Domingo, 23 de mayo de 2004 | Hoy
EUROPA “LA GIOCONDA”, DE FLORENCIA A PARíS
El famoso cuadro de Mona Lisa nació en Florencia, pero se muestra al mundo desde París. Desde Italia a Francia, un viaje tras las huellas de “La Gioconda”, la enigmática mujer que inmortalizó el genio de Leonardo Da Vinci.
La mujer más famosa de Francia... es una italiana. Desde las galerías del Museo del Louvre, antigua residencia de los reyes de Francia y hoy uno de los más grandes y espectaculares museos del mundo, ella sonríe inmutable detrás de su cristal antibalas y sigue con la mirada entre risueña y condescendiente a las legiones de turistas que se preguntan cuál es el secreto que guarda su retrato. Hoy la hermosa dama está condenada a la inmovilidad, ya que después de los viajes realizados en los años ‘60 y ‘70 a Nueva York, Tokio y Moscú para otras tantas exposiciones, se decidió que no vuelva a salir de su casa. Pero dado lo movido de su historia, es probable que la Mona Lisa esté disfrutando por fin un poco de tranquilidad: ya no es ella quien viaja por el mundo, sino el mundo el que viaja para ver a ella.
La señora de Florencia Leonardo
da Vinci empezó a pintar el famoso retrato en 1503. Aunque existen las
más variadas teorías sobre la identidad de la mujer –entre
otras, que se trata en realidad de un autorretrato de Leonardo, o bien un retrato
de su madre, o incluso que pudo haber sido una cortesana– se admite habitualmente
que la Mona Lisa fue Lisa di Gherardini, hija de una familia florentina fabricante
de lanas y prometida de Giuliano de Medici, pero obligada a casarse con el viudo
Francesco del Giocondo (y de ahí su apodo de “La Gioconda”)
cuando los Médici huyeron de Florencia por la invasión francesa.
Mona Lisa tenía 24 años cuando Leonardo comenzó el retrato,
que tardó muchísimo tiempo en terminar: probablemente, el artista
disfrutaba de la compañía de la joven, a quien le tocaron vivir
algunos de los años difíciles de la historia florentina tras el
esplendor de Lorenzo el Magnífico.
El turista que visite hoy Florencia, una de las más hermosas joyas en
la corona de ciudades históricas italianas, no podrá encontrar
huellas de la Mona Lisa, pero sí una ciudad que conserva prácticamente
intacto el centro histórico como en los tiempos en que ella lo conoció.
Allí están las nieves de antaño: las encuentran quienes
pasean por el Palazzo Vecchio, símbolo del poder de los Medici, y cuyos
hermosos patios interiores fueron sin duda conocidos por la joven Mona Lisa
durante los años de su intimidad con Giuliano (hijo de Lorenzo el Magnífico).
También quienes ingresen a la catedral Santa Maria del Fiore o la Iglesia
de San Lorenzo, cuya remodelación la familia de banqueros encargó
a Brunelleschi, sin olvidar los edificios de San Marco, el barrio que hoy concentra
a los estudiantes pero donde en el Renacimiento los Medici tenían un
zoológico con exóticos elefantes, jirafas y leones. Rarísimos
animales llegados de Africa, en aquellos tiempos en que Cristóbal Colón
no había desembarcado todavía en las costas americanas.
Mona Lisa no pudo conocer la Galleria degli Uffizi, donde se conservan algunas
de las obras de arte más importantes de Italia, ni la Galleria della
Accademia, donde está el David de Miguel Angel, porque fue construida
después de su muerte (en 1516). Pero sí Santa Maria Novella, la
hermosa iglesia gótica que fue completada gracias a los aportes de los
Rucellai, su familia materna, y por supuesto el Ponte Vecchio, que sigue siendo
un hervidero comercial sobre las aguas tranquilas del Arno. Hoy no queda en
Florencia nada de los antiguos talleres artísticos –las “botteghe”,
donde los artistas florentinos transmitían su saber a los aprendices,
desde cómo machacar y mezclar pigmentos hasta cómo dominar las
nuevas técnicas de la perspectiva– pero un viaje por las huellas
de Leonardo debe por lo menos extenderse hasta los alrededores de Florencia
y Vinci, su ciudad natal.
Los paisajes toscanos son de una hermosura sin igual: suaves colinas coronadas
de cipreses, bajo un cálido sol dorado, se extienden pobladas de olivares
y viñedos como los de Chianti, insoslayable para los enófilos.
Detrás del retrato de Mona Lisa, una pequeña tabla de madera de
sólo 77 por 53 centímetros, se ve justamente un paisaje que se
cree fue tomado de un modelo cercano a Florencia, aunque no pudo ser identificado.
LaGioconda está sentada en realidad en una terraza, que da a ese delicado
paisaje esfumado y misterioso, pero este detalle no se aprecia por las dos columnas
que estaban a ambos lados del retrato y fueron cortadas a lo largo de su agitada
historia. Una atmósfera semejante se puede conocer en los alrededores
de Vinci, donde nació Leonardo en 1452. A dos kilómetros del centro
local, en Anchiano, está la casa natal del artista, rodeada de hermosos
campos de amapolas, y donde se conservan algunos de sus dibujos. Más
importante es el Museo Leonardiano de Vinci, en un castillo del siglo XIII y
restaurado en 1952, para los 500 años del nacimiento del genial artista,
inventor, arquitecto y anatomista. Junto al Museo, se puede visitar la iglesia
de Santo Stefano, donde fue bautizado Leonardo.
Un largo viaje a París No se
sabe muy bien si el retrato de Mona Lisa fue encargado a Leonardo por Giuliano,
su antiguo prometido, o por su marido Francesco del Giocondo. Pero lo cierto
es que el artista nunca lo entregó: después de trabajar en él
durante cuatro años, Leonardo dejó Florencia en 1507 y lo llevó
consigo en todos los viajes realizados hasta su exilio definitivo en Francia,
en 1516. Invitado por Francisco I, gran admirador del Renacimiento italiano,
Leonardo se estableció en Amboise y vendió la pintura al rey,
que la colocó en su imponente castillo. Otras versiones dicen sin embargo
que en realidad Francisco I sólo la habría comprado al morir Leonardo,
porque el pintor jamás quiso separarse de su obra maestra. Con el tiempo,
la Mona Lisa sería trasladada a otras residencias reales en Fontainebleau
y en París, en el entonces Palacio del Louvre, para pasar luego por Versailles
y la colección de Luix XIV, el Rey Sol. Felizmente, escapó a los
ardores de la Revolución y se refugió en el Louvre... hasta que
su enigmática sonrisa conquistó también el corazón
de Napoleón, que la sacó de allí para colgarla en su dormitorio.
Se sabe que durante el Primer Imperio estuvo en las Tullerías, y que
sólo tras la derrota y exilio de Napoleón el retrato de la joven
florentina volvió al Louvre, donde permaneció desde la Restauración.
Durante la guerra franco-prusiana de 1870-1871, se lo sacó del museo
y se lo escondió en un lugar secreto, hasta que finalmente volvió
a su casa en tiempos más seguros.
Hoy se puede visitar en Francia el Castillo de Amboise, uno de los más
interesantes de los numerosos castillos del Loire junto a los de Blois, Chambord
y Chenonceau, pero sobre todo el Clos Lucé, situado a pocos cientos de
metros, que fue la última residencia de Leonardo da Vinci. Desde esta
casona con gran patio y jardines, cuyos salones de piedra hoy son un museo de
homenaje a Leonardo –donde fueron reconstruidas las habitaciones y se
exponen réplicas y maquetas de sus inventos– el artista creaba
extravagancias para los banquetes del rey y se dedicaba por fin plenamente a
explorar esos variados intereses que hicieron de él uno de los hombres
más completos de su tiempo, pero también un pionero incomprendido.
Finalmente, el itinerario Mona Lisa concluye en su casa actual: el Museo del
Louvre, uno de los más grandes e impactantes del mundo, donde el famoso
cuadro se mantiene tras un vidrio de seguridad y a una temperatura constante
de 20 grados, con una humedad del 55 por ciento. Sólo una vez al año,
para tareas de mantenimiento, está permitido abrir la caja que contiene
a la famosísima sonrisa. Pronto, probablemente para el 2005, el Louvre
tiene previsto inaugurar una sala exclusiva para la Gioconda, que hoy se encuentra
junto a otras obras de Leonardo. Después de ingresar al Museo por la
Pirámide situada en la explanada central, es imposible perderse: una
serie de imágenes llevan a los visitantes directamente hacia las obras
más famosas –la Victoria de Samotracia, la Venus de Milo, la Gioconda–
permitiendo que cada uno arme su propio recorrido. Millones de personas lo hacen
cada año para llegar hasta este retrato, cumpliendo la profecía
del propio Leonardo: “¿Acaso no ves que entre las bellezas humanas
es un bello rostro que hace detener a los que pasan, y no lo ricos ornamentos?”.
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