SALTA RUMBO A LA PUNA
El tren que toca las nubes
Es una de las principales obras de ingeniería de alta montaña del continente, y también una de las propuestas turísticas más concurridas del país. El Tren de las Nubes permite hacer un fantástico viaje hacia el corazón mismo de la Puna.
Por Graciela Cutuli
A las seis y media de la mañana, la pequeña estación de trenes de Salta está todavía envuelta en la oscuridad. El sol no se ha levantado aún detrás de los cerros pero, sin embargo, allá arriba en la montaña, ya ilumina los cerros y altiplanos. En la estación de Salta, por el momento la preocupación es otra: hacia ella convergen casi todos los turistas que la ciudad y los alrededores pueden recibir cada sábado. Parece el tren de Babel. En el andén se escucha hablar todos los idiomas: inglés, francés, holandés, italiano, portugués, alemán. Toda la gente busca su vagón en medio de una actividad febril. Mientras tanto, los vendedores de botellas de agua, de hojas de coca, de diarios y de golosinas alzan el tono de la voz para hacerse escuchar en medio de las canciones que interpreta un conjunto folclórico en el mismo hall de entrada de la estación.
Sin embargo, la agitación dura poco: pronto algunos silbatos anuncian la salida del convoy. La estación retornará a su habitual letargo, mientras en los vagones, sobre los asientos, los turistas terminan de despertarse a la vez que los altavoces empiezan a difundir en castellano, inglés y francés una presentación del tren, de la vía y de la región. Son las siete de la mañana, el tren transita por el valle de Lerma que sale poco a poco de las sombras grises del amanecer. A partir de ahora, más que la hora, el dato principal del recorrido será la altura. En ese instante, es de 1300 metros.
Hacia las cumbres Junto con las alturas, llega la preocupación por el apunamiento. Los mozos pasan y repasan con vasos de té de coca (se paga aparte), y empiezan a tomar las reservas para uno de los tres turnos de servicio en el vagón restaurante, que sirve la comida al mediodía. El almuerzo será liviano, pero los más cuidadosos lo evitan y lo canjean por un sandwich del bar. Es que el té de coca y una comida liviana son las principales claves para afrontar las alturas sin temerle al apunamiento.
El tren deja atrás la estación de Campo Quijano, donde empezó verdaderamente la hazaña de este ramal que cruza los Andes. El tren de los Andes es el segundo más alto del mundo. Pero más que la altura que alcanza, 4200 metros sobre el nivel del mar, son excepcionales sus obras de ingeniería. A medida que el ramal se adentra en las montañas por la Quebrada del Toro, siguiendo el lecho del río homónimo, estas hazañas se van concretando. En medio de un paisaje que se transforma poco a poco, kilómetro tras kilómetro, es inevitable pensar en los obstáculos que debieron superar cada día los hombres que trazaron esta vía, hace más de medio siglo, en uno de los ambientes más hostiles del continente, donde la altura se combina con el rigor del clima y la falta de infraestructuras cercanas para brindar comodidades durante y después del trabajo.
Cuando ya se han pasado los 2000 metros de altura, el paisaje toma la fisonomía que tendrá durante todo el resto del viaje: cerros multicolores y cardones. De vez en cuando, unas estaciones que son en realidad pobres caseríos donde los perros y los niños salen de las casas para correr detrás de los vagones. Es la única distracción que les brinda el resto del mundo cada semana...
Este tren zigzaguea y tiene rulos... Los parlantes del tren ya preparan los pasajeros para la primera obra de ingeniería del ramal. Se trata del zig-zag. Aunque parezca imposible, las vías hacen una especie de gigantesca Z sobre el flanco de la montaña, y el tren va y viene sobre ella, para subir unos 54 metros de altura en el mismo lugar. Hay dos zigzags en total, en las estaciones de El Alisal y Chorrillos. En ambas ocasiones, el tren pasa dos veces delante de las pequeñas estaciones, pero la segunda vez, a varias decenas de metros por encima de la primera vez.
Luego de los zig-zags, las otras obras que atrapan la atención de todos son los rulos. Se trata de círculos completos que hacen las vías, también para ganar altura, pasando por sobre ellas mismas. El primer rulo se transita luego de la estación de Puerta Tastil, cuyo nombre recuerda a una fantástica ciudad inca, un centro comercial entre la Puna y el Chaco, el Alto Perú y el Pacífico, que fue la localidad más poblada del sur del Imperio Inca antes de ser abandonada y olvidada durante varios siglos. El segundo rulo sigue no muy lejos. Otra vez se pueden ver bajo el puente por donde pasa el tren las vías que transitó unos minutos antes. Tantos los rulos como los zig-zags son soluciones que encontró el ingeniero que realizó el trazado del ramal, Maury-Fontaine, para que la pendiente de las vías no supere los 25 grados. Una pendiente mayor hubiera necesitado una cremallera, algo impensable de mantener bajo el riguroso clima de la Puna, en regiones donde las temperaturas oscilan entre -5º y -25º en invierno y 25º y -2º en verano.
San Antonio de los Cobres Los cerros resplandecen bajo el sol de la Puna, donde el cielo casi siempre está azul. En el paisaje desértico se pueden ver, con un poco de suerte, una manada de guanacos o algunas vizcachas. Y de pronto, a lo lejos aparece la silueta de un pueblo, en medio de una gran meseta. Es San Antonio de los Cobres. Para casi todos los pasajeros, este pueblo deja por fin de ser un punto visto en los mapas para materializarse ante sus ojos. A pesar de su pomposo título de Capital de la Puna, es apenas un pueblo de casas bajas y calles sin asfalto. El tren se detiene en su estación solamente a la vuelta. En realidad, el objetivo del viaje está muy cerca, y ya todo el mundo está impaciente por conocerlo: se trata del viaducto La Polvorilla, la obra maestra del ramal. Es un puente de vigas de acero, una especie de Torre Eiffel recostada encima de una quebrada, 63 metros más abajo. El tren apenas la cruza para lanzar unos silbatos que destrozan el pesado silencio de la Puna. Es una de las imágenes más conocidas y promocionadas de la Argentina, que cobra vida de repente bajo los ojos de los pasajeros. Para completar este momento, el tren se detiene unos minutos cerca del puente, para que los pasajeros puedan bajarse y sacar fotos. Los habitantes de San Antonio de los Cobres ya han llegado, dispuestos a improvisar un mercado de artesanías.
Este es el primer encuentro con ellos. El convoy arranca para hacer después una prolongada parada en la estación de San Antonio. Los mismos artesanos ya están aquí de vuelta, e improvisan otro mercado sobre el andén de la estación. Los guías del tren generalmente organizan un pequeño acto, levantan una bandera argentina y cantan el Himno. No hay tiempo para recorrer San Antonio, pero la misma plaza da una idea de lo que es: en las calles de ripio, los autos y el viento levantan un polvo que se deposita sobre las fachadas de las casas. Las plazas públicas son pedregosas, y son contados los arbolitos que llegan a desarrollarse bajo este clima.
La parada en San Antonio es ya bien entrada la tarde. El frío empieza a hacerse sentir, y los pasajeros suben nuevamente al tren. El regreso se hará por las mismas vías, y la mayor parte del trayecto se hará de noche: por eso, para pasar el tiempo que se hace largo por la oscuridad, se organizan espectáculos de música folclórica que pasan de vagón en vagón.
La Puna en 4x4 Existe sin embargo una opción para el regreso que permite conocer algo más de la Puna. En San Antonio se puede subir a una de las 4x4 que esperan a sus pasajeros en la estación (el servicio se tiene que reservar de antemano, generalmente cuando se compra el pasaje del tren, para combinar una ida en tren y la vuelta en 4x4). No sólo el regreso se hace más rápido sino que además permite una parada en Tastil, para descubrir sus ruinas justo antes de que el sol desaparezca detrás de la cordillera. Al atardecer esta visita es muy emocionante: sobre las viejas paredes, que forman un laberinto sobre la montaña, parecen retumbar los ecos de civilizaciones prestigiosas que no resistieron la codicia y la violencia de la conquista, pero que de algún modo siguen dominando estas tierras infinitas con el recuerdo de su antigua cultura. Bajando hacia el valle, hacia Salta, hacia el mundo, la Puna sube y sube, guardando con ella una profunda belleza mineral y su dura forma de vida, que la llegada del tren apenas perturba cada sábado, trayendo en sus ventanas caras siempre nuevas...
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