MISIONES > CATARATAS EN PRIMAVERA
El agua volvió a las Cataratas del Iguazú, donde los saltos recobraron su esplendor entre la primavera de la selva. Un recorrido por sus pasarelas tradicionales, con una mágica caminata nocturna hasta la Garganta del Diablo.
› Por Graciela Cutuli
Iguazú, el “agua grande” de los indios guaraníes, está celebrando el regreso de su caudal a la impresionante herradura que, en el límite entre la Argentina y Brasil, provoca saltos de hasta 80 metros de altura. Si hasta hace pocas semanas las Cataratas sufrieron la falta de agua debido a la sequía y los sistemas de compuertas accionados por Brasil río arriba, en los últimos días recobraron el esplendor de su caudal habitual, unos 1800 metros cúbicos por segundo, que en plena primavera de la selva convierten al Parque Nacional Iguazú en una desbordante celebración de la naturaleza.
Convertido en el Parque Nacional más visitado de la Argentina, Iguazú ofrece hoy tres circuitos principales para acceder al área de las Cataratas –Circuito Superior, Circuito Inferior y Garganta del Diablo–, que se complementan con otros cinco atractivos para dar un panorama completo de la parte accesible de esta extensa área protegida: el Centro de Interpretación del ingreso, construido en la zona donde se levantaba el antiguo aeropuerto de Puerto Iguazú (cuyas viejas pistas, convertidas en senderos turísticos, se distinguen todavía); el Tren Ecológico de la Selva, con estaciones en los principales puntos del Parque; la Isla San Martín, célebre escenario de la película La misión; y los selváticos Sendero Verde y Sendero Macuco.
Esta vez, la visita comienza en la Garganta del Diablo. Y viene por partida doble, porque la luna llena que se anuncia en el cielo despejado permitirá repetir la caminata por la noche, una experiencia que sólo puede realizarse cinco noches al mes (el día de plenilunio, los dos anteriores y los dos posteriores), cuando el cielo está libre de brumas.
El punto de partida es la estación de tren en el ingreso del Parque Nacional, que después de un recorrido de 20 minutos deja a los pasajeros en la estación Garganta del Diablo. El tren, expresamente concebido para circular por el parque, funciona a gas licuado de petróleo y es totalmente abierto para facilitar la interacción con la selva. Como el resto de los servicios del Parque Nacional, fue desarrollado según el programa Naturaleza sin Barreras, de modo que puede transportar con facilidad sillas de ruedas y personas con movilidad reducida. El programa muestra otros detalles en el Centro de Visitantes, donde hay carteles informativos en Braille, y en las visitas especiales para hipoacúsicos.
Una vez en la estación, una pasarela peatonal de aproximadamente 2500 metros lleva hasta la Garganta del Diablo. Este nuevo circuito, totalmente remodelado hace pocos años, funciona con un sistema rebatible tipo “mecano”, que permite bajar las barandas en períodos de fuerte crecida, para evitar que el agua arrastre las pasarelas: la excepcional crecida del año pasado reveló su eficacia, cuando en apenas 45 días el circuito pudo ser puesto en funcionamiento nuevamente. En el camino quedan los testimonios de las pasarelas anteriores, construidas años atrás con sistemas más tradicionales, pero incapaces de soportar la correntada imparable que puede generarse en el Iguazú.
El recorrido es una buena ocasión para las fotos: yacarés, algún lagarto perezosamente tendido al sol, aves y decenas de mariposas rivalizan para captar la atención de las lentes de los turistas. Pero no hay espectáculo comparable con la propia Garganta, que se anuncia a la distancia en la forma de nubes de vapor provocadas por la violencia con que se precipita el agua, desde 80 metros de altura, hacia un fondo de profundidad imprecisa. Una densa cortina blanca cubre el arco de la Garganta del Diablo, bañada por una masa de agua que parece infinita, y permite imaginar el asombro, pero también el miedo, que debió provocar en los primeros ojos occidentales que la vieron: los miembros de la expedición encabezada por Alvar Núñez Cabeza de Vaca. Decenas de vencejos, el ave que se encuentra en el logo del Parque Nacional, se precipitan furiosamente detrás de las cascadas. Una leyenda romántica dice que los pájaros se suicidan en la Garganta del Diablo. Pero en verdad es que anidan detrás del agua, en nidos invisibles siempre ocultos por la catarata, hasta que algún fenómeno de sequía como el ocurrido hace algunas semanas deja excepcionalmente sus refugios al descubierto.
La sinfonía de colores selváticos del Parque Nacional cobra otros matices por la noche. Las salidas nocturnas bajo la luna llena, que realizan el mismo recorrido del día hasta la Garganta del Diablo, son una experiencia llena de misterios y sensaciones nuevas. Hay que iniciar el trayecto dispuestos a cumplir las indicaciones de los guías: no hablar, para no perturbar la voz de la selva; no fumar, para no alterar su perfume; no tomar fotos con flash, para no encandilar en medio del majestuoso paisaje envuelto en la negrura. Todo lo demás es pura libertad en un ambiente que la noche vuelve lleno de secretos.
Se equivoca, sin embargo, quien espera el silencio: el 70 por ciento de los animales del Parque Nacional tiene hábitos nocturnos, y sus sonidos se hacen oír con intensidad, más cerca y más lejos, en un raro eco llevado por la brisa húmeda de la noche. Alta en el cielo, la luna pone un manto diáfano sobre las copas de los árboles, los estratos bajos de la vegetación y el agua ondulante del río. Las pasarelas se atraviesan bajo una luz fantasmagórica, que sólo permite distinguir el vasto y curvilíneo perfil de las copas de los árboles, mientras algunos jirones de nubes reflejan también el resplandor de la luna, convertida esta noche en astro rey. En el balcón hacia la Garganta del Diablo, el espectáculo es realmente mágico: el colorido paisaje diurno sólo se vislumbra en escalas de grises, iluminado por una catarata blanca, y atravesado por un plateado arco iris nocturno. Un tenue perfume a hierbas y selva húmeda completa la fiesta de los sentidos que brinda la noche misionera, acunada por el rumor incesante del agua. Ya parece no haber más lugares ni tiempos... Pero cuando sea la hora de dar media vuelta y regresar por la misma pasarela hacia el corazón de la noche y de la selva, cada uno se llevará impreso para siempre en el recuerdo este raro paisaje de agua y cielo oscuro, dominado por el sonriente disco blanco de la luna.
En este reino del agua, una de las sensaciones imperdibles es ver las Cataratas desde el propio Iguazú, gracias a los paseos en lanchas que llevan hasta el pie de los saltos. Dos circuitos desde el agua permiten embarcarse para navegar unos 20 minutos por los rápidos: a puro salto, los turistas –bien provistos de chalecos salvavidas– se bañan literalmente en el agua de las Cataratas, y salen empapados pero renovados por la emoción y la aventura. El primer tramo es el más tranquilo, un acercamiento durante el cual se pueden llevar afuera las cámaras fotográficas para registrar el momento: pero después hay que guardarlas en las bolsas que los guías prestan expresamente, porque el conductor del gomón pasa tan al borde de la caída de agua que no hay nada que quede seco a bordo. Un poco más lejos, un ida y vuelta sobre los rápidos, a gran velocidad, provoca saltos vertiginosos, mientras desde la orilla algunos carpinchos observan con curiosidad las piruetas de las embarcaciones.
Y aquí no termina la experiencia, ya que al bajar –totalmente empapados, pero no importa porque el calor ambiente pronto seca las ropas– espera a los viajeros un tramo de ocho kilómetros de selva a bordo de un unimog, un vehículo militar descubierto que permite atravesar fácilmente las galerías verdes donde espían, bien ocultos por la vegetación, monos caí y vistosos tucanes. Lianas, palos de rosa, palmitos, claveles de aire y helechos se mezclan en una masa densa de infinitos verdes que contrastan con la tierra roja, mientras el guía va explicando los secretos de la selva y las tradiciones guaraníes que crecieron al amparo de estos paisajes hasta la llegada de los conquistadores. Los indios tenían y tienen sus propias medicinas vegetales, y durante el trayecto se podrán conocer algunos de sus secretos, así como el origen de palabras guaraníes que hoy día circulan por varios idiomas del mundo.
Al llegar de regreso al área de servicios del parque, se pueden tomar los tradicionales circuitos inferior y superior, una serie de pasarelas que pasa al borde mismo de las Cataratas, y permite increíbles vistas de las decenas de saltos que componen el conjunto. En el camino se encontrarán también áreas de servicios y descanso, ideales para hacer un alto en un paseo que puede durar por lo menos ocho horas diarias si se quiere hacerlo completo. Y también está la posibilidad de completar la visita al día siguiente, ya que si se sella la entrada en el ingreso al parque, al día siguiente cuesta sólo la mitad volver a entrar. Una verdadera tentación a repetir la exuberante experiencia de Iguazú, el reino de las aguas grandes.
El Parque Nacional Iguazú se convirtió esta semana en el primer destino turístico argentino avalado por normas de calidad, al recibir la certificación ISO 9001:2000 en los rubros de recepción y atención al visitante; gastronomía; transporte en el tren ecológico de la selva; control de acceso al parque, y mantenimiento de las pasarelas. La certificación fue otorgada el miércoles a Carlos E. Enríquez S.A. y Otros U.T.E., con su marca Iguazú Argentina, la empresa concesionaria de servicios en el Area Cataratas del Parque Nacional Iguazú. Eduardo Quiroga, director de calidad de Iguazú Argentina, subrayó que el crecimiento de los ingresos al Parque lo convirtieron en los últimos cuatro años en el tercer destino turístico nacional. De este modo, el Parque Nacional Iguazú –el primero de América latina– se convirtió en el más visitado de la Argentina, con 912 mil visitantes en el 2005, y una expectativa superior al millón de visitantes para este año.
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