Dom 24.07.2005
turismo

PEKIN LA CIUDAD PROHIBIDA

La Casa de los Hijos del Cielo

Construida entre 1406 y 1420, la Ciudad Prohibida fue el centro del inabarcable Imperio chino durante casi 500 años. En esa “jaula de oro”, aislada del mundo exterior, vivieron catorce emperadores de la dinastía Ming y diez de la dinastía Qing hasta que, en el año 1924, el último emperador fue desalojado del lugar. Aún hoy sigue siendo el mayor conjunto de palacios jamás levantado sobre la tierra, un verdadero microcosmos encerrado por una muralla roja que esconde los exóticos tesoros de la China milenaria.

› Por Julián Varsavsky


Según el arquetipo moralista de Confucio –basado en una mítica edad de oro en la que reinaba la virtud–, el equilibrio social reposaba sobre el culto riguroso a la ley divina del emperador. El orden cósmico era la herencia de un pasado clásico que imponía seguir siempre un mismo ceremonial, cuyos escrupulosos rituales y simetrías estéticas determinaban desde cada acto de la vida cotidiana del emperador hasta la arquitectura de los palacios.

La realización simbólica de aquella cosmogonía –gestada a lo largo de milenios repitiendo las tradiciones de los “Seis libros clásicos” que inspiraron a Confucio– fue la amurallada Ciudad Prohibida de Pekín, un laberíntico conjunto palaciego donde absolutamente todo tiene una estricta razón de ser.

MURALLAS ROJAS De acuerdo con el diagrama de la antigua cosmogonía china, el emperador era el hijo del cielo y por lo tanto debía vivir en el centro del universo. Es así que un emperador de la dinastía Ming llamado Yung-Le ordenó levantar en 1406 el palacio “más maravilloso que hubiera existido y que existiría jamás sobre la tierra”, el más vasto y suntuoso que fuese posible concebir. Su decreto se cumplió al pie de la letra e increíblemente, luego de 500 años, no se ha construido ni en ese ni en ningún otro continente en que se ha “agrandado” el mundo, otro palacio equiparable al de Pekín.

Desde el trono de la Ciudad Prohibida se decidía sobre el destino de 800 millones de súbditos que tenían prohibido –por los siglos de los siglos y bajo amenaza de ser atravesados por un flechazo– poner un solo pie dentro de la sagrada ciudad. El emperador vivía allí rodeado de una trama shakespeariana de intrigas y codiciosa lujuria, y apenas conocía algunas cosas del mundo exterior. En esa ciudad cortesana habitaban unas 9000 personas, entre guardias, eunucos, concubinas y toda clase de funcionarios. Las órdenes imperiales salían en manos de un mensajero, redactadas en un papiro estampado con un sello real, rumbo a los confines de la Gran Muralla. El mensajero tenía pasaporte libre para recorrer cada resquicio del imperio y era considerado un intocable porque llevaba una orden que nadie se hubiera atrevido a desobedecer, como si fuese la palabra del destino.

UN AISLAMIENTO PERFECTO La Ciudad Prohibida mide 720.000 metros cuadrados, casi el doble que el célebre Vaticano y está rodeada por un foso de agua de 52 metros de ancho por seis de profundidad. Detrás se levanta un grueso muro rojo de 11 metros de altura, diseñado para cortar toda visión del mundo exterior. Desde ese suntuoso encierro manejaron el imperio con gran éxito político catorce emperadores de la dinastía Ming y diez de la dinastía Qing hasta que, en el año 1924, el último emperador fue desalojado del lugar.

El aislamiento de la Ciudad Prohibida crea hoy la condición necesaria para el viaje perfecto a través del tiempo. Unos pocos pasos sobre el adoquinado instalan al visitante de lleno en el corazón de un imperio milenario, poblado de inmensos pabellones, quemadores de incienso con forma de tortuga y cabeza de dragón, Budas de piedra, jardines laberínticos, clepsidras, enormes gongs y campanas, puentecitos de mármol y radiantes joyas colmadas de piedras preciosas.

ARMONIAS IMPERIALES La Ciudad Prohibida fue estructurada a partir de un eje central a lo largo del cual se suceden seis grandes pabellones o palacios. Se ingresa por la grandiosa Puerta de la Suprema Armonía, donde nace una calzada de mármol que conduce de manera triunfal al Palacio de la Suprema Armonía (Taihedian), sede del trono principal del emperador. El edificio, construido con madera como todos los demás del complejo, está sobre una gran terraza, mide 37 metros de alto y era por derecho propio el más elevado de todo el imperio. Desde su dorado trono de sándalo ubicado a dos metros del suelo, el emperador enviaba a sus mejores generales a la guerra, presidía los matrimonios imperiales y por supuesto las coronaciones. El “trono del dragón” está rodeado por seis pilares de madera recubiertos de oro. En el interior hay figuras de dragones por doquier: tallados en la superficie del trono, pintados en los pilares e incrustados en el techo.

El recorrido por el eje central desemboca en el Zhonghedian o Palacio de la Perfecta Armonía que, como la mayoría de los edificios, se terminó de construir en 1420 y fue restaurado en los siglos XVII y XVIII. Aquí el emperador preparaba los complejos rituales que llevaría a cabo en el Palacio de la Suprema Armonía en compañía de sus sacerdotes y ministros. En el Palacio de la Perfecta Armonía hay un trono secundario custodiado a cada lado por un unicornio de oro. Según la mitología china estos fantásticos “luduan” eran considerados de buen agüero, podían viajar 9000 kilómetros en un día y hablaban muchos idiomas.

VIDA DE INMORTALES Un deseo muy humano de inmortalidad y trascendencia terrenal impulsaba a los moradores de esta jaula de oro a un diario y ceremonioso ritual de excentricidades dignas de los dioses. Durante la dinastía Qing, el cotidiano arte de comer estaba sujeto a una serie de estrictas regulaciones. El emperador almorzaba y cenaba en sus cuartos privados en pura soledad (sus esposas y concubinas se alimentaban aparte). La cocina imperial preparaba ocho platos principales, cuatro entradas, tres sopas calientes y varias ensaladas y tortas. Para asegurarse de que la comida no estuviera envenenada, un eunuco estaba encargado de probar cada uno de los platos.

Pasar la noche con una concubina también tenía sus prolegómenos. Frente al cuarto imperial y sobre una mesa, estaban las tabletas de jade con el nombre de las esposas y concubinas. Para elegirlas, el emperador daba vuelta la tableta con el nombre indicado y el jefe de los eunucos la llevaba al cuarto envuelta en una túnica roja, ya desnuda, depilada y bañada. Entonces la arrojaba a los pies de la cama y la mujer se acercaba gateando en busca del abrazo imperial. Según la cantidad de veces que una concubina fuese elegida, mayor era su nivel de reconocimiento social. El emperador Qianlong, por ejemplo, tuvo dos esposas oficiales y veintinueve concubinas seleccionadas entre las mejores familias manchúes.

Un actor fundamental de la vida cortesana era el eunuco, que en algunos casos habrían llegado a ser más poderosos que algunos ministros. Considerando el ocio y el tedio milenario de los salones del palacio, no resulta extraño que los eunucos también participaran en las intrigas palaciegas.

LA SUMA DEL SABER Para comprender el significado último de la Ciudad Prohibida todo visitante debe conocer su biblioteca. No es que el antiguo depósito de libros muestre demasiado, pero lo importante es saber que albergó una de las siete legendarias enciclopedias conocidas como Siku Quanshu. Por sus 36.000 volúmenes, podría decirse que era una biblioteca, pero por el método de compilación y su clasificación en cuatro ramas del conocimiento, lo correcto es afirmar que era una enciclopedia general, la más vasta jamás escrita sobre 5000 años de cultura china. Quien ordenó su creación fue el emperador Qianlung, y en ella trabajaron 300 intelectuales y 4000 calígrafos, quienes hicieron siete copias idénticas de los 36.000 volúmenes finales. Realizada entre los años 1773 y 1782, la enciclopedia incluía estudios de historia, filosofía, matemáticas, arte, economía y ciencias exactas. De aquellas siete copias originales sólo una llegó completa hasta nuestros días, y fue encontrada en la biblioteca de la Ciudad Prohibida.

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