CHINA - EL PALACIO DE VERANO DE PEKíN
Lujos de emperador
Por dos siglos, hasta 1924, fue la residencia estival de los privilegiados habitantes de la Ciudad Prohibida. Hasta aquí venía cada año la familia imperial para disfrutar del mayor jardín que existió jamás sobre la tierra, con 290 hectáreas de parques, lagos, islas, puentes y colinas artificiales que albergan templos budistas y un total de tres mil edificaciones consagradas a complacer los deseos de una sola familia.
Por Julián Varsavsky
La historia del Palacio de Verano de Pekín se remonta al año 1750, cuando el emperador Quinglong decidió iniciar su construcción como regalo de cumpleaños para su madre. Desde aquel tiempo, esta gran extensión de tierra con incontables templos y jardines fue destruida dos veces, por los ataques del ejército anglo-francés en 1860, y en 1900 como represalia a la Rebelión de los Boxers. Pero nuevamente el Palacio de Verano era levantado con paciencia china no bien terminaba el asedio, cada vez con mayor esplendor y suntuosidad. En el presente funciona como un parque público que resguarda un museo a cielo abierto de arquitectura clásica china, uno de cuyos componentes básicos es la utilización del paisaje y laberínticos jardines donde cada detalle de la decoración encierra siempre un sugerente simbolismo. Por su valor cultural que testimonia el universo temporal de la Dinastía Qing, el Palacio de Verano fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1998.
Brillo imperial
Un poco a la manera de la Ciudad Prohibida –popularizada por Bertolucci– el Palacio de Verano es casi una ciudad entera para unos pocos. De hecho, su extensión es mayor que esa ciudad amurallada que habitaba el emperador la mayor parte del año: 290 hectáreas. La mayoría del terreno está ocupado por jardines y lagos artificiales, el más grande de los cuales es el lago Kunming que mide 220 hectáreas y alberga una red de islas interconectadas por puentes con forma de arco y calzadas techadas que son verdaderas joyas del minucioso arte de la decoración china, sobrecargada de barroquismos y vivos colores.
Tanto el lago como las islas son una creación artificial realizada por un ejército de 100.000 trabajadores que debían plasmar un proyecto inspirado simbólicamente en la leyenda taoísta de las “Islas de los inmortales”, donde existía el elixir de la vida eterna. De hecho, la cuestión de la inmortalidad fue acaso el mayor dolor de cabeza que castigó a las generaciones de emperadores chinos desde el inicio del imperio, comenzando por el primero de ellos –Qin Shi Huan–, quien hace 2200 años mandó a construir el ya famoso Ejército de Terracota de Xian que lo acompañaría a su nueva vida bajo tierra.
Los emperadores chinos –y en especial los de la Dinastía Qing– eran personas bastante ociosas que vivían entregadas al placer (quizá por eso meditaban tanto sobre la muerte). El emperador disponía de sus concubinas para entretenerse, mientras que la emperatriz Dowager Cixi saciaba sus ansias con la comida. Cada comida diaria de la emperatriz era un verdadero ritual con 128 platos distintos a elección que alcanzaban para alimentar a un pequeño ejército, de los cuales la agasajada sólo podía llegar a probar uno o dos. Según está documentado, además del exceso de apetito la emperatriz adolecía de mal carácter y de una marcada impaciencia. Sus pasatiempos eran el teatro de ópera china y la pesca. En uno de los jardines más hermosos del complejo, la emperatriz consumía sus horas pescando desde un pequeño pabellón con techos chinos que aún hoy se levanta en el centro de un estanque. El problema era que los peces no siempre picaban con rapidez y para complacer a la reina los eunucos se lanzaban al agua con peces vivos en las manos que tenían preparados para la ocasión y los enganchaban en el anzuelo de la señora Cixi.
El mercado
Todo reinado se ve siempre en la obligación de resaltar su cercanía con el pueblo. Los emperadores de la Dinastía Qing –viviendo tras los muros rojos de la Ciudad Prohibida– sintieron que estaban alejados de la vida cotidiana de su gente y resolvieron el problema a su manera: hicieron construir junto a un canal de agua del Palacio de Verano dos hileras de negocios que abarcan 300 metros de largo a cada lado del curso de agua. Allí se vendía toda clase de productos de la vida diaria. De esa forma, cuando algún noble visitaba el palacio era llevado a ver cómo se comerciaba en un lugar donde en verdad los eunucos y otros miembros de la servidumbre actuaban de vendedores y compradores de un mercado popular emplazado a metros de uno de los tronos del emperador. Hoy en día el lugar recrea a la perfección –cumpliendo con su función didáctica de siempre– la estética de un mercado chino antiguo donde se venden ahora artesanías y comidas tradicionales despachadas por empleados que visten la indumentaria de la época.
Un largo corredor
Junto al lago Kunming hay una calzada de 728 metros techados en forma de galería que ilustra uno de los elementos fundamentales del arte del paisajismo chino. Y ésta es, justamente, la galería más larga y famosa de toda China. A lo largo de su extensión hay cuatro pabellones octogonales que representan las cuatro estaciones. Pero lo más llamativo es que en sus columnas hay alrededor de 8000 pinturas con escenas de paisajes tradicionales, legendarias batallas, pájaros, animales mitológicos y muestras muy refinadas de ese otro arte milenario chino que es la caligrafía.
El paseo por el interminable Palacio de Verano implica subir y bajar colinas milimétricamente parquizadas, cruzar lagos en una barcaza, ingresar a templos budistas con humo de sahumerio y observar un sinfín de estatuas budistas y dragones de bronce.
“Vastedad” es la palabra que mejor define el rasgo principal de todas las cosas en Pekín. Aquí las proporciones que nos rodean son siempre gigantescas: la Ciudad Prohibida, la Gran Muralla, la Plaza Tiananmen, los rascacielos modernos y el Palacio de Verano... todo está hecho, por sobre todas las cosas, resaltando la pequeñez de los mortales.