RíO NEGRO > LA PLAYA DE LAS GRUTAS
Las Grutas es la playa más concurrida de la Patagonia: En los primeros días de enero recibió a unos 30.000 turistas. Sobre la costa rionegrina, tiene un aire mediterráneo y es famosa –pese a la latitud– por la calidez de sus aguas.
› Por Graciela Cutuli
¿El Mediterráneo? ¿Sus aguas azules y casitas blancas son reales, tan lejos, casi en el límite con el desierto? No, no es un espejismo. Es una playa que cada año recibe más y más visitantes, porque la belleza de la costa y la tranquilidad de la ciudad la convierten en una de las mejores opciones para los veraneantes patagónicos, hasta tal punto que la fama se difundió y hoy abundan los visitantes de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza y otras regiones argentinas. Sin contar los muchos chilenos que cruzan la Cordillera para darse un baño de mar cálido, aunque parezca increíble a esta altura del mapa. En los primeros días de enero, Las Grutas –que ronda los 3000 habitantes permanentes– recibió 30.000 turistas, y aspira a convertir al 2004-2005 en una de las mejores temporadas de su historia.
Las Grutas se asoma sobre el sector norte del golfo San Matías, un viejo conocido de los pescadores que zarpan del cercano puerto de San Antonio Este. Allí el paisaje parece modelado por una mano divina: el agua, llevada por el ascenso y descenso constante de las mareas, trabajó sin pausa la piedra caliza de los acantilados, horadando las grutas que bordean todo este tramo de la costa, y que le dieron nombre al pueblo. El viento y la arena fueron haciendo el resto, mientras la mano del hombre le puso el toque de casas blancas que hacen pensar en algunos rincones de Grecia y el sur de España.
El contraste no podía ser más perfecto contra el azul, turquesa y verde de un mar brillante que le impone a la vida cotidiana el ritmo de sus mareas. De hecho, la tabla de mareas es lo primero que se entrega a los visitantes que ponen un pie en Las Grutas: de ese horario variable depende la amplitud de la playa durante cada momento del día, y aunque muchos prefieren no prestarle atención, acomodándose a los vaivenes del océano, quienes emprenden excursiones de aventura o quieren realizar algunas actividades específicas sí deben tenerlas en cuenta. En el momento más extremo, el mar llega hasta los acantilados y reduce la playa a una franja pequeña sacudida por las olas, hasta que se retira lentamente y deja al descubierto una playa extensísima, de piedra en las primeras bajadas y de arena en las últimas (se accede al mar desde las Bajadas Cero, los Acantilados y del ACA, en el extremo norte, hasta la Séptima Bajada, en el extremo sur). Sobre esa piedra, se excavaron piletas de varios tamaños, que al retirarse la marea quedan llenas de agua de mar, hasta que algunas horas más tarde se cubren nuevamente con la pleamar. En muchas de ellas, minúsculos peces y cangrejitos de distintas formas y tamaños nadan junto a los chicos que hacen sus primeras piruetas al borde del mar. Cada bajada tiene su carácter: las primeras son más tranquilas; de la tercera parten sin pausa las “bananas” que arrastran hasta mar adentro para luego, en un brusco viraje, tirar a todo el mundo al mar; en la séptima se concentran los chicos que se arrojan por un tobogán acuático en rápido descenso hasta una pileta.
La temperatura acompaña: el sol parece brillar siempre en un cielo siempre despejado, e incluso cuando el día se pone gris o demasiado ventoso, locales y visitantes saben que en Las Grutas el mal tiempo nunca dura demasiado, y que en un solo día se pueden vivir las cuatro estaciones. Con toda razón, además, Las Grutas se promociona como “el balneario de aguas cálidas de la Patagonia”. La temperatura oscila entre los 22 y 25 grados, pese a la latitud a la que se encuentra el balneario, gracias a que las altas temperaturas veraniegas permiten que durante la bajamar el sol caliente el agua en las fosas y canales de marea de la bahía de San Antonio: luego, este calor se transfiere a las aguas que suben con la pleamar, como lo constatan los sorprendidos primerizos que ven cómo el agua que les llega a las rodillas es casi caliente, digna de los lejanos trópicos. A medida que el mar sube se va enfriando, pero permanece siempre ideal para sumergirse: y si se quiere dar un paso más allá, es posible animarse al bautismo submarino o a las salidas para buzos másexperimentados, que permiten apreciar la enorme diversidad biológica del golfo San Matías.
Las Grutas y las playas aledañas forman parte del Area Natural Protegida Bahía de San Antonio, establecida hace más de una década por la provincia de Río Negro con el fin de proteger las aves playeras y migratorias que cada año hacen escala en estas costas, durante sus largas travesías de norte al sur. Por eso no está permitido circular con ninguna clase de vehículos por las playas, una norma que todos respetan y que hace de toda esta zona un balneario muy seguro para las familias y chicos. Por estar tan al sur, Las Grutas tiene un encanto adicional: el día es más largo, y en pleno enero hay luz hasta pasadas las nueve de la noche. Cuando el sol se oculta definitivamente, las dos calles peatonales se llenan de gente, concentrada en torno a la feria artesanal, los juegos de la plaza y los restaurantes que proponen platos a base de pescados y frutos de mar. Hasta las dos o tres de mañana, el movimiento es incesante: después, hay que prepararse para el nuevo día.
Quienes prefieren las playas más aisladas a las muy concurridas del centro, recorren algunos kilómetros hasta San Antonio Oeste o, mejor aún, hasta el puerto de San Antonio Este. Allí, parajes solitarios y kilómetros sin interrupción de playas de caracol se prestan al romanticismo y la contemplación solitaria de una naturaleza de increíble hermosura. Sin embargo, no hace falta alejarse tanto: a sólo cuatro kilómetros de Las Grutas, la playa de Piedras Coloradas ofrece un sorprendente contraste de farallones volcánicos rojizos contra el mar azul, dunas doradas donde deslizarse en sandboard –se alquilan tablas para arrojarse parado o sentado por los médanos– e inesperados rincones para captar el vuelo de las aves playeras entre las rocas. Entre la ciudad y Piedras Coloradas se levanta la villa de los pulperos, un caserío que merecería ser mejorado, donde se venden pulpitos frescos y los chicos ofrecen estrellas de mar. Casi enfrente, Las Grutas asiste a la construcción de su primer barrio cerrado.
Unos 12 kilómetros al sur, siempre por un camino de ripio que es mejor transitar en vehículos bien preparados, los parajes de El Buque y El Sótano permiten adentrarse en cañadones donde yacen desde tiempos inmemoriales abundantes ostras petrificadas. Allí se realizan caminatas interpretativas que incluyen recorridos por la restinga para identificar los secretos de la vida anfibia entre la tierra y el mar. Los más osados llegan hasta el Fuerte Argentino, una meseta de 80 metros de altura que se divisa desde la playa de Las Grutas, y a la que se sólo se puede acceder en vehículos todo terreno durante la bajamar. Además de naturaleza, desierto y mar, hay mucha leyenda en este deshabitado tramo de la costa argentina: pero ésa ya es la historia de otro verano.
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