ENTRE RIOS: VACACIONES EN COLóN
Historia y naturaleza, junto a sus aguas termales, hacen de Colón un destino excelente para las vacaciones de invierno.
El Palacio San José, el Palmar y los molinos históricos de la colonización suizo-francesa se suman al turismo aventura y la clásica pesca.
› Por Graciela Cutuli
En el imaginario turístico, cada destino tiene sus propias postales. Un atardecer sobre el río, un baño en piletas de aguas cálidas, la lucha con un portentoso dorado en aguas del río Uruguay, la silueta imponente del palacio San José y la despeinada cabellera de las palmeras del Parque Nacional El Palmar son tal vez las más difundidas de Colón, la ciudad entrerriana que se enorgullece de su naturaleza pero también de su historia. El clima moderado del invierno, la temporada alta de las termas invita a descubrirla a través de excursiones por el Palmar y la visita a sus principales lugares históricos.
Alla lejos y hace tiempo Colón fue fundada en 1863 por el propio Justo José de Urquiza. Se cuenta que, en el momento de colocar la piedra fundamental de la nueva ciudad, uno de los hombres comentó: “Temeraria empresa ésta, mi general, es como descubrir tierras por Colón”. “Usted lo ha dicho –respondió Urquiza–, Colón se denominará esta villa.” Eran los tiempos en que una fuerte corriente de inmigrantes, procedentes sobre todo de Francia, Suiza e Italia, se instalaba en Entre Ríos en busca de tierras y trabajo. Caras y apellidos revelan todavía estos orígenes, en una ciudad que se enorgullece también de haber contado con el primer Registro Civil de la Argentina, en 1873, por iniciativa de un escribano que presentó un proyecto para registrar todos los casamientos, nacimientos y muertes que se produjeran en la localidad.
A sólo cuatro kilómetros de Colón, una reliquia histórica, el Molino Forclaz, es otro testimonio de esta influencia europea. El molino, situado a unos 200 metros del antiguo camino de ripio que une Colón con San José, en una zona abundante en espinillos y ñandubays, fue construido por el colono de origen suizo Juan Bautista Forclaz, que llegó a la región en 1859. Primero construyó un molino para moler granos accionado por mulas; luego decidió construir un molino de viento para abastecer la gran demanda. La construcción, concluida en 1890, tiene 25 metros de circunferencia en la base y un metro de espesor. En la parte superior, una cúpula de zinc giratoria se mueve según la dirección del viento. Todo estaba construido según las más tradicionales técnicas europeas, sólo que no había en Colón vientos suficientes para hacerlo funcionar, y su dueño tuvo que seguir trabajando con el molino anterior.
También en las afueras de Colón, a unos 12 kilómetros, aparece la influencia europea –esta vez inglesa– en Colonia Liebig. Este pueblo surgió con el asentamiento de la envasadora de extractos y carnes enlatadas Compañía Liebig’s, que se estableció a principios del siglo XX. Por trazado y estilo, Liebig muestra todavía la herencia inglesa y sus orígenes fabriles.
El Palacio San Jose La residencia de Justo José de Urquiza es un palacio digno de visitarse, y uno de los grandes polos de atracción del turismo que llega a Entre Ríos en busca de las raíces de la historia argentina. Si hoy sorprende, hay que imaginárselo en tiempos de su construcción, a mediados del siglo XIX, cuando sólo lo rodeaba el monte entrerriano. El Palacio San José se encuentra cerca de Concepción del Uruguay, a 70 kilómetros de Colón. En sus orígenes se lo pensó como residencia principal de una próspera estancia, articulada en torno de dos grandes patios: las habitaciones del Patio del Parral albergaban a parientes, personal y oficiales de las filas permanentes de San José, mientras en el Patio de Honor se desarrollaba la vida familiar. Aunque todo el conjunto impresiona por el lujo y sus detalles, impacta la Sala de los Espejos, cuyo cielorraso fue realizado con más de cien espejos franceses y un artesonado de pino importado. Los jardines exteriores, por su parte, todavía conservan algunos de los ejemplares plantados en época de Urquiza, matizados por esculturas de mármol de Carrara y pajareras donde vivían vistosas aves exóticas. Dos lugares no hay que dejar de visitar: la capilla del palacio, cuya cúpula fue decorada por el uruguayo Juan Manuel Blanes, y donde se conserva una pila bautismal genovesa, de mármol, que tiene una réplica idéntica en el Vaticano; y la habitación de Urquiza: en esta sala, que conserva sus muebles y la cama donde durmió por última vez, el general fue herido y asesinado. Por el Palacio San José pasaron muchos visitantes ilustres, entre ellos Sarmiento. En la habitación donde se alojó el ex presidente se encuentra todavía un curioso mueble-tocador, que incluye bacinilla y bidet en un cajón. Uno más de los lujos de la época, entre los muchos que encierra el impresionante palacio entrerriano.
Termas y rio Volviendo a Colón, uno de los paseos más lindos en la ciudad es el que lleva a recorrer la Costanera Gobernador Quirós, con balcones y explanadas que dan hacia el río Uruguay. Los balnearios del sector sur, tan frecuentados en verano, también son visitados en invierno, en tanto en el sector norte se encuentran un camping y el conocido complejo termal de Colón, con aguas que brotan a unos 1500 metros de profundidad. Este complejo es uno de los principales de Entre Ríos, una provincia de por sí conocida por las aguas termales, y se extiende sobre unas cuatro hectáreas, repartidas en diez piletas de distintas profundidades. Cuatro de ellas están cubiertas, y también hay piletas para chicos que no superan los 40 o 60 centímetros de profundidad. El agua llega a las piletas a una temperatura promedio de 36 grados, y tiene numerosas propiedades minerales relajantes y beneficiosas para distintas dolencias. En toda la ciudad, numerosos hoteles ofrecen además servicios complementarios –con spa en los de más alta categoría–, como para que el descanso sea completo y se vuelva de Colón completamente renovado.
Itinerario palmarense El broche de oro de la visita a Colón, y a veces el motivo principal del viaje, es el Parque Nacional El Palmar. A sólo 365 kilómetros de Buenos Aires, es el parque nacional más cercano a la Capital, creado para resguardar los ejemplares de palmera yatay que tiempo atrás eran predominantes en el este entrerriano. El PN abarca también ambientes de selva en galería y monte xerófilo, sobre unas 8500 hectáreas. Internarse en El Palmar es una fiesta para los observadores de la naturaleza, tanto para quienes aprecian las variantes de flora –espinillos, ñandubays, algarrobos, quebrachos blanco, laureles, lianas, enredaderas– como de fauna, ya que aquí prosperan las vizcachas, ñandúes y zorros de monte. Dos miradores situados en lugares estratégicos del parque permiten divisar las ondulaciones del terreno, las aglomeraciones de palmeras y las selvas ribereñas. Aquí hay propuestas para el ecoturismo, desde los “safaris fotográficos” hasta el avistaje de aves, una actividad que requiere paciencia y silencio para poder aproximarse a las huidizas especies que habitan en las zonas protegidas. Ya sea a la espera de las aves, o en busca de ellas, internarse en los palmares o en la zona selvática para descubrirlas es toda una experiencia: numerosos principiantes y expertos en birdwatching son por ese motivo fieles visitantes de este parque nacional.
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