Dom 15.01.2006
turismo

JAPóN > EN TOKIO, LA CAPITAL NIPONA

Ciudad de contrastes

Tokio es por cierto una ciudad de contrastes. Si uno espera el misterioso Oriente, el mundo flotante, las plataformas para ver la luna zen y las geishas, se asombrará de lo occidentalizada que está. Pero si la familiaridad de los automóviles, ropa, edificios y bebidas induce al viajero a pensar que entiende lo que sucede... se equivoca rotundamente.

› Por Stephen Bayley *

En Tokio, la superficie y la sustancia son muy diferentes. Los japoneses tienen un gran sentido de la belleza, pero ningún sentido de la fealdad. Grandes partes de Tokio se parecen a un barrio céntrico limpio y muy iluminado de Pittsburg. También existe el conflicto entre el espiritualismo y el materialismo. O, por lo menos, nosotros lo vemos como un conflicto, pero los japoneses quizá no. La misma cultura sostiene una reverencia por los delicados y exquisitos “poemas de la muerte” de los monjes zen y al mismo tiempo por las formas extremas de consumismo del planeta. Esos poemas eran pensamientos sobre la muerte inminente, como aquellos que escribió Hosshin en el siglo XII: “Viniendo, todo está claro, sin duda alguna. / Yendo, todo está claro, sin una duda. / ¿De qué se trata todo entonces?”. Hosshin era iletrado, pero su maestro chino le enseñó a meditar sobre un símbolo en un círculo. Se dice que hizo esto hasta que “su trasero se pudrió y crecían gusanos ahí”. Hoy en día los diseñadores japoneses aplican las mismas disciplinas a la investigación y el desarrollo de automóviles lujosos.

Hace casi 25 años visité Japón por primera vez. El viaje, con sus ocho horas de diferencia horaria, siempre fue una pesadilla, aunque un tanto menos ahora que se puede volar sin escalas en 12 horas. En 1981, Japan Airlines todavía volaba los antiguos, angostos Douglas DC8. Igual era necesario una escala en Anchorage, Alaska, antes de sobrevolar el espacio aéreo ruso. Obligado a despegar a una muy equivocada hora del día, la única concesión a la curiosidad cultural o intelectual en el hall de tránsito en Anchorage era un oso polar gigante en una vitrina de vidrio. Un cartel decía que después que mataron a la criatura, salió grasa líquida de pez de su boca durante varias horas (...)

Allá en 1981, cuando Lexus no existía, un automóvil lujoso en Tokio era un Toyota Crown negro de la era Hirohito. Era conducido por alguien que usaba guantes blancos y parecía que estuviera volando un hidroavión Nakajima. Los conductores de taxis todavía usan guantes blancos, pero el Lexus se ha convertido en un producto lujoso, por lo menos el equivalente a sus rivales europeos. Esto denota lo que Japón ha cambiado en un cuarto de siglo.

Allá en 1981 había hoteles occidentales lujosos, pero a menudo retenían el aroma de un período, como si uno estuviera hurgando los cajones de una antesala en el Palacio Imperial. Eso también cambió. Nos alojamos en lo que, gracias a Bill Murray, se ha convertido en uno de los hoteles más celebrados del mundo. El Tokyo Park Hyatt es la estrella de la película surrealista Perdidos en Tokio y el hotel preferido de Terence Conran, ningún ingenuo cuando se trata de impresionar con la hospitalidad (...) Hay un café y una pastelería en la planta baja, pero hay que subir los 42 pisos antes de encontrar la recepción. Y el famoso New York Bar and Grail queda diez pisos más arriba. La guía Zagat le da el más alto puntaje, pero lo más impresionante son las vistas y los precios asombrosamente inconmensurables. El servicio, la cordialidad, el confort y la calidad de los materiales son todos impecables. Todo el lugar huele a riqueza y eficiencia. Si uno se olvida de algo, regresa a su habitación desde el lobby y ya está prolijamente guardado. Tienen dispositivos secretos para escuchas, o bien los equipos de limpieza están ocultos detrás de falsos paneles en la pared. Los baños tienen más toallas, y más blancas y afelpadas que aun un sibarita en baños puede usar. No pude contar exactamente cuántas salidas ofrecía la ducha, pero chorros de agua llegaban a los lugares más sorprendentes. Fuera del área marmórea del baño, la actitud de tolerancia cero a la suciedad y el barullo era obvia en todos lados: estaban limpiando la parte de afuera de nuestras ventanas en el piso 47 el día en que soplaba un tifón.

Pero, por supuesto, hay un universo de otras razones para visitar Tokio, que se pueden resumir en hacer compras, comer, visitar lugares. Primero, la cuestión es cómo desenvolverse en esta ciudad que en realidad comprende diferentes ciudades. Está la “zona de la diversión” de Odaiba; Shinagawa con sus vestigios de lo antiguo; Shiodomo con la torre de televisión Tokio de 333 metros de alto, construida en 1958; Ginza, el bulevar eléctrico; Shinjuku, el área de torres; Shibuya, las elegantes tiendas; Ikebukuro con sus galerías de arte y el Salón del Automóvil Amlux de Toyota; Roppongi, vida nocturna; Akihabara, el hogar de la Ciudad Eléctrica; Ueno con sus templos y parques; Asakusa, donde dicen, el tiempo se ha detenido (...)

Sería imposible recorrer la loca y extendida Tokio en una visita de duración conservadora, de manera que es mejor pre-editar y concentrarse en pocas áreas, pocos negocios, unos pocos lugares y pocos restaurantes. Paseábamos por Ginza –engañosamente iluminado–, pero luego fuimos a explorar una esquina oscura en un callejón siniestro y entramos al bullicioso corredor de un restaurante que resultó ser el Old Okinawa, cuyo personal estaba vestido con trajes azules del período Edo, con vinchas y pescadores. Comimos orejas de cerdo con salsa picante, mondongo de cerdo, hocico de cerdo ahumado, orejas de cerdo y sashimi de cabra. Old Okinawa, por su parte, tiene una víbora de unos dos metros de largo en un jarro Kilner en el mostrador. Otras comidas memorables fueron en Fukuzushi, en Roppongi. En cuanto al tempura, la especialidad japonesa frita, uno debe ir al rústico Asakusa, donde Edokko sirve los tendones de langostinos rebozados sobre arroz en un interior discreto con olor a madera, detrás de cortinas.

Como ciudad de compras, Tokio hace que Londres o Nueva York parezcan puritanas. Se puede comenzar con una visita a Yodobashi Camera, lo que ahora se llama Electric Street de Shinjuku, para experimentar lo que ellos alegremente describen como “la vida multimedia total”. Tienen dispositivos que uno no se puede imaginar; los precios no son especialmente competitivos, pero el espectro de los productos y la energía de la venta son totalmente intoxicantes.

La vida en la calle es tan increíblemente interesante que las convencionales recorridas por la ciudad parecen redundantes. Sería perverso obviar el Palacio Imperial y el Puente Nijubashi o el (reconstruido) Santuario Meiji en el Parque Shibuya’s Yoyogi, pero nuestra excursión al folklore estuvo en esta ocasión restringida a Asakusa, la única parte de Tokio que mantiene el clima del bajo período Edo, cuando la vieja Kyoto todavía era la capital. Allí está el templo más antiguo de Tokio, el Senso-ji, construido en 628. Hay incienso en el aire y parejas sombrías en trajes oscuros. En Asakusa se encuentra la calle Kappabashi Dogugai, que tiene más de 170 negocios de accesorios de cocina donde les venderán una hoja de cuchillo katana para que puedan simular ser un samurai o un chef de sushi.

Pero, sólo para recordarlo, esto es el Tokio moderno y las cosas son un poco locas: en Asakusa también está la central de las cervecerías Asahi de 22 pisos, diseñada para parecer un espumoso vaso de cerveza. Aunque la posibilidad diaria de terremotos ha afectado la mentalidad de Tokio, la amenaza ha sido tratada a partir del perfeccionismo y el pragmatismo japoneses. Aun así, todavía se sienten perseguidos por la memoria colectiva del gran terremoto de 1923 que, con un terrible simbolismo, golpeó en medio de la temporada de cosecha. Desde su epicentro en la Bahía de Sagami, 1700 temblores emanaron durante los siguientes tres días. Los primeros fueron tan violentos que los sismógrafos en la Oficina Central Meteorológica se detuvieron. Había rumores de que potencias occidentales anónimas habían inventado una máquina de terremotos. Una teoría no comprobada, ya que la vieja y baja ciudad de madera igual se incendió, dejando a Tokio con el abrumador proyecto moderno que sigue hasta hoy.

Tanto ha cambiado desde 1981; tuve que retirarme al baño para reflexionar sobre todo ello. Un cuarto de siglo atrás, algunos hoteles todavía mantenían los lavatorios tradicionales japoneses, con recipientes separados destinados para las diferentes necesidades fisiológicas humanas. Esta era una poderosa fuente de ansiedad para los no conocedores. Ahora los mejores tienen el más perfecto símbolo que conozco del logro japonés. Es el increíble inodoro Toto Power. Estos vienen con rasgos más standard que un auto de lujo. Tienen asientos calefaccionados, un torrente de agua variable, un sistema de sonido, control de temperatura, bidet multifunción, un spray fino y un estimulante chorro de aire caliente para secar. Eventualmente, imagino, pondrán uno en un Lexus y, entonces, podremos tener una auténtica experiencia de Tokio sin salir del auto.

Tokio es inventiva, aunque tradicional. Organizada, pero caótica. Ordenada, pero anárquica. Indulgente, pero reprimida. Occidental y oriental. Tokio es una ciudad, en realidad, de fabulosos contrastes z

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.Traducción: Celita Doyhambéhère.

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