Domingo, 27 de febrero de 2005 | Hoy
FRANCIA > PUEBLOS DE LA PROVENZA
Dos pequeños pueblos de la Costa Azul son emblemáticos para la producción de perfumes. En Eze y Grasse se concentran algunos de los principales productores de esencias para la industria del perfume, como Fragonard o Galimard.
Grasse y Eze, las grandes capitales del perfume francés, son en verdad dos pequeños pueblos de la Provenza, trepados en las laderas montañosas que se ciernen sobre el Mediterráneo, donde desde hace siglos se desarrollan los secretos de las más exquisitas fragancias del mundo. Son el reino de los alambiques y de los destilados, de las flores y de las evanescentes esencias cuyos misterios sólo se materializan en contacto con el cuerpo. El paseo por estos pueblos es una puerta abierta a la revelación del perfume y al encanto de los más variados aromas, tantos que una nariz poco acostumbrada difícilmente pueda distinguirlos a todos.
En la olfativa novela El perfume, ambientada en la Francia del siglo XVIII, el perfumista (pero también asesino) Jean-Baptiste Grenouille llega a Grasse, “la Roma de los perfumes, la tierra prometida de los perfumistas”. Como el personaje ayer, hoy los visitantes se encuentran con una ciudad que “vista desde lejos no causaba una impresión de grandiosidad; carecía de una imponente catedral que sobresaliera de las casas, y en su lugar sólo había un campanario chato. Tampoco tenía una fortaleza en un punto estratégico ni edificios que llamaran la atención por su magnificencia. Las murallas parecían más bien endebles y aquí y allá surgían casas fuera de sus límites, sobre todo hacia la llanura, prestando a la ciudad un aspecto algo abandonado, como si hubiera sido conquistada y sitiada demasiadas veces y estuviera harta de ofrecer una resistencia seria a futuros invasores, pero no por debilidad sino por indolencia o incluso por un sentimiento de fuerza. Dominaba la gran cuenca perfumada que tenía a sus pies y eso parecía bastarle”.
Grasse, situado en las tierras provenzales interiores detrás de Cannes, conoció la prosperidad a partir del siglo XVI, gracias a sus curtiembres: cuando sus curtidores se especializaron en la fabricación de guantes perfumados (una costumbre que impuso Catalina de Médici, a quien se creía más bien aficionada a los guantes envenenados) nació también la industria perfumera, que finalmente reemplazó al tratamiento de las pieles y se convirtió en símbolo y razón de ser de la ciudad.
Internacional de la Perfumería (que está siendo remodelado y reabrirá sus puertas el año próximo), en el centro antiguo de Grasse, evoca los delicados procedimientos que dan origen a las más variadas esencias. El primer paso es la hidrodestilación, realizada actualmente en alambiques de acero inoxidable para evitar que las materias primas cambien de color, como ocurría con los viejos alambiques de cobre. Por cada parte de los vegetales elegidos, secos o frescos, se suman cinco partes de agua, sometidas a fuerte presión. Así el vapor de agua arrastra las partículas aromáticas de cada producto que se destila, y después de un proceso de enfriamiento las condensa en una nueva esencia. Hay que recordar que para lograr cada kilo de esencia de lavanda se destilan 200 kilos de la flor violácea típica de la Provenza, mientras para cada kilo de esencia de rosas se utiliza más de 3000 kilos de flores.
Antiguamente se usaban también otros procesos de fabricación de esencias, como la maceración, una invención de Grasse, donde grasas de alta pureza se mezclaban con flores a unos 60 grados de temperatura: durante dos horas, la infusión se revolvía con paletas de madera hasta que el perfume de las flores se trasladaba a las grasas, formando pomadas aromáticas que servirían de base a otros productos. Si se trataba de flores muy delicadas, como el jazmín, el procedimiento usado era el “enfleurage à froid”, que permitía trasladar el perfume de los vegetales a las grasas en frío, hasta que el producto obtenido se lavaba con un alcohol que absorbía el perfume y, al evaporarse, dejaba sólo la esencia. Aunque estos métodos ya no se usan, tanto el Museo Internacional de la Perfumería como los pequeños museos que pueden visitarse en las fábricas de Fragonard, Molinard y Galimard –cada una de estas casas de perfumería tiene sedes que pueden visitarse en Eze y Grasse– ilustran las antiguas tradiciones yrevelan algunos secretos de las “narices”, como se llama a los expertos perfumistas encargados de crear nuevas fragancias. De visita en Grasse, hay que detenerse también en la Casa-Museo Fragonard, residencia del pintor Jean-Honoré Fragonard, una gloria del rococó en cuyas obras parece fundirse todo el esplendor de los colores con los exuberantes perfumes de su ciudad natal.
Hacia el este de Cannes, a muy pocos kilómetros de la paradisíaca bahía de Mónaco, Eze también se consagra a la fabricación de perfumes. Este pueblito, más discreto aún que Grasse, es uno de los mejores ejemplos que puedan encontrarse de los llamados “village perchés”, es decir, literalmente “colgados” de la montaña, como se los hacía en tiempos medievales para protegerse mejor de los ataques enemigos. Tierra prometida de artesanos y perfumistas, del laberinto de sus calles parece surgir perfume a rosas, a violetas, a jazmines, geranios y retamas. A más de 400 metros de altura se levanta un viejo castillo del siglo XVI, rodeado del Jardín Exótico que permite divisar, en los días claros, la huidiza silueta de la costa de Córcega. Agaves, aloes y cactus crecen gracias al clima seco de la región, que tuvo en Nietzsche a uno de sus principales admiradores: fascinado por el panorama visible desde el castillo (“es del sol que aprendí eso, cuando se oculta y extiende entonces en el mar el oro de riquezas inagotables”), el escritor alemán redactó aquí algunas de las páginas más memorables de Así hablaba Zaratustra.
Al pie del pueblo, que posee sin duda un espíritu teatral, se organizan en las veladas veraniegas visitas temáticas especiales, ambientadas como en la Edad Media o como en los años ‘20, con trajes y música de época. Es la ocasión ideal para dejar que el aroma de las flores provenzales que brota de la montaña y se vuelca en el mar invada todos los sentidos: otra vez, como Jean-Baptiste Grenouille, los visitantes sentirán la retama y el azar de abril, y en mayo un mar de rosas que sumerge a la ciudad “en una niebla invisible, dulce como la crema”
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