Sábado, 31 de diciembre de 2005 | Hoy
MENDOZA > DE SAN RAFAEL AL ACONCAGUA
Un itinerario de Sur a Norte para recorrer la provincia de Con o sin vehículo propio, una travesía visitando San Rafael y el Cañón del Atuel, Malargüe, La Payunia y la Laguna del Diamante. Y desde la capital provincial, Villavicencio, Uspallata y la excursión de alta montaña al Puente del Inca, el Cristo Redentor y el majestuoso Aconcagua.
Por Julián Varsavsky
Las altas cumbres, los paisajes de altura y una increíble variedad de circuitos y panoramas –muy diferentes uno del otro– enriquecen el potencial de Mendoza como destino exclusivo de unas movedizas vacaciones. Y además cuenta con una excelente infraestructura para recibir gran afluencia de turistas. A lo largo de toda la provincia hay buenos caminos y hoteles, así como prestadores que ofrecen las excursiones necesarias para aquellos que viajen sin auto propio. Turismo/12 hizo la experiencia y diseñó un itinerario día por día para recorrer la hermosa y sorprendente geografía mendocina en no menos de dos semanas.
El lugar natural para ingresar a Mendoza por tierra desde Buenos Aires es el sur, por la ciudad de San Rafael. En ómnibus son entre doce y trece horas, y en auto unas diez horas. Al llegar, se puede optar por alojarse en la tranquila ciudad de San Rafael o seguir 35 kilómetros más hasta Valle Grande, para dormir en algún camping o complejo de cabañas sobre la ruta 173, a la vera del Cañón del Atuel. Este lugar es una de las mecas nacionales de las excursiones de aventuras en el río, como el rafting y el kayak. Además se realizan toda clase de salidas de trekking y en 4x4, y excursiones de escalada y rappel. Una estadía de tres días en San Rafael o en Valle Grande es el mínimo que se requiere para explorar la zona del famoso cañón sin apuro.
Luego se puede seguir rumbo hasta la ciudad de Malargüe, ubicada más al sur, a dos horas de San Rafael. Una vez instalados en la ciudad, esa misma tarde se puede realizar la excursión a la Caverna de las Brujas, ubicada 70 kilómetros al sur de Malargüe. La pequeña entrada a la caverna está enclavada entre escarpados cerros grises donde reina un silencio absoluto. Con casco y linterna frontal –incluidos en el precio de la entrada– se ingresa a la Sala de la Virgen, amplia, abovedada y oscura, donde hay una larga serie de estalagmitas y estalactitas que se fueron formando a lo largo de miles de años de goteo constante. El trayecto recorre otras cuatro salas, algunas más estrechas y con tramos ascendentes difíciles de transitar. En ciertos sectores es necesario sujetarse de unas sogas para no resbalar, y existen pasadizos tan pequeños que hay que atravesarlos en cuclillas. A la mañana siguiente, se puede visitar el Pozo de las Animas, ubicado sesenta kilómetros al noreste de la ciudad de Malargüe, sobre la Ruta 222. Esta singular formación geológica tiene dos inmensas cavidades de arenisca separadas por una endeble pared (se estima que en el futuro va a desaparecer, dando lugar a un solo pozo). En el fondo, cada gran hoyo tiene un espejo de agua color verde. Y el viento provoca un singular silbido muy grave que le da al paraje un toque tan misterioso como majestuoso.
A la tarde se puede visitar otra curiosa formación geológica llamada los Castillos de Pincheira, ubicada 27 kilómetros al oeste de la ciudad, a la que se llega por un camino consolidado. Vistos a la distancia, estos “castillos” de sedimento con un plano inclinado en la parte superior que parecen fortalezas medievales fueron esculpidos por el viento y el curso del río Malargüe. Las caminatas y cabalgatas de varias horas para subir a los castillos comienzan desde un camping que está pasando el puente colgante sobre el río Malargüe.
El siguiente destino sugerido de este itinerario es La Payunia, una región inhóspita y colorida que mide 450.000 hectáreas, donde existen más de ochocientos conos de volcán. Está un poco más al sur, a 134 kilómetros de Malargüe. En el lugar hay un puesto rural llamado Kiñe, que fue adaptado por sus dueños para recibir turistas. Además de ofrecer un buen nivel de confort, tiene la cercanía necesaria para explorar con comodidad la compleja vastedad de esta región.
Al recorrer las extensas planicies rodeadas de volcanes de La Payunia, pareciera que se avanza entre los restos apagados de aquella bola de magma burbujeante que fue la tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavasardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación que dejó un gran cataclismo geológico.
En el puesto de Kiñe conviene quedarse hasta tres noches. El día de la llegada se puede realizar una cabalgata por el sector noreste de la reserva para observar la vida salvaje en el valle del volcán El Zaino. Allí los guanacos proliferan por doquier, correteando por las suaves ondulaciones del terreno. Y entre las especies que se pueden ver se cuentan el choique petiso –un ñandú de 1,10 metros de alzada–, el zorro gris, el cóndor y el águila mora.
El segundo día en La Payunia hay que dedicarlo a la que quizás sea la excursión más interesante: el ascenso en camioneta 4x4 al cráter del volcán Payún Matrú. Una vez dentro de la caldera del volcán, el paisaje es un poco desconcertante. Durante su última gran explosión, hace miles de años, el Payún Matrú se quedó sin sostén y colapsó hundiéndose sobre sí mismo. El resultado es una impresionante caldera de nueve kilómetros de diámetro con una cristalina laguna de aguas inmóviles en el centro.
La tercera excursión de día completo en La Payunia es a la Reserva Faunística Laguna de Llancanelo, un inmenso cuerpo de agua salada que ocupa una superficie de 65.000 hectáreas. A su alrededor hay enormes salinas, llanuras arenosas y de lodo, plataformas flotantes de vegetación viva y muerta, islas y bañados. Pero lo más atractivo para el viajero es observar la riqueza faunística del lugar, con cerca de 150.000 ejemplares de aves.
Al salir de La Payunia, la travesía continúa con rumbo norte hacia el centro de la provincia. Quienes vayan en micro pueden salir de Malargüe hasta el siguiente destino –la ciudad de San Carlos– vía San Rafael. En total son 470 kilómetros de hermosos paisajes andinos, pero el objetivo principal es visitar a la mañana siguiente la Laguna del Diamante. Esta excursión requiere de un día completo y lo ideal es contratar alguna excursión en camioneta 4x4, ya que el camino de tierra consolidada es irregular y muy poco transitado.
El trayecto a la Laguna del Diamante es tanto o más deslumbrante que la laguna en sí. Al llegar a los tres mil metros de altura aparece de repente junto al camino la postal más asombrosa de este viaje: en una extensa planicie se levantan centenares de penitentes, filosos montículos de hielo que semejan lápidas blancas de un extraño cementerio. Por lo general los penitentes comienzan a derretirse en enero, y en febrero sólo quedan unos pocos. Finalmente se llega a la Laguna del Diamante, ubicada al fondo de un valle y al pie del volcán Maipo. El camino desciende hacia la laguna rodeada por extensos campos de escoria volcánica, donde hay un puesto de Gendarmería Nacional (es el límite con Chile).
Ahora sólo resta salir a recorrer los alrededores de la laguna y dedicarse a buscar el mejor ángulo para fotografiar el “diamante”. ¿Qué clase de joya
es ésa? Es la que la imaginación popular ve en el centro de la laguna, donde se duplica el perfil invertido del volcán. Su cima triangular cubierta de nieve brilla en la superficie y tiembla con el viento.
Al doceavo día, el itinerario continúa por la Ruta 40 hacia la ciudad de Mendoza. La capital sirve de base para explorar los circuitos montañosos del norte de la provincia, y esa misma tarde se puede dedicar a recorrer Villavicencio y Caracoles, que atraviesa la zona precordillerana por la antigua ruta 7 hacia Chile. El paseo llega hasta un mirador enclavado en una zona rica en manantiales, desde el cual se ve el Gran Hotel Villavicencio (hoy abandonado), el mismo que aparece en la etiqueta del agua mineral. El trayecto continúa por el camino de Caracoles –de sinuosas cornisas–, que lleva hasta Uspallata. En el regreso, se desciende entre abruptas paredes montañosas de color rojizo que parecen cortadas de un certero hachazo, como si les hubiesen quitado una tajada.El día trece hay que dedicarlo a la excursión más famosa que se hace desde la capital, conocida como Alta Montaña. Esta excursión recorre los principales valles mendocinos, pasando por Uspallata para desembocar en el Parque Provincial Aconcagua. Allí comienza un trekking de apenas 400 metros a través de suaves lomadas, que desemboca en el mirador de la Laguna Los Horcones, desde donde se puede admirar en toda su plenitud al monarca de los valles mendocinos: el Aconcagua, el cerro más alto del continente. Este “centinela de piedra” en el idioma de los indios huarpes –que se ha cobrado la vida de más de cien andinistas–, disimula muy bien sus 6962 metros de altura al estar rodeado por otras altísimas montañas que hacen perder toda noción del tamaño y el espacio.
El paso siguiente es el Puente del Inca, formado de manera natural hace millones de años, cuando un cerro se derrumbó sobre el río Cuevas. Del suelo brotan aguas surgentes con minerales que cubren el puente de una extraña capa de sedimento combinando tonos amarillentos, blanquecinos, verdosos y anaranjados.
Ya casi al final del trayecto aparece junto a la ruta la villa fronteriza de Las Cuevas, a 3151 metros sobre el nivel del mar, con sus pintorescas casas de estilo nórdico. Y por último, un sinuoso camino de tierra de nueve kilómetros conduce hasta el monumental Cristo Redentor, esculpido por el artista argentino Mateo Alonso a cuatro mil metros de altura. Las posibilidades de llegar hasta el Cristo de seis toneladas son remotas, ya que el camino permanece tapado por la nieve la mayor parte del año. De modo que unos pocos afortunados llegarán a leer personalmente –en pleno verano– una significativa placa que reza junto al Cristo: “Se desplomarán primero estas montañas antes que chilenos y argentinos rompan la paz jurada al pie del Cristo Redentor”
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