Dom 03.07.2005
turismo

CORDOBA TREKKING EN LA QUEBRADA DEL CONDORITO

Bajo las alas del cóndor

Entre Villa Carlos Paz y Mina Clavero, el Parque Nacional Quebrada del Condorito preserva tesoros de la naturaleza serrana que tienen al majestuoso cóndor como protagonista estelar. Desde el Camino de las Altas Cumbres, un trekking muy accesible por un área virgen de las sierras de Córdoba.

Por Guillermo Lanfranco

A pesar de ser una de las provincias argentinas más privilegiadas por la naturaleza, recién en 1995 Córdoba pudo contar en su territorio con un parque nacional, la Quebrada del Condorito. Diez años después, es posible recorrerlo y conocer esa gran zona virgen de las sierras cordobesas. El parque ocupa unas 37 mil hectáreas, enclavadas en un área de 150 mil hectáreas, que forman parte de un área natural del gobierno provincial. La decisión de proteger esa superficie de la erosión o la desertificación tiene su razón de ser en la necesidad de cuidar y conservar la reserva hídrica de la Pampa de Achala, donde nacen los ríos y arroyos que constituyen el 75 por ciento de provisión de agua de los cordobeses.

HACIA LA PAMPA DE ACHALA A mitad de recorrido entre Carlos Paz (55 kilómetros) y Mina Clavero (65 kilómetros), por el Camino de las Altas Cumbres, el Parque Nacional Quebrada del Condorito transforma una limitación en una virtud: por ahora es imposible ingresar en automóvil; sólo se puede llegar a pie o, cuanto mucho, en bicicleta. A la vera de la ruta, una tranquera es la única referencia que indica la existencia del paraje La Pampilla. Luego de saltar el alambrado, deben caminarse unos mil metros para recién entrar al área protegida del parque nacional.

En ese breve trayecto se puede registrar un fuerte contraste, producto de la acción humana. Fuera del parque, el terreno parece un campo de golf, con el pasto prolijamente cortado a ras del suelo. Pegado al límite del área protegida –con un ingreso que impide el paso del ganado vacuno–, se extienden los pastizales naturales, propios de esa meseta de altura. ¿La razón de tal diferencia? Tanto vacas, como caballos y ovejas han arrasado los pastizales en las áreas donde se permite la explotación agropecuaria. A fines del siglo XIX, en esa planicie todavía pacían animales autóctonos como el guanaco que, a diferencia del ganado introducido por los colonos, evita comer los retoños más jóvenes de pasto, no lo arranca de raíz y tiene sus patas “acolchadas” (similares a las de gatos y perros), menos dañinas que las pezuñas de vacas y caballos.

Ya dentro del parque nacional, la marcha hacia la Quebrada del Condorito por un terreno ondulado resulta sumamente agradable e insume poco más de cuatro horas. Durante el trayecto, con cielo despejado, a la derecha es posible ver parte del valle de Punilla y la ciudad de Villa Carlos Paz, desplegada alrededor del lago San Roque. A la derecha surge el gran macizo de las Sierras Grandes.

La calma del entorno –uno de esos sitios donde es posible escuchar el silencio– sólo puede modificarla la sorpresiva aparición de algún ejemplar de la fauna que guarda la Pampa de Achala. Así, es bastante probable cruzarse al paso con una yarará ñata o ver el vuelo cercano de un zorzal. Pero más difícil será encontrar el zorro colorado de Achala, una raza exclusiva de las serranías que se refugia en quebradas y pajonales. Y muy improbable será ver algunos de los pumas que todavía habitan las quebradas más ocultas.

Si la fauna es singular, algo parecido ocurre con la flora, que reúne otra particularidad. En el parque conviven especies originarias del Norte y del Sur argentino como el tabaquillo y el maitén, ya que la Pampa de Achala es el área de contacto entre distintas regiones: andina, pampeana, patagónica y chaqueña. Por eso se la considera una especie de isla biogeográfica que debe ser preservada.

Esa es la tarea de los guardaparques de Parques Nacionales que habitan en Achala, encargados también del mantenimiento de los senderos que tienen una muy clara señalización y evitan cualquier extravío, siempre y cuando no se salga del camino demarcado. También existen áreas de acampe donde no se puede hacer fuego.

El punto culminante del trekking es el arribo a la Quebrada del Río de los Condoritos, con un balcón-mirador ubicado frente a un cañadón en forma de V de 800 metros de profundidad. A 1500 metros de distancia, en la pared de enfrente anidan los cóndores en los pliegues y salientes de la roca, blanqueada por sus excrementos.

La escala en el balcón de la Quebrada permite admirar el incomparable vuelo planeado del “gigante de los cielos”, con algunas pasadas rasantes de los ejemplares más jóvenes, e incluso observar cómo se toman un baño bajo alguno de los tantos saltos de agua del río de los Condoritos. Pero los cóndores no están solos. También las águilas moras, aguiluchos y jotes sobrevuelan esos cielos cordobeses.

DE LOS ANDES A LAS SIERRAS La Pampa de Achala es el punto más extremo hacia el Este del país donde se puede hallar al cóndor, habitante natural de la Cordillera de los Andes. Con sus alas desplegadas, que suelen alcanzar los tres metros de envergadura, el cóndor tiene un aspecto temible. Pero no hay que asustarse: nunca ataca a animales vivos, menos aún al hombre. Por el contrario, se alimenta de carroña –por lo general ganado que muere al desbarrancarse–, cumpliendo un importante rol ambiental como “recolector de residuos orgánicos”.

La población de cóndores en la Quebrada se ha ido recuperando de la depredación que sufrió a lo largo del siglo XX, por la creencia de que ataca al ganado, o en cacerías “deportivas”. Pero el ritmo es lento porque, generalmente, la hembra pone un solo huevo cada dos o tres años y el pichón rompe la cáscara después de un largo período de incubación.

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