Domingo, 12 de noviembre de 2006 | Hoy
AVENTURAS > EXCURSIONES A VOLCANES
En nuestro país hay volcanes de una punta a la otra del mapa. Y muchos de ellos se pueden visitar, incluso incursionando dentro de los cráteres que alguna vez fueron un maremagnum de fuego y ahora albergan pacíficas lagunas. Un informe sobre los patagónicos Copahue, Lanín y Batea Mahuida; el riojano cráter Corona del Inca y los más de 800 conos volcánicos de La Payunia mendocina.
Por Julián Varsavsky
Los volcanes –esa quintaesencia de fuerzas descomunales contenidas bajo la tierra– suelen estar rodeados de algunos de los paisajes más austeros y al mismo tiempo impactantes de la Argentina. Muchas veces se los observa desde lo alto de una montaña o desde algún camino alejado y también desde más cerca, aproximándose por alguna de sus laderas. Pero además se puede llegar hasta el borde del cráter e incluso incursionar en su interior ya sea caminando, a caballo o en camionetas 4x4. Al poner un pie dentro del cráter, invade a todo viajero la sensación de haber llegado al núcleo mismo de un pequeño infierno extinguido, donde por contraste reina la paz más absoluta del universo.
En el poblado neuquino de Copahue todos los terrenos aledaños al volcán parecen estar en ebullición, con agua y vapores luchando por salir a la superficie. La excursión máxima de la zona consiste justamente en llegar hasta el cráter del volcán y asomarse a su secreto. La excursión parte por la mañana en un vehículo a doble tracción, que después de una hora de viaje se detiene en un punto a 2400 metros sobre el nivel del mar. A partir de entonces se debe continuar a pie durante dos horas más. La exigencia de la caminata es media, y los sencillos senderos están bien demarcados. En el último tramo –hasta alcanzar los 2970 metros de altura– se avanza sobre las arenas volcánicas que lanzó el volcán durante su última erupción del año 2000.
Ya cerca del cráter, un fuerte vaho sulfuroso choca contra los sentidos y al mirar hacia adentro se descubre que el cráter de un volcán activo está lleno de agua. Su diámetro mide 200 metros y la laguna es de un color verde muy fuerte, consecuencia del azufre diluido que flota en la superficie. Pero todavía más extraño resulta ver que a lo lejos, detrás de la laguna, hay un glaciar con paredes de 25 metros de altura y 350 metros de ancho. Cada tanto se escucha el estruendo de alguna explosión, pero no es el volcán que despierta sino la cambiante vida del glaciar, que siempre se está fracturando y cayendo a pedazos, al tiempo que va reponiendo su densidad en un proceso circular de nunca acabar. El panorama abarca una parte de la Cordillera de los Andes, los picos del volcán Lanín, y el lago Caviahue con sus bosques de araucarias.
Con más de 800 conos, La Payunia probablemente sea la región con mayor cantidad de volcanes en todo el planeta, un tesoro natural casi desconocido en nuestro país que abarca 450.000 hectáreas cubiertas por planicies de ceniza negra y kilométricas coladas de basalto. Con una densidad de 10,6 volcanes por cada 100 kilómetros cuadrados, La Payunia aspira al cetro de ser el campo geográfico más prolífico en volcanes de todo el mundo. Los cálculos no son sencillos, pero según los estudios científicos La Payunia tiene más volcanes que sus dos rivales: la región de Kamchatka, en Rusia, y el cinturón volcánico de Michoacán y Guanajuato, en México.
Al recorrer las extensas planicies rodeadas de volcanes que conforman La Payunia, pareciera que se avanza entre los restos apagados de aquella bola de magma burbujeante que fue la Tierra alguna vez. Ya no hay más humo ni lavas ardientes, pero reinan el silencio y la reseca desolación de un gran cementerio geológico, donde sólo quedan las renegridas marcas de un cataclismo universal. Entre volcán y volcán, ásperas lenguas de lava negra endurecida dividen al medio la inmensidad de los valles. Y la superficie de estas lenguas de roca calcinada crean fantásticas formaciones que a lo lejos parecen los restos de una ciudad perdida.
El volcán más visitado en La Payunia es el Payún Matrú. Se llega en camioneta 4x4 mientras desfilan tras la ventanilla una serie de majestuosos volcanes perfectamente cónicos. Los hay de 200 metros hasta casi 4000 metros de altura. Y prácticamente la totalidad del terreno está cubierta por restos de naturaleza volcánica. Al pie del volcán Santa María, en el Campo de Bombas, se desciende del vehículo para caminar sobre una extensa planicie cubierta por millones de piedritas negras de unos 3 centímetros que forman un extraño arenal negro. Su origen es la lava del volcán, que se fue degradando hasta partirse y desmigajarse por todo el suelo. Desperdigadas en el terreno se encuentran además numerosas piedras redondeadas del tamaño de una antigua bala de cañón, que se redondearon al ser despedidas por los aires en estado incandescente por la furia del volcán.
Una vez dejado atrás el Campo de Bombas, comienza un desgastante traqueteo con subidas y bajadas que obligan a estudiar cuidadosamente el terreno, incluso a los conocedores. La meta está a la vista y la grandiosidad del volcán Payún Matrú (3681 m.s.n.m) resulta engañosa, haciendo creer que está cerca. La camioneta trepa por la ladera norte sujetándose al suelo con gran esfuerzo, mientras el nivel de inclinación es cada vez más empinado. Hacia atrás se ve una inmensa colada negra de 17 kilómetros de extensión y uno de ancho conocida como el Escorial de la Media Luna. Allí el volcán Santa María vació por completo su contenido, derramando un río de lava por todo el valle.
Cuando la camioneta ingresa en la caldera del volcán, el paisaje es un poco desconcertante. Durante su última gran explosión, hace miles de años, el Payún Matrú se quedó sin sostén y colapsó hundiéndose sobre sí mismo. El resultado es una impresionante caldera de 9 kilómetros de diámetro con una cristalina laguna de aguas inmóviles en el centro.
La vastedad del cráter hace perder otra vez la noción de las proporciones. La laguna parece cercana, pero la caminata entre oscuras rocas gigantes insume cerca de una hora. Finalmente se llega al centro de la caldera, junto a la laguna, al pie del pico Nariz de Marín, un resto de la antigua cima desplomada del Payún Matrú.
Una excursión en 4x4 a la Reserva Natural Laguna del Diamante lleva hasta el pie del volcán Maipo (5323 metros de altura). Debido a la falta de un camino asfaltado y de infraestructura turística, la Reserva Natural Laguna del Diamante es un destino poco conocido de la provincia de Mendoza. Está a 200 kilómetros al sudoeste de la ciudad de Mendoza, en el Departamento de San Carlos, Aunque algo cansadora, la excursión se puede hacer en un día, partiendo a las 8 de la mañana de la capital mendocina para regresar a las 8 de la noche.
Tan deslumbrante como la meta final de este viaje, es el camino por la Ruta 40 –encajonada entre dos cadenas montañosas– que conduce hacia la localidad de San Carlos, en el centro de la provincia. Al llegar a los 3000 metros de altura la vegetación desaparece por completo. Pero a la derecha del camino aparece de repente la postal más asombrosa de este viaje: en una extensa planicie se levantan millares de penitentes, unos filosos montículos de hielo que no se sabe a ciencia cierta por qué se producen. La extrañeza de su forma y brillo, combinados con el tono rosado de las montañas, dan como resultado un paisaje de belleza tal, que si el viaje terminara aquí, todo visitante quedaría muy contento.
Finalmente, cuando los deslumbrados viajeros ya no aspiran a una cuota más de belleza paisajística, aparece la laguna del Diamante al fondo de un valle y al pie del volcán Maipo (5323 metros). El camino desciende hacia la laguna rodeada por extensos campos de escoria volcánica, donde hay un puesto de Gendarmería Nacional (es el límite con Chile).
Ahora sólo resta salir a recorrer los alrededores de la laguna y dedicarse a buscar el mejor ángulo para fotografiar el “diamante”. ¿Qué clase de joya es ésta? Es la que la imaginación popular ve en el centro de la laguna, donde se duplica el perfil invertido del volcán. Su cima cubierta de nieve brilla en la superficie, temblorosa por el viento.
Villa Pehuenia es una idílica aldea cordillerana del norte neuquino, con calles de tierra y casas desperdigadas alrededor del lago Aluminé. Y la excursión más deslumbrante que se realiza desde el pueblo es la que llega hasta la cumbre del Batea Mahuida. Una alternativa es recorrer este circuito en una cabalgata que también organizan los miembros de la Agrupación Puel (cuesta $ 40 y dura cinco horas), o contratar una excursión en camioneta 4x4 que cuesta $ 64 y es un poco más cómoda y rápida.
La salida en 4x4 parte desde Paso del Arco y en cierto lugar hay que negociar el paso con los hermanos Calfuqueo, mapuches, trashumantes y criadores de chivos, quienes durante el verano se instalan en una precaria casa de troncos en esta zona. Después del trámite, la camioneta Defender sube las montañas a campo traviesa con rumbo norte hasta la laguna Corazón, un extraño lugar al pie del volcán con sus aguas rodeadas por un círculo casi perfecto de esbeltas araucarias. Al ser poco profundas, las aguas son cálidas y permiten tomar un baño.
Más adelante se atraviesan algunas pampitas de altura y se llega al asombroso lugar donde nace un arroyo. Se trata simplemente de una pequeña pared de pedregullo por donde se filtra el agua desde el corazón de la montaña. Aquí, todo el mundo se agacha de inmediato a juntar agua entre las manos para beber un líquido que es de pureza elemental. La siguiente parada es en un hito de acero en medio de la nada –en lo alto de un cerro–, que marca un límite entre Argentina y Chile. La vegetación a esta altura ya no existe, y en el trayecto se suben y bajan lomadas peladas hasta que aparece el increíble cráter del Batea Mahuida, que se ve desde lo alto de un precipicio descomunal con una laguna en el fondo. En la lejanía se levantan también los imponentes volcanes Villarrica, Copahue, Lanín y Llaima.
En la provincia de La Rioja hay dos excursiones a volcanes en la Cordillera de los Andes. Una es la llamada Travesía al Volcancito, que parte en 4x4 desde las localidades de Villa Unión o Vinchina. En el camino se visita un sitio arqueológico llamado Las Estrellas Diaguitas y se atraviesa la Quebrada de La Troya, un espectacular paisaje con una pirámide de roca casi perfecta de origen natural. Luego se pasa por la laguna Brava –uno de los paisajes más coloridos de la región– hacia la Pampa del Veladero, al pie del volcán del mismo nombre. Casi en el límite con Chile –en un lugar inhóspito al extremo– está la curiosa formación cónica llamada El Volcancito, un cráter circular lleno de agua helada surgente y burbujeante.
El desafío máximo que ofrece la cordillera riojana es viajar en camioneta 4x4 hasta los 5500 metros para llegar al borde del cráter Corona del Inca, en los confines de la Cordillera de los Andes. En el trayecto se avanza al pie de los volcanes Bonete, Veladero y Pissis, entre los más altos del planeta. El cráter Corona del Inca mide 5 kilómetros de diámetro y tiene glaciares perennes en sus bordes internos que alimentan una espectacular laguna azul.
Esta excursión es accesible a partir de diciembre ya que antes los caminos a campo traviesa están bloqueados por la nieve.
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