NOROESTE - TURISMO INVERNAL EN JUJUY, SALTA Y CATAMARCA
Con su inagotable caudal de historia, leyendas y fiestas, el Noroeste argentino es un destino ideal para recorrer sus impactantes paisajes en la época invernal. En Salta, un itinerario entre Cafayate y San Antonio de los Cobres; en Catamarca, una excursión por la Ruta del Adobe; y en el pueblito jujeño de Casabindo, la insólita corrida de toros que, cada 15 de agosto, sacude la calma y el silencio de la Puna.
› Por Graciela Cutuli
UN TRAMO DE LA RUTA
40 La Ruta 40 ya es un mito del turismo argentino, por su extensión y
la diversidad de paisajes que recorre de un extremo al otro del país.
También es un mito, sin embargo, por las dificultades que puede ofrecer
recorrerla en algunos tramos, dignos del más puro turismo aventura por
las condiciones en que se encuentra. Sin embargo, este detalle no detiene a
quienes la recorren en busca de rincones casi vírgenes o paisajes tan
imponentes como los que se pueden apreciar en el tramo salteño que va
de San Antonio de los Cobres hasta Cafayate, la reina de los vinos.
El antiguo asentamiento minero de San Antonio de los Cobres, punta de riel del
Tren a las Nubes, se levanta sobre una planicie rodeada por una cadena montañosa
a la sombra de los Nevados del Acay, Chañi y Cachi. A 20 kilómetros,
se puede llegar hasta el vertiginoso Viaducto de La Polvorilla, donde concluye
el recorrido turístico del tren.
Saliendo de San Antonio de los Cobres, el camino hasta la localidad de Payogasta,
en los Valles Calchaquíes, es de gran hermosura: el itinerario –vale
recordar que es un camino difícil y de riesgo, bastante mal conservado,
por lo que puede ser intransitable con nieve en invierno– pasa por el
Abra del Acay, a más de 4800 metros de altura, el pueblo de La Poma (levantado
sobre los restos del anterior poblado destruido por un terremoto) y la impresionante
Garganta del Diablo, una pared de ónix erosionada por el río con
tal fuerza que formó un cañón, por el que se puede ingresar,
de más de 50 metros. Más adelante empiezan los cultivos, hasta
el desvío que lleva al imperdible Potrero de Payogasta, un sitio que
formó parte del camino incaico que lo unía con el poblado de Tastil.
La ruta sigue hacia el pueblo de Payogasta, rodeado de vistosos sembradíos
de pimiento, y más adelante empalma con la RP 33 que lleva a Salta a
través de la Cuesta del Obispo.
Siguiendo la dirección contraria, se llega en cambio a Cachi, que es
uno de los pueblos más lindos de la región y equipado con servicios
suficientes como para servir de punto de partida a excursiones por la zona.
Aquí hay que visitar la Iglesia de San José y el Museo Arqueológico,
con buenas colecciones de objetos locales, sin dejar de pasar por el mercado
artesanal que exhibe los tejidos y cerámicas de los artesanos de Cachi.
Cuando se deja atrás el pueblo con rumbo sur, siempre por la Ruta 40,
el destino siguiente es Seclantás, catalogado como Lugar Histórico
Nacional, cuya población vive del cultivo de pimentón, ají
y cebollas. Aquí, como en tantos otros puntos del itinerario, se respira
esa calma especial de los valles salteños, ese ritmo que parece inamovible
dictado por las siestas y la campechanía de una gente para la que Buenos
Aires parece más lejana que la luna. Y no por distancia, sino por estilo
de vida.
El último tramo antes de concluir el itinerario pasa por Angastaco, San
Carlos y Animaná, hasta que a 1660 metros de altura el turista es recibido
con los brazos abiertos por Cafayate, símbolo de los buenos vinos salteños.
Abstemios, abstenerse: hasta los helados aquí se hacen con vino. El cultivo
de la vid –sobre todo la variedad de uva torrontés– se ve
favorecido por un microclima muy especial, que desembocó en el asentamiento
de importantes bodegas. Se pueden visitar la bodega La Rosa, La Banda (la más
antigua de Cafayate), Nanni y Etchart, sin dejar de pasar por el Museo de la
Vid y el Vino para completar el panorama sobre laelaboración de estos
vinos argentinos que pueden encontrarse en las mejores mesas del mundo. Después
de haber dejado pasar el tiempo suficiente para disfrutar de la ciudad y disipar
los vapores de los vinos, hay que aprovechar para visitar la Quebrada del Río
Las Conchas y sus raras esculturas naturales, pacientemente moldeadas por el
agua y el viento.
LA CORRIDA DE CASABINDO
La Puna jujeña, paraje del silencio y la desolación, se está
preparando para vivir una de sus fiestas más vistosas y tradicionales
en el pueblito de Casabindo, que cada 15 de agosto celebra el día de
Nuestra Señora de la Asunción con un ritual entre cristiano y
pagano matizado por una inesperada corrida de toros. El lugar es excepcional:
3900 metros de altura, en medio de la nada, son el escenario de Casabindo, su
iglesia y su plaza, que en pocas horas se llena de gente llegada quién
sabe de dónde –porque los caminos de la región parecen siempre
desiertos– y se despliegan en una celebración multicolor e inolvidable.
Aunque hoy es apenas un punto en la Puna, en el siglo XVI Casabindo tenía
su importancia, y para 1590 contaba incluso con párroco estable: es que
por allí pasaba el Camino del Inca rumbo a Chile, y durante el período
colonial fue capital de la Encomienda. No mucho parece haber cambiado desde
entonces: las casas son de adobe y piedra, casi mimetizadas en el paisaje escarpado
rodeado de cerros, y los pocos habitantes se dedican como entonces a la cría
de ovejas y la elaboración de ponchos y mantas de lana ovina o de llama.
La tradicional corrida de Casabindo se presiente ya en la víspera del
15 de agosto, cuando campanas y bombas de estruendo imponen un insólito
rumor que anuncia la fiesta. Por la noche, se cantan las vísperas, y
más tarde la gente baila en la puerta de la iglesia. Al alba del 15,
ya todo es alegría: la iglesia se llena de gente que espera la primera
misa, a la que sigue la procesión en torno a la “plaza de toros”
(en realidad, la plaza frente a la iglesia, rodeada por una pared de piedra).
Ese es un buen momento para admirar las decoraciones cuzqueñas de los
altares en el interior del recinto, levantado en 1772. La procesión va
acompañada por la Danza de los Samilantes, un grupo de bailarines ornados
con plumas de avestruz y cascabeles en las rodillas, cortejados por las cuartetas,
mujeres que sacuden cuartos de carnero al ritmo de los erques. Estos tradicionales
instrumentos de viento andinos le ponen a la ceremonia un emotivo son grave
y profundo, que parece brotar de las entrañas mismas de los cerros. Cierran
el grupo dos niños que simulan perseguir a un tercero, que lleva en la
cabeza un muñeco semejante a un toro. Largo tiempo dura la danza y la
procesión, entrando y saliendo de la iglesia, mientras en los alrededores
sigue su alegre curso una feria regional donde se despliega lo más exquisito
de los dulces y otras especialidades puneñas.
Pero el verdadero festejo es después del almuerzo. Es entonces la hora
del Toreo de la Vincha, una particular corrida totalmente incruenta, que busca
arrancar de entre los cuernos del toro una cinta roja de terciopelo adornada
con antiguas moneda de plata, la misma que durante la procesión había
estado a los pies de la imagen de la Virgen. La corrida es para los más
ágiles, y los que no le teman al toro: de Casabindo, y de otros pueblos
vecinos, llegan quienes están dispuestos a desafiar al animal y a divertir
a la gente, vestidos con ropas vistosas pensadas para azuzar a los toros junto
con las tradicionales capas rojas. Tanta agitación no puede menos que
excitar a los toros, habitualmente calmos, y durante unas horas el plácido
paisaje jujeño se presta a la alegría, el ruido, la música
y el desenfreno de la celebración, bien regada por el alcohol que incita
a los valientes a ponerse frente a los cuernos del toro, y los ayuda a olvidar
más rápido las inevitables lastimaduras. Habrá un toreador
premiado, como en toda corrida, y finalmente un tranquilo fin de fiesta. A esta
hora, Casabindo empieza a contar de nuevo –sumergida en el silencio,la
quietud y otra vez el abandono– los días que faltan hasta el próximo
15 de agosto.
ADOBE Y ALTAS CUMBRES
La provincia de Catamarca se propuso pocos años atrás recuperar
un valioso circuito histórico entre las localidades de Tinogasta y Fiambalá,
donde una serie de capillas y oratorios de adobe sigue milagrosamente en pie:
el itinerario, bautizado “la Ruta del Adobe”, recupera una valiosa
porción del pasado del noroeste argentino. Partiendo de la capital, se
recorre primero un tramo de aproximadamente 300 kilómetros hasta Tinogasta,
a los que siguen los 50 kilómetros de la ruta propiamente dicha, hasta
Fiambalá. Si en la primera parte del camino, en la Quebrada de la Sébila,
el paisaje está dominado por el verde apagado de tunas y cardones, en
el siguiente predominan los verdes más intensos de los olivares, hasta
que en el último tramo se empieza a ganar altura y la vegetación
ralea. Lo que nunca afloja, en cambio, es el viento. El Zonda es dueño
y señor de estas serranías, arrastrando un polvo capaz de ensombrecer
la luz siempre brillante del sol del Noroeste. Las construcciones de adobe se
adaptan perfectamente a este clima árido y seco, y por eso son tan abundantes
en el oeste de Catamarca y en la Puna. Además tienen la propiedad de
resistir bastante bien los movimientos sísmicos que periódicamente
afectan la zona, aunque estos sismos no dejaron de dañar en el tiempo
varias de las construcciones más valiosas.
Dejando atrás Tinogasta, la primera parada de la Ruta del Adobe es en
El Puesto, un pequeño pueblito de calles silenciosas donde se construyó,
en 1745, el llamado Oratorio de los Orquera. El pequeño templo está
compuesto de una nave única, cubierta por un techo de vigas curvas de
algarrobo, y con torre campanario. Los descendientes de la familia Orquera aún
cuidan el lugar y las reliquias religiosas guardadas en su interior. Después
de El Puesto, la iglesia de Nuestra Señora de Andacollo, en el pueblo
de La Falda, también es una construcción de adobe en estilo neoclásico,
con molduras de cemento y cal, que hace un par de años sufrió
graves daños por un movimiento sísmico.
La Ruta del Adobe sigue en Anillaco, homónimo del más famoso pueblo
riojano, en cuyas afueras se encuentra la Hacienda de Juan Gregorio Bazán
y Pedraza, un conjunto residencial, agropecuario y religioso levantado a principios
del siglo XVIII. Gran parte de la antigua hacienda está en ruinas, aunque
enfrente se conserva una capilla que está considerada como la más
antigua de Catamarca, declarada Monumento Histórico Provincial. A esta
altura, ya se está cerca de Fiambalá: aquí se encuentra
la antigua Comandancia de Armas, construida en 1745 y aún en pie. El
trabajo de restauración, como todo el realizado a lo largo de la Ruta
del Adobe, buscó conservar las técnicas originales de construcción:
las paredes están hechas con bloques de adobe (barro y paja secado al
sol, con guano para darle resistencia) y los techos con cañas atadas
con tiento, apoyadas en vigas de madera. Las paredes, revocadas con barro, contienen
también hojas de penca recién cortadas: aquí está
uno de los secretos de su resistencia, ya que las hojas liberan un líquido
viscoso que les da una buena adhesión. El punto final de la Ruta del
Adobe, Fiambalá, es a su vez el punto de partida ideal para nuevas excursiones
de aventura en las altas cumbres de la región, que algunos utilizan como
ambiente de aclimatación previo a una salida al Himalaya. Otra opción,
que atraviesa paisajes de belleza sobrecogedora, es el cruce a Chile por el
Paso San Francisco, en perfectas condiciones hasta la frontera. Este paso, concebido
como alternativa a los pasos mendocinos frecuentemente bloqueados por la nieve,
pero en realidad poco usado, alcanza una altura máxima de 4830 metros,
de modo que sólo puede realizarse en vehículos bien preparados,
y teniendo en cuenta que a esta altura el apunamiento es común. Las faldas
cordilleranas, los valles sólo coronados de cactáceas donde asoman
manadas de guanacos, las impresionantes cumbres de cerros, como el Aguascalientes
(5517 m), Incahuasi (6638 m) o San Francisco (6016 m), van marcando el camino
hastala frontera. Allí, en la altura máxima, se comunican Catamarca
con la provincia chilena de Atacama: después del paso, otros 17 kilómetros
llevan hasta la Laguna Verde, un hermoso espejo color turquesa de agua salada,
con el atractivo adicional de tener desde aquí las vistas del imponente
volcán Ojos del Salado (6864 m)
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