Domingo, 16 de abril de 2006 | Hoy
CRUCEROS: ENTRE FIORDOS Y CANALES
Desde Ushuaia y Puerto Natales parten diversos barcos turísticos que se internan por la geografía inhóspita del extremo sur del continente, atravesando fiordos, canales patagónicos y lugares legendarios como el estrecho de Magallanes y el agitado cabo de Hornos, el punto más austral del planeta. Todas las alternativas para navegar, desde un lujoso crucero hasta ferries con camarotes y literas para mochileros.
Por Julián Varsavsky
Todo amante de libros de aventuras como El faro del fin del mundo de Julio Verne, o quienes hayan leído al borde del trance los diarios de Antonio Pigafetta, aquel cronista que acompañó a Magallanes, o los que se hayan interesado por los relatos de viaje de Charles Darwin sobre sus peripecias patagónicas a bordo del bergantín “Beagle”, habrán soñado alguna vez la utopía de protagonizar uno de esos viajes que, sin embargo, nunca jamás, bajo ninguna circunstancia, se animarían a realizar. Pero existe un consuelo para esos soñadores incurables: comprar un pasaje para hacer ese recorrido marítimo en algún crucero, cuyas seguras tecnologías de navegación les permitirán olvidar que en el pasado hubo unos 800 naufragios por esta esquina del mundo donde los grandes navegantes, inevitablemente, tenían que pasar en sus travesías..., hasta que apareció el canal de Panamá.
Una de las alternativas que eligen muchos argentinos para recorrer los canales patagónicos son los cruceros “Via Australis” y “Mare Australis”, que parten desde Ushuaia por el canal Beagle hasta el cabo de Hornos y siguen entre los fiordos chilenos hacia la ciudad de Punta Arenas, a donde arriban cinco días después.
El “Via” y el “Mare Australis” son cruceros sencillos y confortables, sin los fulgores de un casino o un spa. El primer desembarco se realiza en la isla de Hornos, junto al famoso cabo donde chocan las masas de agua del Pacífico y el Atlántico creando olas gigantes que sacuden los seguros barcos a placer. Aunque el cabo de Hornos ha sido históricamente un desafío para los navegantes, ya no es muy complicado para las embarcaciones modernas.
Un gomón Zodiac lleva a los viajeros a caminar sobre la isla de Hornos, donde se erigió un monumento “A los hombres de mar que perdieron su vida en el cruce del cabo de Hornos”. La estructura es de sólido metal para poder aguantar los vientos de 180 kilómetros que suelen castigar este lugar. De hecho, la seca vegetación de lengas achaparradas, guindos y canelos desperdigados por la isla está inclinada toda hacia un mismo costado por el viento. Allí se visitan el faro y la oficina postal, donde vive una familia chilena cuya actividad secundaria es mandar cartas que los viajeros escriben desde el fin del mundo, por el simple hecho de darse un excéntrico gusto.
Durante la primera noche se atraviesa el cabo de Hornos y, por lo tanto, es la más movidita, pero a partir de allí todo es calma y contemplación de paisajes por las hospitalarias aguas de los canales fueguinos y los fiordos. Esta geografía irregular –donde incluso se forman mares interiores interconectados por los canales– es una de las más hermosas que hay en todo el extenso Chile. Vistos en el mapa, los fiordos se asemejan a un delta con una intrincada red de islas e islotes, con la diferencia de que aquí no hay ningún río desembocando en el océano, sino un mar que ingresa en el continente. La Cordillera de los Andes se desmembra de a poco dentro del Pacífico formando una serie de canales por donde ingresa el mar centenares de kilómetros tierra adentro.
Desde los altavoces del crucero se anuncia el desembarco en la bahía Wualaia, donde habitan centenares de gaviotas, cormoranes y albatros. El lugar es famoso porque lo cita Charles Darwin en el diario de aquel viaje que comandó el capitán Fitz Roy. Fue aquí donde la tripulación apresó a cuatro indígenas porque una tribu yámana les había robado un bote. Uno de ellos era Jemmy Button, quien finalmente fue llevado a Londres con la intención de refinarlo de acuerdo con los parámetros de la corona inglesa. En su segundo viaje Fitz Roy trajo de vuelta a Button para reinstalarlo en su lugar de origen. Y a tal punto tuvo éxito la experiencia de “civilizar” al indígena que Button, como un verdadero dandy, no salía a cubierta sin sus guantes blancos, tomaba escrupulosamente el té de las seis y había desarrollado una obsesión muy particular por mantener lustrada la superficie de sus botas. La idea era que este representante de los yámanas se convirtiera en “embajador de la palabra de Dios” entre los “salvajes”. Pero unos meses después de haber liberado a Button, el “Beagle” pasó por la zona en su viaje de regreso y, para sorpresa de todos, el “salvaje” no solo no había “civilizado” a nadie sino que él mismo había recuperado su desnudez y su total identidad como yámana.
Dejado atrás el cabo de Hornos, el viaje se ameniza con caminatas para ver glaciares fulgurosos, buenos documentales en pantalla gigante, conferencias sobre las fascinantes historias de la zona y tragos de whisky con hielo de témpano.
Cerca de Punta Arenas se hace el penúltimo desembarco en la isla Magdalena –en pleno estrecho de Magallanes– para visitar una desolada pingüinera donde viven 62 mil parejas de pingüinos hacinados en un área de 85 hectáreas. La travesía termina en la elegante ciudad de Punta Arenas, engalanada por la arquitectura europea de una época de oro en que los barcos de todo el mundo recalaban aquí en su periplo de pasar de un lado al otro del planeta. Un itinerario que ya no fue necesario cuando se abrió en 1914 el canal de Panamá.
Una alternativa muy cómoda para los argentinos para navegar por los fiordos chilenos –porque se pueden tomar como base inicial las ciudades de Bariloche o El Calafate– es la que realiza el ferry “Magallanes” de la empresa Navimag Ferries. El “Magallanes” es una embarcación de carga reacondicionada para llevar turistas, aunque cumple las dos funciones a la vez (se puede llevar incluso el auto, la moto o la bicicleta).
El trayecto une las ciudades de Puerto Natales en la Región de Magallanes y Puerto Montt en la Región de los Lagos. Tiene camarotes con baño privado y otros más económicos con baño compartido. Además hay un sector con literas donde se alojan mochileros de todo el mundo.
Según el itinerario que marque el viajero en el mapa se puede comenzar desde cualquiera de los dos puntos extremos de la ruta. Desde Puerto Natales se visita el famoso Parque Nacional Torres del Paine y se puede llegar por tierra desde El Calafate, cruzando por Río Turbio (hay empresas de ómnibus que cubren esos tramos). Y una vez terminado el trayecto en Puerto Montt se regresa a la Argentina vía la ciudad de Osorno, cruzando por el paso Cardenal Samoré, que lleva a Bariloche. Además se puede volver a la Argentina por el Cruce de los Lagos, una ruta que une Chile con Bariloche combinando micros y navegaciones.
Los viajeros que embarcan en Puerto Natales lo hacen el jueves a la noche y duermen en el ferry, atracado en el puerto. La embarcación zarpa el viernes a las 6 de la mañana y navega por el cabo de Ultima Esperanza. Aquellos que deseen observar el paso por el tramo más estrecho de esta ruta, deben presentarse en cubierta a las 7.30 de la mañana. El paso White mide apenas 80 metros de ancho y sólo un timonel con experiencia puede atravesarlo con seguridad. Luego, si las condiciones climáticas lo permiten, se visita el glaciar Amalia.
En el primer trayecto del viaje se recorre el canal Concepción, que avanza en paralelo al Campo de Hielo Sur. Las ráfagas de viento anuncian la llegada al Paso del Indio, donde está el pequeño poblado de Puerto Edén. Allí viven los últimos integrantes de la etnia kawéskar o alacalufe, que históricamente vivió en esta zona de fiordos. Mientras el capitán dirige las maniobras de desembarque, los viajeros bajan a compartir unos momentos con los integrantes de la comunidad indígena y comprar algunas artesanías. Puerto Edén se despliega como un conjunto de casitas de colores vivos alineadas sobre la bahía donde habitan unas 250 personas, de las cuales sólo quince pertenecen a la etnia indígena, y apenas siete son puros de raíz nativa.
El segundo día de navegación, el “Magallanes” sale a mar abierto para que los viajeros puedan vivir la experiencia de navegar por alta mar. En total son diez horas de navegación por la inmensidad del océano Pacífico, cuyas olas a veces se hacen sentir con leves sacudones. Finalmente el barco regresa al laberinto de fiordos y arriba a Puerto Montt el día lunes a las 8.30 de la mañana. Lentamente se abre la rampa del “Magallanes” y todos desembarcan felices de la vida luego de haber atravesado casi todo el Parque Nacional Bernardo O’Higgins –el más grande del país– y el Parque Nacional Laguna San Rafael, a lo largo de una de las geografías más extrañas del planeta.
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