierras y quebradas de la provincia. Hacia el noroeste de su pequeño territorio, una visita a Amaichá del Valle, al observatorio de Ampimpa y a las ruinas de la ciudadela de los Quilmes. Y, como yapa, una receta de las sabrosas empanadas.

Por Graciela Cutuli

Tal vez sea la pureza del paisaje y de su silencio lo que más conmueve en los valles tucumanos. Hay entre el cielo y las montañas, en sus selvas densas de verdes o en los relieves áridos sólo coronados por cardones, una armonía intrínseca indefinible, pero intensa. Historia y naturaleza se hacen una sola, y la voz de la Pachamama ya no necesita pedir permiso para hacerse oír: con claridad impone su presencia con el dominio natural de quien ha estado siempre en un lugar y se sabe dueño y señor de ese cielo y esa tierra. Quien viaje a Tucumán interiorizado con los ritos en torno a la Pachamama –una tradición ancestral muy arraigada también en Salta y Jujuy, hasta donde llegaban los últimos asentamientos de los incas– podrá sin duda vincularse mucho más con este culto omnipresente, que nunca pudo ser ahogado por la implantación del cristianismo sino que cada año resurge, como la cercana primavera, con toda la fuerza del ciclo vital. Más allá de una hispanización superficial, el corazón indígena de los valles calchaquíes sigue latiendo, y se lo puede conocer en Amaichá del Valle y las ruinas de Quilmes.

AMAICHA, LA INDIGENA Amaichá del Valle se levanta en el noroeste tucumano, a unos 165 kilómetros de la capital provincial, y es la heredera de una larga historia de contrastes entre las tribus locales y los conquistadores españoles. La altura del lugar –unos 2200 metros sobre el nivel del mar– le diseña el paisaje: aquí se ve la vegetación típica de las zonas altas, de clima seco y frío, donde el sol abunda de día pero la noche se vuelve rigurosa. Aunque no hay frío que no se pueda paliar con alguno de los famosos vinos regionales de Amaichá... (mientras los más chicos pueden dejarse tentar por los sabrosos alfajores y turrones que se fabrican en esta región).
Amaichá es una curiosidad histórica. Se trata, en efecto, del único pueblo en todo el Noroeste argentino fundado y administrado por indígenas durante el período colonial. La mayor parte de los amaichenses de hoy son descendientes directos de aquellos calchaquíes que recibieron en el año 1716 unas 90 mil hectáreas de tierra gracias a una cédula real. Lo que hoy es una curiosidad histórica, parecía más bien una anomalía en aquellos tiempos violentos, cuando la usurpación de tierras por parte de los conquistadores se hacía con los métodos más variados, invocando tanto a la corona española como a la fe católica. Esta devolución de tierras por parte de documentos oficiales fue muy rara en el imperio americano español. El documento fue incluso confirmado en 1753 y ratificado una vez más por medio de un acta hace pocos años, por el gobierno de Tucumán.
Fue el cacique Francisco Chapurfe, quien recibió las tierras en nombre de su pueblo, para crear la “Comunidad Indígena de Amaichá”, que fue la base de la administración y la organización social del pueblo. Rige hoy todavía de manera informal entre los habitantes, que mantienen vivas las tradiciones calchaquíes, y entre ellas el culto a la Pachamama.

ARTE CALCHAQUI Hoy día, Amaichá es apenas una decena de manzanas que a duras penas le dan un aire de pueblito. Su plaza central, humilde pero con cierto encanto, está rodeada de los pocos edificios oficiales y administrativos, entre ellos la iglesia, que se destaca por su pequeña torre. El pueblo se encuentra en el Valle Calchaquí, que se extiende de norte a sur, entre las Sierras de Quilmes al oeste y las Cumbres Calchaquíes y la Sierra del Aconquija al este. En toda la zona afloran los recuerdos y las huellas de las culturas indígenas. Las ruinas de Quilmes no están muy lejos.
En Amaichá mismo se encuentra la Casa de Piedra, también conocida como el Complejo Cultural Pachamama, un centro cultural que es también un museo y un centro de venta de artesanías. En sus salas se pueden descubrir muestras sobre la geología y los yacimientos mineros de la región, y sobre la historia antropológica del valle, con murales, objetos y hasta lareproducción de una vivienda. Tapices y cerámicas son los productos más renombrados del savoir faire local, con gestos y motivos de adorno que no cambiaron con el pasar de los siglos. El gran valor artístico de la Casa de Piedra se debe a los trabajos del artista Héctor Cruz, quien se inspiró en el panteón calchaquí (Pachamama, Inti el Dios Sol, Quillén la diosa Luna) para los motivos de sus fuentes, murales, portones y jardines. El complejo vale para sí sólo una visita a Amaichá, por si no alcanzaba con el renombre de su cocina. Locro, empanadas y humita se venden en los modestos puestos y comedores de la zona, y se acompañan con el vino patero local. Y volver a probar los alfajores y los turrones, por si hacía falta convencerse más aún...

CIELOS DE AMPIMPA A unos diez kilómetros al este de Amaichá se llega al pequeño caserío de Ampimpa, donde se encuentra un observatorio en el que se pueden hacer observaciones astronómicas. Sería tener muy mala suerte si su paso por Ampimpa coincide con un día o una noche nublada, ya que se comprobó que este lugar cuenta con un promedio de 230 días despejados al año. Un record que provocó la elección de este emplazamiento para construir un observatorio en 1985, con el fin de estudiar el paso del cometa Halley.
Hoy es visitado por muchos colegios y escuelas para permitir a los alumnos que hagan sus primeros pasos en la observación del cielo. De día se pueden realizar observaciones de las manchas solares, en tanto de noche se ubican y se observan estrellas. Además de recibir estudiantes y alumnos que vienen de campamento, el observatorio está abierto al turismo.

NOSTALGIAS QUILMEÑAS Desde Amaichá se llega en apenas 25 kilómetros a las ruinas de Quilmes, uno de los más importantes centros arqueológicos del noroeste de la Argentina. Esta ciudadela populosa fue construida en el flanco de la montaña a unos 1850 metros de altura, a partir del siglo IV de nuestra era. A la llegada de los españoles, se estima que más de 3 mil personas vivían en la ciudadela, y que unas 10 mil dependían directamente de ella en el valle, donde cultivaban 1300 hectáreas. Fue uno de los principales núcleos de civilización en la actual Argentina y al sur del Imperio Inca. Sus habitantes habían logrado una alta cohesión, que les permitió enfrentarse con éxito a la política del sable y la cruz de los españoles. Las guerras calchaquíes se extendieron a lo largo de dos épocas, de 1630 a 1635 y de 1658 a 1667, cuando las últimas familias fueron vencidas y deportadas a orillas del Río de la Plata, en un lugar que algún día vio nacer una ciudad que hoy lleva su nombre.
Las imponentes ruinas permiten apreciar con mucho detalle el trazado urbano de esta ciudad, defendida por dos fortalezas, una al sur y otra al norte, sobre dos crestas montañosas desde donde se podía controlar todo el valle. El tejido urbano se puede apreciar por los cimientos de las casas, que forman complejos dibujos geográficos de piedra sobre la montaña. Cada familia tenía una casa en forma de gran pieza rectangular a la cual se adosaban otras construcciones más pequeñas. Las vías y las calles zigzaguean entre restos de paredes, y dibujan un delicado fileteado de rocas y de sombras sobre la montaña. Esta zona residencial es la que se visita habitualmente. Un poco más alejada hay otra, mucho más grande, donde se encuentra una represa que proporcionaba agua a los cultivos de los Quilmes.
Es impactante la visita a las ruinas, que sobrevuela más de un milenio de historia. El brutal final de esta avanzada civilización está reflejado en las paredes truncadas. Como en otros tantos lugares de los Andes, no es sólo la ciudad de los Quilmes la que fue destruida por la conquista; fue también una cultura, una sociedad compleja, un nivel de desarrollo de la región que no se volvió a alcanzar hasta mucho tiempo después, a pesar de los supuestos avances que traían con ellos los conquistadores. Amargura y nostalgia se mezclan con la curiosidad y el deseo de recrear aunque sea con la imaginación esta ciudad y esta gente. En esto ayuda un poco el museo del sitio, en el cual se reunieron piezas y objetos encontrados en las ruinas. Desgraciadamente, el museo cuenta con pocos fondos y no pasa de ser una mera exposición de objetos. Desde hace pocos años, se abrió un hotel en las cercanías: se trata del Ruinas de Quilmes, cuyos motivos ornamentales son también obras de Héctor Cruz.

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