turismo

Domingo, 20 de noviembre de 2005

CUBA: SANTUARIO DE AUTOS ANTIGUOS

El almendrón no se rinde

En Cuba hay 75 mil autos norteamericanos de las décadas del ’20 al ’50, que todavía andan a los cornetazos y con sus carrocerías de níquel y cromo por las calles y rutas de la isla. Son los almendrones, unos autos voluminosos, mofletudos y anacrónicos, que rodando y rodando siguen ganando sus batallas al tiempo... y a la mecánica automotriz.

Por J.V. En Cuba –donde se dice que hay negros con ojos azules y blancos con pelo “malo”–, uno para un taxi y se detiene un Cadillac. Una imagen insólita en cualquier otro lado del mundo, pero bastante normal en este país donde al menos a simple vista siempre se tiene la sensación de estar inmerso en otro tiempo. Probablemente, la isla sea el mayor reservorio de autos antiguos del planeta. Y no están integrando la colección privada de un millonario ni los salones de un museo, sino que van muy orondos circulando por las calles de adoquín y pavimento con más de cinco décadas de rodar y rodar. Se los considera verdaderos milagros de la mecánica cubana y el ingenio popular. Porque nadie puede entender que, más allá de algún achaque ocasional, gocen de un excelente estado de salud y desafíen con hidalgía al tiempo y a las leyes de la mecánica universal. El hecho es que permanecen allí, a pesar de todo y a destiempo de la globalización, con injertos de algún auto Lada del ex campo soviético y hasta con piezas contra natura extraídas de una lavadora o de un refrigerador. Y algunos –los menos– se mantienen sin ningún trasplante o amputación, “mismo como salió de la fábrica”, según dice el dueño de un Ford Thunderbird 1957 mientras acaricia su “reliquia” pintada de rojo chillón, que llevó rodando para exhibirla en una feria de autos viejos de La Habana. Esta flotilla nacional de autos clásicos tiene diversas utilidades en la actualidad. Muchos son de uso particular y otros andan con su cartel de taxi alrededor de los hoteles a la caza del turista. También se alquilan a extranjeros. Quien se ocupa de brindar este servicio es la empresa Gran Car, que los mantiene a la perfección incluyendo el tapizado original, sus enormes volantes y el chasis reluciente sin el mínimo rayón. Y los demás funcionan como colectivo en rutas urbanas más o menos prefijadas, manejados por cuentapropistas. Esta es la opción más económica, ya que por 50 centavos de dólar en ningún otro lugar del mundo un viajero podrá pasearse en Cadillac. Con el agregado de compartir el trayecto con cubanos que van a trabajar, llevándose así una imagen de primera mano de la cubanía en la vida cotidiana. Historia tuerca Los “almendrones”, como suele llamarse a los autos antiguos, llevan a cuestas en sus vivos reflejos la historia de Cuba en el siglo XX. Básicamente son un recuerdo muy representativo de cuando el país era casi un estado norteamericano, o a decir verdad, el patio trasero para el derroche y el desenfreno de los gangsters ítalo-americanos y los magnates de la industria. Pero claro que los primeros autos llegaron a Cuba mucho antes. Fue en 1898 cuando apareció entre los coches a caballo el primer rodado a motor de la isla, procedente de Francia. Era una máquina temblequeante que crujía y echaba un humo negro con tufo a bencina. Y fue en esos años cuando el país comenzó a pasar, casi sin transición, del dominio español al norteamericano. La industria automotriz florecía en el mundo y en 1919 Cuba ya era el primer importador de autos de América latina, empezando por el ya legendario Ford “T”. En aquel entonces la principal campaña de promoción rezaba: “Foot it and go”, una frase que rápidamente fue cubanizada y convertida al sustantivo fotingo, que todavía hace referencia en el argot popular a toda clase de autos antiguos –igual que almendrón–, independientemente de que provengan o no de las fábricas de Detroit. En 1951 circulaban por Cuba 143.000 autos –casi la mitad todavía lo hacen–, y a tal extremo el país estaba al día con la tecnología que ese mismo año la revista Bohemia titulaba: “En La Habana el segundo automóvil del mundo equipado con TV”. La capital ya resultaba intransitable por tantos autos y el Malecón habanero era la pista donde se realizaban carreras internacionales. Como aquella de 1958 en que Juan Manuel Fangio quedó afuera porque fue secuestrado por el movimiento 26 de Julio para llamar la atención de la prensa mundial. De aquellos tiempos llega también la historia de los autos de La Macorina –la primera mujer dueña de un auto en Cuba–, quien fue una famosa y cotizada prostituta que iba por La Habana con un flamante auto rojo escandalizando a las damas y provocando los sueños de los caballeros. El primer auto lo obtuvo cuando un acaudalado empresario que la había atropellado con su vehículo, le regaló uno nuevo para resarcirla del daño, ya que el accidente dejó a la Macorina con una leve cojera para toda la vida. Pero con renguera y todo, a la “dama de los placeres” no le fue nada mal: llegó a tener nueve autos propios, todos obsequiados por sus ricos amantes en agradecimiento a su destreza sexual, entre los que no faltaron políticos, comerciantes y hasta un presidente. La revolución agarró desprevenidos y en medio de la fiesta a los dueños de aquellos lujosos autos, y con la emigración a Estados Unidos de la aristocracia isleña, los almendrones fueron cambiando de propietarios, algunas veces por simple abandono. Las plantas matrices los condenaron a un paulatino desgaste, y llegado cierto punto la declaración del bloqueo no permitió que entrara a la isla una sola bujía más. Pero cuando las barreras del embargo comercial frenaron la entrada de cualquier auto europeo o norteamericano por un buen tiempo, en Cuba ya se estaba promoviendo la conservación de su parque automotor. En su famosa visita a la isla, Jean- Paul Sartre no pasó por alto los almendrones. “Miré más de cerca los carros en Cuba y descubrí la primera marca de la revolución. Los cubanos los hacían brillar, ciertamente; el cromo y el níquel resplandecían. Pero estaban algo pasados de moda. Los carros más nuevos ya eran al menos 14 meses viejos, quizá 18. En Chicago o Milwaukee sus hermanos gemelos habían sido lanzados al basurero. Dicho en pocas palabras, Cuba no estaba ya más en la avanzada... los propietarios de carros ya no podían mantener el ritmo del continente. Mirando el incesante desfile de carros, que me había sorprendido la noche anterior, me dije a mí mismo que estaba mirando a los muertos. Fue la revolución la que los había restaurado, la que había emprendido la tarea de mantenerlos funcionando. Tenían que durar un largo tiempo.” MUNDO GRUA A lo largo de toda la isla hay numerosos clubes de propietarios de autos viejos que forman unas organizaciones llamadas “Escuderías de autos históricos”. Estas agrupaciones tienen sus normas y su respectivo presidente, pero la actividad principal que realizan son las exposiciones públicas que incluyen concursos para premiar el auto mejor conservado y a los ganadores de competencias de manejo (la mejor marcha atrás, el mejor frenado...). El Club de Autos Clásicos de Cuba –por ejemplo– se reúne con sus vehículos el primer jueves de cada mes en la Plaza de Armas. Allí se puede ver un Mercury Monterrey, un Ford Crown Victoria (1955), ejemplares de Chevrolet Impala y Corvette, un Cadillac El Dorado, y hasta un extraño Messerschmitt de origen alemán. En un exceso deliberado de romanticismo, a estos conductores de almendrones bien podríamos verlos como quijotes montados en cabalgaduras de níquel y cromo. Y allí van esos autos por calles que son un virtual museo rodante de carros viejos que ya tienen vida propia. El que los conduce es el mismo que les cuida las entrañas y el rostro; verdaderos restauradores de piezas arqueológicas del siglo XX. Estos “hallazgos” son los Ford, los Mercury, los Chevrolet, los Packard, los Chrysler, los Buick, los Cadillac, esos intrépidos autos mofletudos que, contra viento y marea y contra todo standard global, siguen con altiva tozudez, victoriosos e implacables por las calles cubanas, como una flotilla de sobrevivientes de mil batallas ganadas para alcanzar la eternidad.

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Brillantes y muy orondos, los “almendrones” son un emblema del ingenio mecánico y la resistencia cubana contra el tiempo.
 
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