PERú > LA CORDILLERA BLANCA
El Parque Nacional de Huascarán, que abarca 340.000 hectáreas de la Cordillera Blanca peruana, lleva a través de valles y glaciares a descubrir imponentes nevados, senderos donde anclaron antiguas culturas e impresionantes lagunas de altura. Una de las mecas de los andinistas de todo el mundo.
› Por Graciela Cutuli
El gran pasaporte internacional de Perú es la ciudadela de Machu Picchu: hasta en los más remotos lugares del mundo es posible encontrarse con una fotografía de sus maravillosas construcciones de piedra sobre una montaña que asoma entre la bruma. Sin embargo, Perú es un país mucho más sorprendente todavía, donde abundan los destinos para el ecoturismo y la aventura, además del clásico turismo cultural que busca ahondar en las raíces de las primeras culturas latinoamericanas. Las mismas que formaron, y forman todavía, una unidad cultural que abarca desde Ecuador hasta el norte argentino. Pero hablando de relieves y paisajes, aún hay quienes se sorprenden de saber que al norte de Lima, junto al valle conocido como Callejón de Huaylas, la Cordillera Blanca es una cadena de 6000 picos que la convierten en la segunda del mundo después del Himalaya. Allí se levanta el nevado de Huascarán, cuyos 6768 metros de altura lo coronan como la montaña más alta del Perú, no muy lejos de la altura del Aconcagua.
Para conocer esta región, meta ansiada por andinistas de todo el mundo, conviene partir de Lima y hacer base en Huaraz (hay que disponer de unos cinco días, incluyendo el viaje de ida y vuelta, aunque una vez en el lugar los circuitos de trekking de distinta dificultad pueden extenderse entre un mínimo de 12 y un máximo de 14 días). El Parque Nacional de Huascarán, que abarca 340.000 hectáreas de la Cordillera Banca, tiene 296 lagunas y 663 glaciares, con unos paisajes de agua y hielo que quitan el aliento incluso al fotógrafo y al turista más avezado. Veinte años atrás, la Unesco lo declaró Patrimonio Natural de la Humanidad, y su cercanía con el complejo de Chavín de Huántar hace de la región una meca también para los visitantes amantes de la antropología y la arqueología.
Un viaje de unas ocho horas desde Lima deja a los viajeros en Huaraz, el corazón comercial de la zona y capital del departamento de Ancash. Desde aquí es posible embarcarse en toda clase de excursiones de un día por los alrededores, visitar el Museo de Arqueología, el santuario del Señor de la Soledad y los miradores –como el de Rataquenua, o el Balcón de Judás– desde donde se divisan los nevados de la Cordillera Blanca. Claro que también hay que disfrutar el ambiente local, con su colorido mercado, los indígenas que invitan a probar quesos andinos y el popular “manjar blanco”, y los restaurantes de cocina tradicional. Cerca de Huaraz, en el pueblo de Catac la naturaleza andina reserva una curiosidad: es la planta llamada puya Raimondi, que se considera como una de las más antiguas del mundo y se encuentra sólo en algunos lugares de los Andes, agrupada en raros “bosques”. La base está formada por grandes hojas que la hacen parecer, de lejos, al agave, en tanto su flor surge como una púa de más de diez metros de altura, cuya formación parece llevar prácticamente todo el extenso tiempo de vida de la planta (alrededor de cien años).
El Callejón de Huaylas, que tiene unos 160 kilómetros de extensión, con alturas que van entre los 1800 y los 4000 metros, es lo más parecido que puede existir a un paraíso para las actividades en la naturaleza y el ecoturismo. La vecina Cordillera Blanca, hábitat de animales tan emblemáticos como el cóndor y la vicuña, de exquisita lana, culmina en los picos más altos del Perú, en particular el Huascarán y el Huandoy, que dieron origen a una nostálgica leyenda. Se decía, y las indígenas de la cordillera de Ancash lo siguen transmitiendo oralmente, que antiguamente Huáscar y Huandi eran un príncipe y una princesa que pertenecían a pueblos enemigos. Como Montescos y Capuletos, también ellos se enamoraron y tuvieron que ocultar su amor ante los ojos de sus respectivos pueblos: pero una noche fueron sorprendidos por un centinela, y capturados mientras intentaban escapar. Atados frente a frente, conscientes de que los esperaba la muerte como castigo, ambos jóvenes lloraron hasta que el dolor transformó sus cuerpos en montañas, y sus lágrimas en hielo. Hoy son Huascarán y Huandoy, los nevados más altos del Parque Nacional, flanqueados por el Alpamayo, que está considerado como uno de los más hermosos del mundo.
Escalar el Huascarán es un desafío reservado para expertos. El nevado tiene dos cumbres: la sur, de 6786 metros, y la norte, 113 metros más baja, que suele ser escalada más frecuentemente. Después, de atravesar bosques de eucaliptos y campos de sembrado, se llega hasta el campamento base. Desde allí hacen falta dos horas más de subida para llegar al Campamento de Morrena. La siguiente etapa es el Campamento Uno, ya en el glaciar, después de una caminata exigente de entre cinco y siete horas: el frío y el paisaje blanco circundante se imponen e impresionan por la inmensidad y el silencio, pero lo mejor todavía está por llegar. Es el tramo que va hasta el Campamento de La Garganta, a 5790 metros, con una altura y un plano de inclinación que sólo los más avezados pueden intentar. A la distancia, las fotografías apenas muestran puntos de colores en el blanco de la nieve: son los escaladores que ascienden esforzadamente y parecen perderse en el paisaje níveo. Y después de pasar la noche en La Garganta, sólo queda llegar hasta la cumbre, siguiendo una ruta entre los dos picos del Huascarán, que obliga a recorrer varias pendientes zigzagueantes. Vivir para contarlo. De pronto, en la cima, todo el mundo terrenal parece haber quedado atrás: sólo hay nieve, hielo y cielo, y el orgullo de haber vencido a uno de los gigantes de América.
El Parque Nacional tiene también casi 300 lagunas. Las llamadas Lagunas de Llanganuco, conectadas por una ruta preincaica, se encuentran entre los macizos de Huandoy y Huascarán, en tanto una de las más hermosas es la laguna Churup, que requiere sin embargo un trekking bastante exigente para llegar a divisarla entre los macizos que la rodean. Uno de los atractivos adicionales en estos senderos de ecoturismo es la posibilidad de entrar en contacto con las poblaciones locales que viven de la agricultura, ya que en varias áreas del Parque Nacional se desarrollaron proyectos de enriquecimiento de pasturas con el fin de involucrar a los campesinos en la protección del patrimonio natural. Y además de los pobladores actuales, hay numerosos testimonios de las culturas del pasado: entre ellas las ruinas de Keushu, donde hubo antiguamente un criadero de camélidos, o un sistema de andenes preincaicos utilizado para proveer agua y proteger los suelos.
Huaraz no sólo es el punto de partida ideal para las excursiones de aventura, también conviene tenerla como base para visitar uno de los grandes tesoros arqueológicos en un país que casi puede considerarse como un museo al aire libre. Se trata del complejo del templo de Chavín de Huántar, uno de los más antiguos yacimientos arqueológicos latinoamericanos. La cultura Chavín, desarrollada entre el 1300 y el 400 a.C., tuvo un alto grado de evolución e influencia; hay incluso quienes la comparan con la que ejerció en Europa el Imperio Romano. En verdad es poco lo que puede saberse con certeza sobre la cultura Chavín, y mucho lo que se supone, como reconocen gran parte de los guías encargados de iniciar a los visitantes en los secretos del templo. Pero incertidumbres aparte, el complejo –supuestamente un centro ceremonial consagrado a los felinos, sobre todo el jaguar, como dioses a los que rendir culto– no puede menos que impresionar, incluso pese a los daños de conservación sufridos después del aluvión de 1945. Por un lado por la calidad de la construcción, por otro por las impecables tallas con dibujos de jaguares, águilas y serpientes; finalmente también por el misterio mismo que se desprende del lugar, donde cada detalle parece haber sido pensado para crear un ámbito místico que sigue hablando a las generaciones a siglos de distancia. Grandes portales, figuras humanas y cabezas talladas acompañan al visitante que se interna en el laberinto subterráneo del templo, dispuesto en varios niveles conectados entre sí por rampas y escaleras. Por si faltara algo para sorprenderse, hay que recordar que la falta de ventanas se suple con un refinado sistema de ventilación que permite renovar el aire permanentemente. Y en el centro del laberinto, se encuentra una de las maravillas arqueológicas de esta antigua cultura: el Lanzón de Chavín, un monolito de cuatro metros que se cree era la principal divinidad de este culto. El Lanzón tiene una forma semejante a la de una lanza que se hunde en la tierra, labrada totalmente con los rasgos de una figura donde se confunden felinos, aves y serpientes. Siglos después de extinguirse las manos que le dieron forma, los circuitos del templo y sus piedras talladas siguen despertando una particular sensación de misterio y soledad, en las entrañas de los Andes. Donde todavía permanecen, ocultos por las nieves eternas o enterrados por los años, muchos otros secretos que descubrir sobre su historia, su cultura y sus paisajes.
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