SANTA CRUZ: UN DESTINO PARA LA AVENTURA
Con sólo veinte años de historia, la pequeña villa de El Chaltén atrae a viajeros y escaladores del mundo entero, ávidos por emprender la aventura de ascender por las laderas del impactante cerro tehuelche que el perito Francisco Moreno rebautizó Fitz Roy. La filosa montaña y su vecino, el también famoso cerro Torre, encierran lagos, ríos, bosques y glaciares en los que resplandece toda la belleza del paisaje patagónico.
Acostumbrado a los grandes desafíos fílmicos –basta mencionar sus increíbles producciones en el Amazonas, Aguirre la ira de Dios y Fitzcarraldo–, el director alemán Werner Herzog realizó Grito de Piedra en el cerro Torre, una de las montañas cercanas al Chaltén que, según los expertos, figura entre las más difíciles y peligrosas para los escaladores. Estrenada a mediados de los ‘90, la película, además de mostrar las destrezas de dos profesionales del alpinismo –uno de ellos interpretado por Donald Su-therland–, es una impecable muestra de los paisajes y las alturas de este lugar del sur argentino.
Alto en el cielo El eterno blanco del cerro Chaltén –palabra indígena que significa “montaña que humea”– impone su presencia transformando a las casitas y calles de la villa a sus pies en una diminuta maqueta. Su cima envuelta siempre por nubes, a 3405 metros de altura, hizo que los tehuelches creyeran que era humo lo que brotaba de su pico y por eso lo llamaron Chaltén. Mucho tiempo después, en 1877, el perito Francisco Moreno lo rebautizó con el nombre de Fitz Roy en homenaje al capitán de la embarcación que transportó a Charles Darwin en su viaje por la Patagonia en 1834. Y si bien se trata de la montaña “estrella” de la zona, otras como el Saint-Exupery, el Egger, el Poincenot y el cerro Torre, también atraen a escaladores de todas las latitudes del mundo. Pero no sólo los deportistas pueden disfrutar de las alturas del Chaltén o Fitz Roy, ya que existen variadas propuestas de excursiones para internarse en los misterios de los cerros haciendo trekking. Uno de los recorridos lleva, en una travesía por bosques, cascadas y arroyos, hasta la laguna al pie del cerro Torre, donde flotan los témpanos desprendidos de su magnífico glaciar colgante. Otro itinerario hacia las alturas sigue la senda hasta el campamento base del Chaltén, bordea paralelamente el río Blanco y culmina en la laguna Capri. Estos dos ascensos requieren entre cuatro y seis horas de caminata y tienen como perfecto complemento la posibilidad de contemplar el vuelo de los cóndores surcando el aire infinito del sur. En todas las excursiones es aconsejable, y más bien obligatorio, tener la precaución de no desviarse de los itinerarios establecidos ya que cualquier osadía o simple travesura puede traer como consecuencia perder al grupo y quedar aislado peligrosamente en la montaña.
La villa El Chaltén Fundado
por decreto en 1985, y situado al norte del Parque Nacional Los Glaciares y
a 220 kilómetros de El Calafate, El Chaltén es el pueblo más
joven de la provincia de Santa Cruz. Por las calles de sus apenas 50 manzanas
desfilan, a lo largo del día, jóvenes mochileros de nuestro país
y del exterior, y turistas que completan aquí su visita a El Calafate,
desde donde parten ómnibus diariamente por la mañana y la tarde.
En cada una de las estaciones del año, esta pintoresca villa de sólo
300 habitantes estables va mutando sus colores como un caleidoscopio. Así,
en primavera reinan los cantos de los pájaros y las coloridas flores
cubriendo los picos bajos y los valles; en verano todo es brillo verde y blanco
bajo el sol; el otoño regala ocres que se combinan con el azul de los
lagos; y el invierno transforma al paisaje en un frío silencio nevado
surcado por nieblas y fuertes vientos. El frío es intenso, sí,
pero las sensaciones del visitante también, y vale la pena experimentarlas.
A punto de cumplir los veinte años, la villa El Chaltén, además
de proponer un sinfín de aventuras, también propicia el descanso
y dispone de una diversa oferta de alojamiento que comprende albergues, cabañas,
hoteles, estancias, posadas y campings. Las caminatas por el pueblo, aunque
breves debido a sus limitadas dimensiones, son muy entretenidas no sólo
para curiosear y comprar souvenirs o productos regionales sino también
para conocer a viajeros de todo el mundo, entablar amistades eintercambiar experiencias.
Y, a la vez, sirven para deleitarse observando el cambio de color de las montañas
a medida que pasan las horas.
Por la noche, los fogones en los campamentos parecen recrear el lejano día
de 1903 en el que el primer habitante de esta región –un danés
llamado Andreas Madsen– se instaló junto a su familia en una precaria
vivienda de troncos. Seguramente, el pionero jamás imagino que su humilde
casa sería el mojón que dio origen a la pintoresca villa.
Uno de los paseos que no puede dejarse de lado en este lugar son las visitas
a las antiguas estancias de los alrededores, cuyos propietarios reciben gentilmente
a los turistas. En cada una de ellas se organizan cabalgatas y se pueden saborear
los famosos y exquisitos corderos asados patagónicos. Una de las estancias
más conocidas es Helsingfors, ubicada en las adyacencias del lago Viedma,
que incluye en su territorio un bloque de glaciar. Allí, los huéspedes
también tienen la posibilidad de practicar la pesca.
Entre todas las excursiones sobre cuatro ruedas que se pueden hacer desde El
Chaltén, quizá la más impactante es la que va hacia el
lago del Desierto. En el primer tramo, se llega a la cascada El Chorrillo del
Salto, ubicada a dos kilómetros. Desde allí, hacia el norte, se
recorren 37 kilómetros por un camino de ripio que bordea el río
De las Vueltas y que exige vehículos fuertes y conductores experimentados.
Una vez arriba, no hay viajero que no se conmueva ante la belleza de este famoso
y deslumbrante espejo de aguas azules, rodeado de exuberantes bosques y empinadas
cumbres.
El horizonte sin fin Lejos del ajetreo de las grandes ciudades, El Chaltén conserva aquello que el hombre urbano parece haber perdido para siempre: el silencio, la calma, la paz. Por eso, quien llega hasta aquí desde cualquier metrópoli de la Tierra quedará perplejo ante los pájaros carpinteros de cresta roja que van de un árbol a otro en cualquiera de los senderos que se recorren, o ante las puestas de sol que sombrean las montañas de naranjas y amarillos quizás nunca vistos, o simplemente perdiendo la vista en horizontes y profundidades del cielo ya casi olvidados. Esos horizontes y cielos eternos que son la esencia misma de la Patagonia argentina.
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