Dom 14.04.2002
turismo

ISLAS BALEARES EN EL MEDITERRáNEO ESPAñOL

Rodando por Mallorca

Es la más grande de las islas Baleares (seguida de Menorca, Ibiza y Formentera) y recibe 15 millones de turistas por año, entre los que predominan alemanes e ingleses. Desde Palma de Mallorca, crónica de una vuelta en auto por la isla a través de su misteriosa geografía y su larga historia.

Texto y fotos:
Mariano Blejman

Cómo dar una vuelta completa a una isla como Mallorca? ¿Cómo hacerlo a través de una superficie terrenal con forma de rombo que tiene una cadena montañosa de un lado, playas estiradas del otro, castillos centenarios que no salen en ningún mapa, palmeras, muchas palmeras, tres millones de alemanes por año (que hasta tienen su propio diario), barcos, muchos barcos y veleros, y cientos de argentinos habitantes de un país riesgoso que llegaron a este sitio en medio del Mediterráneo?
–¿Quiere alquilar un coche? –pregunta un mallorquino desde una agencia de autos. El hombre ofrece sin saberlo la respuesta a la pregunta de cómo dar una vuelta completa. Tiene la llave en la mano y cobra 40 euros.

Palma abierta Después de una noche en barco desde Barcelona, el ferry toca tierra en Palma de Mallorca –capital isleña–. Es una isla catalana, arisca pero de corazón fresco. En este momento, un hombre ofrece un café con masitas en el único bar abierto a pasos de Plaza del Rey. El silencio, como las sillas, también molesta en la mañana. Pero el sol que ya amenaza con salir revive a la ciudad. “Mallorca es una puta ibérica muy codiciada. Todos la tuvieron en sus brazos, pero nadie se quedó con ella”, dice Xavier, un mallorquino de dientes afilados. La clase de historia y exabrupto queda aclarada rápidamente: en sus tres mil años de población estable fue invadida por piratas fenicios, árabes, ingleses, italianos, holandeses, alemanes (sí, ellos fueron piratas a su modo). Al fin, los catalanes se hicieron cargo. Y ahora en una esquina de calles estrechas, una pareja se enfurece:
–¡Gitano...! –grita ferviente la mujer en la cara de un hombre y en el insulto van años de resentimiento acumulado.
Dentro del casco antiguo es mejor no comprender el sentido de las manos de Palma, sino seguir las flechas a cada paso. En Palma hay unos baños árabes milenarios y una catedral con escaleras que van al cielo. La ciudad tiene un diario en alemán, bares en alemán, bebidas en alemán y alemanes por doquier. Pero también tiene ingleses. Y a todos ellos atienden ahora unos camareros argentinos que han conseguido saltar el charco en busca de restos de vida.

Caminos de Tramuntana Un auto es la mejor forma de dar una vuelta rápida a la isla. El primer destino hacia el norte es Sierra de Tramuntana. Una cadena montañosa que logra que la tierra se incruste en el mar sin pedirle permiso a la playa. La montaña cruza la isla de Mallorca como una joroba cervical verde y corcoveante. Y por ahí va ahora el auto, solo, con el circunloquio visual de cada curva. La ruta presenta desafíos que bien podrían estar en un videojuego. Ambas líneas amarillas quieren alcanzarse una a otra en una carrera hipnótica. Aparecen los pueblos cada 5 o 10 kilómetros. Un cartel detrás de otro: Andratx, Valldemossa, Deià, Soller (allí el auto se detiene). Cuatro pueblos pujantes han pasado en 50 kilómetros. ¿Cuántos barcos? ¿Cuántos yates? Sus costas están inundadas de veleros blancos que hacen agua por todos lados. Los españoles recuerdan aquí a Luis Salvador, archiduque de Habsburgo, Lotringa y Borbón como el primer residente de la zona. Tenía 20 años cuando comenzó a visitar el lugar. Se hizo propietario de la carretera entre Valldemossa y Deià y la emperatriz Sissi venía a visitarlo en su velero. Al parecer no sólo compartían su amor por la naturaleza.
En eso aparece ahora Ferrán, un hombre que pone una tapa (dígase comida al paso española) sobre la mesa soleada de Soller, y dice:
–Un velero aumenta un 300 por ciento la belleza del paisaje.

La sombra móvil de un faro El faro de Formentor está en la otra punta de Mallorca: 80 kilómetros hacia el noreste. Y hacia allá va este cronista con el envión que un auto de ruta puede dar en la montaña chatita de una isla. Las vistas panorámicas se suceden a 120 km/h entre castillos, fortalezas y alemanas. El auto rumbea hacia el faro del fin de isla.Aparece insertado en la punta de una roca y alumbra hacia la isla Menorca, hermana menor de Mallorca. En un mirador, una pareja de alemanes observa el mar calentito con envidia de país frío:
–¿Por qué vienen tantos alemanes a esta isla? –interrumpo el beso.
–Porque vienen muchos alemanes...
Respuesta escueta y germana. Mejor salir rápido de la sombra de un faro y cruzar sobre el atardecer hacia la playa. El torrente de arena quieta descansa en el albor del verano. Aparece a la izquierda Puerto Pollenza, el de la famosa canción, después Puerto de Alcudia, y la ruta desemboca por azar en una playa cuyo nombre no se retiene. Podría ser (volviendo a mirar el mapa) Cala Bona, Cala Millor o Cala Magrana. Las tres son similares: vacías en invierno, de infraestructura sólida para recibir alemanes, ingleses, holandeses, dinamarqueses, etcéteras. Aquí es donde la llamada “marcha” se hace presente con bombos y trompetas noche a noche.

De pepas a Palma, tío Se oscurece la isla. Desde el cielo bien podría parecer una gran pista de aterrizaje. Por sus luces titilando. Son las 10 de la noche; el tanque ha disminuido con el paso del pedal a fondo y surge en el mapa un nombre atractivo para terminar el recorrido, con un vino mediterráneo. Es Cala d’or, un recoveco bien guardado.
–¿Para ir hacia Cala D’or? –desde el coche, en medio de la noche.
–¡Joder tío!, ¡que no tiene pérdida!
Ya el mar está escondido detrás de la noche. Y es hora de palmar. Por eso Palma recibe a este cronista con las manos abiertas por el otro lado, ahora desde el sureste. La vuelta se completa. Los alemanes han salido en busca de sus propios bares y los ingleses también, más tarde. Pero los argentinos aprovechan el descuido para copar el centro sigilosamente, en esa Palma defendida por su antiguo casco de tanta barbarie.
–¿Querés venir...? –pregunta alguien desde atrás con acento conocido-Dale, que nos vamos a tomar unos mates a la casa de un amigo y después salimos para la playa.
A esta altura son tantos los argentinos recién llegados que Mallorca bien podría nacionalizarse, de una vez. O habría que, al menos, pedirle al gobierno español que también acepte patacones.

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