ECUADOR QUITO, LA CIUDAD CAPITAL
En medio de las montañas, Quito es una joya de la arquitectura colonial. La capital ecuatoriana es también una de las pocas ciudades del mundo construidas sobre la línea misma del Ecuador. Un parque temático, en sus afueras, permite cruzar de un hemisferio a otro en un solo paso.
› Por Graciela Cutuli
En Quito, situada a sólo
24 kilómetros de la línea del Ecuador, los días y el clima
se suceden sin cambios a lo largo de todo el año. El sol se levanta a
la misma hora, y a las seis, cada día, baña el valle de luz haciendo
relucir los campanarios de la ciudad colonial y poniendo brillo en las cumbres
blancas de los volcanes circundantes. Lo mismo pasa con las temperaturas. De
enero a diciembre, se goza de un clima temperado por la altura (unos 2800 metros),
con mediodías calurosos pero amaneceres y noches frescas.
Como Santiago de Chile o Bogotá, Quito es otra de las capitales latinoamericanas
encerradas en los Andes. Heredera de una plaza fuerte de los incas, la ciudad
forma como un oasis de construcciones barrocas en medio de los verdes valles
andinos. Quito fue la antigua capital de los Quituas, una etnia que fue sometida
por el Imperio Inca pero conservó un estatuto privilegiado, ya que uno
de los últimos incas se casó con una princesa quitua, y la ciudad
fue la capital norteña del imperio. A pesar de tan glorioso pasado, no
quedó nada de la ciudad prehispánica. Fue quemada y arrasada durante
las luchas que tuvieron lugar entre los líderes incas y los invasores
españoles.
Lo que sí queda hoy es el considerable patrimonio arquitectónico
barroco y colonial que hace que Quito sea considerada como el Claustro
de las Américas. Además de su elevada densidad de iglesias
y monasterios, el centro de la ciudad fue preservado y mantiene el aspecto que
tenía en siglos anteriores. Una joya colonial.
Panoramas
sobre el tiempo
Desde 1978, los edificios del Quito antiguo la Ciudad Vieja
están inscriptos en las listas del Patrimonio Cultural de la Humanidad
de las Naciones Unidas. Son casas bajas de uno o dos pisos, con fachadas sencillas
y balcones a la calle. Los campanarios de las iglesias podrían verse
desde todos los puntos de la capital, si no fuera por el relieve montañoso
que la rodea. Las iglesias y los conventos proliferan por todo Quito: sus ricos
interiores, recargados de oro y obras de arte religioso, contrastan sin duda
con la sencilla fisonomía de las calles.
El mismo contraste se puede ver entre la Quito colonial y la Quito moderna,
donde se concentran los bancos y las sedes de las principales empresas del país.
Al pie de edificios donde los metales y los vidrios dan el toque de modernidad,
las calles tienen otro ritmo y otra cara. La tranquilidad del Viejo Quito se
convierte en un bullicio animado de oficinistas que van y vienen, entre los
gritos de los vendedores ambulantes, el ruido y el humo de los colectivos y
los autos. La ciudad ofrece así dos nociones del tiempo muy distintas.
Mientras una parte de ella no cambió con los siglos, la otra trata de
modernizarse en la medida en que su asfixiada economía lo permite. Estos
tiempos distintos se ven también en la gente. Cada estrato de la población
vive a un ritmo diferente, ritmos que en parte se tocan y en parte no: de este
modo, se ven tanto trajes y vestidos a la occidental como trajes tradicionales
propios de la cultura indígena, y de la misma manera también las
ocupaciones dividen a la gente. La economía dolarizada acentúa
incluso estas diferencias entre quienes pueden acomodarse al sistema, y quienes
no lo logran.
Para tener una idea más clara de estas dos caras de la ciudad, lo mejor
que se puede hacer es subir hasta el vecino Panecillo, desde donde se divisa
una vista panorámica espectacular sobre Quito y las montañas que
la rodean. Se accede al cerro en auto, en pocos minutos. A su vez, el cerro
está coronado por una estatua gigantesca de la Virgen de las Américas.
El cambio de los tiempos, desde luego, trajo también los cambios en el
culto: este cerro era un lugar sagrado en tiempos prehispánicos, y desde
su cumbre los quituas adoraban al Sol. No es la única panorámica
que hay sobre la capital, pero sí la más cercana a la Ciudad Vieja.
En una ciudad rodeada por tantas cumbres, hay varios otros puntos panorámicos
para conocer Quito desde otros ángulos y conocer algunos más de
sus barrios.
Oros
de oratorios
Por supuesto, lo más interesante para conocer en Quito es
el viejo centro. En sus manzanas se concentra todo lo que la ciudad tiene para
mostrar. El verdadero centro es la Plaza de la Independencia, rodeada de edificios
monumentales: la Catedral, el Palacio de Gobierno y el Palacio Arzobispal. Desde
las primeras horas de la mañana, toda una muchedumbre de vendedores de
hortalizas, de recuerdos y de artículos de santería se instala
en la plaza, con la esperanza de vender sus mercaderías a los turistas
y los quiteños acomodados que cruzan por allí. Se codean con los
chicos que piden limosna y los limpiabotas. Una curiosidad que desentona en
el conjunto barroco de los edificios de la plaza es el Edificio de Administración
Urbana, que muestra gigantescos frescos de inspiración naïf sobre
la vida cotidiana de la ciudad.
La iglesia de la Compañía, a pocas cuadras, está considerada
como la obra maestra del barroco. Es también la iglesia más ricamente
adornada de todas las de América latina. Una riqueza que contrasta aún
más hoy en día con la empobrecida gente de Ecuador, lejos ya de
los tiempos coloniales en que Quito formaba parte del rico virreinato del Perú.
En esta Catedral están los restos del héroe de las guerras de
la Independencia, el mariscal Sucre.
Quito tiene más de 80 iglesias. Si bien no todas tienen el valor de la
Catedral, varias merecen ser visitadas, como el monasterio de San Francisco,
levantado sobre los cimientos de un palacio inca en 1534 (una fecha que convierte
esta iglesia en la más antigua del continente). La iglesia de La Merced
tiene un campanario de 47 metros, que se destaca desde todos los puntos panorámicos.
Finalmente, el monasterio San Agustín, donde están instalados
los talleres de restauración del Instituto del Patrimonio Cultural (que
se visitan), se conoce como el Convento del Oro, por la riqueza de sus adornos.
Cerca de la Catedral se encuentra el Museo Municipal de Arte e Historia Alberto
Mena Camaño, en un caserón construido por los jesuitas, y abandonado
para usos civiles luego de la expulsión de la orden de las colonias españolas
en 1767. Sus piezas muestran episodios de la historia quiteña, con muñecos
de cera, y atesoran colecciones de objetos sagrados.
Otro museo interesante es la Casa de Sucre, donde se ven colecciones de armas,
trajes y muebles de la época de la Independencia. Sucre fue el vencedor
de la batalla de Pichincha, decisiva para la expulsión de los españoles
de esta parte de América, y que llevó a la experiencia política
de la Gran Colombia, en la cual estuvieron integrados durante pocos años
Colombia, Venezuela y Ecuador en un solo Estado.
El
mundo por la mitad
A menos de veinte kilómetros del centro mismo de la capital,
se levanta uno de los parques temáticos más simbólicos
del mundo. Unico lugar del globo donde se puede ver el Ecuador,
el parque es a la vez un centro de divulgación científica, un
homenaje a la geografía y un lugar de paseo en familia los fines de semana.
La arquitectura de los pabellones denota la magnificación de la ciencia
que se hacía a fines del siglo XIX y principios del XX.
El parque entero está dominado por una gran mole coronada por un globo
terráqueo. Allí precisamente, al pie de esta construcción,
una línea amarilla pintada sobre el suelo divide al mundo en dos hemisferios.
Hay que sacrificarse al ritual del parque y no irse sin sacar una foto con los
pies de ambos lados de la línea, una pierna en cada hemisferio. También
hay que sacarse otra foto, al mediodía, momento en el cual no hay sombras
porque el sol está en su vertical exacta. En los días de equinoccio,
el parque se llena más de curiosos y turistas que acuden para comprobar
este fenómeno de manera aún más radical. ¡La única
sombra que se puede ver en estos momentos es la de su zapato al levantar la
pierna! Por otra parte, el parque recuerda las misiones científicas francesas
llevadas a cabo en los años 1737 y 1802 para estudiar la Tierra en el
lugar justo por donde pasa la línea ecuatorial. Los bustos de bronce
de la avenida principal del parque recuerdan a estos científicos, entre
quienes se destacó La Condamine. Los pabellones están dedicados
a Francia, España y Ecuador, y tienen fines pedagógicos, por lo
que en los días de semana el parque resuena con los gritos y risas de
los escolares que van de visita.
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