Domingo, 6 de noviembre de 2005 | Hoy
MISIONES - LOS CUADROS DE ZYGMUNT KOWALSKI
Un viaje artístico a través de la pintura por los paisajes típicos de una provincia verde con surcos de tierra roja y una selva exuberante que está en peligro de desaparecer. El “guía” es un artista polaco que fue esclavo de los nazis y que un poco al azar vino a parar a Misiones después de la guerra, donde se dedicó a pintar la vegetación. El “vehículo”, por supuesto, son sus cuadros.
Por Julián Varsavsky
Nunca fue un aventurero, pero las circunstancias de la vida lo llevaron a la aventura. Cuando tenía dieciséis años los nazis lo secuestraron en una calle del pueblo polaco de Ciechcinek y se lo llevaron a Alemania por cinco años a trabajar como esclavo en una fábrica. Al terminar la guerra, Zygmunt Kowalski ingresó en la Escuela de Arte de Mannheim –Alemania–, y tres años después decidió emigrar a América en un barco cuya “deriva” lo depositó en el Paraguay, sin hablar castellano. Fue a parar al Chaco paraguayo, donde lo recibió una secta huteriana –anabaptistas expulsados de Alemania por Hitler–, pero de inmediato se alejó de allí y cruzó el río Paraná en la noche, sobre la balsa de un pescador, sin papeles y con siete guaraníes en el bolsillo (equivalentes a un dólar).
Una vez instalado en Posadas –en 1949– se sintió impresionado por la “potencia exuberante del paisaje misionero”, y comenzó a pintar una selva que, por aquel entonces, era muy distinta de la actual. Era casi virgen y con infinidad de árboles gigantes que ya no existen, salvo desperdigados en la soledad de algún área protegida. “Lo que me gusta del monte misionero es que tiene algo secreto, que está escondido y me despierta el deseo de entrar a ver qué hay... uno quiere descubrir las cosas ocultas en la oscuridad de las sombras, pero siempre se queda con la sensación de querer ver un poco más allá en ese barroquismo. Con la selva hay que insistir mucho, internarse largo tiempo en ella y navegarla por sus ríos, porque es como una pared difícil de penetrar... de hecho hay quienes han buscado El Dorado dentro de ella.” Para Kowalski, desentramar el misterio de la selva –a sabiendas de la imposibilidad, como Horacio Quiroga–, se transformó en el motivo casi obsesivo de su obra artística a lo largo de varias décadas. Además hizo viajes a Las Marquesas –en la Polinesia–, donde también estuvo instalado el post-impresionista Gauguin pintando la naturaleza.
COLORES MISIONEROS
Según el pintor, que alrededor de los ochenta años no ha perdido su acento polaco –mezclado con el alemán, el inglés, el francés y el italiano–, los colores de la selva son básicamente dos: el rojo y el verde, pero a partir de allí se abre una infinita gama de matices que varían constantemente –más que en otros paisajes– a causa de la luz. “Pintar en la selva es complicado, porque dentro de ella la luz es muy huidiza; en cinco minutos lo que estaba iluminado ya está en sombra, así que el pintor debe registrar en su memoria el momento en que la luz enfocaba el lugar que uno eligió para resaltar. Entonces hay que hacer un boceto e ir al taller a plasmarlo en la tela. Y a diferencia de las fotos, el mejor momento para pintar la selva es el mediodía, cuando el sol ingresa de forma vertical, y en lo posible desde un camino o un descampado... alguna vez me tocó pintar con el agua hasta la cintura, porque desde adentro de un arroyo encontré el mejor ángulo para la composición.”
El rojo del óxido de hierro es el color más llamativo de la selva, que si estuviera virgen nadie lo podría conocer. Aparece como una herida abierta que a principios del siglo XX fueron unos tajitos insignificantes que se abrían para trazar caminos, que con el tiempo se convirtieron en manchones grandes a causa de la tala y ahora son horizontes rojos de tierra plana que han cambiado para siempre el paisaje misionero. “El rojo se complementa con el verde, resaltando al segundo, y lo ensalza con un contraste muy hermoso, a tal punto que el verde misionero no sería ese verde sin la presencia del rojo. En el verano la selva tiene una potencia tremenda porque es el momento de mayor vida, y los tonos de verde son incontables, siempre tirando hacia el verde veronés. El rojo, por su parte, va cambiando a lo largo de la geografía... yendo de sur a norte, a la altura de Posadas la tierra comienza a tornarse más roja. Luego, en la zona de Apóstoles, ese color es todavía más intenso, y más al norte se aclara otra vez por la presencia de tosca en el suelo.” Además, cuando el sol pega desde arriba, la tierra tiene matices azulados, y cuando está mojada es más oscura y se convierte en un barro que se entromete en todos los rincones pero no da la sensación de suciedad; es un barro muy alegre. “Yo creo que los colores del paisaje afectan la forma de ser del misionero, que es más bien alegre, incluyendo a los colonos de origen centroeuropeo y los alemanes, que sin duda no tienen el mismo carácter aquí que en Alemania.” Y por último está el azul del cielo, casi siempre límpido y muy azul, con tintes violáceos al atardecer.
¿Usted pinta una selva que se está muriendo?
–Cuando yo llegué a Misiones había selva por doquier. Usted iba por un camino y estaba lleno de esos árboles gigantes... cada uno de ellos era un personaje de la selva, con su propia personalidad, que se distinguía de los otros por sus ramajes diferentes envueltos en lianas. Pero después llegaron la civilización y el famoso progreso y todo eso desapareció, porque los árboles sirven para hacer madera. Originalmente los colonos quemaban una pequeña parte de su chacra donde iban a plantar. Pero el año pasado hice un viaje por la zona de Wanda y Esperanza y me dio una impresión tremenda: estaba todo arrasado, no había nada, y las grandes empresas forestales habían plantado pequeños arbolitos de pino. Yo nunca había visto algo así en Misiones; antes el paisaje era árboles y cielo, mientras que ahora en ese lugar es tierra roja y cielo.
¿La selva va a desaparecer?
–No sé. Están los parques y las áreas protegidas, pero hace poco fui a la zona del Parque Provincial Moconá, y encontré todos arbolitos chiquitos, con el tronco muy fino, y ésa no es la selva original. También estuve en la zona del arroyo Uruguaí, donde hicieron una represa, y la selva fue tapada por un lago. De todas formas, yo trato de buscar la parte viva de la selva.
Kowalski se considera un pintor realista en lo que se refiere a la temática, y en cierto modo un impresionista por el tratamiento de la luz. La única influencia que dice tener de Gauguin es que ambos buscaban la pureza y la primitividad de las cosas, algo que ya casi no se encuentra en gran parte del mundo. “Gauguin tuvo que irse a la Polinesia para encontrarlo, pero allá ya casi no hay. A mí, que pinto paisajes simplemente porque me gusta la naturaleza, aquí me pasó algo parecido. Pero en Misiones, en algunos de sus rincones, ésta todavía se encuentra.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.