Domingo, 9 de mayo de 2004 | Hoy
BARCELONA EL LEGADO DE GAUDí
El arquitecto Antoni Gaudí diseñó en Barcelona una serie de edificios eclipsados a veces por la famosa Iglesia de la Sagrada Familia. Aunque no son tan monumentales, su deslumbrante valor artístico refleja la evolución y la filosofía arquitectónica del gran creador catalán. Las casas Milá y Batlló, la singular iglesia de la Colonia Güell y el inacabado Parque Güell.
Quienes visitan Barcelona llegan a la ciudad con la intención de ver –por sobre todas las cosas–, la Iglesia de la Sagrada Familia, una obra cumbre de la historia universal del arte, cuyo extraño esplendor gótico y moderno hace olvidar a muchos viajeros que en el resto de la ciudad están desperdigados los otros componentes del “universo Gaudí”. Aunque no sean tan monumentales, resultan acaso tan valiosos como la catedral para poder sumergirse en el trasfondo onírico de la arquitectura gaudiana. Son el Parque Güell, la iglesia de la Finca Güell, la casa Milá, conocida como La Pedrera, y la famosa casa Batlló, que Gaudí diseñó entre 1904 y 1907, cuya fachada tiene columnas que parecen huesos humanos articulados y el techo está cubierto por la cola escamada de un dragón.
El genio de un arquitecto Gaudí
tenía un concepto vivo de la arquitectura que lo impulsaba a crear sus
obras diariamente, con unos planos previos que iba esbozando sobre la marcha.
Así creó a principios del siglo XX su propia arquitectura, casi
sin mirar atrás, al menos en lo que hace a la técnica. Y el resultado
fue la corporización en la piedra de un mundo extraño y ondulado
con espacios que se alargan, donde no existen los ángulos rectos y proliferan
los arcos parabólicos, las chimeneas helicoidales como en la Casa Batlló
y las columnas inclinadas del Parque Güell. Esos edificios desafiaban la
geometría y sufrieron en esa época pronósticos de derrumbes
que no ocurrieron.
La obra del modernista catalán –a diferencia de los arquitectos
clásicos e incluso de los actuales– tenía un aspecto pictórico
y escultórico que solamente podía ejecutar su autor en forma personal
y con sus propias manos. Lejos de los fríos cálculos matemáticos,
era un artista que hacía dibujos en lugar de planos y creaba esculturas
únicas y exclusivas con un diseño singular para cada contexto.
Al concebir un edificio, Gaudí solía diseñar también
los muebles que decorarían el interior, cada pasamanos e incluso los
originales lavatorios de los baños, que llevaban su sello deformador
de las líneas más comunes. Reconocidos ebanistas trabajaban a
sus órdenes ayudándolo a crear un ajustado microcosmos donde cada
detalle estaba en relación con la totalidad.
En los comienzos del siglo XX, los miembros de la burguesía catalana
surgida del tardío éxito local de la revolución industrial
competían entre sí por ostentar las mejores mansiones. Pese a
que Gaudí supo aprovechar esta circunstancia para contar con los recursos
económicos que requería su arte, fue bastante incomprendido por
la sociedad catalana, que lo despreció y se burló de su obra de
manera sistemática. Terminó viviendo casi en la indigencia en
el obrador de la Sagrada Familia, donde había instalado un simple catre.
Murió en 1926 con escasa gloria, atropellado por un tranvía, en
la cama de un hospital donde nadie lo reconoció. Hoy en día, su
obra es considerada la esencia misma de la identidad cosmopolita barcelonesa.
La Pedrera y el mar Uno de los delirantes
edificios que Gaudí diseñó por encargo de un magnate industrial
es conocido popularmente como La Pedrera. Su nombre real es Casa Milá
–el apellido de su dueño original–, y el apodo se debe a
que parece una gran roca calcárea clavada en el asfalto. Fue construida
entre 1906 y 1910 con un frente de piedra ondulante como el mar, que refleja
el tratamiento revolucionario que dio el arquitecto a la rejería de los
balcones. Su intrincada trama de acero negro prefigura un ambiente tétrico
que llevó a los vecinos del refinado Paseo de Gracia a retirarle el saludo
al señor Milá por haber “desprestigiado” la zona con
semejante “engendro”. Según su autor, las rejas eran algas
marinas que rememoraban el conjunto de huellas que la tierra y el mar dejan
en las rocas.
En la parábola de las piedras y el mar de la fachada de La Pedrera se
puede rastrear uno de los ejes filosóficos de la obra gaudiana: “Todo
sale del libro de la naturaleza; el gran libro que hay que esforzarse por leer.Los
demás libros están sacados de él”. Gaudí estudiaba,
por ejemplo, las líneas de fuerza por las que se descomponía un
tronco al bifurcarse en grandes ramas (las columnas interiores de la Sagrada
Familia se unen al techo divididas en varios brazos). Observó también
que las piernas separadas sostienen mejor al cuerpo que cuando están
juntas, y de allí las columnas individuales e inclinadas que a veces
aparecen en solitario en alguno de sus edificios. Por último, la línea
recta, perfecta y uniforme, no existe en la naturaleza. Y tampoco en La Pedrera,
la obra máxima de la arquitectura doméstica de Gaudí, una
especie de gran escultura habitable.
El frente de La Pedrera –que en verdad no fue terminado– no adelanta
mucho del universo fantástico que encierra el interior. Sin dejar de
lado la funcionalidad, Gaudí valorizaba desde lo artístico espacios
marginales como un simple desván. También aplicaba a los interiores
un sentido lúdico y onírico de la luz, con atrevidas combinaciones
de colores y vitrales de analogías naturalistas. La totalidad adquiere
así un inconfundible aire a casa encantada.
El éxtasis de esta casa se alcanza en la azotea –un espacio marginal
por excelencia–, convertida en un submundo fantasmagórico con chimeneas
y conductos de ventilación, cuyas formas de esculturas de perfil enmascarado
parecen otear el infinito.
El megasueño del Parque Güell En 1878 el joven Gaudí preparó
una vitrina de bronce, madera y cristal por encargo de una casa de guantes que
la exhibió en el pabellón español de la Exposición
Universal de París. La belleza y vanguardismo de la pequeña obra
impresionaron al industrial catalán Eusebi Güell, quien se convirtió
en su amigo y mecenas. Gaudí deseaba que sus sueños arquitectónicos
no fuesen confundidos con los de un vulgar burgués, pero se percató
de inmediato que su nuevo cliente no sólo le otorgaba libertad absoluta
sino que además no se preocupaba por lo abultado de las facturas. El
Parque Güell fue otro de los megasueños de esta dupla. Tampoco se
concretó, pero al menos llegó a avanzar bastante y su estructura
actual merece una cuidadosa atención. Dentro de un predio amurallado
de 15 hectáreas sobre la ladera de la Muntanya Pelada, Gaudí proyectó
una ciudad-jardín de lujo con sesenta casas. En los sectores que se llegaron
a construir hay elevados y puentes sostenidos por columnas con forma de tronco,
galerías para pasear entre los bosques, una extraña escalinata
y un largo y sinuoso banco que recorre el perímetro de una terraza decorado
con la técnica del “trencadis”, un mosaico de fragmentos
de azulejos surgido de la imposibilidad de pegar este material sobre las superficies
curvas.
En el centro del Parque Güell se levanta la explanada del Teatro Griego,
sostenida por una desordenada columnata seudo-dórica. El proyecto inmobiliario
se frustró, pero al menos se pudieron construir dos de las originales
casas que se habían proyectado. En una de ellas está el Museo
Gaudí.
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