Dom 27.03.2005
turismo

ECUADOR QUITO, LA CIUDAD CAPITAL

En ambos lados del mundo

En medio de las montañas, Quito es una joya de la arquitectura colonial. La capital ecuatoriana es también una de las pocas ciudades del mundo construidas sobre la línea misma del Ecuador. Un parque temático, en sus afueras, permite cruzar de un hemisferio a otro en un solo paso.

› Por Graciela Cutuli


En Quito, situada a sólo 24 kilómetros de la línea del Ecuador, los días y el clima se suceden sin cambios a lo largo de todo el año. El sol se levanta a la misma hora, y a las seis, cada día, baña el valle de luz haciendo relucir los campanarios de la ciudad colonial y poniendo brillo en las cumbres blancas de los volcanes circundantes. Lo mismo pasa con las temperaturas. De enero a diciembre, se goza de un clima temperado por la altura (unos 2800 metros), con mediodías calurosos pero amaneceres y noches frescas.
Como Santiago de Chile o Bogotá, Quito es otra de las capitales latinoamericanas encerradas en los Andes. Heredera de una plaza fuerte de los incas, la ciudad forma como un oasis de construcciones barrocas en medio de los verdes valles andinos. Quito fue la antigua capital de los Quituas, una etnia que fue sometida por el Imperio Inca pero conservó un estatuto privilegiado, ya que uno de los últimos incas se casó con una princesa quitua, y la ciudad fue la capital norteña del imperio. A pesar de tan glorioso pasado, no quedó nada de la ciudad prehispánica. Fue quemada y arrasada durante las luchas que tuvieron lugar entre los líderes incas y los invasores españoles.
Lo que sí queda hoy es el considerable patrimonio arquitectónico barroco y colonial que hace que Quito sea considerada como el “Claustro de las Américas”. Además de su elevada densidad de iglesias y monasterios, el centro de la ciudad fue preservado y mantiene el aspecto que tenía en siglos anteriores. Una joya colonial.

Panoramas sobre el tiempo
Desde 1978, los edificios del Quito antiguo –la Ciudad Vieja– están inscriptos en las listas del Patrimonio Cultural de la Humanidad de las Naciones Unidas. Son casas bajas de uno o dos pisos, con fachadas sencillas y balcones a la calle. Los campanarios de las iglesias podrían verse desde todos los puntos de la capital, si no fuera por el relieve montañoso que la rodea. Las iglesias y los conventos proliferan por todo Quito: sus ricos interiores, recargados de oro y obras de arte religioso, contrastan sin duda con la sencilla fisonomía de las calles.
El mismo contraste se puede ver entre la Quito colonial y la Quito moderna, donde se concentran los bancos y las sedes de las principales empresas del país. Al pie de edificios donde los metales y los vidrios dan el toque de modernidad, las calles tienen otro ritmo y otra cara. La tranquilidad del Viejo Quito se convierte en un bullicio animado de oficinistas que van y vienen, entre los gritos de los vendedores ambulantes, el ruido y el humo de los colectivos y los autos. La ciudad ofrece así dos nociones del tiempo muy distintas. Mientras una parte de ella no cambió con los siglos, la otra trata de modernizarse en la medida en que su asfixiada economía lo permite. Estos tiempos distintos se ven también en la gente. Cada estrato de la población vive a un ritmo diferente, ritmos que en parte se tocan y en parte no: de este modo, se ven tanto trajes y vestidos a la occidental como trajes tradicionales propios de la cultura indígena, y de la misma manera también las ocupaciones dividen a la gente. La economía dolarizada acentúa incluso estas diferencias entre quienes pueden acomodarse al sistema, y quienes no lo logran.
Para tener una idea más clara de estas dos caras de la ciudad, lo mejor que se puede hacer es subir hasta el vecino Panecillo, desde donde se divisa una vista panorámica espectacular sobre Quito y las montañas que la rodean. Se accede al cerro en auto, en pocos minutos. A su vez, el cerro está coronado por una estatua gigantesca de la Virgen de las Américas. El cambio de los tiempos, desde luego, trajo también los cambios en el culto: este cerro era un lugar sagrado en tiempos prehispánicos, y desde su cumbre los quituas adoraban al Sol. No es la única panorámica que hay sobre la capital, pero sí la más cercana a la Ciudad Vieja. En una ciudad rodeada por tantas cumbres, hay varios otros puntos panorámicos para conocer Quito desde otros ángulos y conocer algunos más de sus barrios.

Oros de oratorios
Por supuesto, lo más interesante para conocer en Quito es el viejo centro. En sus manzanas se concentra todo lo que la ciudad tiene para mostrar. El verdadero centro es la Plaza de la Independencia, rodeada de edificios monumentales: la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Palacio Arzobispal. Desde las primeras horas de la mañana, toda una muchedumbre de vendedores de hortalizas, de recuerdos y de artículos de santería se instala en la plaza, con la esperanza de vender sus mercaderías a los turistas y los quiteños acomodados que cruzan por allí. Se codean con los chicos que piden limosna y los limpiabotas. Una curiosidad que desentona en el conjunto barroco de los edificios de la plaza es el Edificio de Administración Urbana, que muestra gigantescos frescos de inspiración naïf sobre la vida cotidiana de la ciudad.
La iglesia de la Compañía, a pocas cuadras, está considerada como la obra maestra del barroco. Es también la iglesia más ricamente adornada de todas las de América latina. Una riqueza que contrasta aún más hoy en día con la empobrecida gente de Ecuador, lejos ya de los tiempos coloniales en que Quito formaba parte del rico virreinato del Perú. En esta Catedral están los restos del héroe de las guerras de la Independencia, el mariscal Sucre.
Quito tiene más de 80 iglesias. Si bien no todas tienen el valor de la Catedral, varias merecen ser visitadas, como el monasterio de San Francisco, levantado sobre los cimientos de un palacio inca en 1534 (una fecha que convierte esta iglesia en la más antigua del continente). La iglesia de La Merced tiene un campanario de 47 metros, que se destaca desde todos los puntos panorámicos. Finalmente, el monasterio San Agustín, donde están instalados los talleres de restauración del Instituto del Patrimonio Cultural (que se visitan), se conoce como el Convento del Oro, por la riqueza de sus adornos.
Cerca de la Catedral se encuentra el Museo Municipal de Arte e Historia Alberto Mena Camaño, en un caserón construido por los jesuitas, y abandonado para usos civiles luego de la expulsión de la orden de las colonias españolas en 1767. Sus piezas muestran episodios de la historia quiteña, con muñecos de cera, y atesoran colecciones de objetos sagrados.
Otro museo interesante es la Casa de Sucre, donde se ven colecciones de armas, trajes y muebles de la época de la Independencia. Sucre fue el vencedor de la batalla de Pichincha, decisiva para la expulsión de los españoles de esta parte de América, y que llevó a la experiencia política de la Gran Colombia, en la cual estuvieron integrados durante pocos años Colombia, Venezuela y Ecuador en un solo Estado.

El mundo por la mitad
A menos de veinte kilómetros del centro mismo de la capital, se levanta uno de los parques temáticos más simbólicos del mundo. Unico lugar del globo donde se puede “ver” el Ecuador, el parque es a la vez un centro de divulgación científica, un homenaje a la geografía y un lugar de paseo en familia los fines de semana. La arquitectura de los pabellones denota la magnificación de la ciencia que se hacía a fines del siglo XIX y principios del XX.
El parque entero está dominado por una gran mole coronada por un globo terráqueo. Allí precisamente, al pie de esta construcción, una línea amarilla pintada sobre el suelo divide al mundo en dos hemisferios. Hay que sacrificarse al ritual del parque y no irse sin sacar una foto con los pies de ambos lados de la línea, una pierna en cada hemisferio. También hay que sacarse otra foto, al mediodía, momento en el cual no hay sombras porque el sol está en su vertical exacta. En los días de equinoccio, el parque se llena más de curiosos y turistas que acuden para comprobar este fenómeno de manera aún más radical. ¡La única sombra que se puede ver en estos momentos es la de su zapato al levantar la pierna! Por otra parte, el parque recuerda las misiones científicas francesas llevadas a cabo en los años 1737 y 1802 para estudiar la Tierra en el lugar justo por donde pasa la línea ecuatorial. Los bustos de bronce de la avenida principal del parque recuerdan a estos científicos, entre quienes se destacó La Condamine. Los pabellones están dedicados a Francia, España y Ecuador, y tienen fines pedagógicos, por lo que en los días de semana el parque resuena con los gritos y risas de los escolares que van de visita.

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