MEXICO: EL MUSEO NACIONAL DE ANTROPOLOGíA
Un recorrido por las salas donde se exhibe la mayor colección del planeta con piezas de las culturas maya, azteca, olmeca, tolteca, zapoteca, teotihuacana y mixteca. Entre sus tesoros prehispánicos están el Ocelot-Cuahxicalli, un depósito de corazones humanos con forma de jaguar, el Tzompantli o altar de cráneos de Tenochtitlán y la famosa Piedra del Sol o Calendario Azteca.
› Por Julián Varsavsky
Inabarcable como el Louvre o el Museo Británico, el Museo Nacional de Antropología de México recrea el mundo indígena prehispánico. Y es ese pasado ya mítico de tan remoto el que se quiere rescatar en este edificio con ribetes faraónicos que se levanta sobre el Paseo de la Reforma. Allí se exhiben, sobre pedestales y detrás de enormes vitrinas, una infinidad de piezas de arte fabulosas –casi siempre ligadas a la esencia de lo sagrado y a la muerte–, cuya rugosidad de piedra no se puede tocar pero sí ver con sumo detalle a centímetros de distancia y en tan buenas condiciones que algunas parecen talladas recién ayer.
El museo no se limita a una elegante exposición de obras sino que además todo está dispuesto con una visión didáctica que ilustra sobre las principales culturas del México prehispánico. Las doce salas de la planta baja están dedicadas a la exhibición de restos arqueológicos, mientras que en la planta alta hay doce salas más con materiales etnográficos de los grupos indígenas de la actualidad.
A la entrada del museo está el famoso monolito inconcluso de Chalchiuhtlicue, dios de la lluvia en Teotihuacán. En el vestíbulo central se abre un patio de proporciones tan monumentales como los espacios abiertos que tenían en el centro las grandes obras arquitectónicas de los antiguos pueblos indígenas. Desde el patio se puede acceder a todas las salas de este piso para que cada uno elija por dónde empezar.
En la Sala de los Orígenes están los restos prehistóricos del arqueolítico (12.000 a 30.000 años atrás). De aquel período se exhibe la pieza escultórica más antigua encontrada en América, llamada Sacro de Tequixquiac. Este hueso fósil con forma de cabeza animal fue tallado con habilidosa destreza hace 12.000 años.
Los restos de la primera gran civilización clásica surgida en Mesoamérica se exhiben en la sala de los Olmecas, una cultura que tuvo su apogeo entre los años 1200 y 600 a.C., y que desapareció alrededor del 400 a.C. Ocuparon desde el sur de Veracruz y el oeste de Tabasco, extendiendo su influencia hasta Morelos, Guerrero, Chiapas y Guatemala. Sus piezas escultóricas más famosas son las monumentales cabezas olmecas que combinan un gran realismo con una concepción abstracta de los volúmenes aumentados.
La sala de mayor importancia del museo está destinada a la cultura mexica o azteca, fundadora de la ciudad de Tenochtitlán en 1325. Los aztecas fueron un pueblo guerrero y conquistador por excelencia, que a mediados del siglo XV habían logrado un predominio en gran parte de los territorios de Mesoamérica. Por eso sus deidades principales –talladas en piedra– patrocinaban las conquistas y los ritos más importantes giraban en torno de la captura de prisioneros. El sacrificio humano se transforma en el eje rector de la parafernalia cotidiana, donde el ejemplo más artístico y escalofriante es el Ocelot-Cuahxicalli, una enorme vasija de piedra en forma de jaguar que servía como depósito de los corazones de las víctimas humanas sacrificadas a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca. Extraído del templo de Tenochtitlán (siglos XIV al XVI), en esta sala también se exhibe el Tzompantli o altar de cráneos, una estructura con cráneos de piedra recubiertos de estuco en la base, en cuya parte superior había unas estacas donde se ensartaban los cráneos de los sacrificados.
La Piedra del Sol –conocida también como Calendario Azteca– es el monumento mexica más famoso que existe. Se trataba en verdad de una obra escultórica dedicada al sol y nunca fue realmente un calendario. Está tallada con forma circular en una pieza de basalto que mide 3,57 metros de diámetro y pesa 24,5 toneladas. Pertenece al período del emperador Axayacatl (año 1479) y adornaba el templo mayor de Tenochtitlán, un recinto sagrado y político que medía 520 metros cuadrados.
Entre las esculturas más llamativas de esta sala están la de Cihuatetco, diosa de las mujeres muertas en el parto, y la de Coatlicu, diosa de la tierra y de la muerte, corporizada en una mujer decapitada de cuyo cuello surgen dos cabezas de serpiente que simbolizan corrientes de sangre.
Los atlantes son la figura emblemática de los toltecas, una cultura que se desarrolló en el centro del México actual. En el museo se expone la más famosa de estas figuras humanas, que mide 4,60 metros y sirvió como sostén del techo en el Templo de Tlahuizcalpantecutli, en la ciudad de Tula.
En el período Clásico (300 a.C. al 900 d.C.), la ciudad más importante de Mesoamérica fue Teotihuacán, que significa “lugar donde los hombres se convierten en dioses”. Gran parte de sus habitantes se dedicaba a la producción de objetos de obsidiana que, por su valor de exportación, llegaron a ser la base económica de esta cultura. El recorrido por la Sala de Teotihuacán comienza frente a la Estela de la Ventanilla, un llamativo marcador de puntos convertidos del juego de pelota que se practicaba en aquella época. Luego se exhibe una maqueta de la ciudad de Teotihuacán, con la gran Pirámide del Sol y la de la Luna a su lado. En otro sector de la sala se reproduce a escala el Templo de Quetzalcóatl o de la Serpiente Emplumada.
MAYAS A lo largo de 2000 años los mayas llegaron a ser una de las culturas más desarrolladas del continente y fundaron ciudades como Tikal, Palenque y Copán, con grandes centros cívico-ceremoniales y pirámides, habitados en algunos casos por poblaciones de cinco millones de personas. Los mayas crearon una escritura jeroglífica propia y un sistema de numeración vigesimal que utilizaba el concepto matemático del cero mucho antes de que los árabes lo introdujeran en Europa. Además desarrollaron un sistema de calendario casi perfecto que incluía la duración del ciclo solar, las lunaciones, los ciclos de Venus e incluso podían predecir los eclipses. Su época de máximo esplendor se sitúa entre los años 300 y 900 d.C. (período clásico), en el suroeste de México y parte de Centroamérica. La impresionante colección maya del museo presenta incontables elementos de cerámica relacionados con la astronomía, su notación numérica y el alto nivel musical que aparentemente habrían desarrollado. Y como ejemplo paradigmático del arte funerario hay una reproducción completa de la Tumba Real de Palenque.
La antigua región de Oaxaca fue el escenario de “los hombres de las nubes”. Allí los dos grupos dominantes fueron los zapotecas y los mixtecas. Los primeros, que construyeron la importante ciudad de Monte Alban, se asentaron en los valles centrales y el istmo de Tehuantepec desde el 1500 a.C. hasta el 1521 d.C. En el patio exterior de la Sala Oaxaca del museo hay una reproducción completa de la Tumba 7 de Monte Alban, considerada una de las más ricas de Mesoamérica, con incontables ofrendas. Monte Alban estuvo ocupada por los zapotecas desde el 400 a.C. al 900 d.C., época en que fue abandonada. Pero siglos más tarde llegaron los mixtecas, que la convirtieron en un lugar ceremonial para entierros.
Los mixtecas, considerados el prototipo de los grupos guerreros, tuvieron sin embargo una sensibilidad artística única que los llevó a ser los máximos orfebres de Mesoamérica. Además elaboraron las más finas cerámicas policromas y pintaron códices para narrar su historia reflejando así en el arte su cosmovisión religiosa. Algunas piezas en exhibición en la sala provienen de los palacios de la elite gobernante, que estaban en la cima de los cerros Monte Alban y Atzompa, donde se encontraban los dos centros ceremoniales de la ciudad. De las tumbas de estos gobernantes llegó hasta nuestros días y se exhibe en una vitrina la Máscara del Dios Murciélago, un pectoral que representa un rostro humano cubierto con una máscara de murciélago. Este símbolo parece estar asociado a la noche, al inframundo y a la muerte.
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