PUERTO MADRYN ASOCIACIóN DE PESCADORES ARTESANALES (APAMADRYN
Contra viento y marea
Es época de ballenas y hay quienes ya estarán pensando en viajar a la costa del Chubut para conocerlas y admirarlas. Una oportunidad para conocer y admirar también el duro trabajo de los pescadores artesanales que durante todo el año sacan los frutos del mar. ¿Y qué mejor, entonces, que saborear esas frescas delicias marinas en el restaurante de los propios pescadores de Apamadryn, frente al Golfo Nuevo y con los juegos de ballenas como fondo?
Ya es invierno; el viento sopla con fuerza en Puerto Madryn y Península Valdés. Los rostros, cubiertos con gorras y bufandas, reflejan ateridos el frío austral. A lo lejos, los lomos negros, pardos y blancos de un grupo de ballenas francas emergen elegantemente del mar y vuelven a sumergirse, dejando una huella de espuma en el agua. El paisaje es encantador, a punto tal que nadie, viajante o nativo, osa no detenerse en cada mirador desde el cual se abarque la inmensidad del lugar.
En las afueras de la ciudad de Madryn, camino al sur por el costero boulevard Almirante Brown, se levanta frente al Golfo Nuevo, y con el juego de los cetáceos como fondo, un restaurante de aspecto común, de paredes amarillas algo chillonas y techo de chapa azul celeste. Tan simple por dentro como por fuera, la casa ofrece sin embargo delicias marinas difíciles de igualar: vieiras gratinadas a la provenzal, pulpo al pimentón, salmón al limón y una clásica cazuela de mariscos –todos productos recién extraídos del mar– son sólo algunos de los platos incluidos en la carta.
Quienes atienden el restaurante se saben especiales. Será por el trabajo que les llevó poner en marcha la casa de comidas, será porque son los únicos que ofrecen la mercadería todavía con sabor a mar. Lo cierto es que, como parámetro de su orgullo, la atención supera largamente los límites de la cordialidad. Marta Piñeiro, encargada junto con otras personas de explicar a los clientes cómo se obtienen los frutos ofrecidos, empieza a revelar el secreto: “Formamos parte de la Asociación de Pescadores Artesanales de Puerto Madryn (Apamadryn). El local nos lo cedió el municipio luego de que aprobara nuestro proyecto de reivindicar la pesca artesanal como medio de vida digno y de enseñar a los madrynenses y a los turistas a preparar frutos de mar y a degustarlos”.
Apamadryn nació en 1993, aunque para Personería Jurídica no haya existido hasta el ‘96. En reuniones espontáneas, unas 20 familias dependientes de la pesca artesanal –entre ellas la de Marta y su marido José Ascorti, buzo marisquero– habían acordado formar una organización que los representase en los tiempos difíciles que se aproximaban: surgía ya por esos años la clara intención provincial de declarar a la Península Valdés como Patrimonio Natural de la Humanidad en primer grado. Con ello la pesca artesanal quedaría prohibida, comprendida dentro de las “actividades comerciales del hombre”. “Por un lado, buscábamos advertir que, de aprobarse, se privaría del sustento a muchas familias de la zona. Por otro, no estábamos de acuerdo con sacar al hombre del entorno natural que se pretendía mostrar al mundo.”
La voz pausada y cálida de Marta es acompañada por el irresistible aroma de las vieiras gratinadas que, servidas sobre una bandeja plateada a un lado del cronista, interrumpen constantemente la charla. “Comé tranquilo –dice ella, aprobando la golosa impertinencia–. Fijate cómo el gusto es diferente al de las congeladas. Además, acá nunca vas a sentir ese olor terrible a pescado de las pescaderías de Buenos Aires.” Y tiene razón, toda la razón.
“Lo que logramos entonces –prosigue– fue cambiar la categoría de la península para que se nos permitiera pescar. Demostramos que el trabajo artesanal no es depredatorio. No usamos redes de arrastre que dañan el suelo ni pescamos en volúmenes que puedan perjudicar la reproducción de los peces y frutos. Los buzos eligen manualmente qué llevar y qué no y los recolectores de costa sólo capturan a los cardúmenes que se acercan.”
En 1998, Península Valdés fue nombrada Patrimonio Natural por la Unesco, con lo que los golfos Nuevo y San José –este último, asentamiento histórico de la mayoría de los pescadores artesanales y de costa– se convirtieron en paisajes vedados a los barcos de pesca industrial, al menos hasta los primeros tres kilómetros mar adentro. Sin embargo, pese a la existencia de una ley chubutense que ratifica la prohibición, los pescadores han sido perjudicados más de una vez por los barcos pesqueros que, arrastrando sus redes hasta casi el comienzo de la costa, destruyeron parte de un ecosistema regenerable sólo a mediano plazo.
Pero éste es sólo uno de los problemas que enfrentan. El nivel de vida de la mayoría de las ochenta familias que en la actualidad componen Apamadryn dista por mucho del deseado, y esto se debe ante todo a una relación ampliamente desigual entre los humildes pescadores artesanales y las enormes plantas procesadoras. La capacidad de esas plantas de decidir el precio, la cantidad a comprar e, incluso, de elegir el momento de aceptar los frutos recolectados, ha vuelto más frágil que nunca la supervivencia de sus pequeños proveedores.
La lucha a pulmón de Apamadryn por difundir el desacreditado arte del pescar a mano y degustar un fruto marino no procesado no es, a pesar de todo, solitaria. Investigadores –en su mayoría biólogos– y empleados del Centro Nacional Patagónico (Cenpat), dependiente del Conicet, han venido colaborando voluntariamente con la asociación, brindando a los pescadores cursos de formación gratuitos acerca de los salmónidos, los mariscos, las algas, la contaminación del medio ambiente y los peligros de la marea roja. Ese apoyo no se limitó a la capacitación: también llegaron a donar sueldos enteros.
Han pasado nueve años desde aquellas reuniones fundacionales. Un proceso caracterizado por la superación de obstáculos, que les ha enseñado a estos pescadores artesanales, casi los únicos del país, a luchar por su vida y su dignidad contra viento y marea. Hoy están planeando expandir sus actividades a clubes de venta dirigidos a la comunidad. Apoyados por la gente del Cenpat, participan de foros y encuentros regionales, nacionales e internacionales. Superan sus propios límites con todas las dificultades que sus condiciones de existencia les imponen. Y ahí están, tan cerca de las ballenas que casi las tocan, tan adentro del mar que nadie puede negarles su pertenencia.
Producción: Darío Nudler.