Domingo, 13 de junio de 2004 | Hoy
ESCAPADAS ESTANCIA LA LUCíA
En la provincia de Buenos Aires, la ciudad de Pigüé ofrece una opción por las sierras y el aire puro en la estancia La Lucía y su antigua “maison” de estilo francés con interiores art-déco.
La llaman “tierra de hielo” (ís-land), pero además de blanca como sus glaciares, Islandia es verde como las extensas praderas donde viven en libertad los caballos de una raza única en el mundo, y roja como la lava que brota incandescente del corazón de sus volcanes. Esta isla del extremo norte del mundo es uno de los últimos lugares casi vírgenes del globo, pero también uno de los que goza de los más altos niveles de vida, a caballo entre la revolución tecnológica y el culto a un pasado vikingo que está presente en la lengua, en las legendarias sagas y hasta en el perfil de su gente. Islandia es un país que no da mucho que hablar de sí, salvo cuando el mundo se entera de iniciativas como la de clasificar el ADN de todos sus habitantes, un proyecto científico que permitiría a cada islandés remontar su genealogía hasta la Edad Media. Pero al mismo tiempo reserva increíbles sorpresas al viajero; basta con desembarcar en el aeropuerto de Keflavik para iniciar esta gira mágica y misteriosa.
La capital más lejana De los
300.000 habitantes que residen en la isla, un tercio se encuentran en Reykjavik,
la capital más boreal del mundo. Reykjavik se levanta junto a una amplia
bahía rodeada de montañas, sobre un terreno rico en fuentes naturales
de agua caliente que proveen a toda la ciudad un sistema de calefacción
central completamente ecológico. Islandia puede incluso darse el lujo
de exportar la energía geotérmica que producen sus volcanes y,
aunque el turista recién llegado se sorprende, el calor en las casas
puede ser tan intenso que se hace necesario abrir las ventanas en pleno invierno.
Otra singularidad de los islandeses es su costumbre de tomar baños de
agua caliente natural al aire libre, rodeados de nieve. Aunque algunos pueden
hacerlo en el exterior de su propia casa, muchos van a Blue Lagoon, una gran
laguna natural de agua caliente y sulfurosa en las cercanías de Reykjavik.
Las aguas de esta particular laguna azul están siempre a 35 grados y
son ricas en minerales. En pleno invierno, el contraste de temperatura con el
aire frío exterior forma densas nubes de vapor sobre el agua, así
que los bañistas apenas si pueden verse las caras. El efecto es sorprendente
y divertido, además de benéfico, lo que hace de Blue Lagoon uno
de los principales destinos de todo turista que aterrice en Reykjavik.
La capital islandesa es una ciudad pequeña pero llena de vida, con una
importante avenida comercial donde abundan los restaurantes y las librerías
(los islandeses están entre los pueblos más lectores del mundo).
La gastronomía local se especializa en platos como el cordero ahumado
sobre turba en salsa bechamel azucarada, que también se puede comer frío
sobre una rodaja de flatbraud (una galleta sin levadura). Otros platos son el
salmón fresco, los arenques marinados, el gravlax (salmón crudo
con hinojo, salsa de mostaza y miel) y el tiburón en diferentes modalidades.
De postre lo más típico es una copa de skyr (una variedad de queso
blanco) con crema y arándanos frescos.
Sagas legendarias En Reykjavik hay
que visitar sin falta el instituto Arni Magnússon, en cuyas salas se
exhiben los manuscritos de las sagas que Dinamarca devolvió a Islandia
en 1971. Aquel hecho fue una verdadera fiesta para los islandeses, que celebraron
a lo grande el retorno de ese patrimonio clave de su historia. Otra parte de
los manuscritos de las sagas pueden verse en la Biblioteca Nacional de Islandia.
Aquellos antiguos relatos supieron fascinar a Jorge Luis Borges, que había
emprendido el estudio del islandés y tradujo textos de Snorri Sturluson,
el más importante autor de sagas de su tiempo. Los islandeses tal vez
sean de los pocos pueblos del mundo que pueden leer textos de mil años
de antigüedad sin dificultad, ya que el islandés de las sagas es
prácticamente el mismo que el actual.
La ciudad de Reykiavik tiene vida todo el año: a los islandeses no les
importa la larga oscuridad del invierno, sino que la combaten viviendo tanto
de noche como de día. Y además, los meses invernales son los ideales
para observar uno de los más hermosos fenómenos de la naturaleza:
las auroras boreales que se proyectan luminosamente sobre el cielo virgen del
norte. En cualquier época, después de visitar el puerto, la catedral
y el museo de las casas antiguas de Arbaer (un museo folklórico al aire
libre), el día puede terminar en Perlan, un restaurante giratorio construido
sobre una colina que ofrece un magnífico panorama de Reykjavik.
El Triángulo de Oro Uno de
los circuitos más populares desde Reykjavik es el llamado “Triángulo
de Oro”, que puede hacerse en el día. Los tres vértices
de este triángulo se llaman Gullfos, Geysir y Thingvellir. El recorrido
pasa por Hveragerdi –el pueblo de los invernaderos–, Kerio, el lago-cráter
de un volcán extinguido, y por la impresionante “Cascada de Oro”
de Gullfos, donde el agua se arroja con violencia a un abismo interminable tiñéndolo
de espuma. Más adelante, Geysir es sin duda uno de los lugares más
asombrosos de Islandia, con sus chorros de agua caliente que surgen de las entrañas
de la tierra a altísima temperatura y alcanzan varios metros de altura.
En verano se realiza una excursión de día completo a la Península
Snaefellsnes y el pueblo de pescadores de Arnarstapi: allí es posible
subir a una embarcación que recorre el pintoresco fiordo Hvalfjordur
y sus numerosas islas. En este lugar el volcán extinguido Snaefellsjökull
inspiró a Julio Verne, que situó en este lugar el punto de partida
de su emocionante Viaje al centro de la tierra. Al sureste de Reykjavik se visita
otro volcán –el Hekla–, cuya última erupción
fue en febrero del 2000. En el viaje a Hekla se pasa por el altiplano Landmannalaugar,
un lugar de bellísimos colores que van cambiando del verde al gris y
al negro, todos de increíble intensidad, mientras surgen al paso de los
turistas manantiales de agua caliente y vapor. Fuego y hielo se combinan de
manera extraña en Islandia. Además de sus muchos volcanes, el
11 por ciento de la superficie islandesa está cubierta por glaciares
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