Domingo, 7 de mayo de 2006 | Hoy
PATAGONIA > EXCURSIONES PARA SORPRENDERSE
Un recorrido por las rarezas de la Patagonia. Desde los “árboles bandera” en Tierra del Fuego y un bosque sumergido en Villa Traful hasta las esferas de hierro en El Calafate, el casco de un barco abandonado en las costas de Río Gallegos y los efímeros túneles de hielo en El Chaltén.
Por Julián Varsavsky
En sus casi 3 millones de kilómetros cuadrados, nuestro país tiene los más diversos y excepcionales paisajes. Desde Misiones hasta Tierra del Fuego hay, entonces, un sinfín de inabarcables lugares donde los azares de la naturaleza, combinados con la acción del hombre, dieron como resultado sitios de extraña y casual belleza, como los que se pueden admirar en la inagotable Patagonia. Después de una década de viajes por la región, Turismo/12 realizó una somera selección de algunas curiosidades naturales, entre ellas, el bosque sumergido de Villa Traful, los túneles de hielo sobre los glaciares de Santa Cruz o las esféricas concreciones sedimentarias de El Calafate que la erosión puso al descubierto.
Uno de los fenómenos geológicos más curiosos de la Patagonia son unas rocas casi esféricas que surgieron del fondo del mar. Existen en muy pocos lugares del mundo, y uno de ellos es en El Calafate, o más precisamente en las montañas que rodean la ciudad. El origen de estas piedras llamadas concreciones es tan arcaico que se remonta a los tiempos inconcebibles en que la superficie de la Cordillera –que todavía no se había elevado– era el fondo del mar. En esas profundidades subacuáticas se generaban unos campos magnéticos que atraían partículas de óxido de hierro. Esas partículas se agrupaban, formando esferas que moldeaban las corrientes de agua. A su vez, las esferas eran tapadas por sucesivas capas de sedimento y, si nada inesperado hubiese ocurrido allí, hubieran permanecido aprisionadas dentro de otra roca hasta la eternidad.
Pero cuando la placa de Nazca se acercó en cámara lenta por debajo del Pacífico hasta chocar con el continente americano, el fondo del mar se levantó y la Cordillera surgió sobre las aguas. Entonces, los sedimentos submarinos pasaron a ser las rocosas laderas de las montañas que, a lo largo de millones de años, fueron siendo erosionadas por la lluvia y el viento. Así comienzan a quedar al descubierto las extrañas rocas ferrosas, ya que al ser de metal no sufrieron la erosión. Y ahora se las ve a simple vista, con media esfera saliendo de una roca más grande, rodeadas por un círculo que les da una forma de sombrero. Cuando la erosión termine su paciente trabajo, llegará el día único y acaso prefijado en que la esfera se desprenderá por fin y caerá con un golpe seco en la superficie de la tierra (hay varias que ya han caído y parecen grandes balas de cañón). Queda para los arcanos de la imaginación pensar qué lejano destino le depara el tiempo infinito a esta roca recién parida y largada a rodar.
En la localidad neuquina de Villa Traful existe un espectáculo natural que se puede ver en parte desde la orilla del lago Traful y en su totalidad, buceando en sus aguas. Es el Bosque Sumergido, donde hay unos sesenta árboles de hasta 35 metros de altura que permanecen de pie en el fondo del agua con sus troncos y ramas deshojadas. Una explicación es que, a raíz de un terremoto, un segmento completo de la ladera montañosa se desmoronó con bosque y todo, desplazándose hasta el fondo del lago. Y allí, increíblemente, murieron de pie.
Una excursión de buceo permite recorrer el lugar en detalle, aunque también se lo puede observar desde una embarcación, ya que la copa de muchos de esos árboles secos sobresalen en la superficie. También se los puede ver con una simple zambullida en el lago para hacer snorkelling –con traje de neoprén o en verano–, aunque por supuesto lo recomendable es bucear. Así se vivirá la alucinante experiencia de nadar entre los cipreses sumergidos; es como si se estuviera volando plácidamente por los vericuetos de un bosque fantasmal.
En los terrenos de la estancia Harberton, ubicada en la Isla Grande de Tierra del Fuego, se puede admirar uno de los paisajes más extraños de la Patagonia. Allí, encima de una suave colina a la vera de un camino de tierra, crecen los emblemáticos “árboles bandera”. En realidad, son árboles comunes y corrientes, con sus ramas y copas inclinadas para siempre por los fuertes y constantes vientos. Doblados y estirados al máximo, los árboles parecen una bandera que quedó petrificada en el momento de máxima tensión. Y esta rareza fue utilizada en el pasado por los ingenieros forestales para estimar las velocidades medias anuales del viento en función del nivel de deformación que presentaban los árboles. La explicación científica de este fenómeno es que la acción permanente del viento produce la deshidratación de las yemas expuestas, desarrollándose un árbol que sólo se ramifica apenas a la altura de la copa.
En la localidad santacruceña de El Chaltén se realiza un singular trekking sobre el glaciar Viedma, a donde se llega luego de dos horas de navegación en un catamarán y otros 20 minutos de caminata. Con la ayuda de unos grampones bajo las botas, el viajero se interna en una especie de universo blanco donde aparecen extrañas formaciones de hielo que van desde pirámides casi perfectas hasta grietas de 30 metros de profundidad. En los bordes del glaciar uno se puede meter en los aleros de hielo, que son como techos por donde se camina unos cuantos pasos por debajo del glaciar sin mayores peligros. Pero el lugar más asombroso de un glaciar son los efímeros túneles de hielo que cavan los pequeños cursos de agua. Como aparecen y desaparecen de manera azarosa, encontrarlos supone darse el lujo de atravesar las entrañas del glaciar por esa especie de gélidos socavones que suelen tener un metro y medio de alto.
Cerca de una desolada playa de Punta Loyola, a 38 kilómetros al sur de Río Gallegos, yacen los restos fantasmales del Marjory Glen, un barco noruego incendiado en 1911. Su casco oxidado está encallado en tierra firme sobre la playa, en un lugar muy accesible al que se llega por ruta asfaltada. Esta nave con tres mástiles fue construida en Escocia en 1892 por la compañía británica The Grangemonth Dockyard Company. Según los registros de la época, era –y sigue siendo– un coloso de 1012,67 toneladas de acero que partió con sus velas desplegadas del puerto de Newcastle el 12 de junio 1911, llevando una carga de casi dos millares de toneladas de carbón con destino a Río Gallegos. El caso del Marjory Glen no fue exactamente un naufragio sino un abandono del barco luego de un terrible incendio en el que murieron dos de sus 17 tripulantes. El fuego se propagó cuando el barco ya estaba fondeado en el puerto de Punta Loyola, lo cual conmocionó a los habitantes de la zona ante un espectáculo que nunca jamás se volvería a repetir. Al quemarse todo el carbón, se extinguió el incendio y la barca quedó a la deriva, sin capitán ni marineros. Como un verdadero barco fantasma, navegó a lo largo y ancho de la ría, dañando los sistemas de desagüe del pueblo e incluso colisionando contra una barcaza de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia. Las versiones sobre cómo llegó la nave hasta su lugar actual son divergentes, pero –según la más aceptada– fue arrastrada por un fuerte temporal en una de las más altas mareas de equinoccio. Convertido en un importante atractivo turístico, el barco también fue alguna vez blanco de tiradores aficionados y de prácticas de tiro de la Fuerza Aérea Argentina, que abrieron grandes boquetes en el casco por donde hoy entran los visitantes que quieren conocer por dentro a este gigante de oxidada belleza perdido en la estepa patagónica.
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