SAN JUAN: POR LOS ANDES CUYANOS
Sin dejar de visitar el imperdible Valle de la Luna, un recorrido por otras zonas turísticas de San Juan. La Cuesta del Viento, el Valle de Calingasta, la reserva El Leoncito y su observatorio astronómico. Y una excursión en 4x4 hasta el paso a Chile de Agua Negra para sorprenderse con los Penitentes, esas agudas torres de hielo que trepan la montaña desde el borde del camino.
› Por Julián Varsavsky
Maravillas naturales como las Cataratas del Iguazú en Misiones, Talampaya en La Rioja o el Valle de la Luna en San Juan suelen eclipsar atractivos muy variados e interesantes que se encuentran en esas provincias. Muchas veces los viajeros no los incluyen en sus recorridos porque simplemente no saben de su existencia o porque la estadía es demasiado breve como para ir más allá de la visita a esas “estrellas” turísticas de indiscutible belleza. En el caso de San Juan –y para compensar esas desventajas–, Turismo/12 recorrió otros circuitos que permiten explorar a fondo la diversidad de paisajes que atesora esta provincia de la región cuyana. Además, claro está, de llegar al imperdible Valle de la Luna.
La Cuesta del Viento A 180 kilómetros de la ciudad de San Juan, la Cuesta del Viento encierra uno de los paisajes más extraños y desconocidos de la provincia, cuya visita se puede combinar con la excursión en 4x4 al paso a Chile de Agua Negra. Cualquier viajero desorientado podría llegar a la Cuesta del Viento y pensar que está frente al famoso Valle de la Luna inundado por el diluvio universal. Porque en sus espejos de agua sobresalen puntas de cerros como coloridos islotes perdidos en medio de un mar de aguas color turquesa. Pero claro, se trata de un lago artificial del departamento de Iglesia, en el extremo noroeste de la provincia, originado hace trece años por la construcción del dique Cuesta del Viento, que por un azar de la intervención humana conformó uno de los paisajes más sorprendentes de nuestro país.
Al llegar por la ruta aparece de repente la inmensidad radiante de un extraño valle que combina la aridez de un paisaje lunar con una transparencia de aguas caribeñas. Dentro del lago, rodeado por montañas de hasta 6250 metros, sobresalen peñones solitarios cuyos rectos paredones tienen algo de fortaleza sumergida. Algunos presentan extrañas formas helicoidales y otros tienen a un costado la marca de un gran derrumbe ocasionado por la fuerza del viento y del agua. Desde lejos, pareciera que una verdadera Atlántida en ruinas se esconde debajo de aquellas aguas de deshielo que bajan desde las cumbres montañosas. Y al fondo del paisaje, del otro lado del lago, unos rojizos vendavales de arena se elevan en remolinos hasta el cielo.
El paso a Chile Agua Negra Atravesar la cordillera de los Andes hasta el cruce a Chile por el Paso Internacional Agua Negra es una de las excursiones más coloridas que ofrece la provincia. El camino, si bien es de tierra consolidada, carece de complicaciones y lo ideal es recorrerlo con una camioneta 4x4 (si es con auto común se debe ir con mucha precaución). Se sube hasta más de 4000 metros sobre el nivel del mar y las montañas carecen absolutamente de vegetación: a simple vista no hay indicio alguno de que exista vida sobre la tierra. La aridez también deja al descubierto la compleja diversidad geológica de estas montañas, cuyas laderas reflejan un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, blanquecinos, ocres y anaranjados, en algunas partes cubiertos por solitarios manchones de nieve.
Dos kilómetros antes del cruce a Chile, un gran brillo blanquecino encandila y sorprende a los viajeros. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero en verdad es una gran serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por una acción combinada del sol y el viento sobre grandes acumulaciones de nieve en terrenos de extrema aridez.
La tentación por tocar el hielo de los Penitentes seduce a todos y nadie duda en detener la marcha para bajarse a “jugar” en ese laberinto blanco. Al verlos de cerca se descubre que son más grandes de lo que parecían desde lejos. El conjunto forma una compacta pared de 200 metros de largo junto a la ruta, con hielos de cuatro metros de altura y puntas afiladas que trepan por la ladera de la montaña. En algunos lugares, suelen verse pequeñas cuevas de hielo con estalactitas. El camino asciende hasta los 4770 metros, donde esta el mojón que señala el límite con Chile. Prácticamente al borde de la ruta se levanta el escarpado pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros de altura muy bien disimulados entre los otros gigantes cordilleranos.
Cielos y suelos de Calingasta En el vértice sudoeste del mapa de San Juan, y a 180 kilómetros de la capital provincia, existe un gran valle surcado por ríos y acequias rodeados de picos nevados. Es el Valle de Calingasta, uno de los paisajes más tranquilos y agradables de la región del Cuyo, custodiado desde siempre por dos colosos de piedra: el cerro Mercedario (6770 metros) y el descomunal Aconcagua (6960 metros).
El centro turístico del valle está en la zona sur, en la apacible localidad de Barreal, un pueblo con calles de tierra flanqueadas por rectos álamos y una refrescante acequia con agua de deshielos, ubicado al pie del cordón precordillerano de Ansilta. Esta villa turística dispone de varios complejos de cabañas, hosterías y camping, además de prestadores de servicios turísticos de aventura (cabalgatas, carrovelismo, rafting y trekkings).
A 40 kilómetros del pueblo está la Reserva Natural El Leoncito, a cargo de la Administración de Parques Nacionales, en cuyo predio se puede visitar el ya famoso complejo astronómico. Cuenta con dos observatorios telescópicos ubicados estratégicamente a 2552 metros sobre el nivel del mar, en una zona que se distingue por tener un cielo diáfano y sin polución durante casi 300 días al año. Un técnico operador de telescopios explica a los visitantes los trabajos usuales del centro, ilustrando su relato con una serie de coloridas fotos intergalácticas: “...en 1984 este centro terminó un largo proceso de estudio de 970 estrellas. Ahora se está repitiendo el mismo trabajo para comparar –con un margen de 24 años–, los cambios y los movimientos de esas estrellas. Eso nos permite descubrir estrellas nuevas cuya luz llega a la tierra muchos millones de años después de haber sido emitida. Y, de hecho, a veces captamos la luz de una estrella que en este momento ya no existe”.
Allí, en la reserva, también está el “Barreal” que le da nombre al pueblo.
Es una reseca planicie de catorce kilómetros de largo por cinco de ancho, donde hace varios millones de años existió un lago. El paisaje es extrañísimo, de color blanco radiante, con algo de paisaje lunar. No hay un solo arbusto ni una rama seca, y solamente se vislumbra un suelo liso con resquebrajamientos pentagonales que se reproducen con la exactitud matemática de una telaraña.
El Barreal, además de ser una hermoso paisaje, es quizás la mejor pista de carrovelismo del mundo. Un carrovela es un vehículo con dos ruedas traseras de auto, una delantera de motoneta, dos bastidores de acero con fuselaje y un mástil de aluminio, que se mueve por la acción del viento (hay un prestador turístico que ofrece este vertiginoso paseo).
El Valle de la Luna Al Parque Provincial Ischigualasto –o Valle de la Luna– se llega por un camino de ripio que atraviesa un desierto con manchones de vegetación y los remolinos de polvo rojo. Es un paisaje que nos remonta al tiempo en que los hombres aún no caminaban sobre la faz de la tierra. El circuito turístico de 40 kilómetros se recorre en camioneta parando en cinco estaciones. Durante la primera la guía muestra un corte de la pared rocosa donde se puede ver, como por una rendija, la vegetación del período triásico petrificada con su forma de helecho original. La segunda parada es en el Valle Pintado, una depresión del terreno donde alguna vez hubo una laguna. Allí los sedimentos colorean el terreno con pigmentos de tonalidades del rojo, violeta, gris y verde. Visto desde arriba es como un laberinto, en realidad tallado por los cursos temporales de agua que duran unas pocas horas en los días de lluvia. La tercera parada es para observar la famosa Cancha de Bochas, una serie de rocas que la naturaleza redondeó y acumuló en ese mismo lugar. La ciencia las llama concreciones y se formaron hace 228 millones de años.
El cuarto punto de este periplo por el triásico es la formación conocida como El Submarino. En el trayecto, se puede ver otra formación llamada Los Colorados, que se levanta al fondo del camino como un “Gran Muralla” roja, tan majestuosa como aquella construida por el hombre en Oriente.
Finalmente se llega a la quinta estación del recorrido, El Hongo, donde el guía muestra en el suelo algo que deja a todos helados de asombro: allí están los restos fósiles a medio desenterrar de un cinodonte, un antiquísimo reptil-mamiferoide que nacía de un huevo pero era amamantado por su madre.
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